—¡Ninguna! ¿Qué daño le había hecho John a ese chalado? —objetó Tusks—. Chapman con quien la tiene tomada es con Yoko Ono, que es la que no le deja salir. Si quería volver a matar, eran ella o cualquiera de los dos hijos de Lennon las víctimas más indicadas.
—Pero Winston estaba considerado el Lennon del siglo XXI, así que matarle a él sin duda podría significar mucho para Chapman, ¿no le parece?
—Le voy a decir para quién podría significar mucho la muerte de John.
Tusks se tambaleó ligeramente antes de proseguir, como un boxeador sonado esperando a que el arbitro termine la cuenta de protección. Villanueva se preguntó si sería capaz de frenar la caída de aquella mole, en caso de que el exceso de cerveza acabara por tumbarlo al suelo. Pero Tusks —el clásico irlandés capaz de terminar con el contenido de toda una destilería en una sola tarde y de salir incólume de la prueba— recuperó súbitamente el equilibrio y se quedó mirando al policía, como si fuera él quien estuviera esperando una respuesta.
—Le escucho, señor Lord —dijo Villanueva.
—Llámeme Tusks —saltó el otro—. Todo el mundo lo hace. ¿Sabe por qué?
El subinspector negó con la cabeza. El músico levantó entonces el labio superior y mostró dos enormes caninos amarillentos, que parecían sacados de una película de vampiros de serie B.
—
¡Tusks
, colmillos, ja, ja! —exclamó, ahogando un eructo—. En un grupo llamado La Morsa no podían faltar, ¿no le parece?
Villanueva forzó una sonrisa, como si le acabaran de relatar una anécdota encantadora sobre su tía Mimí, y luego volvió a la carga.
—¿Quién tenía motivos para matar a Winston, Tusks?
—Wayne. Wayne había jurado matarle.
El teclista acababa de mencionar a uno de los músicos de más talento del momento, un afroamericano afincado en Londres llamado Dana W. Wayne. Villanueva supuso que se refería a él, pero prefirió confirmarlo.
—Se refiere al autor de
Shaken
, ¿verdad?
—¿Y qué otro Wayne puede ser? —La voz del teclista sonó por primera vez sarcástica y desagradable—. ¡John Wayne lleva criando malvas desde finales de los setenta, amigo mío!
Villanueva, que era aficionado al rock, empezó a hacer memoria. El artista aludido pesaba ciento ochenta kilos, razón por la cual se había dado a conocer hacía pocos meses en el mundo de la música como Big Wayne. Su primer gran éxito había sido
Shaken
, un divertido calipso que más tarde había versionado John Winston con su banda, convirtiéndolo en mundialmente famoso. La canción original empezaba con unos pasos misteriosos con eco y una cita musical del tema principal de James Bond, pero no a la guitarra eléctrica, como en la versión de cine, sino cantada en falsete por el propio Wayne.
Shaken
—Villanueva recordó haber escuchado el tema en la versión de The Walrus, en el Bernabéu— era una canción dedicada al martini, tal como el agente 007 lo pedía siempre en las novelas de Ian Fleming:
shaken, not stirred
, es decir, agitado (en la coctelera) y no revuelto (con la cuchara). Big Wayne interpretaba tres papeles en la canción, asignándoles tres voces distintas: el del propio James Bond (en realidad, Sean Connery, ya que Wayne ponía acento escocés en esa parte), el del Doctor No, con voz aterciopelada de chino multimillonario, y el de narrador, con su propia voz. Pero lo más extraordinario de todo era que la canción estaba construida sobre un solo acorde y a pesar de que duraba casi cuatro minutos, mantenía el interés del oyente hasta el final.
—Nosotros le robamos el tema —dijo el teclista— y ese negrata por fin se ha vengado. Cuando vio que la canción que supuestamente iba a catapultarle a la fama se la apropiaba John, para dar su propio salto al estrellato, Wayne enloqueció. Se puso tan furioso como cuando Pat Boone le robó
Tutti Frutti
a Little Richard. Dijo que mataría a John por haberle robado su canción.
—Ah, entonces ¿le amenazó? —preguntó exultante Villanueva, que por fin iba a poder comunicar a Perdomo la existencia de un claro sospechoso.
—¡Joder, que si le amenazó! —vociferó el irlandés—. Ese negrata hasta lo soltó por la radio. Wayne no se corta un pelo, ¿sabe?, y lo dijo bien clarito en no sé qué emisora: «¡Escocés hijo de puta, me has robado mi canción y voy a meterte seis balas en tu lechoso cuerpo!». La verdad es que tenía motivos para estar enfadado, porque
Shaken
era su criatura, pero de repente llegamos nosotros, transformamos el calipso en un rock y todo el mundo empezó a pensar que el tema era nuestro. Wayne quedó relegado al olvido y a nosotros nos catapultó al estrellato. Fue una putada, pero son gajes del oficio.
—¿Dónde puedo encontrar a Wayne?
—No tengo ni puñetera idea —dijo Tusks, con una voz tan rica en armónicos que parecía la de un actor de doblaje—. Con semejantes antecedentes, lo más lógico es que ya lo haya detenido la policía inglesa, ¿no le parece?
Al salir de la cafetería, Villanueva volvió a ponerse en contacto con Perdomo, que aún seguía en casa de Amanda. Le resumió la declaración de Tusks y le informó de que el tercer miembro de la banda, el batería Charlie Moon, estaba en paradero desconocido. Luego telefoneó a Scotland Yard, para enterarse de si los detectives ingleses estaban realizando pesquisas sobre el paradero de Big Wayne, y finalmente encargó a los hombres de la UDEV que iniciaran un barrido por todos los hoteles de Madrid, en busca del batería desaparecido.
I just shot John Lennon
—¡Qué fuerte! —exclamó Amanda cuando terminó el vídeo de la entrevista a Chapman—. Pero no me creo ni una palabra. ¿Viajes astrales? ¿Por quién nos está tomando? Para lo único que va a servir esto es para que Dolores O'Riordan haga la segunda parte de
I just shot John Lennon
y la titule
I just shot John Winston
.
—¿Quién es Dolores O'Riordan?
—Una rockera irlandesa que fue líder y vocalista del grupo Cranberries. Ahora se lo ha montado por su cuenta. La has tenido que escuchar alguna vez, Shakira imita descaradamente su voz y su manera de cantar.
Perdomo hizo un gesto negativo con la cabeza. A pesar de las pistas, no lograba identificar a la cantante.
—Es igual —dijo la periodista—, lo único que viene al caso es que cuando O'Riordan estaba al frente de Cranberries compuso un tema titulado
I just shot John Lennon
, que fue la frase que dijo Chapman cuando tu tocayo, el portero Perdomo, le preguntó: «¿Sabes lo que acabas de hacer?».
El inspector miró el reloj, convencido de que llevaba ya en la casa de Amanda más de tres horas, y se sorprendió al ver que sólo habían transcurrido treinta minutos. Se arrepintió de haber fumado marihuana para congraciarse con su anfitriona, pues en esos momentos —seguramente por mezclar la droga con alcohol— estaba padeciendo el síndrome de dilatación temporal, por el que los consumidores de cannabis sobrestiman el paso del tiempo. Sacudiendo la cabeza, como para recobrar la lucidez, el inspector preguntó:
—¿Por qué sale ahora el asesino de Lennon a la palestra? ¿Qué tajada puede sacar él de todo esto?
—Como te dije en el restaurante mexicano —respondió Amanda—, Chapman lleva años solicitando la libertad condicional y se la han denegado ya cinco veces. Por eso afirma que ha perdido la esperanza. No es sólo Yoko Ono la que se opone, existe todo un lobby que presiona a las autoridades penitenciarias para que se pudra en la cárcel hasta el fin de sus días.
Amanda se puso a rebuscar en un montón de papeles desordenados que tenía apilados sobre los libros, y cuando encontró la hoja que buscaba se la entregó al inspector. Era un documento en el que se pedían firmas para que le fuera denegada de nuevo la condicional a Chapman en 2010 y que comenzaba:
«We, the undersigned, petition and ask that the New York Department of Corrections Parole Board…
».
Amanda esperó a que Perdomo echara un vistazo al documento y luego comentó:
—Chapman debe de estar tan desesperado como aparenta, porque desde el año 1994 tiene un historial carcelario de buena conducta absolutamente intachable, que sin embargo no le está sirviendo para nada.
—¿Qué vida lleva en la prisión de Attica?
—Lo tienen confinado en un módulo especial, junto a otros internos que la dirección del penal estima que no suponen un riesgo para él. Se pasa el día fuera de su celda, haciendo bricolaje, y lee y escribe relatos en la biblioteca. Ah, y antes no llevaba rapado el pelo al cero, como ahora. Ese look a lo MarIon Brando en
Apocalypse now
es relativamente nuevo y debe de haber coincidido con la vuelta de las voces. La verdad es que si antes inspiraba lástima, ahora produce verdadero pavor. Es cierto lo que le ha dicho a la Walters: jamás saldrá de la prisión. Ningún político remontaría su carrera si pusiera en libertad a Chapman y éste atentara de nuevo contra algún famoso. Imagínate que saliera por fin a la calle y se cargara… ¿qué sé yo? ¡A la propia Yoko, por haberse opuesto tan denodadamente a su libertad condicional!
—O que lo linchara un pelotón proBeatle, como insinuaste que podría pasar, ¿no?
—Eso es. Mi teoría es que este auténtico enfermo de la notoriedad sale ahora a reivindicar la muerte de Winston porque ya no tiene nada que perder. «Si me voy a pudrir para siempre en prisión, al menos voy a divertirme y a volver a ocupar la primera plana de los periódicos.»
—¿No crees que esté loco? ¿No piensas que oiga voces?
—Voces las oímos todos,
darling
. La mayor parte del día yo escucho una que dice: «¡Comidaaa, comidaaa!». Si Chapman estuviera loco, lo habrían encerrado en un hospital psiquiátrico, ¿no crees?
Perdomo permaneció un rato tan ensimismado que ni siquiera se percató de que Amanda se había ausentado para ir a comprobar si la musaka se estaba horneando bien. Cuando la mujer regresó al salón, vio al policía tan abstraído que le preguntó en qué planeta estaba.
—En la Tierra, desgraciadamente —dijo—. Sólo me estaba planteando la otra posibilidad. ¿Y si Chapman está diciendo la verdad? ¿Y si es él, realmente, el asesino de John Winston?
—¿Mediante el desdoblamiento corporal,
cher inspecteur
? —-preguntó Amanda con una sonrisa tan burlona que a Perdomo le pareció la del Joker de
Batman
.
—Obviamente no —replicó Perdomo con sequedad. A veces le molestaba el tono de suficiencia de Amanda—. Si Chapman está detrás de todo esto, ha tenido que actuar por persona interpuesta. Como no puede revelar cómo se pone en contacto con su marine, para no hacer peligrar sus comunicaciones con el exterior, podría haber puesto en pie esta farsa del viaje astral, que por otro lado le va bien a su personalidad, ¿no?
—Sí, Chapman es un pirado. ¡Qué lástima que Denise no me haya enviado también la parte en que Chapman cuenta cómo lo hizo! Pero espera, ya que tenemos encendido el ordenador, vamos a echar un vistazo a ese instituto en el que Chapman asegura que aprendió lo del desdoblamiento extracorpóreo. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, Instituto Monroe.
En pocos minutos, Perdomo y Amanda averiguaron que el director del instituto, Robert Monroe, no era ni científico ni médico, sino un publicista que se había hecho famoso a comienzos de los años setenta por un libro titulado
Viajes fuera del cuerpo
. Antes de fallecer, en 1995, Monroe patentó un método llamado Hemisync para inducir estados mentales que fuesen favorables a las proyecciones astrales. Mediante CD grabados en su laboratorio, que contenían una especie de latidos o pulsos binaurales, los pacientes de Monroe lograban sincronizar las ondas cerebrales de los dos hemisferios del cerebro y con ello alcanzaban el estado mental necesario para viajar fuera del cuerpo. Teóricamente, cualquiera que aprendiese a servirse correctamente de esos CD podía no sólo visitar lugares distantes al cuerpo físico a la velocidad del pensamiento, sino también desplazarse en el tiempo, para ver cosas que sucederían en el futuro, o bien, observar hechos del pasado. Perdomo se preguntó si no encontraría algo de esto en la casete hallada en la habitación de Winston.
—¿Qué sabemos del revólver? —dijo de pronto el inspector. Miraba fijamente a Amanda y su rostro parecía el de un iluminado—. Chapman afirma haberse cargado a Winston con el mismo revólver que empleó contra Lennon.
—Se trata de un 38 Especial de la marca Charter Arms —respondió muy segura la periodista—. Los fabrican en Connecticut. Lo sé porque durante un viaje a Estados Unidos fui a visitar la fábrica. Las armas me fascinan, igual que las motos. Es un revólver barato, aunque muy efectivo, de morro chato y cachas de madera, que aún se sigue fabricando.
—¿Y dónde está ahora ese 38 Especial?
—En Nueva York —aseguró la mujer—. Concretamente en la División de Investigación Forense que la policía de la ciudad mantiene en Queens. Ignoro cuál es el procedimiento en España, pero en una biografía de Lennon leí que, en Estados Unidos, la mayoría de las armas que se incautan en los homicidios acaban convertidas en un amasijo de metal fundido; otras simplemente se archivan y se guardan en un armero, por si algún día hay que realizar nuevos análisis balísticos. Pero las que han intervenido en asesinatos de gran repercusión mediática (te hablo de un bazuca que se empleó para atentar contra Naciones Unidas en los años sesenta o del revólver del 44 que empleó el asesino en serie David Berkowitz para cepillarse a seis personas en los años setenta) están expuestas en una vitrina. No para que las vea el público, lógicamente, pero gozan de un tratamiento VIP dentro del propio departamento de la policía de Nueva York. El revólver de Chapman está entre ellas.
Perdomo se dio cuenta de que además de cierta desorientación espacio-temporal, empezaba a sentir un hambre notable (seguramente también por efecto de la marihuana), por lo que rogó a Amanda que le trajera algo de picar.
—Tengo de todo,
darling
: patatas, berberechos, aceitunas, galletitas saladas. Pero tú te vienes conmigo a hacerme compañía —le ordenó la periodista—. Una mujer puede llegar a sentirse muy sola en la cocina.
Help me to help myself
Mientras Amanda abría una lata de mejillones y servía un buen puñado de patatas fritas en un cuenco, Perdomo estudió detenidamente la cocina, en la que ya se podía disfrutar del delicioso olor de la musaka gratinándose en el horno. Le llamó la atención que la puerta de la nevera estuviera llena de fotos de modelos y actrices famosas, sujetas con distintos imanes.