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Authors: Joseph Gelinek

Tags: #Intriga, Policíaco

Morir a los 27 (23 page)

—¿Haces algún tipo de régimen? —preguntó.

—Por supuesto, a mis años y con mi peso, resulta inevitable. Hago tres dietas distintas.

—¿Para no aburrirte?

—No, porque sólo con una, paso hambre.

A Perdomo le hizo gracia aquella salida inesperada, aunque no quiso averiguar si se había tratado de un chiste o de una confesión.

—¿Y esas fotos?

—¿No te gustan?

—Claro que sí. Sólo pregunto para qué las tienes ahí.

—Son fotos disuasorias. Cuando entro en pleno vértigo aniquilador con la comida, alternando lo dulce con lo salado frente al televisor, durante horas y sin solución de continuidad, la vista de esos tipazos es lo único que me hace reaccionar. La foto de Eva Mendes, por ejemplo, creo que ya me ha salvado la vida un par de veces.

Amanda colocó los platos de aperitivos sobre la mesa de la cocina y se apoltronó en una de las sillas. El batín naranja estaba ahora tan abierto por la zona del escote que Perdomo trataba de mirar para otra parte, para no demostrar interés.

—Si no te importa,
my dear
, nos quedamos aquí hasta que esté horneada la musaka. Así no tengo que estar saliendo y entrando todo el rato a la cocina. Luego podemos cenar en esta misma mesa o en el salón, como prefieras.

—Esta tarde he presenciando la autopsia de Winston —dijo Perdomo, mientras se lanzaba hacia las patatas fritas.

—¡No me des detalles, por favor! —exclamó la periodista—. Esas cosas me espantan, no las puedo ni escuchar.

—Sólo quería comentarte un par de observaciones que ha hecho la forense. ¿Puedo?

—Si no salen higadillos, por supuesto —concedió Amanda.

—Lo primero que le ha llamado la atención es que Winston no tuviera tatuajes ni piercings en el cuerpo. ¿Eso es normal? Te lo digo porque en estos tiempos resulta difícil ver a alguien con menos de treinta años que no lleve uno. Especialmente en el mundo del rock.

—Los tatuajes y los piercings —aclaró la reportera— se han puesto de moda en los últimos quince años; antes eran algo muy raro de ver, excepto entre los marineros y los presidiarios. Winston era muy sesentero, y en los sesenta ningún músico que se preciara llevaba piercings ni tatuajes, así que no hay nada anormal en eso. ¿Cuál es el otro punto?

—En el corazón de Winston, que sostuve en mis propias manos, había señales de infarto. La forense asegura que Winston sufrió un ataque al corazón poco antes de morir, tal vez causado por una fuerte impresión. Si no lo llegan a matar antes las balas, se hubiera muerto, literalmente, de miedo.

—¿Qué hay de extraño en eso? —dijo la mujer—. Si ves que alguien te está encañonando con un arma de fuego y que te quedan segundos de vida, lo normal es que te infartes, ¿no crees?

—Sí, tienes razón —admitió el policía—. A veces uno olvida lo terroríficas que pueden llegar a ser las armas de fuego, cuando no se está acostumbrado a ellas.

—Dicen que la mayoría de los músicos de rock (menos Winston, claro) se han vuelto muy miedosos desde que asesinaron a Lennon —continuó Amanda—, pero lo cierto es que ya el propio John pareció presagiar su propia muerte. ¿Conoces la canción
Help me to help myself
?

—Sólo me sé un par de temas de los Beatles, lo siento.

—Lennon iba a incluirla en su último disco, aunque al final se quedó en maqueta y hubo que esperar hasta el
remix
del año 2000 para escucharla. Tiene una letra muy, muy inquietante. Los dos primeros versos dicen:

He luchado con todas mis fuerzas por permanecer con vida pero el ángel de la destrucción me anda rondando.

»¿Qué te parece? —preguntó Amanda.

—Es increíble —reconoció Perdomo.

—Escalofriante, diría yo, porque es la letra de un clarividente. ¿Sabes cuándo fue compuesto este tema? Data de pocas semanas antes de su muerte, y John quería incluirlo en el disco que su asesino le pidió que le firmara. Supongo que no conoces los detalles, pero el día en que mató a Lennon, Chapman estuvo varias horas merodeando por los alrededores del Edificio Dakota. Cuando Lennon salió a la calle la tarde del 8 de diciembre, nuestro hombre se acercó a él con el LP
Double Fantasy
en la mano y John se lo firmó. Por la noche, cuando regresó del estudio, Chapman disparó contra él para agradecérselo. Él era su ángel exterminador, pero Lennon lo había presentido ya con semanas de antelación, y esa visión le horrorizó hasta tal punto que en el estribillo escribió:

Help me, Lord, oh help me Lord.

—¿Tú crees que sabía que lo iban a matar?

—Por lo menos, lo intuía. Tal vez Winston también llevaba presagiándolo desde hacía un tiempo y eso le hizo más proclive al infarto.

—Averiguaré si tenía antecentes coronarios —le aseguró Perdomo.

—No sé si estarás de acuerdo conmigo, pero yo tengo la teoría de que los músicos (me refiero a los buenos) están hechos de una pasta especial —afirmó Amanda—. No te voy a decir que sean seres de otro mundo, pero sí que comparten ciertos rasgos de hipersensibilidad con los animales. Los perros, por ejemplo, pueden presentir los terremotos.

—Lo sé, pero es un caso distinto —objetó el inspector—. Los animales advierten que algo va a ocurrir a través de sensaciones táctiles u olfativas. He oído que son capaces de detectar los microtemblores que preceden a un gran cataclismo y eso les hace darse cuenta de lo que se avecina. Pero en el caso de Lennon o de Winston, me estás hablando de otro tipo de sensibilidad. Percepción extrasensorial, ¿no?

—No necesariamente —respondió Amanda—, aunque yo creo que la percepción extrasensorial existe. ¿Tú no?

La periodista no obtuvo respuesta. Perdomo acababa de extraer el teléfono móvil para atender una llamada y le hizo un gesto con la mano a la mujer, para que guardara silencio.

—¿Gregorio? —dijo el inspector con voz muy tranquila—. ¿Qué tal te desenvuelves en tu segunda noche en solitario, hijo mío?

Amanda podía oír el sonido de la voz del muchacho a través del auricular, pero sin llegar a identificar las palabras, aunque le resultó fácil completar el diálogo en su cabeza.

—¿Que ha ido Elena? ¿Y se ha presentado, así, sin avisar? Claro que has hecho bien en llamarme. ¿Su neceser? Entiendo. ¿Y no ha dicho nada más? Ah, que está ahí todavía contigo. No lo sé. ¿Quiere ella hablar conmigo? No, si no quiere, no me la pases. Que se lleve lo que es suyo y ya está. ¿Qué dices? ¡No te entiendo una sola palabra! ¡Masticas tan cerca del auricular que me están llegando trocitos de
chop suey
a través de la línea del teléfono! ¿Cuánto tardaré? ¿Y a ti qué te importa? Tú termina de cenar, ensaya tu
Chacona
y a la piltra, ¿de acuerdo?

Cuando Perdomo colgó el teléfono se dio cuenta de que Amanda le observaba con gesto zumbón.

—Primero una forense atractiva, ahora una ex que no me esperaba. ¿Qué ocurre,
honey
? ¿Otra vez en el escaparate?

—No creo que sea asunto tuyo, ¿no crees?

—¡Por supuesto que es asunto mío, Perdomo! —se rebeló la reportera—. No estaba segura de si debía insinuarme esta noche, pero si ya me dejas claro que te has peleado con tu novia y que se me puede anticipar una forense, no me va a quedar más remedio que poner música romántica y servirte otro gin-tonic.

Las palabras de Amanda provocaron tal estado de ansiedad en Perdomo, que éste se levantó alarmado de la silla, pretextando que debía ir urgentemente al aseo.

—¡Es una broma, hombre, no te asustes! —le tranquilizó la mujer—. ¿Cómo iba yo a prepararte una encerrona sexual, después de que me hayas hecho el honor de convertirme en tu ayudante en el caso? Nunca mezclo el placer con el trabajo, ¿sabes?

La periodista se levantó de la silla y abrió la puerta del horno para vigilar la musaka, momento que aprovechó el inspector para realizar otra llamada.

—¿Villanueva? ¿Te has puesto ya en contacto con el FBI? ¿Que no consigues hablar con nadie? Pues olvídate de ellos de momento y telefonea a la Academia de Policía de Nueva York. Pregunta por el instructor Mike Chaparro. Es amigo mío. Que te diga si alguien ha confirmado que el revólver con el que mataron a John Lennon sigue en su sitio. Claro que es por lo de Chapman, hombre, ¿por qué va a ser si no? ¿Sabemos algo del tercer músico? Perfecto, mañana hablamos.

—Aún le faltan unos minutos —dijo Amanda, señalando hacia el horno. Acto seguido, anunció—: Voy a ponerme algo encima, tener que estar sexy todo el día me va a costar una pulmonía. Mientras tanto, pórtate bien y no te comas todos los berberechos. Los he contado, ¿eh? Quedan siete: cuatro para mí, que estoy creciendo, y tres para ti, que ya has formado una familia. ¿Quieres escuchar mientras algo del último disco de The Walrus?

Sin esperar respuesta, Amanda se acercó a un iPod que tenía sobre la encimera de la cocina, conectado a unos altavoces, y le dio al
play
. Perdomo respiró aliviado por el hecho de que su anfitriona hubiera renunciado al fin a la ofensiva erótica y, reclinándose en la silla, cerró los ojos y empezó a prestar atención a la música de John Winston y su banda.

33

Mixed Feelings

La canción había comenzado con el sonido ambiente de lo que parecía ser un cementerio, pues se escuchaba el lúgubre tañido de una campana mezclado con el graznido de los grajos. Unos pasos retumbando sobre suelo de adoquines fueron acercándose hasta el micrófono y, cuando llegaron a primer plano, irrumpieron dos guitarras acústicas sonando al unísono, cada una en un canal distinto del estéreo. Tras esta breve introducción, la voz increíblemente bien modulada y rica en armónicos del cantante recién asesinado fue desgranando una letra de la que Perdomo sólo pudo entender fragmentos. En ella se repetía, obsesivamente, un estribillo en griego antiguo:

Kata ton daimona estoy

Kata ton daimona eatoy.

Cuando la canción estaba a punto de terminar, Amanda regresó enfundada en unos vaqueros y una camiseta de Madonna y extrajo por fin la musaka del horno, que olía, tal como ella misma había pronosticado, a manjar de restaurante de cinco tenedores. En un abrir y cerrar de ojos, la periodista sacó unos salvamanteles de un cajón, dispuso los cubiertos sobre la mesa y le entregó a Perdomo una botella de vino griego para que fuera abriéndola.

—¿Te has enterado de lo que dice la canción? Es maravillosa.

—No demasiado —reconoció el inspector—. He oído que menciona a varios filósofos griegos y romanos, como Zenón y Catón, y que está narrada en segunda persona. Tú hiciste esto, tú hiciste lo otro… ¿a quién se refiere?

—Está dedicada a Jim Morrison —le explicó Amanda—, pero la letra destila una mala uva muy lennoniana. La canción está construida para que parezca una loa a Jim, cuando en realidad es una crítica salvaje a su modo de vida. En cierta forma me recuerda a otra canción de temática muy distinta, pero elaborada de manera muy similar:
Every breath you take
, de Police.

—Ésa la sé hasta tararear, le encantaba a mi mujer —dijo Perdomo, entusiasmado por haber reconocido el tema.

—Sting —continuó Amanda— se las arregló para que al principio la canción pareciera la típica balada de amor, en la que se sueltan topicazos del tipo «me gusta tu pelo, adoro tus labios», todas esas chuminadas que los letristas malos se creen obligados a meter en las canciones. Pero a medida que el tema va avanzando, te das cuenta de que hay algo mucho más sórdido y siniestro por debajo: el que canta no es un enamorado, es un acosador sexual, un merodeador.

—¿En serio? Pues yo siempre la había considerado una balada romántica.

—Tú y la humanidad entera —se mofó Amanda—. ¡Se toca hasta en las bodas! Y Sting, como es lógico, se troncha de risa cuando se lo cuentan. Compuso este tema cuando se estaba divorciando de su hoy ex mujer y está llena de malas intenciones.
Kata ton
es muy parecida en el planteamiento. Uno la empieza a escuchar y parece la canción de un fan incondicional de Morrison. Y a medida que vas prestando atención, el supuesto fan empieza a destilar una ironía rayana en el sarcasmo.

—De modo que John Winston, que acaba de ser asesinado a la fatídica edad de veintisiete años, tiene una canción dedicada a uno de los cinco grandes del club. Me gustaría saber algo más sobre la canción. ¿Por qué salen filósofos de la antigüedad?


Kata ton daimona eaytoy
es una especie de lema de los estoicos, igual que el «conócete a ti mismo» lo era de los socráticos. Los estoicos preconizaban un modelo de vida basado en el autocontrol y en el dominio de las emociones y las bajas pasiones. Su vía para la consecución de la felicidad pasaba por no desear cosas que no estuvieran al alcance de nuestra mano y por vivir centrados en el presente, sin miedo al mañana ni nostalgia del pasado. No imagino nada más alejado del modelo estoico que la vida de excesos y desenfreno de Jim Morrison. Por eso Winston dice en la canción:

You should read Cato all over again

if peace of mind do you want to attain.

»o sea:

Deberías leer otra vez a Catón

si lo que quieres es lograr la paz de espíritu.

—¿Winston despreciaba a Morrison? —preguntó el inspector.

—Yo diría más bien que mantenía hacia él una actitud ambivalente, igual que pasó entre Lennon y McCartney. Te estoy soltando todo este rollo para que veas por qué se consideraba a Winston el sucesor de Lennon y por qué tiene sentido que Chapman salga ahora reivindicando el asesinato. Todos estamos llenos de
mixed feelings, Honey Bunny
. Yo, por ejemplo, te amo profundamente por haber confiado en mí para asesorarte en la investigación y te odio porque siento que no me deseas lo suficiente pese a que soy, como salta a la vista, una hembra muy apetecible. Los genios no están por encima de estas pasiones contradictorias. Lennon, sin ir más lejos, llegó a escribir una canción titulada
How do you sleep
, que está llena de pullas hacia Paul McCartney, al que admiraba en muchos aspectos. La letra dice «todo lo que hiciste fue ayer», aludiendo a
Yesterday
, o «desde que te fuiste sólo eres un día más», que se refiere a la canción
Another day
, un pastelito musical bastante empalagoso que compuso Paul, ya fuera de los Beatles.

Perdomo se sentía al borde de las lágrimas. No por el recuerdo de las míticas canciones que estaban aflorando a medida que avanzaba su conversación con Amanda, sino por el sabor de la musaka, que le había cautivado desde el primer bocado y que le había traído a la memoria las berenjenas con bechamel que le peparaba su madre de pequeño.

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