Read Muerto Para El Mundo Online
Authors: Charlaine Harris
Debbie Pelt se había levantado del suelo y observaba la escena desde la puerta. Se la veía sorprendentemente impecable y llena de energía, como si nunca hubiese tenido pelo en la cara y ni siquiera supiese cómo matar a alguien. Se abrió camino entre los cuerpos tirados en el suelo, algunos vivos, otros no, hasta que encontró a Alcide, que seguía transformado en lobo. Se agachó para mirarle las heridas y él le gruñó, una clara señal de advertencia. A lo mejor porque no creía que fuese a atacarla, o a lo mejor porque se había convencido de que no lo haría, le posó la mano en la espalda y él la mordió con la fuerza suficiente como para hacerle sangre. Debbie gritó y retrocedió. Durante unos segundos, permaneció allí agachada, con la mano ensangrentada y llorando. Nuestras miradas se cruzaron y sus ojos brillaron de odio. Nunca me perdonaría. Me culparía el resto de su vida por haberle descubierto a Alcide su naturaleza oscura. Había estado dos años jugando con él, atrayéndole, escondiéndole elementos de su naturaleza que él jamás aceptaría, pero deseando igualmente que estuviera con ella. Y ahora todo se había acabado.
¿Era culpa mía?
Pero yo no pensaba como pensaba Debbie. Yo pensaba como un ser humano racional y, naturalmente, Debbie Pelt no lo era. Deseaba que aquella mano que le había agarrado por el cuello durante la lucha entre la neblina la hubiera estrujado hasta acabar con ella. La observé abrir la puerta y adentrarse en la noche, y en aquel momento supe que Debbie Pelt estaría persiguiéndome durante el resto de su vida. Y ¿si se le infectaba el mordisco que le había dado Alcide y se envenenaba?
En un acto reflejo, me regañé por aquel pensamiento malvado; Dios no quiere que deseemos el mal a nadie. Sólo esperaba que Dios escuchara también a Debbie, igual que esperas que el coche patrulla que te ha detenido para ponerte una multa vaya a detener también al tipo que llevabas detrás y que estaba intentando adelantarte en una zona de línea continua.
Se acercó entonces a mí la mujer lobo pelirroja, Amanda. La habían mordido por todas partes y tenía un chichón en la frente, pero se le veía radiante.
—Ahora que estoy de buen humor, quiero pedirte disculpas por haberte insultado —dijo directamente—. Has superado la pelea. Aunque te gusten los vampiros, nunca más me pondré contra ti. A lo mejor algún día acabas viendo la luz. —Asentí y ella se fue a ver sus compañeros de manada.
Pam había atado a Hallow y, junto con Eric y Gerald, estaba arrodillada al lado de alguien, al otro lado de la estancia. Me pregunté qué debía pasar. Alcide estaba recuperando su forma humana y cuando consiguió orientarse, se acercó a mí. Estaba demasiado agotada para preocuparme por su desnudez, pero pensé vagamente que tenía que intentar recordar aquella visión, pues quería recordarla para posteriores momentos de placer.
Tenía algunos arañazos y sangre en el cuerpo, y una herida bastante profunda, pero en general su aspecto era bueno.
—Tienes sangre en la cara —dijo.
—No es mía.
—Gracias a Dios —dijo, y se sentó en el suelo a mi lado—. ¿Estás malherida?
—No estoy herida, de verdad —dije—. Me han zarandeado por todos lados, y casi ahogado, y me han golpeado, pero no me han dado ninguna paliza. —Caramba, al final, mi propósito de Año Nuevo iba a cumplirse.
—Siento no haber encontrado aquí a Jason —dijo.
—Eric preguntó a Pam y Gerald si lo tenían retenido los vampiros y le dijeron que no —dije—. Pensaba que los vampiros podían tener sus motivos para retenerlo. Pero no han sido ellos.
—Chow ha muerto.
—¿Cómo? —pregunté, intentando mostrarme tranquila, como si apenas me importara. Nunca había sido una entusiasta del camarero, pero de no haber estado tan agotada me habría dolido de verdad.
—Una de las brujas de Hallow tenía un cuchillo de madera.
—Nunca he visto un cuchillo de ésos —dije pasado un momento, y eso fue todo lo que se me ocurrió decir respecto a la muerte de Chow.
—Tampoco yo.
Pasado un buen rato, dije:
—Siento lo de Debbie. —Lo que en realidad quería decir era que sentía que ella le hubiese hecho tanto daño, que hubiese demostrado ser una persona tan terrible y que él se hubiera visto obligado a dar un paso drástico para alejarla de su vida.
—¿Qué Debbie? —preguntó, y se puso en pie y echó a andar por aquel suelo manchado de sangre y cubierto de cuerpos y restos de seres sobrenaturales.
Las consecuencias de una batalla son la melancolía y la repugnancia. Me imagino que a lo que pasó podríamos llamarlo batalla... O ¿tal vez mejor, refriega entre seres sobrenaturales? Había que asistir a los heridos, limpiar la sangre, enterrar los cuerpos. O, en este caso, eliminarlos... Pam decidió incendiar el almacén y dejar en el interior los cadáveres de los integrantes del aquelarre de Hallow.
No habían muerto todos. Hallow, por supuesto, seguía con vida. Había sobrevivido otra bruja, aunque estaba malherida y había perdido mucha sangre. De los hombres lobo, el coronel Flood estaba herido de gravedad; Mark Stonebrook había matado a Portugal. El resto estaban más o menos bien. Del contingente de vampiros sólo había muerto Chow. Los demás tenían heridas, algunas de ellas espectaculares, pero los vampiros se curaban pronto.
Me sorprendió que los brujos no nos hubiesen plantado más cara.
—Seguramente serían buenos brujos, pero no eran buenos luchadores —dijo Pam—. Fueron escogidos por sus habilidades mágicas y por sus ganas de seguir a Hallow, no por su destrezas en el campo de batalla. Hallow nunca debería haber intentado hacerse con Shreveport con esa pandilla.
—¿Por qué Shreveport? —le pregunté a Pam.
—Eso tengo que descubrirlo —dijo Pam, sonriendo.
Me estremecí. No quería ni pensar en los métodos que podría utilizar.
—¿Cómo piensas evitar que te eche un maleficio mientras la interrogas?
—Ya se me ocurrirá alguna cosa —respondió Pam. Seguía sonriendo.
—Lo siento por Chow —dije, algo dubitativa.
—El puesto de camarero en Fangtasia parece gafado —admitió Pam—. No sé si conseguiré encontrar a alguien que quiera sustituir a Chow. Tanto él como Sombra Larga han fallecido cuando llevaban menos de un año en el puesto.
—¿Qué piensas hacer para quitarle el maleficio a Eric?
Después de haber perdido a su colega, Pam parecía tener ganas de hablar conmigo, aun siendo yo una simple humana.
—Obligaremos a Hallow; tarde o temprano lo deshará. Y nos contará por qué lo hizo.
—¿Será suficiente con que Hallow se limite a decirnos cómo se deshace el maleficio? ¿O tendrá que realizarlo personalmente?
—No lo sé. Tendremos que preguntárselo a esos wiccanos amigos tuyos. Los que salvaste tendrían que estarnos lo bastante agradecidos como para ayudarnos si lo necesitamos —dijo Pam, vertiendo gasolina en el suelo de la sala. Había inspeccionado previamente el edificio para recoger las cosas que pudiera necesitar y también toda la parafernalia mágica para que los policías que fueran a investigar el incendio no reconocieran los restos.
Miré el reloj. Confiaba en que Holly hubiera llegado ya sana y salva a su casa. Le comunicaría enseguida que su hijo estaba a salvo.
Aparté la mirada de la cura que la más joven de las brujas locales estaba realizando en la pierna izquierda del coronel Flood. Tenía un corte muy profundo en el cuádriceps. Era una herida grave. Él intentaba restarle importancia y, después de que Alcide fuera a buscarle la ropa, el coronel empezó a caminar cojeando y con una sonrisa en la cara. Pero cuando la sangre traspasó el vendaje, el jefe de la manada tuvo que permitir que sus lobos lo llevaran a un médico que conocía sus dos naturalezas y que no emitiría un informe, pues no había manera de explicar aquella grave herida de ningún modo. Antes de irse, el coronel Flood, aun con el sudor provocado por el dolor de la herida impregnado en su frente, estrechó ceremoniosamente la mano a la líder de las brujas locales y a Pam.
Le pregunté a Eric si se sentía distinto, pero era evidente que seguía ignorando su pasado. Estaba inquieto y casi aterrorizado. La muerte de Mark Stonebrook no había producido ningún cambio, por lo que Hallow tendría que seguir viva unas cuantas horas más, unas horas terribles cortesía de Pam. Me obligué a aceptar la idea. No quería pensar mucho en ello. De hecho, no quería pensar en ello en absoluto.
En cuanto a mí, estaba totalmente confusa. ¿Tenía que regresar a casa y llevarme conmigo a Eric? (¿Seguía estando Eric bajo mi responsabilidad?). ¿Tenía que buscar un lugar aquí en la ciudad donde pasar lo que quedaba de noche? Todo el mundo, excepto Bill y yo, vivía en Shreveport, y Bill, acogiéndose a la sugerencia de Pam, tenía pensado utilizar la cama (o lo que quiera que fuera) que Chow había dejado vacía.
Pasé un rato dando vueltas por allí, indecisa, intentando tomar una decisión. Nadie parecía necesitarme para nada concreto, y tampoco nadie me daba conversación. De modo que cuando Pam se reunió con los demás vampiros para darles instrucciones respecto al transporte de Hallow, decidí irme del edificio. La noche seguía siendo silenciosa, pero cuando salí a la calle unos cuantos perros se pusieron a ladrar. El olor a magia había menguado. La noche era igual de oscura, y más fría incluso, y yo me sentía con la moral baja. No tenía ni idea de qué le diría a un posible policía que me parara en aquel momento para interrogarme; estaba cubierta de sangre, llevaba la ropa hecha un asco y no tenía ninguna explicación que dar. En aquel momento, la verdad es que todo me daba igual.
Llevaría casi una manzana andando cuando Eric me atrapó. Estaba muy ansioso, casi espantado.
—No estabas. Estuve buscándote y no estabas —dijo con voz acusadora—. ¿Adonde vas? ¿Por qué no me dijiste que te ibas?
—Por favor —dije, y levanté la mano para suplicarle que permaneciera en silencio—. Por favor. —Estaba cansada de hacerme la fuerte y tenía que luchar con una depresión que empezaba a cernirse sobre mí, aunque no sabía exactamente a qué era debida; al fin y al cabo, no había resultado herida. Tendría que estar contenta, ¿no? Se habían cumplido los objetivos de la noche. Hallow había sido vencida y capturada; aunque Eric no había vuelto a ser el que era, pronto lo sería, porque Pam estaba segura de que conseguiría que Hallow devolviera al vampiro su forma de pensar, de una forma dolorosa y definitiva.
Sin duda alguna, Pam descubriría también por qué Hallow había iniciado aquella empresa arriesgada. Y Fangtasia conseguiría un nuevo barman, algún tío bueno con colmillos que atrajera el dinero de los turistas. Pam y Eric abrirían el club de striptease que llevaban tiempo planteándose, o la tintorería abierta las veinticuatro horas, o la empresa de guardaespaldas.
Mi hermano seguiría desaparecido.
—Déjame ir a casa contigo. No los conozco —dijo Eric, su voz era un murmullo suplicante. Cuando Eric decía algo tan contrario a su personalidad normal, me dolía el corazón. ¿No sería aquella la verdadera naturaleza de Eric? ¿No sería la seguridad en sí mismo algo que él se había creado con el paso de los años, como una segunda piel?
—Claro que sí, ven —dije, tan desesperada como Eric, pero con mi propio estilo. Sólo quería que no hablase, y que fuese fuerte.
Me conformaba con que no hablase.
Al menos, me prestó su fuerza física. Me cogió en brazos y me llevó hacia el coche. Me sorprendió descubrir mis mejillas bañadas de lágrimas.
—Estás toda ensangrentada —me dijo al oído.
—Sí, pero no te emociones —le avisé—. Esto no va conmigo. Lo único que quiero es ducharme. —Estaba a punto de darme el hipo y de ponerme a llorar en serio.
—Tendrás que tirar este abrigo —dijo, con cierta satisfacción.
—Lo mandaré a limpiar. —Estaba demasiado cansada para responder a comentarios despectivos sobre mi abrigo.
Alejarse del peso y del olor a magia era casi tan bueno como una gran taza de café o un buen balón de oxígeno. Acercándome a Bon Temps ya no me sentía tan destrozada y cuando llegué a la puerta de casa, estaba ya completamente tranquila. Eric entró detrás de mí y se dirigió hacia la derecha para rodear la mesa de la cocina, mientras yo fui a la izquierda para encender la luz.
Y cuando la encendí, me encontré con Debbie Pelt sonriéndome.
Estaba sentada junto a la mesa de mi cocina y tenía una pistola.
Sin decir palabra, me disparó.
Pero no había calculado la presencia de Eric, que era rapidísimo, mucho más rápido que cualquier humano. Recibió la bala que iba destinada a mí, y la recibió en pleno pecho. Se derrumbó delante de mí.
No había tenido tiempo de registrar la casa, lo que fue una suerte. Detrás del calentador tenía el rifle que había cogido de casa de Jason. Lo cargué —uno de los sonidos más amedrentadores del mundo— y disparé a Debbie Pelt mientras seguía mirando, sorprendida, a Eric, que estaba arrodillado en el suelo y escupiendo sangre. Cargué una nueva bala, pero no tuve necesidad de dispararla. Los dedos de Debbie se relajaron y su arma cayó al suelo.
Me dejé caer yo también, porque me resultaba imposible mantenerme en pie.
Eric estaba completamente tendido en el suelo, retorciéndose sobre un charco de sangre.
Poco quedaba del pecho y el cuello de Debbie.
Parecía que en mi cocina se hubiese estado realizando la matanza del cerdo.
Extendí el brazo para alcanzar el teléfono que tenía al final del mostrador. Pero dejé caer la mano en el instante en que me pregunté a quién podía llamar.
¿A los representantes de la ley? Ja.
¿A Sam? ¿Y complicarlo aún más en mis problemas? No estaría bien.
¿A Pam? ¿Y que se enterara de que el vampiro que estaba bajo mi responsabilidad había estado a punto de ser asesinado? Ni pensarlo.
¿A Alcide? Claro, le encantaría ver lo que había hecho con su novia, por mucho que hubiese abjurado de ella.
¿A Arlene? Tenía que ganarse la vida y dos niños que sacar adelante. Lo que menos necesitaba era verse implicada en actividades ilegales.
¿A Tara? Demasiado escrupulosa.
Y ahí es cuando habría llamado a mi hermano, de haber sabido dónde estaba. Cuando se trata de limpiar la sangre de la cocina, no hay nada como la familia.
Tendría que hacerlo sola.
Eric era lo primero. Me arrastré hacia su lado y me situé junto a él, apoyada en el codo.
—Eric —dije en voz alta. Abrió sus ojos azules. Brillaban de dolor.