Read Premio UPC 1995 - Novela Corta de Ciencia Ficción Online
Authors: Javier Negrete César Mallorquí
Tags: #Colección NOVA 83
—No estoy dispuesto a contribuir en este repugnante plan por mucho dinero que me ofreciese, señor Hudson. Ya ha sufrido demasiada gente. —Las palabras de Jon me conmovieron, pero también me produjeron un estremecimiento. En mi boca apareció un regusto a bilis que me desagradó totalmente.
El rubio de casi dos metros situado detrás nuestro se movió sigilosamente.
—¿Y usted qué opina, doctor Hammond? —Su mirada se incrustó en mí cerebro como una lanza, casi sentí la fuerza de sus ojos en mis retinas.
—Eh... Opino lo mismo que él, —Yo no estaba tan seguro como Jon, y creo que mis vacilantes palabras lo demostraron.
—Bien —dijo Hudson incorporándose como una cobra y haciendo un gesto de resignación con sus manos—, entonces creo que es el momento de...
Jon Uzarri hizo un rápido movimiento con sus brazos, segundos antes de que el fino cable que el asesino de Hudson había extraído de la corona de su reloj se tensara sobre los músculos de su cuello. La inesperada actuación de Jon cogió desprevenidos a todos, yo entre ellos. Sus fuertes brazos de vasco, curtidos en el gimnasio, agarraron al rubio por la espalda, permitiéndome cogerle el arma que colgaba debajo de su brazo izquierdo, una vez que mis neuronas se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo y se decidieron a mandar corrientes sinápticas hacia mis músculos. Jon siguió aterrándole el cuello, mientras el individuo intentaba desasirse de la tenaza que le impedía cualquier movimiento. Con la culata del arma le golpee sobre el lado derecho de la cabeza y, finalmente, Jon dejó que el cuerpo inconsciente del asesino resbalara hasta el suelo enmoquetado, donde quedó tendido.
Apunté a Hudson con la Magnum 357 de su hombre. Su rostro había enrojecido por la rabia y sus dientes se apretaban con fuerza, las mandíbulas parecían crujirle de tanto forzarlas. El doctor Beiss intentaba ocultarse en su asiento sin conseguirlo, su rostro había palidecido por la sorpresa y el miedo. Incluso yo estaba sorprendido. Miré a Jon. Sonreía. Nunca me hubiese figurado que podía hacer algo así. Claro que tampoco nunca habría imaginado que estaría apuntando al dueño de medio Nueva York con un arma de grueso calibre.
—Hay algo que tampoco usted sabe, señor Hudson. —No entendía por qué sonreía Jon. Habíamos estado a punto de morir y sin embargo, parecía alegre como un colegial—. El doctor Tombstone estaba realmente resentido, señores. Recordaba, con viveza, la frialdad de su hombre —señaló al bulto dormido en el suelo— al adherir el detonador magnético en el cinturón del doctor Relow. Me confesó que nunca había podido olvidar los ojos de su compañero cuando le abandonaron. Decía que cada vez que se acostaba, al cerrar los párpados le veía a él, resignado, tumbado en el suelo, carente de piedad y conmiseración humana. Por eso quiso vengarse, arrepentirse. ¿Alguien me podría decir qué hora es? —Creí que aquélla era una pregunta estúpida ante nuestra situación.
—Falta un minuto para las ocho de la tarde —informó Beiss, nervioso.
—Bien —dijo Jon—. Esperaremos. —Hacía sólo una hora que nos habían secuestrado. Una eternidad. En algún lugar sonó un reloj. Eran las ocho.
—Ha pasado su tiempo, Hudson. —Las palabras de Jon fueron serenas y tranquilas—. Su querido Centro de Física de Denver y su laboratorio con muestras mortales han sido borrados de la fax de la Tierra.
—¡Eso es mentira! —escupió Hudson enfurecido. Su rostro parecía a punto de estallar de rabia.
Antes de que acabara su exclamación, sonó un videófono. No vimos quién llamaba, pero sí intuimos lo que decían.
Sí... se habían producido una serie de explosiones... en Denver. Sí... los dos centros habían sido reducidos a cenizas... La televisión está allí... Un atentado... Sí, estaban asegurados, pero... imposible recuperar nada... Habían usado un explosivo incendiario que había alcanzado temperaturas elevadísimas en la zona...
Beiss se levantó nervioso y pulsó varios botones de la mesa. Una fila de monitores apareció sobre una de las paredes de la sala. Como los ojos de un enorme monstruo, fueron abriéndose uno a uno, mostrando el infierno. En todas las cadenas emitían un programa especial. Se había producido un atentado terrorista en varias de las empresas de la Corporación más importante de Norteamérica, la misma que había librado al mundo de la plaga de la viruela. Los locutores mostraban sus alabanzas y sus respetos al señor Hudson, ignorantes de la verdad que siempre se oculta, rastrera y misteriosa. La televisión mostraba los incendios, volcanes de magma en erupción que escupían columnas de destrucción, gemido ardiente de un voraz y justo dragón. Los bomberos intentaban apagar el fuego que presentaba una fuerte resistencia. Se producían, en la lejanía, algunas explosiones, todavía, que se alzaban imponentes hacia la noche, con un resplandor brillante y purificador.
Hudson cortó la comunicación. Estaba serio, muy serio. El doctor Beiss le miró, convertido en un fantasma de sí mismo. El magnate se volvió hacía la ventana, su rostro transformado en una máscara de desolación.
—Váyanse, doctores. —Fueron sus últimas palabras, agónicas, gimientes.
Nunca olvidaré la figura de aquel hombre enfrentado a la Estatua de la Libertad, sus sueños megalomaníacos convertidos en cenizas de un recuerdo.
Beiss se hundió nuevamente en su asiento, y cruzó sus manos, impotente, en un rezo traidor y hereje. El matón de Hudson siguió tumbado sobre la moqueta escarlata, inconsciente.
Salimos del edificio, nadie nos detuvo, nadie nos dijo nada. Estábamos en Brooklyn. Tomamos un taxi. El silencio se adueñó de nosotros. En la oscuridad del automóvil miré a Jon. Él también me miró. Su rostro estaba sereno, sus ojos apacibles, y en su faz se dibujaba una tenue sonrisa.
La luna surgió de entre las nubes e iluminó nuestro regreso con sus débiles y lechosos haces, convirtiéndonos en sus duendes. Un rayo luminoso surcó el cielo, rajándolo de parte a parte. Mis pensamientos se perdieron en la noche. Suspiré. Cerré los ojos. El sueño me acompañó, y me dejé llevar por él. No tuve pesadillas.
La última comunicación desde la Luna, el día 2 de mayo del año 2047, nos informó de que la crisis médica había cesado. El antivírico había acabado con la enfermedad. El jefe de la policía y sus hombres recobraron el control sobre la colonia, y el doctor Mitchell continuó trabajando en el hospital, observando con estricta vigilancia los posibles órganos que el mercado de los Degolladores pudieran introducir en el satélite.
Hoy es 3 de mayo, estoy en el espaciopuerto Kennedy. La nave colonial
Moonlight
acaba de aterrizar. El tren bala se dirige hacia la terminal. Llevo un bonito traje gris con túnica y he comprado un ramo de flores que me ha costado medio sueldo. Estoy contento.
Intento olvidar los últimos acontecimientos, sin poder hacerlo. ¿Hudson no se había dado cuenta de sus errores? Creo que a todos sus hombres, y a él mismo, les cegó el triunfo, la victoria, el dinero. Todo parecía minuciosamente calculado. Sus negocios adecuados a las consecuencias de sus epidemias. Pero jugaba con fuego... con algo más que con fuego.
Había querido manipular el tiempo. Pero, ¿qué hubiera sucedido si hubiese conseguido organizar viajes espacio-temporales? El ser humano es impredecible. Quizás en alguno de esos viajes a alguien se le hubiera ocurrido tocar, coger, modificar algo y... No quiero pensar en ello. El principio de causalidad del que tanto hablaban los físicos retornaba sin piedad. El tiempo no puede variarse. Había querido cambiar la naturaleza. Pero los virus y las bacterias son seres vivos. Hubiesen podido mutar. Si lo hubieran hecho, ninguno de sus fármacos habrían servido para nada. La epidemia se hubiera extendido por el mundo, y hubiese podido acabar con la humanidad. Las cosas no son tan sencillas como Hudson y sus hombres creían. Tombstone se lo demostró.
Lo único que todavía me producía cierto ardor en la boca del estómago era el que Hudson y su Corporación quedaran impunes, y no sólo eso, sino que el máximo responsable de las empresas, además, se transformara en un mártir, víctima de los terroristas envidiosos y vanidosos que, según la opinión pública, habían intentado arrebatarle el honor que realmente merecía. Nos hubiera gustado, a Jon y a mí, poder explicar al mundo lo que urdían aquellas mentes que controlaban la mayor parte de la economía mundial. Pero no podíamos hacerlo. El cadáver de Tombstone había desaparecido, las muestras con virus modificados se habían abrasado en el infierno de venganza que el doctor había creado cuando contrató a aquellos mercenarios para volar los laboratorios Hudson, no había forma humana de inculpar a Beiss o a ninguno de sus hombres, pues el plásmido incorporado al virus de la viruela no necesariamente tenía que haber sido insertado por la mano del hombre. En definitiva, Hudson y sus empresas se habían cubierto muy bien las espaldas. ¿Y quién hubiera creído una historia tan alucinante? Nadie. Jon y yo decidimos callar, cobardemente, quizá... pero, era imposible luchar contra el imperio de aquel individuo amado por el resto de la humanidad, oculta su verdadera razón de ser por una máscara de bondad e incluso heroicidad. Me hubiera gustado verle hundido, destrozado, víctima de sus propios crímenes, acusado por la responsabilidad de tantos y tantos que habían muerto a consecuencia de su enfermo cerebro. Pero comprendí que, al menos, teníamos la satisfacción de seguir viviendo y la seguridad de que tardarían mucho tiempo en idear un plan tan diabólico como aquel en el que nos habíamos visto inmersos casi por casualidad. El secreto se ocultó en nuestros corazones, esperando a que llegara la ocasión de volver a ver la luz, esperando...
Ahora era el momento de olvidar, sólo olvidar.
Ya la veo. Ha regresado antes de hora. Ha sufrido mucho. Sus trabajos pueden esperar. Nos queda mucho tiempo por delante. Sus cabellos caen sobre sus hombros, dulcemente, en una bonita cascada azabache, ondulándose con una gracia premeditada, mientras se acerca a mí. Sus ojos de color zafiro, azules como el mar, se fusionan con los míos. Qué bonito es besar y abrazar a la persona amada. ¡Qué diantres, me gustan los finales felices!
El Premio UPC de Novela Corta de Ciencia Ficción de 1991
En 1991 se celebraba el XX Aniversario de la Universitat Politécnica de Catalunya (UPC) y se quiso aprovechar esa circunstancia para dar mayor alcance a algunas de las ya habituales actividades de la UPC. De hecho, la convocatoria en 1991 del primer
Premio UPC de Novela Corta de Ciencia Ficción
puede considerarse continuadora de anteriores convocatorias de certámenes culturales promovidos y organizados por el
Consell Social
de la UPC, presidido entonces por el señor Pere Duran i Farell.
Aunque la tradición de los concursos literarios promovidos hasta entonces por el
Consell Social
de la UPC se centraba en el relato corto, en 1991, el hecho de que se celebrara el
XX Aniversario de la UPC
aconsejó plantear por primera vez en la universidad española un premio de novela de ciencia ficción. Para favorecer la presencia de originales, se eligió la longitud de la novela corta, en torno al centenar de páginas, una extensión de gran predicamento en la ciencia ficción y en la que empezaron a tomar forma obras tan características del género como la
F
UNDACIÓN
de Isaac Asimov o
D
UNE
de Frank Herbert.
El primer
Premio UPC de Novela Corta de Ciencia Ficción
se convocó a finales de abril de 1991 y tuvo muy buena acogida. Se podía concurrir a él con obras escritas tanto en castellano como en catalán, aun cuando, entre las 71 novelas presentadas, fueron mayoría las redactadas en castellano. El premio se convocaba abierto para que pudiera participar todo aquel o aquella que presentara una narración ajustada a las bases que establecían, simplemente, la extensión (entre 75 y 110 páginas) y la temática
: «narraciones inéditas encuadrables en el género de la ciencia ficción».
El premio, dotado con un millón de pesetas y una posible mención de 250.000 pesetas, reserva también la posibilidad de un premio especial para la más destacada de las narraciones presentadas por los miembros de la UPC (estudiantes, profesores y personal de administración y servicios). Por un acuerdo verbal entre la UPC y Ediciones B, las bases del premio establecían ya el anuncio de que
«la novela ganadora sería publicada por la UPC en la colección NOVA ciencia ficción»,
de Ediciones B, en un volumen como éste.
Las novelas ganadoras del premio de 1991 se publicaron precisamente en el número 48 de esta colección, un interesante volumen que agrupa una buena muestra de la más reciente ciencia ficción española
:
M
UNDO DE DIOSES
de Rafael Marín Trechera y
E
L CÍRCULO DE PIEDRA
de Ángel Torres Quesada, ganadoras ex aequo del primer premio, y
L
A LUNA QUIETA
de Javier Negrete brillante vencedora de la mención especial del jurado. El título genérico del volumen es
P
REMIO
UPC
1991
(NOVA ciencia ficción,
número 48, 1992).
Como no podía ser menos, la entrega del premio se realizó en un acto académico especial que tuvo lugar el martes 3 de diciembre de 1991, con la presencia del doctor Marvin Minsky, quien disertó sobre
«Inteligencia artificial y ciencia ficción.»
Para algunos asistentes pudo resultar sorprendente conocer que el doctor Minsky, reputado especialista en el campo de la inteligencia artificial, que él contribuyera a crear, se identificaba como un experto conocedor y amante del género de la ciencia ficción al que, precisamente en 1992, aportaría su primera novela
,
T
HE TURING OPTION
,
escrita en colaboración con Harry Harrison.
El Premio internacional UPC de Ciencia Ficción de 1992
Convocado también por el Consell Social de la UPC, con el respaldo del rector de la universidad, doctor Gabriel Ferraté i Pascual, el
Premio internacional UPC de Ciencia Ficción
adquirió en 1992 una nueva dimensión. En su primera convocatoria, en 1991, el premio se había circunscrito al ámbito español admitiendo originales escritos en cualquiera de las dos lenguas oficiales de Cataluña: catalán y castellano; pero, a partir de la edición de 1992, el premio se hizo internacional admitiendo también originales escritos en inglés
y francés.