Authors: Frederik Pohl
—No en especial.
—Entonces, ¿por qué insistes en recordarte a ti mismo que soy una máquina? ¿O que no te cuesto nada? ¿O que no puedo trascender mi programación?
—Supongo que es porque estoy harto de ti, Sigfrid. —Sé que esto no le satisfará, así que me explico—: Me has estropeado la mañana. Esta amiga, S. Ya. Lavorovna, se quedó a dormir anoche. Es estupenda.
Procedo a contar a Sigfrid algunas cosas sobre S. Ya., incluyendo su aspecto cuando se aleja de mí con sus pantalones de fibra elástica y su cabellera rubia colgando hasta la cintura.
—Parece encantadora —comenta Sigfrid.
—Por tus tornillos que lo es. Su único defecto es que le cuesta desperezarse por la mañana, y justo cuando empezaba a animarse de nuevo he tenido que abandonar mi residencia veraniega de Tappan Sea para venir a verte.
—¿La amas, Rob?
La respuesta es no, y como quiero hacerle creer que es sí, contesto: —No.
—Una contestación sincera, Rob —dice con aprobación, decepcionándome—. ¿Por eso estás enfadado conmigo?
—Oh, no lo sé. Estoy de mal humor, eso es todo.
—¿Se te ocurre una razón?
Espera a que responda, así que al final digo:
—Bueno, anoche perdí a la ruleta.
—¿Más de lo que puedes permitirte?
—Dios mío, no.
Pero es molesto, de todos modos. Hay otras cosas, además. Nos estamos acercando al tiempo fresco y mi residencia de Tappan Sea no está bajo la Burbuja, así que sentarme a almorzar con S. Ya. en el porche no fue buena idea. No quiero mencionar esto a Sigfrid porque diría algo muy racional como: ¿por qué no me hacía servir el almuerzo dentro de la casa?
Y yo tendría que repetir una vez más que cuando era niño mi máximo deseo era poseer una casa en Tappan Sea y almorzar en el porche para contemplar la vista. Cuando yo tenía unos doce años acababan de construir una presa en el Hudson. Soñaba continuamente con hacerme rico y vivir a lo grande como los millonarios. Pero él ya me ha oído contar todo esto.
Sigfrid carraspea.
—Gracias, Rob —dice para insinuarme que la hora ha terminado—. ¿Te veré la próxima semana?
—¿No me ves siempre? —replico, sonriendo—. Cómo vuela el tiempo. En realidad, hoy quería marcharme un poco antes.
—¿Ah, sí, Rob?
—Tengo otra cita con S. Ya. —explico—. He de recogerla para volver a mi casa de verano. Con franqueza, lo que ella me hará es una terapia mucho mejor que la tuya.
—¿Es eso todo lo que deseas de una relación, Robbie?
—¿Quieres decir, sólo sexo? —La respuesta, en este caso, es no, pero no quiero que sepa lo que deseo de mis relaciones con S. Ya. Lavorovna. Respondo—: Es un poco diferente de la mayoría de mis amigas, Sigfrid. Para empezar, tiene casi tanta pasta como yo, y un magnífico empleo. La admiro.
Bueno, no demasiado o mejor dicho, no me importa saber si la admiro o no. S. Ya. tiene algo que me impresiona todavía más que el trasero más sensacional colocado por Dios en una hembra humana. Su magnífico empleo está en la sección de informática. Fue a la Universidad Akademogrosk, estudió en el Instituto Max Planck para Inteligencia de las Máquinas y da clases a estudiantes graduados en el departamento Al de NYU. Sabe más cosas de Sigfrid que éste de sí mismo, lo cual me sugiere posibilidades muy interesantes.
Al quinto día, más o menos, de mi estancia en Pórtico, me levanté temprano y decidí permitirme el lujo de desayunar en el Heecheetown Arms rodeado de turistas, jugadores del casino y tripulantes de los cruceros. Era lujoso y el precio también, pero valía la pena por los turistas, que no dejaban de mirarme. Yo sabía que hablaban de mí, en particular un viejo africano de facciones bondadosas, creo que de Dahomey o Ghana, y su joven esposa, muy rechoncha y muy enjoyada. A sus ojos yo era un temerario héroe de Pórtico; no llevaba ningún brazalete, pero había algunos veteranos que tampoco los llevaban.
Muy complacido, pensé en pedir huevos fritos y tocino ahumado, pero ni siquiera mi momentánea euforia me lo permitió, y en su lugar pedí zumo de naranja (que, ante mi sorpresa, resultó auténtico), un brioche y varias tazas de café negro danés. Lo único que me faltaba era una chica bonita en el brazo de mi sillón. Había dos guapas mujeres que parecían tripulantes del crucero chino; ambas se mostraban dispuestas a intercambiar mensajes radiados con la mirada, pero decidí reservarlas para un próximo futuro y, después de pagar la cuenta (muy dolorosa), me fui para asistir a clase.
Mientras bajaba, me encontré con los Forehand. El hombre, cuyo nombre parecía ser Sess, bajó con el cable y esperó para desearme cortésmente buenos días.
—No le hemos visto durante el desayuno —mencionó su esposa, por lo que les conté dónde había desayunado.
La hija menor, Lois, me miró con algo de envidia. Su madre sorprendió la expresión y le dio unas palmadas.
—No te preocupes, cariño. Comeremos allí antes de volver a Venus. —Y añadió, dirigiéndose a mí—: Ahora tenemos que gastar con cuidado. Pero cuando descubramos algo, gastaremos los beneficios en unos planes estupendos.
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—Todos los hemos hecho —repliqué, pero de pronto se me ocurrió algo—: ¿De verdad van a volver a Venus?
—Claro que sí —contestaron todos, al parecer sorprendidos por la pregunta.
Y esto me sorprendió a mí. No creía que las ratas de túnel pudieran considerar aquella fétida caldera como su hogar. Sess Forehand debió de leer mi expresión. Eran una familia reservada, pero se daban cuenta de todo. Sonrió y me dijo:
—Después de todo, es nuestro hogar. También lo es Pórtico, en cierto modo.
Esto sí que era asombroso.
—Es que somos parientes del primer hombre que descubrió Pórtico, Sylvester Macklen. ¿Ha oído hablar de él?
—¿Cómo evitarlo?
—Era primo en tercer grado. Supongo que conoce toda la historia, ¿no? —Empecé a decir que sí, pero resultaba evidente que estaba orgulloso de su primo, de lo cual yo no podía culparle, así que le dejé contarme una versión algo diferente de la conocida leyenda—: Se encontraba en uno de los túneles del Polo Sur y descubrió una nave. Sólo Dios sabe cómo pudo izarla hasta la superficie, pero lo consiguió y entró en ella, y es obvio que pulsó la teta correcta, pues la nave viajó hasta donde estaba programada para volar: aquí.
—¿Les paga la Corporación unos derechos? —pregunté—. Quiero decir, si pagan por los descubrimientos, este descubrimiento se lo merecía más que ninguno, ¿no?
—A nosotros nada, desde luego —repuso Louise Forehand en tono sombrío; el dinero era un tema candente entre los Forehand—. Claro que Sylvester no salió a descubrir Pórtico. Como usted ya sabe por haberlo oído en clase, las naves tienen un regreso automático. Vayas a donde vayas, sólo tienes que pulsar la teta de lanzamiento y vuelves directamente aquí. Pero esto no pudo ayudar a Sylvester, ya que él estaba aquí. Era el regreso de un viaje de ida y vuelta con una escala de un número astronómico de años.
—Era listo y fuerte —intervino Sess—. Es preciso serlo para explorar. Por eso no cedió ante el pánico. Pero cuando alguien llegó hasta aquí para investigar, él ya no vivía. Podría haber durado un poco más si hubiera usado el oxígeno líquido y el hidrógeno dos que había en los tanques de aire y agua del módulo. Antes solía preguntarme por qué no lo hizo.
—Porque se habría muerto igualmente de hambre —replicó Louise, defendiendo a su pariente.
—Claro. Sea como fuere, encontraron su cuerpo, con las notas en la mano. Se había degollado.
Eran buenas personas, pero yo ya había oído hablar de todo esto y por su culpa llegaría tarde a clase.
Claro que las clases no eran demasiado amenas en aquel preciso momento. Habíamos llegado a Tender la Hamaca (Básico) y Tirar de la Cadena (Avanzado). Tal vez ustedes se pregunten por qué no dedicaban más tiempo a enseñarnos a manejar solos, como ya me habían dicho los Forehand y todos los demás. Ni siquiera los módulos eran difíciles de manejar, aunque ellos sí que necesitaban una mano en los controles. Una vez dentro del módulo, lo único que tenías que hacer era comparar con un tres-D, una especie de representación holográfica del área inmediata del espacio con el lugar adónde querías ir, y maniobrar con un punto de luz hasta el sitio elegido. El módulo iba allí. Calculaba sus propias trayectorias y corregía sus propias desviaciones. Se necesitaba un poco de coordinación muscular para mover aquel punto de luz hacia donde querías que fuera, pero era un sistema infalible.
Entre las sesiones de tirar de la cadena y tender la hamaca charlábamos sobre lo que haríamos cuando nos graduásemos. Las fechas de lanzamiento se anunciaban en el momento oportuno y aparecían en el monitor del PV de nuestra clase siempre que alguien pulsaba el botón. Algunos iban acompañados de nombres y hubo dos o tres que pude reconocer. Tikki Tumbull era una chica con la que había bailado y junto a la cual había comido varias veces en la cantina. Era piloto regular y como necesitaba tripulantes, se me ocurrió presentarme, pero los sabelotodos me dijeron que las misiones regulares eran una pérdida de tiempo.
Debería decirles qué es un piloto regular. Es el tipo que transporta tripulaciones nuevas a Pórtico Dos. Hay como una docena de Cincos dedicados a esto. Se llevan a cuatro personas (las que Tikki necesitaba) y luego el piloto vuelve solo, o con prospectores que regresan, si hay alguno, y lo que han encontrado. En general suele haber alguien.
El equipo que encontró Pórtico Dos representaba todos nuestros sueños. Lo habían conseguido. ¡Vaya, y de qué manera! Pórtico Dos era otro Pórtico, ni más ni menos, sólo que su órbita era alrededor de otra estrella. En cuanto a tesoros, en Pórtico Dos había lo mismo que en nuestro Pórtico; los Heechees se lo habían llevado todo menos las naves. Y éstas abundaban menos, sólo eran ciento cincuenta, mientras que en nuestro Pórtico solar había casi mil. Pero ciento cincuenta naves son un hallazgo importante, sobre todo teniendo en cuenta el hecho de que aceptan algunos destinos que las naves de nuestro Pórtico no parecen aceptar.
El viaje a Pórtico Dos es de unos cuatrocientos años-luz y dura ciento nueve días de ida y ciento nueve de vuelta. La estrella principal de Pórtico Dos es de un azul brillante, tipo B. Creen que es Alción, de las Pléyades, pero existe cierta duda. Bueno, en realidad no es la verdadera estrella de Pórtico Dos, ya que su órbita no gira alrededor de la grande, sino de una minúscula roja. Dicen que la minúscula es probablemente un binario distante de la azul B, pero también dicen que esto es imposible, debido a la diferencia de edad de las dos estrellas. Si siguen discutiendo unos años más, acabarán por saberlo. Uno se pregunta por qué los Heechees tenían que situar la confluencia de sus líneas espaciales en torno a una estrella tan insignificante, pero uno se pregunta muchas cosas acerca de los Heechees.
LANZAMIENTOS DISPONIBLES | |
30-107 | Cinco |
30-108 | Tres. |
30-109 | Uno |
30-110 | Uno. Viaje bonificado. |
30-111 | Tres |
30-112 | Tres |
30-113 | Uno |
Sin embargo, todo esto no afecta la cartera del equipo que descubrió el lugar. ¡Reciben un royalty por todo cuanto encuentran los prospectores posteriores! Ignoro cuánto han ganado hasta ahora, pero debe de ser varias decenas de millones cada uno. Tal vez incluso centenares de millones. Y ésta es la razón de que no compense ir con un piloto regular; las probabilidades de encontrar algo no son mucho mayores y hay que compartir lo que se gana.
Así pues, repasamos la lista de lanzamientos inminentes y los discutimos partiendo de nuestra experiencia de cinco días. Como no era mucha, pedimos consejo a Gelle-Klara Moynlin. Después de todo, ella ya había salido dos veces. Estudió la lista de vuelos y los nombres, frunciendo los labios.
—Terry Yakamora es un tipo decente —dijo—. No conozco a Parduk, pero su viaje podría valer la pena. Hay que eliminar el vuelo de Dorlean; dan una bonificación de un millón de dólares, pero no te dicen que han puesto un tablero de mandos adicional. Los expertos de la Corporación han instalado una computadora que, según ellos, vencerá al selector de blanco Heechee, pero yo no confiaría demasiado. Y, naturalmente, no recomendaría una Uno bajo ninguna circunstancia.
Lois Forehand preguntó:
—¿A quién escogerías tú, Klara?
Ésta reflexionó un momento, frotándose la ceja izquierda con las yemas de los dedos.
—Tal vez a Terry, Bueno, a cualquiera de ellos. Sin embargo, no pienso emprender un nuevo viaje hasta dentro de un tiempo. —Me hubiera gustado preguntarle por qué, pero ella se apartó de la pantalla y dijo—: Está bien, muchachos, regresemos al punto de partida. Recordad, arriba para hacer pis; abajo, cerrad, esperad a diez y después arriba para hacer lo otro.
Decidí celebrar el fin de la semana de clases sobre el manejo de las naves invitando a Dane Metchnikov a tomar una copa. Ésta no fue mi primera intención. Mi primera intención fue invitar a Sheri a tomar una copa y tomarla en la cama, pero ella había salido a no sé dónde. Así que cogí el piezófono y llamé a Metchnikov.