Read Muerto Para El Mundo Online
Authors: Charlaine Harris
Bill echó un vistazo a su alrededor.
—Coronel Flood —dijo, saludándolo con un movimiento de cabeza—. Alcide. —El saludo hacia Alcide fue menos cordial—. A estos nuevos aliados no los conozco —dijo, señalando a los brujos. Bill esperó a que terminaran las presentaciones para preguntar—: ¿Y qué hace Debbie Pelt aquí?
Intenté no gritar al oír mis propios pensamientos expresados en voz alta. ¡Era exactamente la misma pregunta que yo me hacía! ¿Y cómo era que Bill conocía a Debbie? Intenté recordar si sus caminos se habían cruzado en Jackson, si se habían conocido; y no recordaba un encuentro así aunque, naturalmente, Bill sabía lo que Debbie había hecho.
—Es la mujer de Alcide —dijo Pam, con cautela y algo perpleja.
Levanté las cejas, mirando a Alcide, que se puso colorado.
—Está aquí de visita y decidió acompañarlo —continuó Pam—. ¿Desapruebas su presencia?
—Estuvo presente mientras me torturaban en el recinto del rey del Misisipi —dijo Bill—. Disfrutó con mi dolor.
Alcide se puso en pie, jamás lo había visto tan horrorizado.
—¿Es eso cierto, Debbie?
Debbie Pelt trató de no acobardarse, pero todas las miradas estaban fijas en ella, miradas poco amistosas.
—Dio la casualidad de que estaba visitando a un amigo hombre lobo que vivía allí, uno de los vigilantes —dijo. Pero su voz no sonaba con la tranquilidad que requerían sus palabras—. Evidentemente, nada podía hacer para liberarte, me habrían hecho pedazos. No puedo creer que recuerdes con mucha claridad que estaba yo allí. Estabas prácticamente inconsciente. —Sus palabras escondían cierto desprecio.
—Te sumaste a la tortura —dijo Bill, con un tono de voz aún impersonal y, por ello, de lo más convincente—. Lo que más te gustaron fueron las tenazas.
—Y ¿no dijiste a nadie que Bill estaba allí? —le preguntó Alcide a Debbie, de un modo, por el contrario, completamente personal, lleno de dolor, rabia y sentimiento de traición—. ¿Sabías que alguien de otro reino estaba siendo torturado en casa de Russell y no hiciste nada?
—Es un vampiro, por el amor de Dios —dijo Debbie—. Cuando posteriormente descubrí que tú te habías llevado a Sookie a buscarlo, para librar a tu padre del acoso de los vampiros, me sentí fatal. Pero en aquel momento no era más que un asunto de vampiros. ¿Por qué tenía yo que interferir?
—Y ¿por qué iba a sumarse una persona decente a un acto de tortura? —La voz de Alcide sonó muy tensa.
Se produjo un prolongado silencio.
—Y, además, Debbie intentó matar a Sookie —dijo Bill. Su voz sonaba aún serena.
—¡Yo no sabía que estabas en el maletero del coche cuando la empuje allí dentro! ¡No sabía que estaba encerrándola con un vampiro hambriento! —dijo Debbie.
No puedo hablar por los demás, pero a mí no me convenció lo más mínimo.
Alcide bajó la cabeza para mirarse las manos, como si en ellas tuviera un oráculo. La levantó a continuación para mirar a Debbie. Era un hombre incapaz de eludir por más tiempo el dolor de la verdad. Me dio muchísima lástima.
—Abjuro de ti —dijo Alcide. El coronel Flood frunció el entrecejo y el joven Sid, Amanda y Culpepper se quedaron tan atónitos como impresionados, como si fuera aquélla una ceremonia que jamás habían imaginado poder llegar a presenciar—. No quiero verte nunca más. No cazaré contigo nunca más. No compartiré mi carne contigo nunca más.
Era, evidentemente, un ritual de extremada importancia entre los seres de dos naturalezas. Debbie se quedó mirando a Alcide, sobrecogida por su discurso. Los brujos murmuraron entre ellos y el resto de la estancia guardó silencio. Incluso Bubba permaneció con los ojos abiertos de par en par, y en su cabeza muchas cosas empezaron a cuadrar.
—No —dijo Debbie con un hilo de voz, agitando la mano delante de ella, como si con ello pudiera borrar lo sucedido—. ¡No, Alcide!
Pero pese a que él la miraba, había dejado de verla para siempre.
Aun odiando a Debbie, me dolía verla así. Como la mayoría de los presentes, aparté la vista de ella en cuanto pude, intentando mirar a cualquier parte excepto a la cambiante. Enfrentarse al aquelarre de Hallow parecía un juego de niños en comparación con ser testigo de aquel episodio.
Pam estaba de acuerdo conmigo.
—De acuerdo entonces —dijo enseguida—. Bubba abrirá el camino con Sookie. Ella se esforzará todo lo que pueda en... lo que sea que haga ella, y nos enviará una señal. —Pam se quedó reflexionando un instante—. Recapitulemos, Sookie: necesitamos conocer el número de personas que hay en la casa, si todos ellos son brujos y cualquier otro detalle que puedas detectar. Envíanos a Bubba con la información que descubras y permanece en guardia por si la situación cambia mientras nos movilizamos. En cuanto estemos en posición, puedes retirarte hacia los coches, donde estarás más segura.
Ningún problema. Entre una multitud de brujos, vampiros y hombres lobo, yo no era quien para entrar en combate.
—Me parece bien, siempre y cuando no tenga que implicarme más —dije. Noté un tirón en la mano que me obligó a volver la vista hacia Eric. La perspectiva de la batalla parecía satisfacerle, pero su rostro y su postura seguían transmitiendo inseguridad—. Pero ¿qué será de Eric?
—¿A qué te refieres?
—Si matáis a todo el mundo, ¿quién deshará su maleficio? —Me volví ligeramente para dirigirme a los expertos, el contingente de wiccanos—. Si el aquelarre de Hallow muere al completo, ¿mueren con ellos sus maleficios? ¿O seguirá Eric sin memoria?
—El maleficio tiene que ser deshecho —dijo la bruja de más edad, la serena mujer afroamericana—. Lo mejor es que lo deshaga quien lo creó. También puede deshacerlo otro, pero requeriría más tiempo y más esfuerzo, al desconocer cómo se lanzó el conjuro.
Estaba tratando por todos los medios de no mirar a Alcide, pues seguía temblando debido a la violencia de las emociones que le habían llevado a repudiar a Debbie. Aun sin saber que aquella acción era posible, mi primera reacción fue sentirme un poco amargada porque no lo hubiese hecho hacía cuestión de un mes, justo después de que yo le contara que Debbie había intentado matarme. Pero era posible que Alcide se hubiese dicho que yo me confundía, que no había sido a Debbie a quien había intuido cerca de mí antes de verme empujada al maletero del Lincoln.
Por lo que yo sabía, era la primera vez que Debbie admitía haberlo hecho. Y había argumentado que no sabía que Bill estaba en el interior del maletero, inconsciente. Fuera como fuese, arrojar a una persona en el interior del maletero de un coche y cerrarlo con llave no era precisamente una broma, ¿verdad?
Tal vez Debbie también se había mentido a sí misma.
Tenía que seguir prestando atención a lo que acontecía en estos momentos. Ya tendría tiempo de sobra para pensar en la capacidad del ego humano de engañarse a sí mismo, si conseguía sobrevivir a la noche.
Pam estaba diciendo:
—¿Piensas entonces que debemos salvar a Hallow? ¿Para que deshaga el maleficio de Eric? —La idea no parecía hacerla muy feliz. Me olvidé de mis dolorosos sentimientos y me obligué a escuchar. No tenía tiempo de andarme por las ramas.
—No —dijo al instante la bruja—. Que lo haga su hermano, Mark. Dejar a Hallow con vida es demasiado peligroso. Tiene que morir lo antes posible.
—¿Qué haréis vosotros? —preguntó Pam—. ¿Cómo pensáis colaborar en el ataque?
—Nos quedaremos fuera, pero a dos manzanas de distancia —dijo el hombre—. Lanzaremos maleficios para debilitar a los brujos y sembrar la indecisión. Y nos guardaremos algunos trucos bajo la manga. —Él y la mujer joven que lo acompañaba, que llevaba una cantidad impresionante de sombra negra en los ojos, parecían encantados ante la posibilidad de poder exhibir sus trucos.
Pam asintió, como si practicar maleficios fuera ayuda suficiente. Yo pensé que habría sido mejor esperar fuera con un lanzallamas.
Durante todo aquel tiempo, Debbie Pelt se había quedado allí paralizada. Emprendió entonces el camino hacia la puerta de atrás. Bubba salió corriendo para agarrarla del brazo. Ella le lanzó un sonido parecido a un siseo, pero él no se amedrantó, cosa que yo habría hecho.
Ninguno de los hombres lobo reaccionó ante aquello. Era como si se hubiese vuelto invisible para ellos.
—Déjame marchar. Aquí no me quieren —le dijo a Bubba, mientras la rabia y la tristeza se peleaban por controlar su rostro.
Bubba se encogió de hombros y se limitó a retenerla, esperando la opinión de Pam.
—Si te dejamos marchar, podrías ir a visitar a los brujos para avisarles de nuestra llegada —dijo Pam—. Al parecer, es lo que cabría esperar de tu carácter.
Debbie tuvo el descaro de mostrarse ultrajada. Alcide tenía la misma expresión que si estuviera mirando la previsión del tiempo en la tele.
—Bill, encárgate de ella —sugirió Chow—. Si se vuelve contra nosotros, mátala.
—Una idea maravillosa —dijo Bill, sonriendo y mostrando sus colmillos.
Después de unos momentos dedicados a la discusión del medio de transporte y de unas cuantas consultas más dirigidas a los brujos, que se enfrentaban a un tipo de batalla completamente distinta de la del resto, Pam dijo:
—De acuerdo, vámonos. —Pam, que parecía más que nunca Alicia en el País de las Maravillas, con su jersey de color rosa claro y pantalones fucsia, se levantó y verificó su carmín en el espejo que había colgado en una pared. Observó su reflejo con una sonrisa, un gesto que he visto mil veces hacer a las mujeres.
—Sookie, amiga mía —dijo, volviéndose para sonreírme—. Ésta será una gran noche.
—¿De verdad?
—Sí.
—Pam me pasó el brazo por los hombros—. ¡Defenderemos lo que es nuestro! ¡Lucharemos por la restauración de nuestro líder! —Sonrió a Eric—. Mañana, sheriff, volverás a sentarte en tu despacho en Fangtasia. Podrás dormir en tu casa, en tu dormitorio. Nos hemos encargado de mantener tu casa limpia y arreglada.
Observé la reacción de Eric. Nunca había oído a Pam dirigirse a Eric por su título. Aunque el vampiro jefe de una sección recibía el título de "sheriff", y a aquellas alturas debería haberme acostumbrado a ello, no pude evitar imaginarme a Eric vestido de cowboy con una estrella en el pecho o, mi imagen favorita, con mallas negras como el malvado sheriff de Nottingham. Encontré interesante, además, que no viviera en esta casa con Pam y con Chow.
Eric lanzó una mirada tan seria a Pam, que le borró incluso la sonrisa.
—Si muero esta noche —dijo—, pagad a esta mujer el dinero que se le prometió. —Me agarró por el hombro. Estaba rodeada de vampiros.
—Lo juro —dijo Pam—. Se lo haré saber también a Chow y a Gerald.
—¿Sabes dónde está su hermano? —preguntó Eric.
Sorprendida, di un paso atrás para alejarme de Pam.
Ella también se quedó sorprendida.
—No, sheriff —respondió.
—Se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que lo hubierais tomado como rehén para aseguraros de que ella no me traicionara.
A mí no se me había ocurrido, aunque debería haberlo pensado. Evidentemente, tenía mucho que aprender en lo que a ser retorcida se refiere.
—Ojalá se me hubiera ocurrido —dijo Pam, haciéndose eco de mis pensamientos—. No me habría importado pasar un tiempo con Jason como rehén. —Aunque me costara entenderlo, el atractivo de Jason era universal—. Pero no lo he secuestrado —dijo Pam—. Si salimos de ésta, Sookie, me encargaré personalmente de buscarlo. ¿Crees que podrían haberlo secuestrado los brujos de Hallow?
—Es una posibilidad —dije—. Claudine mencionó que no había visto rehenes, pero también dijo que no había mirado en todas las habitaciones. De todos modos, y a menos que Hallow supiera que Eric estaba conmigo, no entiendo por qué deberían haber secuestrado a Jason. De haberlo hecho, creo que lo habrían utilizado para hacerme hablar, igual que vosotros lo habríais utilizado para comprar mi silencio. Pero no me han abordado en ningún momento. No se puede hacer chantaje a una persona si ésta no sabe con qué pueden chantajearle.
—En cualquier caso, recordaré a todos los que vayan a entrar en el edificio que lo busquen —dijo Pam.
—¿Cómo está Belinda? —pregunté—. ¿Lo habéis arreglado para pagar las facturas del hospital?
Se me quedó mirando sin entender nada.
—La camarera que resultó herida en Fangtasia —le recordé, con cierta sequedad—. ¿Lo recuerdas? La amiga de Ginger, la que murió.
—Naturalmente —dijo Chow, que estaba a nuestro lado, apoyado en la pared—. Está recuperándose. Le enviamos flores y bombones —le dijo a Pam. Entonces, se dirigió a mí—. Además, tenemos una póliza de seguros como grupo —lo dijo orgulloso como un padre primerizo.
Pam se quedó satisfecha con la información proporcionada por Chow.
—Bien —dijo—. ¿Estamos listos para empezar?
Me encogí de hombros.
—Supongo que sí. No tiene ningún sentido seguir esperando.
Bill se plantó delante de mí mientras Chow y Pam decidían qué vehículo coger. Gerald había salido para asegurarse de que todo el mundo estaba enterado del plan de batalla.
—¿Qué tal en Perú? —le pregunté a Bill. Era completamente consciente de la presencia de Eric, una gigantesca sombra rubia pegada a mi lado.
—Tomé muchas notas para mi libro —respondió Bill—. Aunque América del Sur, en general, no ha sido siempre agradable con los vampiros, Perú no es tan hostil como los demás países, y pude reunirme con varios vampiros de los que no había oído hablar hasta el momento. —Bill había pasado meses trabajando en un directorio de vampiros por encargo de la reina de Luisiana, que consideraba que una lista así le resultaría muy útil. La opinión de la reina no era compartida por toda la comunidad de vampiros, algunos de los cuales ponían serias objeciones a la idea de salir del armario, incluso de revelar su existencia entre los de su misma especie. Me imaginaba que el secretismo, cuando habías vivido aferrado a él durante siglos, era algo casi imposible de abandonar.
Había vampiros que seguían viviendo en cementerios, que salían cada noche de caza y se negaban a aceptar que hubieran cambiado las cosas; era como las historias sobre los soldados japoneses que vivieron escondidos en las islas del Pacífico hasta mucho después de que hubiera terminado la Segunda Guerra Mundial.
—¿Viste aquellas ruinas de las que tanto hablabas?
—¿Machu Picchu? Sí, subí allí solo. Fue una experiencia fantástica.