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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer

 

La peor pesadilla de Lucas se ha hecho realidad: es un vampiro. Se siente traicionado, rabioso y perdido a la vez; lo único que le mantiene cuerdo es su amor por Bianca. Pero ella tampoco lo tiene fácil: debe hacer frente a su nueva vida de fantasma y no puede ayudarlo tanto como querría.

Por esto, cuando la Cruz Negra se cruza de nuevo en su camino, deciden volver a la protección de los muros de Medianoche y, de paso, investigar el porqué de la lucha entre vampiros y fantasmas. Lucas no mejora… Y entonces, Bianca decide poner fin a su sufrimiento aunque para ello deba arriesgarlo absolutamente todo.

Claudia Gray

Renacer

Saga Medianoche: Libro 4

ePUB v1.1

Polifemo7 & Mística
14.11.12

Título original:
Afterlife

Claudia Gray, 2011.

Traducción: Marta Mabres Vicens

Editor original: Polifemo7 & Mística (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

Capítulo uno

—P
ronto amanecerá —dijo Balthazar.

Eran las primeras palabras que alguien pronunciaba en horas. Aunque no me interesara en absoluto escuchar nada de lo que Balthazar tuviera que decir, sobre eso o sobre cualquier otra cosa, sabía que tenía razón. Los vampiros percibían siempre la proximidad del alba en los huesos.

¿Y Lucas, lo percibiría también?

Nos encontrábamos sentados en la sala de proyecciones de un cine abandonado cuyas paredes, cubiertas de carteles, mostraban aún las señales de la batalla de la noche anterior. Vic, el único humano, dormitaba apoyado en el hombro de Ranulf, con el pelo rubio despeinado por el sueño; Ranulf permanecía tranquilamente sentado, con el hacha manchada de sangre en el regazo, como a la espera de un peligro inminente. Su rostro alargado y fino y el corte de pelo redondeado le daba más que nunca un aire de santo medieval. Balthazar permanecía de pie en el rincón más alejado de la sala, guardando las distancias por respeto a mi dolor. Con todo, su altura y sus amplias espaldas dejaban entrever que ocupaba mucho más espacio de lo que parecía.

Yo sostenía la cabeza de Lucas en mi regazo. De haber estado viva, o de haber sido vampiro, me habría sentido agarrotada después de tantas horas inmóvil. Sin embargo, al ser un espectro, era ajena a las exigencias del cuerpo físico y había podido permanecer en esa postura durante toda la larga noche de su muerte. Me eché hacia atrás la larga cabellera pelirroja, intentando no fijarme en que las puntas de mi pelo habían dejado un surco en la sangre de Lucas.

Charity lo había matado ante mis ojos aprovechándose del anhelo de Lucas de protegerme a mí y no tanto a sí mismo. Había sido el último y el más horrible intento por parte de Charity de hacerme daño, llevada por su odio a cualquiera que fuera importante para Balthazar, su hermano y mentor. Al morder a alguien que ya había sido mordido por otro vampiro, esto es, que ya estaba preparado para su transformación de vivo a no muerto, Charity había violado una regla de los vampiros. Se suponía que yo era la única que podía transformar a Lucas. Pero hacía tiempo que a Charity las reglas la traían sin cuidado. No le preocupaba nadie ni nada que no fuera su malsana relación con Balthazar.

Dondequiera que estuviera, ahora se estaría regocijando por haberme roto el corazón y haber arrojado a Lucas al último lugar en el que habría querido estar.

«Antes muerto», decía siempre Lucas. Cuando yo aún estaba viva y era más inocente, había soñado que él se convertía en vampiro conmigo. Sin embargo, Lucas había sido criado por cazadores de la Cruz Negra, los cuales despreciaban a los no muertos y los acosaban con el encono de una secta. Convertirse en vampiro había sido siempre su pesadilla más atroz.

Y ahora, se había vuelto realidad.

—¿Cuánto falta? —pregunté.

—Unos minutos.

Balthazar dio un paso al frente, pero se detuvo al ver la expresión en mi cara.

—Vic debería irse.

—¿Qué pasa?

Vic tenía la voz ronca por el sueño. Se incorporó y su semblante pasó de la confusión al horror cuando vio el cuerpo de Lucas en el suelo, ensangrentado y pálido.

—¡Oh! Por un segundo creí que solo había sido una pesadilla o algo parecido. Pero es cierto.

Balthazar sacudió la cabeza.

—Lo siento, Vic, pero tienes que marcharte.

Yo sabía a qué se refería Balthazar. Mis padres, que siempre habían querido que siguiera sus pasos, me habían hablado de las primeras horas de la transición. Cuando Lucas se despertara convertido en vampiro, querría sangre fresca, la querría de forma desesperada, y tanta como pudiera conseguir. En el frenesí del despertar, su sed podría llegar a apartar cualquier otro pensamiento de su mente.

Tendría un hambre capaz de impulsarlo a matar.

Vic no lo sabía.

—Vamos, Balthazar. He llegado hasta aquí, tío. No quiero dejar colgado a Lucas ahora.

—Balthazar tiene razón —dijo Ranulf—. Lo más seguro es que te marches.

—¿Qué quieres decir con lo de «más seguro»?

—Vic, vete —dije. No me gustaba la idea de alejarlo de nosotros, pero, como no parecía capaz de comprender lo que ocurría, me vi obligada a emplear una dosis de cruda realidad—. Si quieres sobrevivir, márchate.

Vic palideció.

Balthazar, más suavemente, añadió:

—Este no es un buen lugar para un ser viviente. Esto es cosa de muertos.

Vic se pasó las manos por el pelo enmarañado, hizo un gesto con la cabeza hacia Ranulf y salió de la sala. Seguramente se iría a su casa e intentaría hacer algo útil, como limpiar o preparar una comida que nadie más se podría comer. En ese momento, las cuestiones humanas parecían muy lejanas.

En cuanto se hubo marchado, pude decir en voz alta algo que me rondaba por la cabeza desde hacía horas.

—¿Deberíamos…? —La garganta se me cerró y tuve que tragar saliva con fuerza—. ¿Deberíamos permitir que esto ocurra?

—Crees que deberíamos destruir a Lucas.

Dicho por cualquier otra persona, oír algo así me habría resultado insoportable, pero en boca de Ranulf no era más que la constatación de un hecho. Y añadió:

—Piensas que deberíamos impedir que se despierte como vampiro y aceptar su muerte definitiva.

—No quiero hacerlo. No sabría deciros lo poco que deseo algo así —repuse. Me parecía que cada palabra que pronunciaba era sangre exprimida de mi corazón—. Pero sé que eso es lo que Lucas quería.

¿Acaso amar a alguien no significaba anteponer los deseos de esa persona, aunque fuera en algo tan terrible como aquello?

Balthazar negó con la cabeza.

—No lo hagas.

—Pareces muy seguro.

Intenté hablar con tono tranquilo. Sin embargo, me sentía tan furiosa con él que apenas podía mirarle a la cara; él se había llevado a Lucas a luchar contra Charity a pesar de que sabía que estaba transido de dolor y que era incapaz de pelear bien. Me parecía tan culpable como ella de la muerte de Lucas.

—¿Me estás diciendo solo lo que me gustaría oír?

Balthazar frunció el entrecejo.

—¿Cuándo he hecho yo algo parecido? Bianca, escúchame. Si el día antes de convertirme en vampiro me hubieras preguntado si quería ser un no muerto, te habría dicho que no.

—Y si pudieras aún lo dirías. De poder retroceder en el tiempo, ¿no lo harías? —quise saber.

Aquello lo pilló desprevenido.

—No se trata solo de mí. Piensa en tus padres, en Patrice, en Ranulf, en los otros vampiros a los que conoces. ¿De verdad estarían mejor pudriéndose en sus tumbas?

Muchos vampiros estaban bien, ¿no? Era el caso de la mayoría de los que yo conocía. Mis padres habían vivido siglos de felicidad y de amor juntos. Y quizá Lucas y yo también habríamos podido compartir eso. Yo sabía que él odiaba la idea de ser vampiro, pero apenas dos años atrás él había detestado a todos los vampiros basándose en prejuicios ciegos e irracionales. Había cambiado mucho y muy rápido; seguramente llegaría a aceptarse a sí mismo con el tiempo.

Merecía la pena intentarlo. Tenía que ser así. Todo en mi corazón me decía que Lucas merecía otra oportunidad, que nosotros merecíamos la esperanza de poder estar juntos.

Recorrí con el dedo el rostro de Lucas: su frente, sus mejillas y el perfil de sus labios. La pesadez y la palidez de su cuerpo me recordaron una talla de sepultura, algo fijo, sin vida, inmutable.

—Está cerca —dijo Balthazar—. Ha llegado el momento.

—Yo también lo noto —dijo Ranulf—. Bianca, deberías alejarte.

—No pienso apartarme de él.

—En ese caso, estate preparada por si tienes que retirarte. —Balthazar cambió el peso de un pie al otro para estabilizar su postura, como un luchador preparándose para el combate.

«Todo irá bien, Lucas», pensé, esperando que él me oyera más allá de la división entre este mundo y el otro. ¿Acaso no estaba a punto de cruzar esa frontera para volver conmigo? Tal vez estábamos lo bastante cerca para que me oyera. «Estamos muertos, pero aún podemos estar juntos. No hay nada más importante que esto. Somos más fuertes que la muerte. Ahora nada se interpondrá entre nosotros. No tendremos que volver a separarnos nunca».

Quería que él lo creyera. Yo también quería creerlo.

La mano de Lucas se movió.

Contuve un grito, un acto reflejo del cuerpo que había creado, un recuerdo de lo que el espanto provocaba en un ser vivo.

—Atento —dijo Balthazar dirigiéndose a Ranulf.

Temblorosa, posé una mano sobre el pecho de Lucas. Entonces me di cuenta de que esperaba sentir el latido de su corazón. Pero nunca volvería a latirle.

Uno de los pies de Lucas se movió levemente y su cabeza se giró unos centímetros.

—¿Lucas? —susurré. Antes de nada era preciso que se diera cuenta de que no estaba solo—. ¿Me oyes? Soy Bianca. Te espero.

Él no se movió.

—Te quiero tanto… —Me hubiera gustado poder llorar con todas mis fuerzas, pero mi cuerpo fantasmal me impedía producir lágrimas—. Por favor, vuelve a mí. Por favor.

La mano derecha cobró fuerza y los dedos se doblaron sobre la palma.

—Lucas, ¿puedes…?

—¡No! —Lucas se apartó de un salto del suelo y de mí, y se quedó a cuatro patas. Tenía la mirada perdida, estaba demasiado aturdido para poder ver de verdad—. ¡No!

Se golpeó la espalda contra la pared. Nos contemplaba a los tres muy fijamente y su mirada no delataba ni reconocimiento ni cordura. Apretó las manos contra la pared, con los dedos curvados como garras y pensé que tal vez intentaría escarbar en el muro. Tal vez fuera un instinto de los vampiros abrirse paso fuera de la tumba con las manos.

—Lucas, tranquilo. —Tendí las manos hacia él, esforzándome en mantenerme totalmente corpórea y opaca. Era mejor conservar la apariencia más familiar posible—. Estamos contigo.

—Todavía no te reconoce —dijo Balthazar—. Nos mira, pero no nos puede ver.

Ranulf añadió:

—Solo quiere sangre.

Al oír «sangre», Lucas ladeó la cabeza, como un depredador percibiendo el olor de una presa. Supe entonces que aquella era la única palabra que reconocía.

El chico al que quería había quedado reducido a un animal, a un monstruo, a la carcasa espeluznante, vacía y asesina que Lucas en otros tiempos había creído que era un vampiro.

Entonces Lucas entrecerró los ojos. Mostró los dientes y, asustada, le vi por primera vez los colmillos. Le deformaban tanto el rostro que apenas lo reconocí y fue eso, más que otra cosa, lo que me desgarró. Cambió de postura para ponerse en cuclillas, y me di cuenta de que estaba a punto de atacarnos, a cualquiera de nosotros, a todos. A cualquier cosa que se moviera. A mí.

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