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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (5 page)

Vic negó con la cabeza mientras salían por la puerta.

—Lo dudo. A no ser que en otra vida hubieras sido el mejor jardinero del reino.

La puerta se cerró a sus espaldas, y en cierto modo Balthazar y yo nos quedamos a solas. Era difícil saber qué decir; el silencio entre los dos era terrible.

—La sangre aplacará a Lucas, ¿verdad? —pregunté.

—No es así como funciona la conversión en vampiro. Deberías saberlo.

—¿Podrías dejar de darme lecciones?

—¡Mira quién habla!

La situación empeoraba por momentos. Era evidente que Balthazar y yo necesitábamos distanciarnos un buen rato. Me desabroché la pulsera y de nuevo me desprendí del vínculo que me unía al mundo físico.

—Cuida de Lucas —dije cuando empezaba a desvanecerme.

—No se irá a ningún sitio.

Balthazar se sentó y tomó un largo sorbo de vino.

La imagen de la bodega quedó desdibujada en una neblina azulada. En cuanto quedé envuelta por ella, me concentré en el recuerdo del rostro de Maxie y en el primer lugar en el que habíamos hablado después de mi muerte, el desván de la casa de Vic. Conforme lo imaginaba —la vieja alfombra persa, el maniquí de modista, los adornos antiguos—, el lugar comenzó a adquirir forma. Igual que Maxie. Apareció de pie, con el largo camisón vaporoso con el que había muerto en la década de 1920, mientras que yo lucía la camiseta blanca de tirantes y el pantalón de pijama azul con nubes blancas que llevaba cuando acabó mi vida.

—Siento lo de tu novio —dijo, y por primera vez desde que habíamos empezado a hablar su voz sonó realmente triste. La habitual actitud dura de Maxie se había suavizado—. Es horrible que hayas tenido que perderlo de ese modo.

—No lo he perdido. Encontraremos la manera de estar juntos.

Maxie enarcó una ceja y con ello volvió su insolente sentido del humor:

—Ya te lo dije. Los vampiros y los espectros no son una buena mezcla. En realidad, son una mezcla realmente mala. Somos veneno para ellos, y ellos no son nuestros amigos.

—Yo quiero a Lucas. Nuestra muerte no cambiará ese hecho.

—La muerte lo cambia todo. ¿O es que todavía no te has dado cuenta?

—Lo que desde luego no ha logrado es que dejes de sermonearme —repliqué.

Maxie inclinó la cabeza y la melena rubia se le desparramó sobre el rostro. De haber tenido circulación sanguínea, me dije, seguramente se habría sonrojado.

—Lo siento. Has pasado unos días difíciles. No pretendía… Bueno, solo intentaba decirte cómo están las cosas.

Unos días difíciles. Me había muerto, me había convertido en espectro, había visto cómo asesinaban a Lucas y cómo lo convertían en vampiro, y había luchado en un ataque de la Cruz Negra. Sí. Se podría decir que habían sido unos días difíciles.

—Tú jugabas en esta habitación con Vic cuando era pequeño. —Miré el lugar que él me había enseñado, donde de pequeño se sentaba y leía cuentos para ella—. Después de tu muerte no te separaste del mundo.

—Sí que lo hice. Durante la mayor parte del siglo, yo… bueno, quedé atrapada entre aquí y el más allá, y no sabía exactamente lo que ocurría. A veces me metía en los sueños de la gente y los convertía en pesadillas solo por diversión. Para demostrar que era capaz de influir en el mundo que me rodeaba.

Había oído decir que había espectros que hacían cosas peores, tal vez por motivos parecidos.

Maxie se sentó en la repisa de la ventana; su largo camisón vaporoso parecía brillar con la luz de la luna filtrándose por las voluminosas mangas.

—Como te puedes imaginar, la gente no acostumbraba quedarse mucho tiempo en esta casa. Para mí era un juego ver lo rápido que lograba que se marcharan asustados. Pero entonces vinieron los Woodson, y Vic era tan pequeño… Apenas tenía dos años. Cuando él notó que yo estaba presente, no tuvo miedo. Fue la primera vez en mucho tiempo que recordé lo que era ser aceptada. Preocuparse por alguien.

—Entonces me entiendes —contesté—. Ves por qué no puedo abandonar el mundo.

—Vic es humano. Está vivo. Él me ancla a la vida y me permite vivirla a través de él, aunque solo sea un poco. Pero no creo que Lucas pueda hacer eso por ti, ya no.

—Lo hace. Puede hacerlo. Lo sé.

En realidad, yo no sabía nada de eso. Había tantas cosas de mi condición de espectro que todavía desconocía…

—Deberías hablar con Christopher —dijo ella, animada—. Él te hará comprender.

Recordaba a Christopher. Ese personaje misterioso y premonitorio que se me había aparecido en Medianoche. Me había atacado con la intención de matarme para asegurar mi transformación en espectro. Pero, cuando se apareció ante mí y ante Lucas el verano anterior, nos había salvado de Charity.

¿Era bueno o malo? ¿Las acciones de los espectros se ajustaban acaso a algún tipo de moral que yo pudiera comprender? Lo único que sabía con certeza era que Christopher tenía poder e influencia entre los espectros. Ahora que me había convertido en uno de ellos, seguramente nuestros caminos volverían a cruzarse.

Aquel pensamiento me inquietó.

—Es una especie de… líder de los espectros, ¿no?

—No hay ningún «líder» de nada. Pero muchos de nosotros seguimos a Christopher. Tiene mucho poder, y también muchos conocimientos.

—¿Cómo se ha vuelto tan poderoso? ¿Acaso es muy anciano? —Entre los vampiros era así—. ¿O es que es… en fin, como yo?

Yo ya me había figurado que mi condición de hija de vampiros y, por lo tanto, capaz de tener una muerte natural pero, al mismo tiempo, convertirme en espectro, me confería unas habilidades de las que carecía la mayoría de los espectros.

—Ni una cosa ni la otra —dijo Maxie—. Christopher no nació para ser espectro como tú. Lo aprendió todo por su cuenta. Tiene una fuerza interior extraordinaria. Te gustará, Bianca. ¿Por qué no me acompañas ahora?

Me sentía incapaz. Christopher tenía un poder asombroso que había empleado para salvarme, pero también me había atacado. El mundo de los espectros seguía siendo extraño y siniestro para mí; no sabía de qué modo mis poderes guardaban relación con los seres fríos y vengativos con los que había tropezado en la Academia Medianoche. Tal vez fuera una locura seguir temiendo a los espectros tras haberme convertido en uno de ellos, pero la idea de unirme a ellos para siempre me aterrorizaba. Es más, penetrar en ese mundo me parecía como abandonar la vida.

—No puedo —susurré.

Maxie hizo una mueca de desánimo, pero no insistió.

Me retiré de la estancia y me alejé de ella lentamente hasta desaparecer de nuevo en la niebla azulada con que mi mente daba sentido a la nada absoluta. Lucas ocupó mi pensamiento y deseé encontrarme de nuevo a su lado.

Cuando reaparecí en la bodega, me di cuenta de que para Balthazar había pasado más tiempo que para mí; él se había acabado el vaso de vino y se encontraba al otro lado de la sala, acostado en nuestra cama.

Lucas seguía tumbado exactamente tal como había caído. Verlo convertido de nuevo en cadáver me impresionó, y tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no desvanecerme otra vez y no tener que soportar aquella pérdida durante un tiempo. Él se merecía algo mejor que eso. Por difícil que resultara soportarlo, debía mantenerme a su lado.

Balthazar dio un respingo al reparar en mi presencia, pero no dijo nada.

No tenía ganas de seguir discutiendo con él; me sentía demasiado triste y cansada. En lugar de ello, pregunté:

—¿No hay nada que podamos hacer por él?

—No.

Balthazar se incorporó. Llevaba los rizos despeinados, y me di cuenta de que había dormido. Tenía que estar exhausto; para él los últimos días no habían sido precisamente fabulosos.

—El impulso de matar es muy poderoso, Bianca. Puede resultar incontenible. Casi todos los vampiros a los que conoces han logrado dominar esa necesidad, pero lo cierto es que son minoría.

—Por lo que dices, la mayoría de ellos acaba como… bueno, como Charity.

Al oír el nombre de su hermana pequeña, Balthazar cerró los ojos un momento.

—No. Charity y los que se le parecen son casos especiales. Son individuos con fuerza para seguir pero que han perdido la noción de lo que significa ser humano. Son los más peligrosos y, por suerte, los más escasos.

—Entonces, ¿qué pasa con los otros?

Balthazar se frotó la sien. Si los vampiros pudieran sufrir dolor de cabeza, creo que él lo habría sufrido entonces.

—Se autodestruyen —dijo con tranquilidad—. Se dejan atrapar por la Cruz Negra, o por humanos que han visto suficientes películas de terror para saber cómo acabar con ellos. O simplemente ponen fin a su vida por su cuenta. Encienden una hoguera y se arrojan a las llamas. Prefieren morir quemados a soportar por más tiempo esas ansias asesinas.

Me habría gustado decir que era imposible que Lucas hiciera algo así, pero no pude. No, la Cruz Negra no sería capaz de someterlo fácilmente. Sin embargo, era muy posible que Lucas, con el odio que sentía por su naturaleza vampírica y abrumado por haber intentado matar a su madre y a uno de sus mejores amigos, quisiera poner fin a su existencia. Seguramente lo consideraría el modo más adecuado de proceder, la única manera de mantener a salvo a la gente.

—La voracidad es más intensa para unos que para otros —prosiguió Balthazar—. Por mucha sed de sangre que tenga yo a veces, no es nada comparable a lo que han de soportar otros vampiros. Los que se autodestruyen son siempre los más voraces. Se vuelven locos, pierden la cabeza por completo.

Nuestras miradas se cruzaron, como si me pidiera permiso para continuar. Yo necesitaba que dijera lo que tenía que decir.

Balthazar, consciente de ello, añadió:

—Parece que Lucas es uno de esos voraces…

—¿Y no hay nada que podamos hacer por él? —pregunté—. ¿Hay algún modo de aliviarlo?

Balthazar salió lentamente de la cama y se acercó a mí con expresión vacilante.

—No creo que podamos aliviarlo, pero hay un lugar en el que lo podemos mantener apartado de la mayoría de los humanos y también de la Cruz Negra. Un lugar donde tal vez Lucas pueda asumir en qué se ha convertido.

Sonreí hasta que me di cuenta de a qué lugar se refería Balthazar. No podía ser. Seguro que no podía ser allí.

—¿Dónde?

Balthazar confirmó mis peores sospechas:

—Tenemos que llevar a Lucas de vuelta a Medianoche.

Capítulo cuatro

—¿L
levar a Lucas a Medianoche? —repetí—. ¿Te has vuelto loco? Balthazar, ¡piénsalo bien, por favor! Lucas era miembro de la Cruz Negra. Espió para ellos en Medianoche. La señora Bethany lo odia. Todo el mundo lo odia. Lo matarán sin dudar en cuanto lo vean.

—No lo harán. No pueden —insistió Balthazar—. Todos los vampiros pueden acudir a Medianoche en busca de refugio en cualquier momento. Sean quienes sean y hayan hecho lo que hayan hecho, la señora Bethany tiene que admitirlos.

—Pero esa es una norma de la señora Bethany, ¿no? Entonces, se la puede saltar cuando quiera.

Balthazar torció la boca, el gesto más próximo a una sonrisa que era capaz de esbozar en un día tan sombrío.

—La señora Bethany no rompe las normas. Deberías saberlo. Recuerda que dejó entrar a Charity.

Era cierto. La señora Bethany y Charity se odiaban profundamente. Sin embargo, yo no acababa de estar convencida. Lucas había sido cazador de vampiros, y eso, sin duda, era peor que ser cualquier tipo de vampiro, por peligroso que resultara.

Una parte de mi renuencia era más egoísta. Regresar a la Academia Medianoche significaría volver con mis padres. Por una parte, deseaba verlos, por doloroso que resultara; por otra, sabía que ellos siempre habían temido y despreciado a los espectros. Si me rechazaban, como Kate había rechazado a Lucas, no me vería capaz de soportarlo.

Oí unos pasos en los escalones de cemento del exterior y fui a la puerta para abrir a Vic y a Ranulf, que llevaban una bolsa grande de papel con lo que supuse que eran varios litros de sangre de vaca. Esta vez Vic traspasó el umbral, pero no se adentró más de un par de pasos. Cuando vio que lo miraba, Vic me dio la bolsa y sacó de ella una botella de Mountain Dew.

—Supongo que será mejor que me quede en el jardín un rato —dijo con la mirada inquieta clavada en el suelo, donde yacía Lucas—. Hasta que hayáis tranquilizado un poco a Lucas.

—Buena idea. —Dejé la bolsa de la compra en la mesa plegable—. Muchas gracias de nuevo, Vic.

—Me basta con un día de reposo antes de que vuelvan a atacarnos. Eso será suficiente a modo de agradecimiento.

Balthazar y Ranulf sacaron de la bolsa una ración para cada uno; venían en unos envases de plástico como los de la sopa de las tiendas de comida para llevar. Ambos los abrieron y empezaron a beber mientras Lucas seguía en el suelo. Primero pensé que se comportaban de forma egoísta, pero luego me di cuenta de que en realidad estaban recuperando fuerzas. Si Lucas se despertaba igual de salvaje que cuando Balthazar le había clavado la estaca, las necesitarían.

Cogí un par de raciones y las metí en el microondas. La sangre siempre tenía mejor sabor a la temperatura corporal de los humanos.

Cuando estuvieron listas, me volví hacia mis amigos. Ranulf estaba acabando y daba golpecitos a su envase para apurar las últimas gotas; Balthazar tenía los labios teñidos de rojo oscuro. Beber sangre era delicioso. Me di cuenta de que echaba de menos hacerlo, tal vez más que cualquier otra cosa.

Los chicos estaban preparados. Tras colocar las raciones a mano, me arrodillé junto a Lucas. Lentamente agarré con la mano el mango de la estaca. Noté las astillas clavándose en la palma e imaginé el dolor que Lucas había tenido que sentir segundos antes de desmayarse.

—A la de tres —dije—. Uno. Dos…

Retiré la estaca, que emitió un ruido húmedo y desagradable. Lucas se retorció en el suelo y abrió los ojos. Tomó aire y olisqueó lentamente… Había percibido el olor a sangre.

—Bebe —susurré—. Bebe.

Lucas se apresuró a agarrar con fuerza uno de los envases y en un instante engulló la sangre a grandes tragos. Al cabo de unos segundos, ya se había acabado el primer envase, lo arrojó al suelo y se precipitó hacia el segundo, que vació incluso con más rapidez. Lo observé fascinada.

Cuando hubo acabado, Lucas miró como loco a su alrededor y Ranulf le lanzó otro envase de la bolsa. Aunque yo no lo había calentado, se lo bebió a la misma velocidad. El recipiente cayó sonoramente al suelo, y Lucas dejó de buscar más, pero se relamió para atrapar las gotas dispersas y luego se acercó los dedos manchados de sangre a la boca y los chupó hasta que no quedó ni rastro.

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