Read Memoria del fuego II Online

Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Histórico, Relato

Memoria del fuego II (11 page)

La vida de los indios, en cambio, no depende del azar. Por respirar mercurio quedan para siempre tembleques y sin dientes en las plantas de amalgama, y por respirar polvo asesino y vapores de peste se revientan el pecho en los socavones. A veces saltan en pedazos cuando la pólvora estalla, y a veces resbalan al vacío cuando bajan cargando piedras o cuando suben llevando a la espalda a los capataces, que por eso llaman a los indios
caballitos.

(6, 261 y 349)

1785
-
Guanajuato
Retablo de la plata

Conversan las damas con lenguaje de abanicos en los frondosos jardines. Alguien mea contra la pared de una iglesia y al borde de una plaza dos mendigos, sentados al sol, se despiojan mutuamente. Bajo un arco de piedra habla de Derechos del Hombre un ilustrado doctor de vasta toga, y anda un fraile por la callejuela susurrando condenaciones eternas contra los borrachos, las putas y los hampones que se le van cruzando en el camino. No lejos de la ciudad, los
recogedores cazan
indios a lazo.

Hace ya tiempo que Guanajuato ha destronado a Potosí. La reina de la plata en el mundo está hambrienta de mano de obra.

Los obreros,
asalariados libres
, no ven una moneda en su vida, pero están presos de las deudas. Sus hijos heredarán las deudas y también el miedo al dolor y a la cárcel y al hambre y a los dioses antiguos y al dios nuevo.

(261 y 349)

1785
-
Lisboa
La función colonial

La Corona portuguesa manda liquidar los talleres textiles del Brasil, que en lo sucesivo no podrán producir más que ropa rústica para esclavos. En nombre de la reina, el ministro Melo e Castro envía las instrucciones correspondientes. Observa el ministro que
en la mayor parte de las capitanías del Brasil se han establecido, y se van propagando cada vez mas, diversas fabricas y manufacturas de tejidos de varias calidades y hasta de galones de oro y plata
. Éstas son, dice, perniciosas transgresiones: si continúan,
la consecuencia será que todas las utilidades y riquezas de estas importantísimas colonias terminarán siendo patrimonio de sus habitantes
. Siendo el Brasil tierra tan fértil y abundante en frutos,
quedarán dichos habitantes totalmente independientes de su capital dominante: es, en consecuencia, indispensablemente necesario abolir dichas fabricas y manufacturas.

(205)

1785
-
Versalles
La papa se hace gran dama

Hace dos siglos y medio, los conquistadores españoles la trajeron desde el Perú. Venía muy recomendada por los indios, de modo que Europa la destinó a los cerdos, a los presos y a los moribundos. La papa ha sufrido burla y castigo toda vez que ha querido escapar de los chiqueros, las cárceles y los hospitales. En varias comarcas la prohibieron; y en Besangon la acusaron de provocar la lepra.

Antoine Parmentier conoció a la papa en prisión. Estaba Parmentier preso en una cárcel prusiana y no le daban otra cosa que comer. Le pareció boba al principio, pero después supo amarla y le descubrió gracias y sabores.

Ya libre en París, Parmentier organizó un banquete. Asistieron D'Alembert, Lavoisier, el embajador norteamericano Benjamín Franklin y otros célebres. Parmentier les ofreció un menú de pura papa: pan de papa, sopa de papa, puré, ensaladas de papas alegradas con salsas al gusto, papas fritas, buñuelos y pasteles de papa. De postre, torta de papa. Por bebida, aguardiente de papa. Parmentier pronunció un alegato por ella. Exaltó sus virtudes nutritivas, la proclamó necesaria al paladar y a la sangre y declaró que la papa vencería al hambre en Europa, por ser invulnerable al granizo y de fácil cultivo. Los invitados, empapados, lo aplaudieron con emoción y convicción.

Después Parmentier convenció al rey. Luis XVI ordenó cultivar papas en sus tierras del llano de Sablons, cerca de París, y las mandó cercar de soldados en guardia permanente. Así logró excitar la curiosidad y el deseo por el fruto prohibido.

En Versalles ocurre la consagración definitiva. La reina María Antonieta, hecha un jardín de flores de papa, estampa soberano beso en la mejilla de Antoine Parmentier. El rey Luis, que todavía no ha perdido la cabeza, le ofrece su abrazo. Toda la nobleza de Francia asiste a la apoteosis de la papa, en este reino donde el arte del buen comer es la única religión sin ateos.

(156 y 250)

La papa nació del amor y del castigo, según cuentan en los Andes

El Inca, cuentan, condenó a los amantes que violaron las leyes sagradas. Que los entierren vivos y juntos, decidió.

Ella había sido una virgen consagrada al dios Sol. Había huido del templo para darse a un siervo labriego.

Vivos y juntos, decidió el Inca. En pozo profundo fueron enterrados, atados entre sí, boca arriba; y ni una queja se escuchó mientras los cubría la tierra.

Llegó la noche y las estrellas anduvieron por raros caminos. Poco después, desapareció el oro del lecho de los ríos y se volvieron estériles, puro polvo y piedra, los campos del reino. Sólo la tierra que tapaba a los amantes estaba a salvo de la sequía.

Los altos sacerdotes aconsejaron al Inca que desenterrara a los amantes, los quemara y esparciera al viento sus cenizas. Que así sea, decidió el Inca.

Pero no los encontraron. Cavaron mucho y hondo y no encontraron más que una raíz. Esa raíz se multiplicó y la papa fue desde entonces la comida principal de los andinos.

(248)

1790
-
París
Humboldt

A los veinte años, Alexander von Humboldt descubre la mar y la revolución.

En Dunkerque la mar lo dejó mudo y en Calais le arrancó un grito la luna llena brotando de las olas. Asombro de la mar, revelación de la revolución: en París, a un año del catorce de julio, Humboldt se deja ir en el dulce torbellino de las calles en fiesta^ metido en el pueblo que baila y canta a la libertad recién nacida.

Él ha vivido buscando respuestas y encontrando preguntas. Sin darse tregua ha interrogado a los libros y al cielo y a la tierra, persiguiendo enigmas del alma y misterios del cosmos y secretos de los escarabajos y las piedras, siempre enamorado del mundo y de hombres y mujeres que le han dado vértigo y pánico.
Alexander jamás será feliz
, dice su hermano Wilhelm, el preferido de la madre.

A los veinte años, fiebre de vivir, fiebre de ir, Humboldt jura eterna lealtad a las banderas de la revolución francesa y jura que atravesará la mar, como Balboa y Robinsón Crusoe, hacia las tierras donde siempre es mediodía.

(30 y 46)

1790 - Petit Goave
Aunque tengan tierras y esclavos

La gordura de la bolsa puede más, a veces, que el color de la piel. En Haití, son negros los mulatos pobres y mulatos los negros libres que han reunido bastante dinero. Los mulatos ricos pagan inmensas fortunas por convertirse en blancos, aunque pocos consiguen el mágico documento que permite que el hijo del amo y la esclava se haga doctor, se llame señor, use espada y pueda tocar a mujer blanca sin perder el brazo.

Cuelga de una horca el mulato que reivindicó los derechos del ciudadano, recién proclamados en París, y en lo alto de una pica pasea por la villa de Petit Goave la cabeza de otro mulato que quiso ser diputado.

(115)

1791 - Bois Caimán
Los conjurados de Haití

La vieja esclava, la íntima de los dioses, hunde el machete en la garganta de un jabalí negro. La tierra de Haití bebe la sangre. Al amparo de los dioses de la guerra y del fuego, doscientos negros cantan y danzan el juramento de la libertad. En la prohibida ceremonia de vudú, luminosa de relámpagos, los doscientos esclavos deciden convertir en patria esta tierra de castigo.

Se funda Haití en lengua
créole
. Como el tambor, el
créole
es el idioma común que los arrancados del África hablan en varias islas antillanas. Brotó del interior de las plantaciones, cuando los condenados necesitaron reconocerse y resistir. Vino de las lenguas africanas, con africana melodía, y se alimentó de los decires de normandos y bretones. Recogió palabras de los indios caribes y de los piratas ingleses y también de los colonos españoles del oriente de Haití. Gracias al
créole
, los haitianos sienten que se tocan al hablarse.

El
créole
reúne palabras y el vudú, dioses. Esos dioses no son amos sino amantes, muy bailarines, que convierten cada cuerpo que penetran en música y luz, pura luz en movimiento, ondulante y sagrada.

(115 y 265)

Canción haitiana de amor

Me quemo como leña.

Mis piernas se quiebran como cañas.

Ningún plato me tienta la boca.

El más ardiente trago se hace agua.

Cuando pienso en ti,

mis ojos se inundan

y mi razón cae derrotada

por mi dolor.

¿No es muy cierto, hermosa mía,

que poco falta para que vuelvas?

¡Oh! ¡Regresa a mí, mi siempre fiel!

¡Creer es menos dulce que sentir!

No demores demasiado.

Duele mucho.

Ven a liberar de su jaula

al pájaro hambriento.

(265)

1792 - Río de Janeiro
Los conjurados del Brasil

Hace apenas medio siglo se creía que las minas del Brasil durarían tanto como el mundo, pero cada vez hay menos oro y menos diamantes y cada vez pesan más los tributos que es preciso pagar a la reina de Portugal y a su corte de parásitos.

Desde allá envían muchos voraces burócratas y ni un solo técnico en minería. Desde allá impiden que los telares de algodón tejan otra cosa que ropa de esclavos y desde allá prohíben la explotación del hierro, que yace al alcance de la mano, y prohíben la fabricación de pólvora.

Para romper con Europa,
que nos chupa como esponja
, conspiró un puñado de señores. Dueños de minas y haciendas, frailes, poetas, doctores, contrabandistas de larga experiencia, organizaron hace tres años un alzamiento que se proponía convertir esta colonia en república independiente, donde fueran libres los negros y mulatos en ella nacidos y todo el mundo vistiera ropa nacional.

Antes de que sonara el primer tiro de mosquete, hablaron los delatores. El gobernador apresó a los conjurados de Ouro Preto. Bajo tormento, confesaron; y se acusaron entre sí con pelos y señales. Basílio de Britto Malheiro se disculpó explicando que quien tiene la desgracia de nacer en Brasil copia malas costumbres de negros, mulatos, indios y otra gente ridícula. Claudio Manuel da Costa, el más ilustre de los prisioneros, se ahorcó en la celda, o fue ahorcado, por no confesar o por confesar en demasía.

Hubo un hombre que calló. El alférez Joaquim José da Silva Xavier, llamado Tiradentes, Sacamuelas, sólo habló para decir:

—Yo soy el único responsable.

(205 y 209)

1792 - Río de Janeiro
Tiradentes

Parecen cadáveres a la luz de los candiles. Atados por enormes cadenas a los barrotes de las ventanas, los acusados escuchan al juez, desde hace dieciocho horas, sin perder palabra.

Seis meses ha demorado el juez en redactar la sentencia. Muy al fin de la noche, se sabe: son seis los condenados. Los seis serán ahorcados, decapitados y descuartizados.

Calla entonces el juez, mientras los hombres que querían la independencia del Brasil intercambian reproches y perdones, insultos y lágrimas, ahogados gritos de arrepentimiento o protesta.

Y llega, en la madrugada, el perdón de la reina. No habrá muerte, sino destierro, para cinco de los seis condenados. Pero uno, el único que a nadie delató y fue por todos delatado, marchará hacia el patíbulo al amanecer. Por él vibrarán los tambores y la lúgubre voz del pregonero recorrerá las calles anunciando el sacrificio.

Tiradentes no es del todo blanco. De alférez entró al ejército y alférez por siempre quedó, arrancando muelas para redondear el sueldo. Él quiso que los brasileños fueran brasileños. Bien lo saben los pájaros que desaparecen, mientras sale el sol, tras las montañas.

(205)

1794
-
París
«El remedio del hombre es el hombre»,

dicen los negros sabios, y bien lo saben los dioses. Los esclavos de Haití ya no son esclavos.

Durante cinco años, la revolución francesa se había hecho la sorda. En vano protestaban Marat y Robespierre. La esclavitud continuaba en las colonias: no nacían libres ni iguales, a pesar de la Declaración de los Derechos del Hombre, los hombres que eran propiedad de otros hombres en las lejanas plantaciones de las Antillas. Al fin y al cabo, la venta de negros de Guinea era el negocio principal de los revolucionarios mercaderes de Nantes, Burdeos y Marsella; y del azúcar antillana vivían las refinerías francesas.

Acosado por la insurrección negra, que encabeza Toussaint Louverture, el gobierno de París decreta, por fin, la liquidación de la esclavitud.

(71)

1794 - Montañas de Haití
Toussaint

Entró en escena hace un par de años. En París lo llaman
el Espartaco negro
. Toussaint Louverture tiene cuerpo de renacuajo y los labios le ocupan casi toda la cara. Era cochero de una plantación. Un negro viejo le enseñó a leer y a escribir, a curar caballos y a hablar a los hombres; pero solito aprendió a mirar no solamente con los ojos, y sabe ver el vuelo en cada pájaro que duerme.

(71)

1795 - Santo Domingo
La isla quemada

Asustado por la liberación de los esclavos en Haití, el rey de España cede a Francia el territorio de Santo Domingo. De un plumazo se borra la frontera que cortaba en dos la isla, dividida entre la más pobre de las colonias españolas y la más rica de las colonias francesas. Don Manuel Godoy, el mandamás de la corte, dice en Madrid que la revuelta de Haití ha convertido toda la isla en
tierra de maldición para los blancos.

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