Authors: Frederik Pohl
Me imagino que todo arranca de Sylvia, que era una católica no practicante. La verdad es que yo le envidiaba su Iglesia, y le hice saber que la consideraba muy tonta por haberla dejado, porque yo le envidiaba la confesión. Tenía la cabeza llena de dudas y temores que no lograba ahuyentar. Me hubiera encantado descargarlos sobre el sacerdote de la parroquia. De este modo habría podido hacer una cadena jerárquica, iniciada por mí al verter todas las porquerías de mi cabeza en el confesionario, donde el párroco las traspasa al monseñor diocesano (a quien sea; no sé demasiado acerca de la Iglesia), y todo desemboca en el Papa, que es el depositario de todo el caudal de dolores, penas, y culpabilidad, hasta que los descarga en Dios. (Es decir, aceptando la existencia de un Dios, o por lo menos aceptando que haya una dirección llamada «Dios» a la que puedas enviar todas las porquerías.)
Bueno, la cuestión es que tuve una especie de visión del mismo sistema en psicoterapia: desagües locales que desembocan en cloacas secundarias que desembocaban en las líneas principales que procedían de los psiquiatras de carne y hueso, si es que comprenden lo que quiero decir. Si Sigfrid fuese una persona de carne y hueso, no podría resistir todos los problemas que descargan en él. Para empezar, él ya tendría sus propios problemas. Tendría los míos, porque así es como yo me libraría de ellos, descargándolos en él. También tendría los de aquellos que, como yo, ocupan este diván; y él descargaría todo esto, porque tendría que hacerlo, en el hombre que estuviera por encima de él, en el que le psicoanalizara a él, y así sucesivamente hasta llegar a... ¿qué? ¿El fantasma de Sigmund Freud?
Pero Sigfrid no es real. Es una máquina. No puede sentir el dolor. Así pues, ¿adónde van todo ese dolor y ese cieno?
Trato de explicarle todo esto, y acabo diciendo:
—¿No lo entiendes, Sigfrid? Yo te traspaso mis problemas y tú los traspasas a alguien más, así que tienen que desembocar en algún sitio. No me parece real que desemboquen en forma de burbujas magnéticas en una pieza de cuarzo que nadie sienta jamás.
—No creo que resulte útil discutir la naturaleza de los problemas contigo, Rob.
—¿Te parece más útil discutir si eres real o no?
Casi lanza un suspiro.
—Rob —dice—, tampoco creo que sea útil discutir la naturaleza de la realidad contigo. Ya sé que soy una máquina. Tú sabes que soy una máquina. ¿Cuál es la finalidad de que estemos aquí? ¿Acaso estamos aquí para que tú me ayudes?
—A veces me lo pregunto —contesto, malhumorado.
—No creo que realmente te preguntes una cosa así. Creo que sabes que estamos aquí para ayudarte, y la forma de conseguirlo es lograr que ocurra algo en tu interior. Lo que yo haga con la información puede ser interesante para tu curiosidad, y también puede proporcionarte una excusa para malgastar tres sesiones en una conversación intelectual, en vez de terapia...
1316 | ,S, Es muy saludable que | 115,215 |
consideres tu ruptura | 115,220 | |
con Drusilla como una | 115,225 | |
experiencia educativa, Rob | 115,230 | |
1318 | Yo soy una persona muy saludable, | 115,235 |
Sigfrid, por eso | 115,240 | |
estoy aquí | 115,245 | |
1319 | IRRAY (DE) = IRRAY (DF) | 115,250 |
1320 | ,C, De todos modos, esto es la | 115,255 |
vida, una experiencia educativa | 115,260 | |
detrás de otra, | 115,265 | |
y cuando terminas con | 115,270 | |
todas las experiencias educativas | 115,275 | |
te gradúas y | 115,280 | |
el diploma que recibes | 115,285 | |
es la muerte. | 115,290 |
—Touché, Sigfrid —le interrumpo.
—Sí. Pero lo que hagas con ella es lo que condiciona tu estado anímico, y determina que te encuentres mejor o peor en situaciones que son importantes para ti. Haz el favor de concentrarte en lo que hay dentro de tu propia cabeza, Rob, no en la mía.
Respondo, admirado:
—No hay duda de que eres una máquina muy inteligente, Sigfrid.
Él contesta:
—Tengo la impresión de que lo que has querido decir es: «Te odio a muerte, Sigfrid».
Nunca le había oído decir nada por el estilo antes de ahora, y me coge desprevenido, hasta que recuerdo que yo mismo le he dicho exactamente esto, no una sino muchas veces. Y es la verdad.
Le odio a muerte.
Él intenta ayudarme, y yo le odio con todas mis fuerzas por ello. Pienso en la dulce y excitante S. Ya. y en lo rápidamente que hace todo lo que yo le pido, o casi todo. Deseo con toda mi alma hacer
daño
a Sigfrid.
Una mañana regresé a mi habitación y encontré que el piezófono zumbaba débilmente, como un lejano y colérico mosquito. Conecté la clave de mensajes y averigüé que la ayudante del director de personal requería mi presencia en su despacho a las cien horas de aquella mañana. Bueno, ya era algo más tarde. Me había acostumbrado a pasar mucho tiempo, y casi todas las noches, con Klara. Su cama era bastante más cómoda que la mía. Así pues, no recibí el mensaje hasta cerca de las once y mi retraso en llegar a las oficinas de personal de la Corporación no mejoró en nada el humor de la ayudante del director.
Era una mujer muy gorda llamada Emma Fother. Interrumpió mis excusas y me acusó:
—Te graduaste hace diecisiete días. No has hecho absolutamente nada desde entonces.
—Estoy esperando una buena misión —dije.
—¿Cuánto tiempo piensas esperar? Tu per cápita vence dentro de tres días, y entonces, ¿qué?
—Bueno —repuse, casi sinceramente—, de todos modos, pensaba venir hoy mismo a verte para hablar de eso. Me gustaría un empleo aquí en Pórtico.
—Psó. —Era la primera vez que oía decir esto a alguien, pero así es como sonaba—. ¿Y para eso has venido a Pórtico? ¿Para limpiar cloacas?
Yo estaba seguro de que eso era un bluff, pues no había tantas cloacas; no hay suficiente gravedad para sostenerlas.
—La misión adecuada puede surgir cualquier día.
—Oh, desde luego, Rob. Verás, la gente como tú me preocupa. ¿Tienes idea de lo
importante
que es nuestro trabajo aquí?
—Bueno, creo que sí...
INFORME DE LA MISIÓN Nave 3-31, Viaje 08D27. Tripulación: C. Pitrin, N. Ginza, J. Krabbe. Tiempo de tránsito 19 días 4 horas. Posición incierta, cercanías (= 2.1. y. ) Zeta Tauro. |
Sumario: |
»Realizado aterrizaje. Es evidente que el planeta ha sufrido un período cálido. No hay hielo, y la costa actual no parece muy antigua. Ningún signo de ocupación. No existe vida inteligente. |
»Localizamos lo que parecía ser una estación de reunión Heechee en nuestra órbita. Nos acercamos. Estaba intacta. Explotó al forzar la entrada y N. Ginza murió. Nuestra nave sufrió desperfectos y regresamos. J. Krabbe murió en el camino. No se obtuvo ningún artefacto. Las muestras bióticas del planeta destruidas en el accidente ocurrido a la nave.» |
—¡Ahí fuera hay todo un universo que debemos conquistar y traer a casa! Pórtico es el único medio de alcanzarlo. Una persona como tú, que creció en las granjas de plancton...
—La verdad es que fue en las minas de alimentos de Wyoming.
—¡Lo que sea! Sabes lo desesperadamente que la raza humana necesita aquello que podamos darle. Nueva tecnología. Nuevas fuentes de energía. ¡Comida! Nuevos mundos donde vivir. —Meneó la cabeza y rebuscó en el clasificador que tenía sobre la mesa, con expresión tan airada como preocupada. Supuse que la presionaban para conseguir que todos los vagos y parásitos aceptásemos una misión, lo cual era nuestro deber, y eso explicaba su hostilidad, aparte de que deseara quedarse en Pórtico y emplease todos los medios a su alcance para lograrlo. Dejó el clasificador y se levantó para abrir un fichero situado junto a la pared—. Aunque te encontrara un trabajo —dijo, volviendo la cabeza—, lo único que sabes hacer y que nos sería de utilidad es explorar, y no quieres emplear tus conocimientos.
—Aceptaré cualquier... casi cualquier cosa —dije.
Me miró irónicamente y después volvió a su mesa. Sus movimientos eran asombrosamente ágiles, si tenemos en cuenta que había de desplazar un cuerpo de cien kilos de peso. Quizá fuera su complejo de mujer gorda lo que la impulsase a querer conservar su empleo y permanecer en Pórtico.
—Ocuparás el último puesto en la escala de trabajos no especializados —me advirtió—. No pagamos demasiado por eso; ciento ochenta al día.
—¡Lo tomo!
—Tu per cápita tiene que salir de ahí. Réstale esto y unos veinte dólares diarios para gastos y, ¿qué te queda?
—Puedo aceptar trabajos sueltos si necesito más.
Suspiró.
—No haces más que retrasar el día, Rob. No sé. El señor Hsien, el director, vigila muy de cerca las demandas de trabajo. Me será difícil justificarme por haberte contratado. Y, ¿qué harás si te pones enfermo y no puedes trabajar? ¿Quién pagará tu impuesto?
—Supongo que tendré que regresar.
—¿Echando por la borda todo tu adiestramiento? —Meneó la cabeza—. Me das asco, Rob.
Sin embargo, me entregó un permiso de trabajo en el que me indicaba que me presentase al jefe de equipo del Nivel Grand, Sector Norte, para emplearme en el mantenimiento de plantas.
No me gustó la entrevista con Emma Fother, pero ya me lo habían advertido. Aquella noche hablé de ello con Klara y ésta me dijo que había tenido mucha suerte.
—Puedes alegrarte de haber convencido a Emma. El viejo Hsien suele dar largas a quien solicita trabajo hasta que se agota todo el dinero para los impuestos.
—Y entonces, ¿qué? —Me levanté y tomé asiento en el borde de su cama buscando mis calcetines—. ¿Los tira por la esclusa de aire?
—No hagas bromas, podría llegar a eso. Hsien es un tipo como el viejo Mao, muy duro con los vagos.
—¡Tienes una conversación deliciosa!
Sonrió, dio media vuelta y frotó la nariz contra mi espalda.
—La diferencia entre tú y yo, Rob —dijo—, es que yo tengo unos cuantos dólares ahorrados de mi primera misión. No demasiados, pero algo es algo. Además, he estado fuera, y necesitan a personas como yo para enseñar a las personas como tú.
Me apoyé en su cadera, me volví ligeramente y puse una mano sobre ella, más evocadora que agresivamente. Había ciertos temas sobre los que nunca hablábamos, pero...
—¿Klara?
—¿Uh?
—¿Qué tal es una misión?
Se frotó la barbilla sobre mi antebrazo durante unos momentos, con la vista fija en la holografía de Venus que había en la pared.
—...Pavorosa —repuso.
Aguardé, pero no dijo nada más, y esto ya lo sabía. Yo tenía miedo incluso en Pórtico. No tenía que embarcarme en el Ómnibus del Misterio Heechee para saber lo que era el miedo; ya lo sentía.
—No hay elección posible, querido Rob —me dijo, casi dulcemente, para ser ella.
Sentí un repentino acceso de cólera.
—¡No, no la hay! Acabas de escribir toda mi vida, Klara. Nunca he podido elegir... exceptuando una vez, cuando gané la lotería y decidí venir aquí. Y no estoy seguro de haber decidido bien.
Bostezó, y frotó la cara contra mi brazo durante unos momentos.
—Si ya hemos acabado con el sexo —resolvió—, quiero comer algo antes de dormir. Sube conmigo al Infierno Azul y te invitaré.
El Mantenimiento de Plantas era, literalmente, el mantenimiento de las plantas: específicamente, las enredaderas que contribuían a hacer de Pórtico un lugar habitable. Me presenté al trabajo y, sorpresa —de hecho, una agradable sorpresa—, mi jefe resultó ser mi vecino sin piernas, Shikitei Bakin.
Me saludó con visible complacencia.
—¡Qué amable has sido reuniéndote con nosotros, Robinette! —dijo—. Esperaba que te embarcarías enseguida.
—Lo haré, Shicky, muy pronto. En cuanto vea el anuncio del lanzamiento que me conviene, así lo haré.
—Claro que sí.
No añadió nada más, y me presentó a los otros mantenedores de plantas. No me explicó gran cosa de ellos, excepto que la muchacha había tenido cierta relación con el profesor Hegramet, el brillante Heecheeólogo, de nuestro planeta, y que los dos hombres ya habían salido en un par de misiones. En realidad, no necesitaba que me explicara nada. Todos nos comprendíamos en lo esencial. Ninguno de nosotros estaba dispuesto a inscribir su nombre en la lista de lanzamientos.
Yo ni siquiera estaba dispuesto a averiguar por qué.
Sin embargo, el Mantenimiento de Plantas hubiera sido un buen lugar para reflexionar. Shicky me dio trabajo enseguida, haciéndome fijar unas repisas a las paredes de metal Heechee con un pegamento de grasa. Era una sustancia adhesiva muy especial. Se adhería tanto al metal Heechee como a la chapa acanalada de las cajas de plantas, y no contenía ningún disolvente que se evaporase y contaminara el aire. Se decía que era muy caro. Si se te caía encima, no te quedaba más remedio que conformarte, por lo menos hasta que el pedazo de piel afectada moría y se desprendía. Si intentabas quitártelo de cualquier otra manera, te hacías sangre.
Cuando el cupo de repisas del día se completó, todos nos dirigimos a la planta de aguas fecales, donde recogimos unas cajas llenas de cieno y cubiertas con una película de celulosa. Las depositamos sobre las repisas, ajustamos las tuercas de cierre automático para afianzarlas en su lugar, y las conectamos a los depósitos de riego. Las cajas probablemente hubieran pesado un centenar de kilos cada una en la tierra, pero en Pórtico esto no significa nada; incluso la chapa con la que estaban hechas era suficiente para sostenerlas rígidamente sobre las repisas. Después, cuando todos hubimos acabado, el propio Shicky colocó las plantas, mientras nosotros seguíamos fijando repisas. Era divertido observarle. Llevaba las bandejas con los brotes de hiedra colgadas del cuello, como una chica que vendiera cigarrillos. Se aguantaba al nivel de la bandeja con una mano y esparcía los brotes por el cieno con la otra.