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Authors: Jorge Luis Borges & Adolfo Bioy Casares

Tags: #Cuento, Drama, Humor

Nuevos cuentos de Bustos Domecq (5 page)

Después del ejercicio que acalora me puse el saco, maniobra de evitar un resfrío, que por la parte baja te representa cero treinta en Genioles. El pescuezo lo añudé en la bufanda que vos zurciste con tus dedos de hada y acondicioné las orejas sotto el chambergolino, pero la gran sorpresa del día la vino a detentar Pirosanto, con la ponenda de meterle fuego al rejunta piedras, previa realización en remate de anteojos y vestuario. El remate no fue suceso. Los anteojos andaban misturados con la viscosidad de los ojos y el ambo era un engrudo con la sangre. También los libros resultaron un clavo, por saturación de restos orgánicos. La suerte fue que el camionero (que resultó ser Graffiacane) pudo rescatarse su reloj del sistema Roskopf sobre diecisiete rubíes, y Bonfirraro se encargó de una cartera Fabricant, con hasta nueve pesos con veinte y una instantánea de una señorita profesora de piano, y el otario Rabasco se tuvo que contentar con un estuche Bausch para lentes y la lapicera fuente Plumex, para no decir nada del anillo de la antigua casa Poplavsky.

Presto, gordeta, quedó relegado al olvido ese episodio callejero. Banderas de Boitano que tremolan, toques de clarín que vigoran, doquier la masa popular, formidavel. En la Plaza de Mayo nos arengó la gran descarga eléctrica que se firma doctor Marcelo N. Frogman. Nos puso en forma para lo que vino después: la palabra del Monstruo. Estas orejas la escucharon, gordeta, mismo como todo el país, porque el discurso se transmite en cadena.

Pujato, 24 de noviembre de 1947.

El hijo de su amigo

I

—Usted, Ustáriz, pensará de mí lo que quiera, pero soy más porfiado que el vasco de la carretilla. Para mí, el renglón libros es una cosa y el cinematógrafo es otra. Mis novelitas serán como el matete del mono con la máquina de escribir, pero la jerarquía de escritor la mantengo. Por eso la vez que me pidieron una comedia bufa para la S. O. P. A. (Sindicato de Operarios y Productores Argentinos) les rogué por favor que se perdieran un poquito en el horizonte. Yo y el cinematógrafo… ¡salga de ahí! No ha nacido el hombre que me haga escribir para el celuloide.

»Claro que cuando supe que Rubicante gravitaba en la S. O. P. A. me dejé poner bozal y manca. Además, hay factores que usted le tiene que sacar el sombrero. Desde el anonimato de la platea, pierdo la cuenta de los años que yo he seguido, con interés francamente cariñoso, la campaña que hace la S. O. P. A. en pro de la producción nacional, zampando en cada noticiario de ceremonias y banquetes un tendal de tomas que usted se distrae viendo la fabricación del calzado, cuando no el sellado de los tapones o el etiquetado de los envases. Añada que la tarde que perdió Excursionistas, se me apropincuó Farfarello en el trencito del Zoológico, y me dejó pastoso con el notición que la S. O. P. A. tenía programada para su ejercicio del 43 una cadena de películas que aspiraban a copar el mercado fino, dando calce al hombre de pluma, para que despachara una producción de alto vuelo, sin la concesión de rigor al factor boletería. Me lo dijo y no lo creí hasta que lo dijo de propios labios. Hay más. A las cansadas me juré por un viejito que nos tenía medio fastidiados cantando
Sole mio
, que lo que es esa vuelta no me harían laburar, como las anteriores, sin otra resultante que un apreciable consumo de block Coloso. Los trámites se llevarían gran estilo: un contrato en letra de mosca, que a usted se la refriegan suave por las narices y después le pone una firma que, cuando sale a tomar aire, va con su collar y cadena; un adelanto sustancial en metálico, que engrosaría
ipso facto
el fondo común de la sociedad, de la que yo tenía derecho a considerarme adherente; la promesa, bajo palabra, de que la mesa directiva tomaría en consideración, o no, los argumentos sometidos por el firmante, que, previa aprobación de la Nena Nux (que para mí tiene su historia con un peticito gangoso que sabe circular en el ascensor), asumirían, a su debido tiempo, la forma de verdaderos anteproyectos de guión y diálogo.

»Créame una vez en la vida, Ustáriz: soy todo un impulsivo, cuando conviene. Engolosinado, me lo apestillé a Farfarello: le obsequié una gaseosa que consumimos sotto la vigilancia del cebú; le calcé un medio Toscanini en el morro y me lo llevé, en un placero, entre cuentos al caso y palmaditas, al Nuevo Parmesano de Godoy Cruz. Para preparar el estómago, embuchamos hasta sapo por barba; después tuvo su hora el minestrón; después nos dimos por entero el desgrase del caldo; después, con el Barbera, se nos vino el arroz a la Valenciana, que medio lo asentamos con un Moscato y así nos dispusimos a dar cuenta de la ternerita mechada, pero antes nos dejamos tentar por unos pastelones de albóndiga y la panzada concluyó con panqueques, fruta mezzo verdolaga, si usted me entiende, un queso tipo arena y otro baboso y un cafferata-express con mucha espuma, que mandaba más ganas de afeitarse que de cortarse el pelo. En ancas del espumoso cayó el señor Chissotti en persona, en su forma de grappa, que nos puso la lengua de mazacote y yo la aproveché para dar una de esas noticias bomba, que hasta el camello de la joroba se cae de espalda. Sin gastarme en prólogos ni antesalas, me lo preparé suavito, suavito, a Farfarello, para cortarle el hipo con la sorpresa que yo ya disponía de un argumento que sólo le faltaba el celuloide y un reparto de bufos que el día de pago la S. O. P. A. entra en franca disolución. Aprovechando que uno de tantos caramelos pegote se le había incrustado en la cavidad, que ni tan siquiera el mozo de la panera se lo consiguió del todo extraer, principié a narrarle
grosso modo
, con lujo de detalles, el argumento. El pobre escucha se mandó cada bandera blanca y me rechinó en las orejas que ese argumento yo se lo había contado más veces que espinas había tenido el besugo. Tómele el pulso al sucedido: Farfarello me pasó el dato que una palabra más y que no me presentaría, el día menos pensado, al gobierno títere de la S. O. P. A. ¿Qué otro remedio me quedó, le pregunto, que abonar la consumición, acondicionarlo en un taxi y distribuirlo a domicilio en Burzaco?

»A gatas no había pasado un mes de orejearla en el banco de la paciencia, cuando vino la citación de apersonarme en un “edificio propio”, en Munro, donde sabía roncar el tigraje de los que pisan fuerte en la S. O. P. A.

»¡Qué muestrario que tiene su interés! Esa misma tarde logré repantigar la visual sobre las eminencias grises que dan su pauta a la pujante industria del cine. Estos ojos, en los que usted se refleja con esa cara de pan de leche, conocieron tiempos mejores, mirando como dos babosos a Farfarello, que es uno de esos rubios tipo ladrillo, con jeta de negro bozal; al doctor Persky, con la sonrisa de buzón y los lentes, que tira a sapo visto bajo el agua; a la señora Mariana Ruiz Villalba de Anglada, con la flacura que le exige Patou, y a la pobre hormiga Leopoldo Katz, que hace de secretario de la señora y usted
piu tosto
lo toma por japoneso. Como para tapar la boca al más insaciable, en cualquier momento podía comparecer el Pibe del Centro, el empresario de los grandes sucesos, el rey sin corona del Buenos Aires noctámbulo, el bacanazo del Pigall y de La Emiliana, ese porteño por antonomasia que se llama Paco Antuñano y Pons. No es todo: casi llegó también Rubicante, el bancario que dota a la quimera de una base en metálico. Hay más: no perdí la cabeza. Rápido me di cuenta que rolaba en un alto círculo y me reduje a mirar fijo, a toser, a tragar saliva, a venir brillante con el sudor, a poner cara de atención cuando estaba en Babia y a repetir sí, sí, ja, ja, como un coro griego. Después sirvieron el cognac en balones y yo pasé como valija diplomática a los cuentos más repugnantes, a la pantomima inequívoca y, en una palabra, a lo que se llama un derroche de idioteces y obscenidades.

»Las consecuencias de esa patinada fueron luctuosas: el doctor Persky, que no aguanta que otro se luzca, se desfiguró con la envidia y desde entonces me rigorea que es un gusto; la señora Mariana, al calor de la performance, creyó descubrir en mí un pico de oro, una de esas máquinas de
causeur
que antes se estilaban en los salones y yo me veo en cada angostura que no abro la boca ni para papar una mosca.

»Una tarde yo estaba más contento que con el premio de la reina Victoria, cuando cayó mi amigo Julio Cárdenas. No me venga con el globo cautivo que no lo conoce, usted que siempre formó, por derecho propio, entre la chusma y el negraje. Haga memoria: es hijo del viejo Cárdenas, un vejete de levita rabona, que nadando a lo perro y vigilando la pipa de porcelana que le adornaba el hocico, me salvó la vida hace un rato, cuando la última creciente del Maldonado. Julio, un mocito enlutado, con ojos de esos que dan gana de plantarle un termómetro, y que yo le garanto que lo miré con franca suspicacia por el vestuario baratieri y la pinta de miserable zanagoria, que si se acercaba a las grandes mecas del celuloide es con la triste idea de venderles un argumento. Literato habemos, me dije, y ya le hice la cruz, viendo en ese amigo-sorpresa un competidor peligroso. Tómese una vitamina y comprenda mi situación: si el giovinotto pone de manifiesto un cuaderno y nos repugna las orejas con un cinedrama en su forma de engedro inédito, soy capaz de resfriarme con la rabia. La cosa la vi negra, Ustáriz, pero el destino a última hora me ahorré el embuche de esa píldora amarga. Cárdenas no venía como literato, sino que revestía las características de un estudiante aficionado a las máquinas filmadoras. Anche a la señora Mariana, según la fábula que nos quiso embutir entre ceja y ceja ese pobre intruso de Farfarello. Yo le demostré hasta el cansancio (que gana no me faltó de echar un ronquido a la disparada en la cama jaula) que su ponencia carecía francamente de base, porque cómo, páseme el dato, le iba a importar la señora Mariana si yo dije que sólo le importaban las máquinas filmadoras. ¡Farfarello mascó el polvo de la derrota!

»Usted pensará que yo, entre tanta estrella, estaría como el que se atragantó con la sopa seca. Hágase a un lado. Yo me aceité el cacumen y lo hice trabajar que más que cabeza parecía ventilador con sombrero Borsalino. Me hubiera visto, con la brocha a dos manos, dando curso a un libreto gran suceso, en que se perfilaba el romance de una muñequita social, con
chalet
propio en la Avenida de Mayo, para no decir nada de la estanzuela donde para tentar de risa a las amiguitas, le hizo creer al gauchito protagónico que se había prendado de él y al fin (¡no se descole con la sorpresa!) se enamoró de veras y los maridó el capitán del piróscafo en que hacían un crucero a Ushuaia, porque antes hay que conocer lo nuestro. Una cinejoya con su interés para el docente; porque usted pasa echando chispas del pericón a la pampa y escolta a la simpática pareja que no desoye los imperativos telúricos y da pie a la cámara para sacar vistas de algunos parajes. La cosa es que a los tantos días vista los dejé preocupados con la noticia que había adornado con el punto final a una comedia bufa (inédita, eso sí). La cosa quisieron tomarla a broma, pero yo dele y dele y no les quedó más remedio que sacrificar una fecha para la lectura.
Ipso facto
promulgaron un estatuto con artículo único, donde se aconsejaba que el acto fuera a puerta cerrada para que yo no molestara con pesadeces.

»Resentí el golpe, pero qué pucha si estaba más acorazado que una rodillera con
¡Terminaron casándose!
, que así la pegué con el título que haría las veces de nombre para la comedia bufa de referencia. Yo estaba tranquilo, tranquilo, porque sabía que mi comedieta era un comprimido de esos que no fallan impacto y que el comité de lectura corría la fija de venir sin baba con el palpitante interés. Usted que me conoce no haga el triste papel de figurarse que yo me iba a perder tamaña función. Pasé unos días sin formalizar otra cosa que asomarme al reloj, con la comezón de engrosar la barra de escuchas, manteniéndome en el recinto, aunque más no sea de barriga en debajo de la piel con cabeza de tigre. En el pizarrón con letra de tiza vi que el rubro Lectura y Rechazo de
¡Terminaron casándose!
lo habían postergado para el viernes a las dieciocho y treinta y cinco.

II

—Una vez que yo estaba medio dormido usted me durmió todo con un cuento de una vistita para el celuloide. Supongo que lo sacaron carpiendo.

—No se haga ilusiones, Ustáriz. Le voy a contar el sucedido con suma prolijidad. Al viernes fijado para la lectura, a gatas lo postergaron tres meses. Eso sí, mantuvieron el reglamento que yo no pudiera asistir. El día fatal, para que mi manganeta se mantuviera muy por encima de las más bajas suspicacias, hice acto de presencia a las dieciséis y me dejé caer en el infundio que a las dieciocho y treinta y cinco se inauguraba en un localito
ex profeso
la Exposición Municipal de Productos Adulterados, que hasta usted, con esa pinta de falto, sabe que no me la pierdo ni por un Provolone, porque llevo la pichincha en la sangre, y la idea fija de comprar a precio manicomio me hace adquirir cada remesa de pasta de Mascarpone en desuso que si me aseguran en una trampera no hay un rodedor a la redonda que falte a la cita. Farfarello, que en materia de comprar munición de boca siempre está alerta, se me quiso enganchar y por poco el cuerpo directivo de la S. O. P. A. no se trasladó en masa al localito que yo había inventado en base a macanas fritas y la más pura patraña; por suerte el Poldo Katz cortó de raíz esa propensión y nos resultó el perro de la disciplina, porque nos recordó, a mí tan luego, que esa tarde tocaba rechazar
¡Terminaron casándose!
como mandaba el pizarrón. Persky, que ni un caballo calculador le cuenta las pecas, me otorgó un plazo prudencial para salir como bicicleta enseguida. Yo no quería otra cosa, pero la máquina, ¿quién me la saca?

»Con un apreciable margen de error, que, en efecto, no perdonaba el depósito escobas y escobillones que es todo una muestra de cómo derrocha el centavito el jefe de personal de la S. O. P. A., saqué en limpio que la lectura obraría en el saloncete de la mesa redonda, donde está el mueble con esa forma. Por suerte que también está un biombo, de esos chinos, con animales dañinos, y detrás se constituye un recinto, medio escasany, pero tan oscuro que a usted ni lo localiza la mosca. Después del “Adiós, adiós, corazón de arroz”, que impone el más frío convencionalismo, salí haciendo visajes y
ainda mais
, para dejar bien sentado que ganaba la calle, pero lo más cierto es que después de pasearme en el ascensor de servicio, entré a lo anguila en el saloncete de la mesa ídem y me embosqué (si lo adivina le obsequio este boleto usado en la retaguardia del biombo).

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