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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (4 page)

Lucas me atacó y yo, aunque con torpeza, lo esquivé; porque controlar el cuerpo de Kate se me hacía raro y no estaba acostumbrada. Era algo parecido a la primera clase para aprender a conducir. Grité:

—¡Gente! ¡Nos vamos!

Resultaba extraño hablar con la voz de Kate, pero no dejé de dar órdenes:

—¡Nos vamos ahora mismo!

Entonces sentí una sensación más extraña todavía: el espíritu de Kate luchando contra mí, intentando expulsarme. ¿Podía hacerlo? Decidí permitírselo, en caso de que eso fuera posible.

Al instante me sentí dispersa e invisible, flotando hacia lo alto en una neblina de ensueño. Pero mi ensimismamiento se vio interrumpido cuando oí decir a Kate con voz temblorosa:

—Tenemos que marcharnos.

Los cazadores corrieron a sus camionetas y furgones, respondiendo tanto a la primera como a la última orden. Lucas corrió tras ella, pero Balthazar lo empujó a un lado y lo derribó, reteniéndolo.

Cuando las luces traseras de los vehículos desaparecieron por la calzada, Vic salió corriendo de su casa con las manos hundidas en su pelo rojizo, como si intentara sostenerse la cabeza.

—¡¿Qué?! ¿Acabo de llamar a la policía para nada?

—Primero alégrate de que la Cruz Negra ya se haya marchado —señaló Ranulf, sacudiéndose el polvo, tan tranquilo como siempre.

—Bueno, la policía viene de camino. Así que tal vez deberíamos sacar el coche del jardín. —Vic miró los surcos profundos de los neumáticos en el césped y gimió—: No habrá palabras para describir el castigo que me va a caer. Tendrán que inventarse palabras nuevas.

Me reuní con los chicos.

—Pero Ranulf tiene razón. Podría haber sido mucho peor.

Lucas se volvió hacia Vic. Tenía la mirada vacía e inexpresiva, y los colmillos alargados. Horrorizada, caí en la cuenta de que Lucas todavía no había bebido sangre, y que aún era presa de la rabia asesina que le había provocado el combate.

Entonces se abalanzó sobre Vic. Ranulf logró apartar a Vic con un golpe, pero Lucas lo atacó con toda su fuerza, dispuesto a destruir a Ranulf si con ello lograba acercarse al humano, a la fuente de sangre fresca.

Vic se quedó estupefacto.

—¡Dios mío! —dijo paralizado por el espanto en lugar de salir corriendo para salvar su vida—. ¡Esto no puede estar ocurriendo!

—¡Vic, corre! —dijo Balthazar, apartando a Lucas de Ranulf.

Vic dio unos pasos vacilantes, luego aceptó lo que ocurría y corrió pasmado hacia la puerta de su casa. Lucas daba codazos para librarse de Balthazar, pero este logró retenerlo, aunque no sin dificultad. Le dijo a Ranulf:

—Llévalo a la bodega. Que se quede allí hasta que le consigamos sangre. En cuanto saque el coche, iré a ayudarte.

—¿Lucas? —supliqué—. Lucas, ¿me oyes?

Era como si yo no existiera. Lucas solo quería sangre, y no le importaba si para conseguirla tenía que matar a Vic.

Ranulf se llevó a rastras a Lucas, que se debatió durante todo el camino. Lo único que pude hacer fue abrirles la puerta de la bodega. A lo lejos, las sirenas sonaban cada vez más cerca.

—¡Suéltame! —rugía Lucas arañando con fiereza a Ranulf en el costado. Ranulf se estremecía de dolor, pero no lo soltó—. ¡Que me sueltes!

—Tienes que calmarte —dije—. Te lo ruego, Lucas, vuelve en ti.

—No puede… oírte —intentó decirme Ranulf mientras forcejeaba con él para llevarlo a un rincón—. Recuerdo esa locura.

Lucas aulló con un sonido aterrador. Tenía todos los músculos del cuerpo tensos en su desesperación por escapar, matar y beber sangre. Ranulf podía sostenerlo porque lo superaba en edad y fuerza, pero después del combate seguramente estaba bastante agotado. Contemplar a Lucas así, reducido a una sombra demencial de sí mismo, y precisamente en el pequeño apartamento improvisado en el que nos habíamos querido tanto, casi acaba conmigo.

Las sirenas eran cada vez más intensas. Lucas bramó de nuevo y golpeó a Ranulf contra la pared con tanta fuerza que las botellas de vino repiquetearon y Ranulf se soltó. Entonces Lucas corrió hacia la puerta. Yo me disponía a salir tras él cuando Balthazar llegó.

«Gracias a Dios —me dije—. Balthazar sabrá detenerlo. ¡Yo sé que puede!».

Entonces proferí un grito de horror cuando Balthazar blandió una estaca y la hundió con fuerza en el pecho de Lucas de forma que quedó profundamente clavada.

Capítulo tres

L
ucas se desplomó en el suelo; una larga estaca le sobresalía del corazón.

Yo caí de rodillas a su lado.

—¡Balthazar! ¡No!

En cuanto me dispuse a retirar la estaca, Balthazar me alzó con un gesto rudo y me apartó de Lucas. Yo adopté de nuevo una forma vaporosa y me escapé de sus brazos.

—No podrás impedir que cuide de él.

—Piensa un poco —dijo Balthazar—. Necesitamos que permanezca en silencio mientras la policía ande por aquí, y tenemos que asegurarnos de que no vaya a por Vic. No se me ocurre ningún otro modo de lograrlo. ¿Y a ti?

—Tiene que haber otro modo que no sea clavarle una estaca —insistí.

—En principio, está ileso —dijo Ranulf, recuperándose del impacto de los últimos golpes de Lucas—. La estaca en el corazón paraliza, pero no mata. Cuando se la retiremos, Lucas quedará como antes, excepto por la cicatriz.

—Lo sé, pero…

Verlo a mis pies encogido y muerto como hacía apenas unas horas me resultaba insoportable.

Balthazar se aproximó. En la oscuridad relativa de la bodega, su silueta oscura resultaba más imponente de lo habitual, lo cual hizo que el contraste con su voz tranquila fuera especialmente impresionante.

—En una ocasión, Lucas me clavó una estaca para salvarme. Ahora le he devuelto el favor.

—Seguro que habrás disfrutado.

Aunque me di la vuelta, me daba cuenta de que no era el momento para quitarle la estaca a Lucas. Tal como estaba, resultaba incontrolable.

—Hasta que tengamos sangre fresca para que beba, dejarlo inconsciente es un acto de caridad —dijo Balthazar. Cuando yo ya empezaba a estar en disposición de suavizar un poco mi actitud al respecto, él tuvo que añadir—: En cuanto te calmes lo bastante para comportarte como una persona adulta, te darás cuenta.

—Oh, por favor, no me obliguéis a oír esta riña propia de enamorados —dijo Ranulf.

La petición de Ranulf era bastante simple, pero también despertó un recuerdo incómodo de lo ocurrido entre Balthazar y yo, de las muchas cosas que él había querido y que yo no había podido darle. A pesar de que yo no creía que los celos determinasen las acciones de Balthazar, me pregunté si clavarle una estaca a Lucas no le causaba cierta satisfacción.

El día después de mi muerte, Balthazar había insistido en ir tras Charity y se había llevado consigo a Lucas, sabedor de que él estaba demasiado conmocionado para luchar bien. Lucas, en un gesto casi suicida, se metió en ello sin estar preparado. El resultado del error de Balthazar repercutiría en Lucas para siempre. Aquello iba más allá de todo cuanto hubiera pasado entre nosotros anteriormente, ya fuera bueno o malo.

—Esto es lo que ocurre cuando se sale con el tipo de muerto equivocado —dijo una voz sarcástica.

Seguramente era Maxie, el fantasma de la casa. Los demás no podían oírla. Aunque había estado conectada a Vic desde que este era pequeño, jamás se le había aparecido a él ni a ningún otro ser vivo, excepto a mí. Al prever que me transformaría en espectro, se me había empezado a aparecer cuando yo estudiaba en la Academia Medianoche. Ahora que yo ya había muerto, quería que abandonara el mundo de los mortales y me fuera con ella a otros mundos más místicos. Esa idea me aterrorizaba, y nunca había tenido tan pocas ganas de hablar sobre esta cuestión con ella.

Un silencio incómodo reinó en la estancia. La presencia de un cadáver en el suelo hacía prácticamente imposible mantener una conversación intrascendente. Balthazar contempló las estanterías de vino durante unos minutos en una actitud que yo consideré de mero entretenimiento hasta que sacó una botella.

—Un malbec argentino. Es bueno.

—¿Piensas sentarte aquí y beber vino? —protesté.

—Tenemos que quedarnos sentados aquí y hacer algo.

Balthazar miró a su alrededor en busca de un sacacorchos, pero no encontró ninguno; entonces golpeó sin más el cuello de la botella contra una pila diminuta. Unas salpicaduras rojas mancharon el suelo.

—No es una botella especialmente cara. Podemos reemplazarla.

—Ese no es el problema —dije.

—¿Y cuál es el problema, Bianca? —Él también estaba enojado—. ¿Acaso tienes miedo porque aparento ser menor de edad? Puede que mi cara sea la de un chico de diecinueve años, pero legalmente tengo unos cuatrocientos.

Él sabía que no me refería a eso. Antes de que pudiera replicarle, Ranulf refunfuñó:

—Otra vez esas peleítas…

—Vale —dije—, vale. Hagamos una tregua.

Yo también me sentía demasiado cansada para aquello. Aunque parecía que Balthazar tenía intención de proseguir, finalmente lo dejó. Entonces se sacó mi pulsera del bolsillo.

—He encontrado esto en el césped —dijo.

—Gracias —respondí con voz apagada.

Me apresuré a abrochármela de nuevo. Desde mi muerte, hacía dos días, había aprendido que solo había dos cosas con las que sentía un fuerte vínculo en vida, y que tenían el poder de permitirme ser completamente corpórea: esa pulsera de coral y un broche de azabache que Lucas llevaba en el bolsillo. Los dos estaban hechos de materiales que en su momento habían estado vivos; era algo que teníamos en común. En cuanto la pulsera hizo su efecto, noté la fuerza de la gravedad y dejé de esforzarme por mantener una forma regular.

Balthazar suspiró con fuerza, cogió dos vasos de una estantería que había junto a la pila y sirvió vino para Ranulf y para él. Al cabo de un momento, dijo:

—¿Ya no puedes beber vino? ¿Ni nada de nada?

—No lo sé —respondí—. No parece que necesite comer ni beber.

Reparé en que la mera idea de masticar me resultaba desagradable: una diferencia más entre el mundo viviente y yo.

«Hay cosas mejores que comer y beber —apuntó Maxie. Su presencia era cada vez más patente, un especie de zona fresca justo a mi lado; sin embargo Balthazar y Ranulf eran completamente ajenos a ella—. ¿No sientes curiosidad por saber cuáles son?».

No le hice caso. Solo tenía ojos para Lucas, pálido y abatido en el suelo. Alrededor de la estaca, no había más que un círculo fino de manchas de sangre, la prueba inequívoca de que su corazón había dejado de latir para siempre. Sus facciones duras, que siempre me habían cautivado —la mandíbula firme, los pómulos elevados—, ahora eran más marcadas, y su atractivo resultaba tan intenso como fuera de lo común.

El apartamento improvisado de la bodega había sido el lugar donde habíamos vivido las últimas semanas de nuestras vidas; de hecho, aquel había sido el único período en que habíamos podido estar juntos sin más, sin normas que nos mantuvieran separados. Habíamos intentado cocinar espaguetis en el hornillo eléctrico, habíamos visto películas antiguas en el reproductor de DVD y habíamos dormido juntos en la cama. En ocasiones, nuestra situación había parecido muy desesperada, pero me di cuenta de que había sido el tiempo más dichoso que habíamos vivido nunca. Tal vez el más dichoso que compartiríamos jamás.

«Estamos juntos —me recordé—. Tienes que creer que, mientras eso no cambie, lo conseguiremos». Aquella certeza jamás había sido tan importante, pero, a la vez, nunca había parecido tan frágil.

Oí puertas de coches que se cerraban. Al parecer, Vic había logrado librarse de la policía. Ranulf y Balthazar brindaron por ellos, o por Vic. Al cabo de unos segundos, se oyó un golpeteo en la puerta. Balthazar la abrió para dejar entrar a Vic.

—No se creían lo del allanamiento de morada —dijo. Vic, en lugar de entrar, se quedó en el umbral de la puerta—. Al parecer, mis vecinos los han llamado incluso antes que yo y les han dicho que se trataba de una fiesta descontrolada, aunque no entiendo cómo podía parecerles una fiesta. Me han sometido a un test de alcoholemia. ¡Oh, vaya! —Vic vio a Lucas en el suelo—. ¿Qué habéis hecho?

—La estaca no le hará ningún daño —explicó Ranulf—. Cuando se la saquemos, Lucas volverá a vivir. ¿Te apetece un poco de vino?

Vic negó con la cabeza. Se limitó a quedarse allí de pie, con su camiseta y sus vaqueros, incómodo y abatido, mirando a Lucas.

—Él no… no puede…

—No te atacará —dijo Balthazar—. De momento, Lucas no puede moverse. Y no le quitaremos la estaca hasta que consigamos alimentarlo.

Vic se metió las manos en los bolsillos. Aunque sabía que Balthazar decía la verdad, no se atrevió a acercarse más.

Me di cuenta de que, por terrible que a mí me resultara todo aquello, para él tenía que ser cien veces peor. Era el único humano en la sala y, pese a haber crecido en una casa encantada y haber asistido a la Academia Medianoche, la experiencia de Vic con lo sobrenatural había sido positiva, por lo menos hasta esa noche, cuando uno de sus mejores amigos había intentado asesinarlo.

Balthazar se sacó un bolígrafo y un trozo de papel del bolsillo y anotó algo.

—Vic, si puedes mantenerte despierto un poco más, deberías ir a este sitio —dijo—. Es una carnicería de la ciudad. Abrirá en menos de una hora. Se sacan unos ingresos extra vendiendo sangre. Págales en efectivo y no te preguntarán para qué la quieres.

—No creo que pudiera dormir ahora mismo —respondió Vic—. Tampoco estoy totalmente seguro de que alguna vez logre volver a dormir.

Aunque intentaba bromear un poco, se le quebró la voz al pronunciar las últimas palabras.

Me acerqué a él y lo abracé con fuerza.

—Gracias —susurré—. Has hecho mucho por nosotros, y nosotros no hemos hecho nada por ti.

—No digas eso. —Vic me dio una palmadita en la espalda—. Sois mis amigos. Con eso basta.

¿Cómo compensar a Vic por todo lo que le debíamos? No era solo dinero, también nos había ofrecido lealtad y valentía. Yo no sabía si guardaba algo de eso en mi interior. Los demás teníamos poderes, pero quizá él fuera el más fuerte de todos.

Cuando nos separamos, Vic me dirigió una sonrisa sesgada.

—Todos mis amigos estáis muertos. Voy a tener que plantearme esto algún día.

A pesar de todo, su ocurrencia me hizo reír.

—Vamos, Vic —dijo Ranulf propinándole una palmadita en la espalda—. A mí también me gustaría comprar unos cuantos litros. Tal vez más tarde podamos arreglar el desastre del césped de tu casa.

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