Read Rebelde Online

Authors: Mike Shepherd

Rebelde (53 page)

—Ray, ya sabe que mis órdenes son esperar a Mac.

—Howie, sabe que Mac me ha ordenado quedarme aquí con usted. De veterano a veterano: debo admitir que estoy harto de dar vueltas alrededor de esta roca de mierda. No hay más que asteroides pasando a toda velocidad. Había pensado sugerirle a Mac que patrulle con su flota la zona de París 8. —Kris comprobó su panel. París 8 era un planeta gaseoso a medio camino entre el salto Alfa, donde se encontraba la flota de la Tierra, y el salto Delta, donde se encontraba la de Bastión.

—Ya he desperdiciado suficiente combustible dando vueltas —dijo el general Ho mirando por la ventanilla—. París 8 es el único planeta de por aquí que no tiene una nube de asteroides flotando a su alrededor. Creo que informaré a la Tierra de que quiero establecer una base temporal para la flota allí.

—Qué coincidencia —dijo el abuelo Ray sonriendo.

—Exacto —asintió el general de la Tierra.

—Bueno, ya tenemos ese punto resuelto. Alférez, ¿ha encontrado usted algún problema? —dijo Ray dirigiéndose a Kris.

—Nada destacable, lo normal en caso de motín: qué hacer con el antiguo capitán y quiénes de los que están a bordo me apoyan. —Se encogió de hombros—. ¿Quiere que tomemos más prisioneros?

El bisabuelo Ray apretó los labios al darse cuenta de que todavía tenía que esclarecer una cuestión importante. ¿La batalla estaba a medias o podían cantar victoria ya e ir pidiendo unas cervezas para celebrarlo?

—Kris, me da mucha rabia admitirlo, pero creo que la flota de la Tierra debería vernos en plena persecución. Además, quiero hablar con los imbéciles que han organizado todo esto. ¿En qué estaban pensando?

—Tenemos bajo vigilancia al capitán, al segundo al mando y al oficial de comunicaciones de la Tifón. Veré qué puedo hacer para que hable con el comodoro Sampson. Con su permiso, señor, tengo mucho trabajo por delante.

—Entendido. Aquí Longknife, corto y cierro.

—Aquí Longknife, corto y cierro —repitió Kris, y encendió el motor inmediatamente—. Helm, acelera a un g y medio. Traza la ruta hacia el punto de salto Kilo.

—Por supuesto, señorita. Un g y medio hacia el punto de salto Kilo.

Kris tamborileó con sus dedos sobre el comunicador.

—Sobrecargo Bo.

—Dígame, señorita —escuchó al instante.

—¿Le importaría ir a hablar con los chicos? Convenza a los que estén asustados de que estamos haciendo lo correcto y coménteme cualquier problema que surja. Básicamente, lo que haría yo si no tuviera que hacer ahora mismo dos cosas a la vez.

—Entendido, capitana. Será un placer.

Capitana. Hacía tiempo que Kris había dejado de soñar con ese título. Bueno, todavía no se lo había ganado.

Estudió su pantalla. Los vectores de la Huracán y de la Siroco iban a tres g y acababan de desviar su trayectoria hacia la flota de la Tierra. En breve acelerarían para volver al punto de salto. La Tifón estaba frenando en ese momento, aunque seguía alejándose del salto a bastante velocidad. Sin embargo, Kris no tenía necesidad de atrapar al buque insignia, solo había que dañar sus motores. Mientras siguiera moviéndose, los motores eran el objetivo principal.

Kris redujo la potencia de sus láseres a un décimo de su fuerza y comenzó a disparar contra la popa de la Huracán y de la Siroco cada vez que sus zigzagueos le daban la oportunidad de hacerlo. Su primer disparo se perdió por la izquierda. El segundo, por la derecha. El tercero se perdió de nuevo por la derecha porque la nave cambió su trayectoria rápidamente hacia la izquierda. Kris activó el comunicador.

—Comodoro Sampson, podemos estar así todo el día. Tarde o temprano, lo alcanzaré. Si no es ahora, será en el punto de salto. Sus planes no son viables.

Dos disparos después, las naves del comodoro dejaron de zigzaguear en la ruta hacia el punto de salto Kilo; en cambio, dieron una amplia bordada hacia la derecha y se alejaron en dirección contraria.

—¿Adonde van? —preguntó Tom.

—Creo que han encontrado otro punto de salto para dejarnos atrás. Addison, ¿alguna sugerencia?

El mapa del sistema estelar apareció en la pantalla principal. Había cuatro puntos de salto marcados en rojo.

—Pueden dirigirse a cualquiera de estos cuatro. Espero sus órdenes, señora.

Kris se frotó los ojos tratando de recordar lo que un capitán debería decidir en un momento así. Activó el comunicador.

—Ingenieros, ¿cómo vamos de combustible?

—Con tanto disparo, hemos consumido una buena parte, pero todavía nos queda aproximadamente el sesenta por ciento.

—El escuadrón de ataque 6 sigue en pie y el jefe de personal de Bastión tiene muchas ganas de comentarle un par de cosas. ¿Alguna sugerencia?

—Tenemos un montón de novatos a bordo, capitana. —Daba gusto escuchar esa palabra en boca de un teniente comandante que perfectamente podía haber formado parte de la conspiración—. A lo mejor no se ha dado cuenta, pero Thorpe estaba simulándolo todo. No hemos ido a más de un g y medio. Le sugeriría que mantuviéramos esta velocidad durante media hora y que después pasásemos a dos. Si no surge ningún problema, podríamos subir a tres. Sé que es algo lento, pero tenemos demasiada gente sin experiencia en operaciones a gran velocidad.

Sus argumentos eran razonables, pero eran una excusa para dejar escapar a la Huracán. Los ingenieros y sus hombres habían creado su propia camarilla. Maldita sea, si quería detener la persecución, solo tenía que descargar el núcleo del reactor.

—Gracias, ingenieros. Lo tendremos en cuenta. Comandante Paulus, por si no se ha dado cuenta, es usted el oficial superior a bordo. La silla vacía del puente es para usted.

—Disculpe, señorita Longknife, pero creo que debería estar por aquí si se cargan los motores. Ya sé que el anuncio dice que las barcazas de metal líquido pueden cambiar a cualquier otra configuración sin problema pero, cada vez que reducimos el casco, mis hombres y yo nos las vemos y nos las deseamos para que el plasma siga fluyendo. Alférez, usted nos ha defendido perfectamente hasta ahora. Prefiero quedarme aquí hasta que encuentre un sustituto de fiar que se asegure de que los motores no salten por los aires.

Era la primera vez que Kris oía que los ingenieros tenían problemas con el metal líquido.

—¿Cuál es la situación, comandante?

—Nada que no pueda gestionar yo. Y si no soy capaz, ya gritaré. —Kris se dio cuenta enseguida de que la tarea del capitán no consistía solamente en jugar a los bolos y beber cerveza—. Guarda, avise a todos de que pasaremos a dos g en media hora y a tres en cuanto podamos.

La Tifón tardó casi tres horas en llegar a tres con veinticinco g. En el calabozo de la nave solo había una cama de metal. Era tentador dejar que Thorpe sufriera la subida de g sin ninguna protección, pero Kris ordenó a los marines que improvisaran unos colchones de aire. Cuando la nueva capitana aceleró al máximo la Tifón, la Huracán y la Siroco ya se encontraban fuera del alcance de su láser.

Muy por detrás de Kris, las cuatro naves de la segunda división andaban inmersas en su propia batalla: dos capitanes experimentados contra unos presuntuosos suboficiales que estaban probando por primera vez las mieles del mando en plena batalla. Sin embargo, los diseñadores de las corbetas de ataque rápido volvieron para perseguir a esos dos rebeldes. En plena persecución, apuntaron sus armas en la dirección equivocada y dejaron al descubierto sus motores. Santiago y Harlan tardaron un rato, pero tenían tiempo de sobra y la suerte no sonreía precisamente a la Monzón y a la Shamal. Mucho antes de que lograsen llegar al salto, sus motores estaban dañados y sus patrones fueron reemplazados por subordinados que no tenían ningún interés en luchar a las órdenes de un reducido grupo de oficiales que no les habían comunicado el motivo de su misión.

El bisabuelo Ray tenía que interrogar a un montón de prisioneros, pero Kris estaba convencida de que Thorpe no estaba al tanto de toda la historia. Si el escuadrón de ataque 6 hubiera sido capaz de diezmar la flota de ataque de la Tierra, ¿qué haría después? Las naves podían recorrer todas las estrellas, pero tenían que conseguir comida y hacer algunas reparaciones. La Huracán se movía, pero ¿adonde? Cuando la Tifón logró tomar velocidad, Kris abrió una conexión con todos los oficiales leales.

—Ingenieros, ¿cómo vamos?

—El tercer láser ha perdido potencia y no sé la causa. Con su permiso, señorita, prefiero que no enviemos al equipo de reparaciones mientras estemos al máximo de potencia. Los mejores técnicos de mi equipo de mantenimiento están controlando ahora mismo los motores.

—Comandante, la sección de ingeniería es toda suya y debe dirigirla como crea conveniente. ¿La aceleración está causando algún problema?

—No, porque estamos acelerando despacio. Pero si yo fuera el capitán de la Huracán, me preocuparía de que el comodoro haya sido capaz de acelerar tan rápido ese maldito metal líquido. Por mi parte, está todo controlado. Son ellos los que deberían preocuparse.

A Kris se le ocurrió entonces una posible negociación. ¿Por qué no hacer una llamada pacífica al comodoro para sugerirle que comprobase las pantallas de ingeniería? Se rió entre dientes, y no era una experiencia agradable a tres con veinticinco g.

—¿Qué más me hace falta saber?

—Aquí la sobrecargo Bo, capitana. El personal de cocina no ha cocinado jamás a tanta velocidad. Propongo que preparemos solo embutidos hasta que reduzcamos la velocidad.

—Adelante, sobrecargo. ¿Alguna otra cosa?

—No, señorita. Aquí tiene usted a un buen equipo y todos la apoyamos. —Daba gusto escuchar esas palabras. El problema de ese tipo de persecuciones era que solían alargarse, y a tres con veinticinco g, Kris pesaba ciento ochenta kilos. El mero hecho de respirar agotaba a cualquiera. Además, la plantilla para los períodos de paz no daba para mucho en un combate real. Normalmente, en el puente trabajaban dos personas a la vez. En ingeniería también. Pero a tres con veinticinco g, el comandante Paulus necesitaba a todo su equipo de vigilancia y mantenimiento. Kris no podía moverse de la pantalla de ataque ni Tom de la de defensa. Addison tampoco estaba dispuesto a bajar la guardia.

—No sabemos cuándo se darán la vuelta para atacarnos. Me quedo aquí con ustedes.

Kris planificó un descanso de dos horas para Tom, luego otro para Addison y después otro para ella en sus respectivas estaciones. Ordenó a los demás oficiales de la nave y encargados que planificaran los descansos del resto de la plantilla. Dos tercios del personal debía estar en sus puestos mientras el tercio restante descansaba. Cuando Kris se despertó de su siesta, la Huracán había cambiado su rumbo hacia el punto de salto Mike.

—Jamás se ha utilizado —le contó Nelly a Kris—. Es un lugar absolutamente deficiente.

—Deben transformar la nave ya y reducir la velocidad o... —Tom prefirió omitir el resto.

—O no podrán ajustar su trayectoria para llegar al punto de salto —concluyó Addison—. Quizá logren llegar al salto. Aparecerían en la siguiente galaxia, si es que hay saltos que lleguen hasta allí. —Se giró hacia Kris con dificultad debido a la aceleración—. Los Longknife tienen más idea que yo.

Kris suspiró.

—Créame, no tengo ni idea de saltos. Si ha oído alguna hazaña de mi bisabuelo Ray en Santa María, no es hereditario. Voy a anticiparme ya y espero que quede claro. No vamos a ir a un punto de salto con esta energía. ¿Alguna pregunta? ¿Algo que objetar?

—Por mí bien —dijo Tom.

—Ingenieros, ¿cómo vamos?

—Sin cambios, señorita. Ya tenemos tres láseres cargados. El condensador de capacidad está al completo. El reactor se mantiene fuera de peligro. Todo parece estable. —Kris ordenó otra rotación de descansos para las siguientes seis horas. Justo cuando le iba a tocar su turno, el semblante de Tom se tornó serio.

—Percibo actividad en el punto de salto Juliet. No está demasiado lejos de Mike.

—¿Qué puntos conecta? —preguntó Kris.

—Un montón de mundos del sector exterior, pero no es demasiado estable y no es recomendable usarlo con regularidad. —Dos minutos después, el punto de salto escupió seis señales.

—Aquí la corbeta de Bastión, la Tifón, a las naves que acaban de salir del punto de salto Juliet, de París. Identifíquense —exigió Kris, y esperó para ver si el comodoro había avisado a algunos amigos.

—Aquí el crucero de la Sociedad, la Patton, de Bastión —dijo lentamente una voz femenina. Kris expulsó la respiración contenida—. Espero que la fiesta no se haya acabado y que no se hayan terminado las cervezas. Estoy dirigiendo al escuadrón de exploración 45. No ha sido nada fácil recolectar toda esta chatarra y ponernos en marcha.

—Patton, aquí la alférez Longknife en funciones de capitana de la Tifón. El escuadrón de ataque 6 ha lanzado un ataque no autorizado contra la flota de la Tierra. Estamos persiguiendo a la Huracán y a la Siroco.

—¡Cielo santo! Ya lo veo, pero no pensará ir a un salto a esa velocidad, ¿verdad?

—Claro que no, aunque no tengo tan claro que ellos no vayan a hacerlo. ¿Se atreve a pararles los pies para que no lleguen al salto Mike?

—¡Qué bueno, chicos! Nos han reservado lo más divertido. Exploración 45, seguidme. Persecución general. Disparen si los tienen a tiro.

La Patton lanzó un disparo a distancia. Durante la guerra iteeche, el alcance de los láseres se había triplicado. Sin embargo, los cañones de quince centímetros de la Patton solo tenían un alcance de sesenta mil kilómetros. Cuando la onda residual quiso llegar a la Huracán, el nivel de energía no era muy superior al de un día de verano en el lago de Bastión. Aun así, el disparo de la Patton logró calentar a la Huracán. Kris ordenó que se comprobasen los vectores en su pantalla. El escuadrón 45 estaba acelerando y la Huracán se había quedado bloqueada por culpa de su frenética velocidad y la necesidad de mantenerse alineada con el punto de salto Mike. El buque insignia estaba en apuros.

Quince minutos después, se interceptó un mensaje que ponía de manifiesto esos apuros.

—General McMorrison a escuadrón de ataque 6. No tienen ninguna posibilidad, los alcanzaremos mucho antes de poder saltar. Es un suicidio si lo intentan. Reduzcan la velocidad y prepárense para el asalto.

—¡Por todos los cielos! —exclamó Tom—. La Huracán está acelerando: tres con cuatro, tres con ocho, cuatro g.

—Va a saltar por los aires —dijo Addison sacudiendo la cabeza—. Señorita, ¿quiere que acelere?

Other books

The Killer Koala by Kenneth Cook
The List by Anne Calhoun
Dirty Kisses by Addison Moore
Mind of the Phoenix by Jamie McLachlan
Turning Point by Barbara Spencer
The White Father by Julian Mitchell
The Team That Stopped Moving by Matt Christopher
Joyful by Shelley Shepard Gray


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024