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Authors: Mike Shepherd

Rebelde (52 page)

»Puede que no le guste la política de mi padre, pero la gente le votó. ¿Cree que el capitán y su cuadrilla pueden hacerlo mejor? ¿Recuerda aquel campo de minas que nadie identificó antes del salto? Cabría pensar que alguien con tantas ganas por batir el récord de la misión de rescate más rápida repararía en algo como un campo de minas. ¿Qué otras cosas pasará por alto? ¿Es eso lo que quiere? —Trasladó su mirada desde el inmóvil sargento hacia quienes lo rodeaban.

»¿Quieren seguir las órdenes del cabrón más poderoso y con menos escrúpulos del lugar? ¿Es eso lo que quieren para sus hijos y nietos? ¿Que el espacio se venga abajo por cualquier señor de la guerra capaz de amasar poder? Porque no cabe duda de que los hombres borrachos de poder que ni siquiera son capaces de dirigir un buen desembarco no van a tener ni idea de cómo dirigir un planeta. ¿Quién ha dado las órdenes que estamos obedeciendo? Oficial de comunicaciones. Usted tiene que estar implicado. ¿Quién ha impartido las órdenes?

El teniente de comunicaciones se puso tan colorado como sus indicadores. Hizo un gesto hacia su oficial.

—¿Señor?

—No es asunto tuyo, Longknife. La gente como tú ha estado dando órdenes durante tanto tiempo que no podéis creer que otros sepan lo que les conviene a nuestros mundos mejor que vosotros. Nos habéis aplastado, pagándonos una miseria por arriesgar nuestras vidas para que vosotros ganaseis millones y millones mientras dormíais. Aquí se acaba vuestro tiempo. Sargento, dispare a esta chalada.

—Lo siento, señora —dijo el sargento mientras apuntaba a Kris con su arma.

—Sargento, no mueva un dedo —intervino el cabo Li, con el arma lista—. Como haga un solo gesto, sargento, tendré que clavarlo a esa pared.

El oficial ejecutivo se puso en pie. Mientras se volvía hacia los marines, una pistola apareció en su mano. El técnico Hanson ya estaba apuntando con su fusil.

—Tírela, señor, o le juro que morirá antes de que pueda apretar el gatillo. —El oficial ejecutivo se detuvo en seco.

—Suelte el arma, señor —dijo el cabo Li—. Lo digo en serio, oficial ejecutivo. Y usted, sargento.

—Les colgarán por esto —gritó el capitán.

—Algo me dice que nos colgarían igualmente si no hiciésemos nada, señor. Señora, no soy más que un soldado, pero me gustaría saber si estoy peleando en el bando correcto. Creo que, si nos equivocamos, siempre podemos tirar las armas y dejar que den comienzo al ataque; quizá después de todo nos favorezca.

—Oficial de comunicaciones, abra las frecuencias estándar de Bastión —ordenó Kris.

El capitán negó con la cabeza.

—Que te jodan —dijo el teniente de comunicaciones.

—Nelly, bloquea las comunicaciones en la estación de Tom. Después, hazte con su control. Rápido.

—Bloqueadas, señora. Accediendo a ellas.

—¿Tom? —preguntó ella, sabiendo una vez más que estaba asumiendo que la seguiría, exigiéndolo de forma implícita para así demostrar a toda la tripulación que podían seguirla. ¿La apoyaría una vez más?

Sus manos ya estaban deslizándose sobre el panel.

—Estoy en ello —respondió—. Maldita sea, la Huracán es la fuente de las interferencias. —Echó un vistazo a la tripulación congregada en el puente—. Alguien no quiere que escuchemos segundas opiniones.

—Concentra la frecuencia —ordenó Kris—. Estrecha el rango de búsqueda, ajústalo a las órdenes de emergencia y en torno al planeta más próximo al punto de salto Delta —continuó, basándose en sus suposiciones. Tenía que dar con el buque insignia de Bastión. Si la flota de batalla terrestre no se había movido de su salto, era probable que la de Bastión aún permaneciera cerca del suyo.

Cinco segundos después, Tom negó con la cabeza.

—Necesitamos más energía. No puedo librarme de las interferencias.

—Vacía el condensador de capacidad. —Estaba segura de no querer utilizar aquel combustible para alimentar un ataque sobre las naves de la Tierra. Tom pulsó las teclas de su panel. Kris casi se olvidó de respirar mientras sus indicadores brillaban en rojo. Aquellas personas necesitaban pruebas; ella debía proporcionárselas.

—Treinta y cinco mil kilómetros —anunció Addison para todo aquel a quien le importase.

Tom esbozó su amplia sonrisa una vez más.

—Listo. Recibo algo.

—¿Qué demonios creen que están haciendo? Escuadrón de ataque 6, conteste, maldita sea. En el nombre de Dios, ¿qué están haciendo?

—Es mi bisabuelo Peligro —dijo Kris, perpleja—. La última vez que lo vi, estaba trabajando con el primer ministro para encontrar una solución pacífica a esta crisis. ¿Alguien más sigue pensando que debemos hacer lo que estamos haciendo? —dijo Kris, abarcando con la mirada a toda la tripulación del puente. Los rostros cambiaban su palidez por determinación a medida que los escrutaba. De fondo, el bisabuelo Peligro intentaba ponerse en contacto con el comandante del escuadrón de ataque 6 con energía y un lenguaje que ella nunca le había escuchado emplear.

—¿Debería responder? —preguntó Tommy.

—No. —Kris tragó saliva—. Están dispersos por todo el sistema. Si hay que detener este ataque, tendremos que hacerlo nosotros. Y tendrá que ser una sorpresa.

—¡No podéis hacer esto! —gritó el capitán—. ¿No veis que estáis echando a perder nuestra última oportunidad? Estáis entregando la galaxia a perras ricas como esta. Vais a permitir que sigan dándoos órdenes. Nos han tenido cogidos por los huevos y ahora quieren castrarnos.

Pero ya nadie escuchaba a Thorpe. Los ojos se concentraron en las pantallas, los dedos golpetearon los paneles de batalla, la tripulación del puente estaba del lado de Kris.

—Sargento, ¿está con nosotros? —preguntó ella.

—Sí, señora. Mi nieto está a punto de nacer. Y quiero que podamos darle el mejor mundo posible.

—Sargento, cabo, saquen a estos hombres del puente. Tenemos que librar una batalla. Y una que detener.

—Sí, señora. Ya han oído —ordenó el cabo Li.

—Cuando te incorporaste a la Marina —escupió Thorpe—, pensé que tenías lo que hay que tener para ser una guerrera. Ahora veo que eres una mierda, como todos los demás.

—Señor —gruñó el sargento—. O se calla y empieza a moverse, o le juro por Dios que seré yo quien le haga callar. —Levantó la culata de su fusil—. Y haré que el oficial ejecutivo y el de comunicaciones lo lleven a rastras.

Kris dejó que el sargento se ocupase de Thorpe; tenía otros problemas entre manos.

—Addison, ¿estás conforme con todo esto? —preguntó finalmente mientras el capitán optaba por callarse y era conducido fuera del puente.

—Supongo, señora. Esta no es exactamente la Marina de la que me hablaba mi padre.

—O el mío —dijo Kris. En su panel de batalla, las corbetas estaban dispersándose. Sin embargo, la Chinook se encontraba a trescientos kilómetros de la Tifón—. Muy bien, gente, esto es lo que vamos a hacer: el escuadrón necesita un aviso para informar de que estamos metidos en un buen problema. Addison, prepárese para ejecutar maniobras evasivas a mi señal.

—Sí, señora —dijo el timonel después de tragar saliva.

Kris se sentó en su puesto, envolvió los controles con sus manos y apuntó los láseres de pulsos de veinticuatro pulgadas a la popa de la Chinook. Había llevado a cabo suficientes maniobras defensivas a bordo de la Tifón como para conocer cuál era su punto más vulnerable. Si alcanzaba a la nave de un escuadrón de ataque en la estación de control, el disparo penetraría hasta llegar al reactor. La explosión resultante sería enorme, y la sacudida, atroz, pero la tripulación viviría para escribir sobre ello.

Kris tomó aire en dos ocasiones, esperó a que sus manos sujetasen con toda firmeza los controles y fijó la mira de su ordenador cuidadosamente sobre la Chinook. Un vistazo a los cuatro sistemas en funcionamiento (radar, láser, gravitacional y óptico) mostraba cuatro distancias diferentes. Tomó una decisión, redujo la potencia de los láseres de veinticuatro pulgadas a la mitad y apretó el gatillo.

En la pantalla, una delgada línea amarilla partió de una corbeta hasta alcanzar a la siguiente. El radar reveló una explosión de gases mientras el láser de Kris atravesaba la popa de su objetivo. La Chinook giró dando descontrolados bandazos y se quedó rezagada de la escuadra al perder aceleración.

—Esto sí que va a llamar su atención. —Tom rió.

—Sí.

—Thorpe, ¿qué demonios ha pasado? —se escuchó a través de la red.

Kris encendió su comunicador.

—Aquí la alférez Longknife, ahora al mando de la Tifón. Sus órdenes de ataque son ilegales. El comandante de la flota de batalla de Bastión le ha exigido desistir. Si no lo hace, yo misma lo detendré.

—¿Longknife? ¿Dónde está Thorpe? Oh, mierda, Siroco y Huracán, ataquen a la Tifón. Segunda división, continúen su ataque sobre la flota terrestre.

—Bueno, querías llamar su atención —dijo Tom, arqueando una ceja con resignación al escuchar en qué nuevo desastre lo había metido su amiga Longknife.

—Addison, oriéntenos hacia la segunda división. Tom, prepárate para poner metal entre nosotros y el buque insignia.

—Sí, señora —le contestaron.

Kris activó su comunicador de nuevo.

—A toda la tripulación, aquí la alférez Longknife. He relevado al capitán Thorpe. Nuestras órdenes de ataque son ilegales. Comandante, la flota de Bastión nos ha ordenado detener el ataque sobre la flota terrestre. Acabo de dañar la Chinook, y vamos a atacar al resto del escuadrón 6. Independientemente de que formase parte de la conspiración o de que permanezca del lado de Bastión, le propongo que siga el ejemplo de la Tifón, porque de lo contrario estaremos todos muertos. Longknife, corto.

—Profundas palabras... —dijo Tom en voz baja.

Kris se encogió de hombros.

—Tenía que decirlas. Addison, empiece a maniobrar dando bandazos y moviéndose en zigzag como nunca antes en su vida.

—Así no habrá quien apunte —observó Addison.

—Pues que así sea. Me interesa más esquivar sus disparos que alcanzarlos con los nuestros.

—Se aproximan objetivos hostiles, señora —le recordó Tom—. Deberían poder disparar en cinco segundos. —Aquella era otra limitación de los navios más pequeños. Los cruceros y las naves de batalla tenían enormes torretas que proporcionaban a los láseres un radio de acción completo. Los láseres de veinticuatro pulgadas del escuadrón de ataque estaban limitados a treinta grados a ambos lados de la proa. Kris empleó el tiempo que los atacantes tardarían en alcanzar a la Tifón para enviar cuatro pulsos a media potencia a las cuatro naves de la segunda división de la escuadra. Falló todos los disparos, excepto quizá el de la Shamal. No importaba; captar su atención era más importante. Lo más interesante fue el comportamiento de la Ciclón y la Tornado. Ambas frenaron, dieron media vuelta y se alejaron de la flota de la Tierra.
Seguro que están teniendo lugar unas discusiones la mar de interesantes en sus puentes.

El estómago de Kris dio un vuelvo cuando Addison hizo virar la Tifón.

—Han fallado —gruñó.

—Vire la proa hacia la Huracán —ordenó Kris.

—Virando —contestó él.

—Trasladando el metal a la proa —informó Tom, mientras trasladaba el metal líquido allá donde era necesario. Kris intentó apuntar al buque insignia, pero cada vez que estaba a punto de efectuar un disparo, Addison hacía que la nave diese un bandazo. Redujo la potencia de los láseres de veinticuatro pulgadas a un cuarto y falló unos cuantos disparos.

—Lamento estar arruinando su puntería, señora —dijo Addison.

—Siga así. Si yo no puedo alcanzarlos a ellos, ellos no pueden alcanzarme a mí.

Entonces los dos atacantes se cruzaron con la Tifón y Addison dio media vuelta para reorientar la proa hacia los disparos, aunque estos no se efectuaron. Ambas naves se dirigían al punto de salto, acelerando al máximo.

—¡Están huyendo! —exclamó Tom.

—Tom, consígueme una conexión con el resto del escuadrón 6 —gritó Kris mientras encendía su comunicador—. Tifón al resto del escuadrón 6. Tengan en cuenta que el buque insignia está dirigiéndose a toda velocidad al punto de salto y sopesen sus opciones.

—Aquí la Ciclón. Alférez Santiago al mando. Estamos con usted, Longknife.

—Aquí la Tornado, J. G. Harlan al mando de forma temporal. ¿Qué quiere que hagamos?

—Ocúpense de la Monzón y la Shamal. Aléjenlas de la flota terrestre. Yo perseguiré al buque insignia.

Pero la Huracán había acelerado hasta tres g y avanzaba en zigzag. La velocidad alejó su vector de la flota de la Tierra, catapultándolo hacia el punto de salto, mientras que su errático movimiento no ofrecía a Kris un buen tiro a los vulnerables motores de la nave.

Por razones que solo Thorpe conocía, no había dispuesto la Tifón para una intensa aceleración, ni Kris recordaba haber practicado maniobras a mayor velocidad que uno y medio. Así que redujo la velocidad y observó el desarrollo de los acontecimientos.

Un par de naves de batalla terrestres habían preparado una o dos armas. La Shamal y la Monzón se encontraron en el centro de la atención no solo de sus naves hermanas sino también de una docena de láseres terrícolas de catorce, dieciséis y dieciocho pulgadas. Si su lenta reacción se hubiese extendido sobre ocho atacantes, hubiese sido patético. Aún lo era, pero solo se concentraba sobre dos. La Shamal y la Monzón se separaron y fueron a toda velocidad hacia el punto de salto, con la Ciclón y la Tornado pisándoles los talones.

—Supongo que ahora sería un buen momento para informar —dijo Kris mientras encendía su comunicador—. Aquí la alférez Longknife, al mando de la Tifón y llamando a todos los comandantes de la flota del circuito. —Su pantalla se dividió y aparecieron dos caras, una de ellas familiar, otra muy familiar.

—Aquí el general Ho, jefe del Estado Mayor de las fuerzas de la Tierra. ¿Quiere explicarme lo que acabo de ver?

—Aquí el general Ray Longknife.

—Señor presidente. —El general Ho se cuadró a modo de saludo.

—No, hoy solo general, Howie, trabajando con el general McMorrison, jefe del Estado Mayor de Bastión. General, me parece que acaba de salvarle el culo otra Longknife.

—Eso me pareció a mí también, Ray.

—General, puede quedarse ahí sentado esperando a que otra pandilla de descerebrados cometa alguna estupidez; puede incluso que esta vez nos ataquen a nosotros. También puede venir aquí y ponerse manos a la obra con lo que los dos sabemos que hay que hacer.

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