Read Premio UPC 1995 - Novela Corta de Ciencia Ficción Online
Authors: Javier Negrete César Mallorquí
Tags: #Colección NOVA 83
Dos mil casos de viruela llenaban los cinco hospitales de Nueva York, y las urgencias estaban saturadas de pacientes que presentaban los síntomas iniciales de la virulenta enfermedad. Dos mil casos no eran nada comparados con la población de la gran urbe, y sin embargo, era lo peor que los médicos podían haber sospechado nunca. Dos mil casos representaban niños que iban al colegio, hombres y mujeres que iban a su trabajo, comerciantes que iban de una ciudad a otra, pasajeros de aviones que volaban hacia otros países, en vacaciones, en negocios... Dos mil casos habían sido dos mil potenciales enfermos antes de que la enfermedad se diera a conocer, vehículos de expansión del virus.
La viruela era uno de los demonios más contagiosos que hubiese conocido la historia de la medicina, pero en aquel caso, el corto período de incubación de la nueva especie, de la nueva cepa vírica, la convertía en el azote de un perverso dios frente a la inmundicia humana. Sin embargo esta vez, pesadumbre de muchos, la enfermedad no era como el sida, a la que grupos que se creían intocables consideraron, injustamente, un buen sistema para limpiar la sociedad, ignorantes del poder del virus, finalmente desarbolado. Esta vez, aquella partícula formada por proteínas y ácidos nucleicos, se introducía en la sangre de negros, blancos, indios, homosexuales, heterosexuales, niños, ancianos, mujeres y hombres. Quince muertes se habían producido ya. Quince muertes entre espasmos de dolor, entre delirios y fiebres, entre pústulas virulentas que cubrían sus cuerpos, deshaciéndolos.
La penetración del virus en la sociedad americana no tardó en saltar a las páginas de los CD-periódicos, de los noticiarios, de las redes virtuales de información... El caos se apoderó de Nueva York. La gente pedía traslados o períodos de vacaciones en sus trabajos, para irse a otras ciudades, a otros países e, inconscientes en sus acciones, arrastrados por sus egoístas instintos de supervivencia, conducían con ellos el nuevo virus, portador en sus genes de la enfermedad y de la armadura contra los fármacos de los hombres. Los médicos estaban aterrorizados. Sí en cuatro días tenían dos mil casos, en ocho tendrían cuatro mil, y si seguían así, la plaga se extendería siguiendo un crecimiento exponencial que en poco tiempo asolaría... el planeta.
Cuando los ciudadanos del mundo descubrieron que la colonia lunar también estaba infectada por la perversa invasión mortal, la desmoralización se apoderó, como la enorme garra de un gigantesco monstruo que les aferrase el corazón, de ellos. No había escapatoria. No había lugar donde huir. El alcance del virus era Infinito.
Sectas apocalípticas se apoyaron en las Sagradas Escrituras cristianas para convencer a potenciales adeptos que hicieran aportaciones económicas a sus arcas y así poder luchar contra los acordes de las trompetas de los ángeles enviados por el Señor con las señales de la destrucción de la humanidad.
Cinco días fueron necesarios para descomponer las estructuras cívicas y sociales de la humanidad. El presidente de Estados Unidos emitió un mensaje por televisión, un mensaje cargado de desesperanza entreleída en sus palabras de ánimo y visión de futuro. Prometió que naves coloniales llevarían fármacos, alimentos y ayuda humanitaria a la colonia lunar Génesis, donde ya existían mil casos declarados de viruela, y prometió... prometió... prometió...
Todos prometían. Nada podía hacerse. Los fármacos antivíricos existentes no eran efectivos. Las vacunaciones masivas no servían de nada. Empresas farmacológicas aislaron el virus e intentaron encontrar una solución. Necesitaban tiempo, algo más de tiempo. Pero éste no existía. Era lo único de lo que carecían. Comenzaron a producirse reyertas. La gente salía a la calle en pos de una solución. Hubo altercados. Muertos y heridos a consecuencia de ello. La crisis de la Bolsa del 2029 no había sido ni una brizna de polvo cósmico comparado con aquel enorme meteorito que cada día crecía en intensidad amenazando con la destrucción del planeta.
Hasta que se produjo el milagro.
Reproducción del Programa Especial informativo de la CNN Emitido a las 20.00 por todos los Canales de Televisión Americanos.
Vía Satélite: Comunicación con Génesis y el resto del Mundo.
Locutora: Donna Jaggerton.
Entrevistado: Doctor Malcolm Beiss.
El logotipo de la CNN llena la pantalla sobre un fondo musical alegre y que mantiene una cierta curiosidad sobre lo que están a punto de explicar.
Aparece el rostro de una mujer de color, guapa, de labios gruesos, y cabello liso, corto, de color negro como el carbón, una breve melena que cae a ambos lados de su cabeza sin llegar a los hombros. Sus ojos, grandes como una luna, miran directamente a las cámaras, casi sin parpadear. Lleva muchos años en su profesión y sabe cómo debe actuar. Es una profesional. Su nombre es Donna Jaggerton, una de las más famosas locutoras de la cadena. La han elegido a ella porque el acontecimiento lo requiere. Comienza a hablar con una voz suave, pero que posee un matiz nervioso y acelerado, que te mantiene en tensión. El simple hecho de que todas las emisiones se hayan interrumpido para emitir ese programa ya te ha proporcionado cierta curiosidad, pero sus palabras la acentúan.
—Buenas noches, señoras y señores. El mundo conocido se halla sumido en un caos total. La crisis médica producida por la aparición de una nueva cepa del virus de la viruela mantiene a la población en un estado de exasperación y nerviosismo. El Gobierno intenta poner medidas para remediar esta situación pero se muestran insuficientes y claramente incapaces de superarla. ¿Cómo es posible que a mitad del siglo XXI un ser diminuto, microscópico, pueda mantener en vilo al mundo? Quizás es una pregunta que deberíamos realizar a aquellos que ostentan el poder, pertrechados en sus asientos, escondiéndose de una realidad que azota a los ciudadanos de a pie.
Sus palabras han sido un puñetazo directo, como ella sabe hacerlo, un método para que la gente se ponga de su lado, sin concesiones. No en vano, a Donna Jaggerton se la creyó incitadora de las acciones violentas de los Implantados en el 2042.
Sigue hablando. La cámara realiza un plano general, alejándose del rostro de Donna, mostrando el decorado, simple y práctico. Dos sillas, una para ella y otra para un hombre atractivo, engalanado con un traje azul oscuro, a la moda, sin corbata, con una camisa de cuello circular rígido de Armani, un rostro delgado, de finos rasgos y nariz recta, casi perfecta. Sus cabellos son casi totalmente blancos, aunque la calvicie le priva en gran parte de esas canas ligeramente azuladas. Tiene unas hojas en la mano y espera que Donna le dé la palabra.
—Sin embargo, parece que un milagro ha llegado a nuestras manos. Señoras y señores, les presento al doctor Malcolm Beiss, que viene en representación de las empresas Hudson, propiedad del magnate financiero dueño de la corporación más grande de Estados Unidos, Tobías Hudson. Buenas noches, doctor Beiss.
—Buenas noches, señorita Jaggerton.
Su voz es aterciopelada. Posee un leve matiz nasal que la hace suave y agradable.
—El doctor Beiss es el director general de una de las empresas de la Corporación Hudson, la Ingent Therapy S.L., dedicada a la investigación génica y farmacológica. El doctor Beiss, a petición del señor Tobías Hudson, pidió que realizáramos este programa para efectuar un llamamiento muy importante, especialmente a los dirigentes de nuestro país. Doctor.
—Sí, señorita Jaggerton. Las empresas Hudson siempre se han comprometido en proporcionar lo mejor a los ciudadanos de esta nación— Pues bien. Ingent Therapy se enorgullece de poseer un antivírico específico frente a la cepa del virus de la viruela que está afectando al mundo.
Se oyen murmullos. Los cámaras no pueden evitar la excitación. Donna abre los ojos desmesuradamente, mostrando sorpresa. Ella sabe de antemano lo que el doctor va a decir, pero debe actuar. Para eso la pagan.
—Doctor Beiss, es usted miembro de la Asociación Americana de Médicos, catedrático de la Universidad de Columbia, y director general de la empresa Ingent Therapy. ¿Y está diciéndonos que la Corporación Hudson posee un remedio para el azote de este maldito virus?
—Así es.
Su rostro casi es inexpresivo. Sus palabras cortas y tajantes. Hace que el mundo le crea.
—Tenemos noticias de que varias empresas farmacológicas que no pertenecen a la Corporación Hudson están trabajando junto a varios hospitales de la ciudad en la creación de un antivírico o vacuna que pueda acabar con esta enfermedad. Nos hemos puesto en comunicación con algunos de ellos y nos han explicado que se necesitan meses, e incluso años para crear un fármaco eficaz contra el virus. ¿Cómo puede usted, doctor, hacernos creer que las empresas Hudson tienen ya el remedio?
Donna es una magnífica profesional. Imagina las preguntas que el ciudadano que está viendo la televisión se está haciendo. No quiere dejar ningún cabo suelto. Y lo consigue.
El doctor Beiss carraspea y se ruboriza ligeramente. Por primera vez se remueve inquieto en su asiento. Su actuación es perfecta.
—Verá, señorita Jaggerton. Nosotros disponemos de este fármaco, al que llamamos Viruelton, desde hace cinco años. Ha sido probado en animales e, incluso, se ha realizado un seguimiento en pacientes.
—Eso es imposible, doctor. El último caso de viruela se produjo en octubre del año 1977, en Somalia.
—Sí, es cierto. Y en 1998, la OMS decidió que las dos muestras de virus que se mantenían guardadas en dos laboratorios, uno en Estados Unidos y otro en Rusia, debían ser destruidas. Las empresas Hudson dedicadas a la farmacología no estuvieron de acuerdo en esa decisión, y el señor Tobías Hudson tomó una resolución. Y ahora estoy aquí para confesar algo, esperando que nuestras culpas queden redimidas por el remedio frente al virus que hemos conseguido. Sobornamos a uno de los virólogos encargados de destruir las muestras en Estados Unidos, para que nos cediera algunas partículas víricas en nuestros laboratorios de máxima contención biológica de Denver.
—Eso es ilegal, doctor Beiss.
Donna se muestra enfadada. Regaña al doctor como si se tratara de un niño revoltoso que acaba de dibujar al pato Donald sobre la pared de su dormitorio. Se merece el Oscar.
—Lo sabemos, señorita Jaggerton, pero eso nos ha permitido, durante estos años, estudiar a fondo al virus y, usando, los sistemas infográficos de realidad virtual, detectar cuáles son los lugares de regulación principales de su genoma que intervienen a la hora de captar el metabolismo celular de las células que infecta, y crear un antivírico efectivo, específico, y sin efecto secundario alguno, que evite la expansión y replicación vírica, permitiendo que el sistema inmunológico se encargue, mediante interferones y señales químicas, de que las células NK, Natural Killers, y macrófagos, destruyan las partículas víricas remanentes.
—¿Y por qué las empresas Hudson no se han atrevido a comunicarlo cuando se iniciaron los primeros casos de la enfermedad?
—No nos atrevimos. Habíamos obtenido el virus de forma ilegal. Sin embargo, hemos considerado que la situación era insostenible y hemos decidido hablar. El Viruelton no es una vacuna, es un antivírico a aplicar en personas enfermas e infectadas por el virus. Ahora, lo único que las empresas Hudson quieren es que el fármaco sea legalizado y poder comercializarlo cuanto antes mejor, para evitar más muertes inútiles.
—Muchas gracias, doctor Beiss. Estamos seguros de que alguien que impera en el poder habrá visto este comunicado, y que sus culpas serán expiadas en favor de ese maravilloso fármaco que puede solucionar la crisis medica en la que estamos sumergidos. Muchas gracias a los que nos han estado escuchando y buenas noches. Donna Jaggerton desde la CNN.
La cámara se centra nuevamente en el rostro de Donna cuando dice estas últimas palabras, enfocando sus enormes y preciosos ojos. La música del inicio del programa retorna omnipotente, las siglas de la CNN vuelven a cubrir la pantalla. Tobias Hudson debe estar muy contento con el equipo que integra su cadena de televisión. Son unos profesionales.
Jon Uzarri entró como una exhalación en mi despacho. Estaba muy excitado, pero en su rostro se perfilaba, perfectamente oculto entre sus leves arrugas, una sonrisa de satisfacción.
—¿Lo has oído?
Cómo no iba a oírlo. Llevaba casi veinte horas seguidas trabajando cuando decidí tomar un café. Jugaban los Lakers, así que puse la televisión portátil de alta definición, intenté distraerme. El baloncesto era algo que nunca desaparecería. Sí, habían surgido nuevos deportes, violentos e incluso divertidos. Pero lo eterno duraría siempre. Intentaba olvidar que el doctor Mitchell hacía cinco horas que me había llamado. No lo conseguí. Sylvia tenía fiebre y escalofríos. Un análisis vírico había determinado que estaba infectada. ¡Dios! Tenía que ir a la Luna. No podía dejarla morir. ¡No podía morir! Fue entonces cuando la CNN irrumpió con su informativo, y el cielo pareció abrirse, mostrando su benevolencia.
—¿Será cierto? —le pregunté.
—El doctor Beiss es uno de los mejores investigadores que tenemos en la actualidad. Si él dice que tienen un antivírico específico frente al virus, es que lo tienen, y ¡a hacer gárgaras en cómo lo han conseguido!
—Hay que llevarlo a la Luna. Sylvia está enferma.
El rostro de Jon se ensombreció ligeramente, pero las nuevas noticias le volvieron a embargar.
—Tranquilo, Bob. Seguramente mañana mismo el presidente en persona permitirá la comercialización del fármaco y fletarán naves coloniales para llevarlo a Génesis.
—Dios mío. —Robert se reclinó en su asiento y miró hacia el ciclo—. Por favor, que sea cierto.
Y el cielo pareció escucharle.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Norteamericana de Legalización de Fármacos y Terapias Génicas (ONLFTG), esta última creada en el año 2011, no tardaron en responder a la propuesta de la Corporación Hudson. A las ocho de la mañana del día 23 de abril del año 2047, se recibía una comunicación oficial de ambas agencias, respaldada por los presidentes de dieciocho de los principales países mundiales reunidos desde las nueve de la noche del día anterior hasta las cinco de la mañana del presente día en Bruselas, en el departamento de Comercialización de la empresa Ingent, en el despacho privado de Tobias Hudson y en el del doctor Beiss. Los comunicados decían dos cosas: No se realizarían acciones legales contra ninguna persona civil o jurídica de las empresas pertenecientes a la Corporación Hudson por las actuaciones realizadas en el pasado; y segundo, los gobiernos compraban el fármaco antivírico Viruelton, adquiriendo de esa forma el derecho de distribuir en hospitales dicho medicamento, bajo receta médica, sin ningún coste accesorio para las empresas Hudson. Aquella mañana, a las nueve, se comenzó la distribución de las doscientas mil dosis de Viruelton de las que la empresa Ingent disponía. Repartidores, camiones especiales, automóviles del Gobierno, transportaron su mercancía a los principales hospitales de Nueva York, donde sería repartida entre los afectados.