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Authors: Charlaine Harris

Muerto y enterrado (15 page)

Era una pregunta que no podía formularle a mi bisabuelo, o al menos no había reunido el valor para hacerlo.

Diantha me miró con cierta perplejidad.

—Ellos están en un bando y él en el otro —me contestó, como si fuese un poco tonta—. Secargaronatuabuelo.

—Esas… ¿Esas hadas mataron a mi abuelo Fintan?

Asintió vigorosamente.

—Notelohadicho —dijo.

—¿Niall? Sólo me contó que su hijo había muerto.

Diantha estalló en una risotada.

—Ytantoquemurió —dijo, y redobló las risas—. ¡Lohicieronpedacitos! —Me dio un golpe en el brazo, inmersa en su exceso de diversión. Me sobresalté—. Lo siento —se disculpó—. Losientolosientolosiento.

—Vale —dije—. Dame un momento. —Me froté el brazo insistentemente para aliviar la molestia. ¿Cómo protegerse de unas hadas que ansían tu pellejo?—. ¿A quién se supone que debo tener miedo exactamente? —pregunté.

—A Breandan —respondió—. Significaalgo; peromeheolvidado.

—Oh. ¿Qué quiere decir Niall? —Así de poco me cuesta salirme del tema.

—Nube —explicó Diantha—. Toda la gente de Niall tiene nombres relacionados con el cielo.

—Vale, entonces Breandan va a por mí. ¿Quién es?

Diantha parpadeó repetidamente. Estaba siendo una conversación muy larga para ella.

—El enemigo de tu bisabuelo —me explicó con cuidado, como si yo tuviese la cabeza embotada—. El único otro príncipe de las hadas.

—¿Por qué te ha enviado el señor Cataliades?

—Hicistetodoloquepudiste —dijo con un único golpe de aliento. Sus claros ojos se fijaron en los míos y me palmeó suavemente la mano mientras sonreía.

Había hecho todo lo que había podido para sacar con vida del Pyramid a todo el mundo. Pero no había servido de mucho. Resultaba gratificante que el abogado apreciara mis esfuerzos. Me había pasado toda una semana enfadada conmigo misma por no haber sido capaz de descubrir antes toda la trama de la bomba. Si hubiese prestado más atención y no me hubiese distraído con todo lo que pasó a mi alrededor…

—Ytevanapagar.

—¡Oh, qué bien! —Sentí que me iluminaba por dentro, a pesar de la preocupación que me inspiraba el mensaje de Diantha—. ¿Me has traído una carta o algo parecido? —pregunté, con la esperanza de obtener una información más detallada.

Diantha meneó la cabeza, y las púas de brillante pelo color platino embadurnadas en gel temblaron alrededor de su cráneo, confiriéndole el aspecto de un puercoespín nervioso.

—Mi tío tiene que ser neutral —dijo diáfanamente—. Nipapelesnillamadasnicorreoselectrónicos. Por eso me manda.

Sin duda, Cataliades se había jugado el cuello por mí. Bueno, más bien el cuello de Diantha.

—¿Qué pasa si te capturan a ti, Diantha? —pregunté.

Encogió sus huesudos hombros.

—Moriríapeleando —dijo.

Puso el semblante triste. A pesar de no poder leer la mente de los demonios del mismo modo que la de los humanos, cualquiera sabría que estaba pensando en su hermana Gladiola, que había muerto por la espada de un vampiro. Pero, al cabo de un segundo, Diantha recuperó un aspecto sumamente letal.

—Losquemaría —añadió. Me senté y arqueé las cejas para mostrar que no entendía.

Diantha alzó la mano y miró su palma. Una diminuta llama apareció flotando justo encima.

—No sabía que pudieras hacer eso —dije. Estaba impresionada. Me recordé permanecer siempre del lado de Diantha.

—Pequeña —contestó, encogiéndose. Deduje por ello que Diantha no podía generar una llama de gran tamaño. El vampiro que mató a Gladiola debió de tomarla por sorpresa, ya que los no muertos son mucho más inflamables que los humanos.

—¿Las hadas arden como los vampiros?

Asintió.

—Todoarde —dijo con voz firme y segura—. Tarde, temprano.

Reprimí un escalofrío.

—¿Te apetece comer o beber algo? —la invité.

—No. —Se levantó del suelo y se sacudió la tierra de su brillante conjunto—. Tengoqueirme. —Me palmeó suavemente la cabeza, se volvió y desapareció ante mis ojos, corriendo más deprisa que un ciervo.

Me recosté en la tumbona para pensar en todo lo que me había contado Diantha. Ahora que tanto Niall como el señor Cataliades me habían advertido, me sentía genuina y profundamente asustada.

Sin embargo, las advertencias, aunque oportunas, no me daban información práctica alguna sobre cómo defenderme de la amenaza; que, por lo que yo sabía, podría materializarse en cualquier momento y lugar. Daba por sentado que las hadas enemigas no arrasarían el Merlotte’s para sacarme a rastras de allí, dada su naturaleza tan reservada, pero, aparte de eso, no tenía la menor idea de cómo me atacarían o cómo defenderme. ¿Bastarían las puertas cerradas con llave para mantenerlas a raya? ¿Había que invitarlas a cruzar el umbral como a los vampiros? No, no recordaba que hubiese tenido que hacer pasar a Niall, y él ya había estado en casa.

Sabía que las hadas no estaban limitadas a la noche, como les ocurría a los vampiros. Sabía que eran muy fuertes, tanto como éstos. Sabía que las hadas auténticas (en contraposición a los duendes y los trasgos) eran tan preciosas como despiadadas; tanto, que incluso los vampiros respetaban su ferocidad. Las hadas más viejas no siempre vivían en este mundo, como Claude o Claudine; tenían otro lugar en el que estar, un mundo cada vez más pequeño y secreto que preferían con creces antes que el nuestro: un mundo sin hierro. Si podían mantenerse alejadas del hierro, las hadas podían vivir tanto tiempo que al final perdían la cuenta de los años. Niall, por ejemplo, daba saltos de siglos en sus conversaciones de manera muy inconsistente. Podía hablar de un acontecimiento ocurrido hacía quinientos años y de otro anterior de hacía sólo doscientos. Era simplemente incapaz de estar al tanto del paso del tiempo, quizá, en gran parte, porque la mayoría del mismo se lo pasaba fuera de nuestro mundo.

Me estrujé el cerebro en busca de más información. Sabía una cosa que me parecía mentira haber olvidado, aunque sólo fuese por un instante. Si el hierro es malo para las hadas, el zumo de limón es aún peor. La hermana de Claude y Claudine había sido asesinada con zumo de limón.

Ahora que caía en ello, pensé que sería útil hablar con Claude y Claudine. No sólo eran mis primos, sino que ella era también mi hada madrina, y se suponía que debía ayudarme. Estaría trabajando en los almacenes, donde se encargaba de gestionar tanto las quejas relacionadas con los paquetes embalados como los pagos a crédito. Claude estaría en el club de
striptease
masculino del que ahora era propietario. Sería más fácil ponerme en contacto con él. Entré en casa y cogí el número. Claude respondió a la llamada en persona.

—Sí —contestó, logrando transmitir indiferencia, desprecio y aburrimiento en una sola palabra.

—¡Hola, cielo! —exclamé con toda mi alegría—. Necesito hablar contigo. ¿Puedo pasarme por allí o estás demasiado ocupado?

—¡No, no vengas aquí! —Parecía casi alarmado ante la idea—. Nos veremos en el centro comercial.

Los mellizos vivían en Monroe, que presumía de un bonito centro comercial.

—Vale —dije—. ¿Dónde y a qué hora?

Hubo un instante de silencio.

—Claudine saldrá tarde para almorzar. Nos veremos dentro de hora y media en la zona de los restaurantes, en el Chick-fil-A.

—Allí nos veremos —respondí, y Claude colgó. Todo un encanto. Me puse mis vaqueros favoritos y una camiseta verde y blanca. Me cepillé el pelo vigorosamente. Me había crecido tanto que me costaba un mundo domarlo, pero no quería cortármelo.

Dado que había intercambiado sangre con Eric en más de una ocasión, no sólo no me había resfriado tan a menudo, sino que ni siquiera se me habían abierto las puntas. Además, el pelo estaba más brillante y fuerte que antes.

No me sorprendía que la gente comprase sangre de vampiro en el mercado negro. Lo que sí me sorprendía era que fuesen tan necios como para confiar en los vendedores cuando les decían que esa sustancia roja era auténtica sangre de vampiro. A menudo, los frascos contenían TrueBlood, sangre de cerdo o incluso la propia sangre del drenador. Cuando el comprador conseguía auténtica sangre de vampiro, a menudo ésta estaba pasada y su consumo podía volverle loco. Nunca se me ocurriría acudir a un drenador para comprarle sangre de vampiro. Pero ahora que la había probado varias veces (y muy fresca), ni siquiera necesitaba usar base de maquillaje. Tenía la piel perfecta. ¡Gracias, Eric!

No sé ni por qué me molestaba en sentirme orgullosa de mí misma, porque nadie me miraría dos veces cuando estuviese con Claude. Mide 1,83, tiene una ondulada melena negra y ojos castaños, el físico de un
stripper
(con su tableta de chocolate y todo) y la mandíbula y los pómulos de una estatua del Renacimiento. Por desgracia, también tiene la personalidad de una estatua.

Ese día, Claude vestía unos pantalones informales y una camiseta ajustada bajo una camisa abierta de seda verde. Estaba jugueteando con un par de gafas de sol. Si bien la expresión facial de Claude cuando no está «excitado» va de inocua a hosca, hoy parecía más bien nervioso. Examinó el recinto de la cafetería, como si sospechase que alguien me había seguido, y no se relajó un ápice cuando me senté a su mesa. Tenía una taza del Chick-fil-A delante, pero no había pedido nada de comer, así que hice lo mismo.

—Prima —dijo—, ¿estás bien? —Ni siquiera intentó sonar sincero, pero al menos escogió las palabras adecuadas. Claude se había vuelto un poco más cortés conmigo al descubrir que mi bisabuelo era su abuelo, pero nunca olvidaría que yo era (en mi mayor parte) humana. Claude despreciaba en gran medida a las personas, al igual que la mayoría de las hadas, pero le encantaba acostarse con ellos, siempre que tuvieran una barba incipiente.

—Sí, gracias Claude. Ha pasado mucho tiempo.

—¿Desde la última vez que nos vimos? Sí. —Y estaba claro que eso no le suponía ningún problema—. ¿En qué puedo ayudarte? Oh, aquí llega Claudine —parecía aliviado.

Claudine lucía un traje marrón con grandes botones dorados y una blusa crema y marrón a rayas. Tenía un estilo muy conservador para el trabajo, y aunque el conjunto era adecuado, algo en su corte le hacía parecer menos delgada. Era la melliza de Claude; habían tenido otra hermana, Claudette, pero había sido asesinada. Digo yo que si quedan dos de tres, lo suyo era llamarlos mellizos, ¿no? Claudine era tan alta como Claude y se inclinó para darle un beso en la mejilla, dejando caer su cabello, exactamente del mismo tono que el de él, en una cascada de oscuros rizos. También me besó a mí. Me preguntaba si todas las hadas tenían la misma predisposición al contacto físico. Mi prima se pidió una bandeja de comida: patatas fritas,
nuggets
de pollo, una especie de postre y una bebida azucarada.

—¿En qué clase de problemas está metido Niall? —pregunté, yendo directa al grano—. ¿Qué clase de enemigos tiene? ¿Son todos hadas, o hay otros tipos de seres feéricos?

Hubo un momento de silencio, mientras los hermanos advirtieron mi brusco humor. Mis preguntas no les sorprendieron en absoluto, detalle que me pareció significativo de por sí.

—Nuestros enemigos son hadas —dijo Claudine—. Los demás seres feéricos no se inmiscuyen en nuestra política como norma, a pesar de que todos seamos variantes de una misma cosa; del mismo modo que los pigmeos, los caucásicos o los asiáticos son variantes del mismo ser humano. —Parecía triste—. Somos menos que antes. —Abrió una sobrecillo de kétchup y vertió su contenido sobre las patatas fritas. Se metió tres en la boca. Vaya si tenía hambre.

—Podría llevar horas explicar todo nuestro linaje —continuó Claude, pero sin excluirme de la conversación. Simplemente evocaba un hecho—. Provenimos de una estirpe de hadas que reivindica su parentesco con el cielo. Nuestro abuelo, tu bisabuelo, es uno de los pocos supervivientes de nuestra familia real.

—Es un príncipe —dije, puesto que era una de las pocas cosas que sabía. «Príncipe Azul. Príncipe Valiente. Príncipe de la Ciudad». El título estaba revestido de mucho peso.

—Sí, pero hay otro príncipe: Breandan. —Claude lo pronunció como «Brean-DAUN». Diantha lo había mencionado—. Es el hijo del hermano mayor de Niall, Rogan. Rogan reivindicó el parentesco con el mar, y por ello extendió su influencia sobre todos los seres del agua. Hace poco, Rogan se fue a la Tierra Estival.

—Murió —me tradujo Claudine, antes de que le cogiera un poco de pollo.

Claude se encogió de hombros.

—Sí, Rogan ha muerto. Era el único que podía contener a Breandan. Y deberías saber que Breandan fue quien… —Pero Claude se paró a media frase, ya que su hermana había posado la mano sobre su brazo. Una mujer que le estaba dando a un crío unas patatas fritas nos observó con curiosidad, al llamarle la atención el repentino gesto de Claudine. Ella le miró de un modo que podría producir ampollas en la pintura. Él asintió, ella retiró su mano y la conversación se reanudó.

—Breandan tiene serias discrepancias políticas con Niall. Él…

Los mellizos se miraron el uno a la otra. Finalmente, Claudine asintió.

—Breandan cree que todos los humanos con sangre de hada deberían ser erradicados. Cree que cada vez que uno de los nuestros se acuesta con un humano, perdemos parte de nuestra magia.

Me aclaré la garganta, tratando de desembarazarme del nudo de temor que la bloqueaba.

—Así que Breandan es un enemigo. ¿Hay algún miembro real más por parte de Niall? —pregunté con voz ahogada.

—Un príncipe menor, aunque el título no tiene traducción —dijo Claude—. Nuestro padre, Dillon, hijo de Niall, y su primera esposa, Branna. Nuestra madre se llama Binne. Si Niall se va a la Tierra Estival, Dillon lo sustituirá como príncipe. Pero tiene que esperar, por supuesto.

Los nombres no me sonaban de nada. El primero sonaba casi como Dylan, y el segundo como BI-nah.

—Deletréamelos, por favor —dije.

—B-I-N-N-E. D-I-L-L-O-N —pronunció Claudine—. Niall no era feliz con Branna, y le llevó mucho tiempo querer a nuestro padre Dillon. Niall prefería a sus hijos medio humanos. —Sonrió para asegurarme que ella no tenía problemas con los humanos, pensé.

Niall me contó una vez que era su única familiar viva. Pero no era verdad. Niall se había dejado arrastrar por las emociones, sin respetar los hechos. Tenía que recordarlo. Claude y Claudine no parecían culpar a Niall por su parcialidad con respecto a mí, lo cual me suponía un enorme alivio.

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