Read Medstar I: Médicos de guerra Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
—¿Los restos? —El ingeniero soltó una risilla—. Los únicos restos que quedarán de eso serán rayos gamma. —Señaló hacia el cielo con un amplio gesto—. No se preocupe, hay un campo de energía cubriendo toda la base, ¿recuerda?
Cada uno empezó a aportar su opinión sobre lo que habría causado la destrucción del transporte. Den se alejó cavilando.
Una cosa estaba clara: Filba sacaría algún provecho de aquello, si no lo había hecho ya. Den se mordió los labios, pensativo, y varió su rumbo.
~
Den se acercó con cierta rapidez al edificio de Operaciones, que albergaba los suministros y la estación de comunicación. Aunque sólo llevaba unos días en Drongar, hacía mucho tiempo que conocía a Filba. Sus caminos se habían cruzado por vez primera en el lluvioso planeta de Jabiim, durante una de las últimas resistencias del ejército de la República. Den informaba de aquella batalla y Filba era oficial de suministros, además de estar metido en el mercado negro de armas. El hutt, al igual que muchos otros de su especie, estaba dispuesto a utilizar la espalda de cualquiera para enfundar su vibrocuchilla, y casi hizo matar a Den en un intento de ganarse el favor del rebelde Alto Stratus.
Los pliegues branquiales de Den se tensaron al recordarlo. Filba era un oportunista avaricioso que soñaba con convertirse en un señor del crimen, como su héroe, Jabba. Quizás incluso en ser un vigo de Sol Negro, a juzgar por los comentarios espurreados que hacía al tomarse unas copas de más. En opinión de Den, el hutt no tenía muchas posibilidades de convertirse en un pez gordo de los ba Jos fondos. Los hutt eran parientes lejanos de los peces, pero Filba estaba más que necesitado de agallas. Pese a sus fanfarronadas, Filba era el primero en esconderse bajo la mesa cuando se gritaba: “¡Disparos!”. Y dado su tamaño, suele ser el único que cabe debajo de ella, pensó Den con una risilla.
La función principal de Filba era la de oficial de intendencia. Como tal, estaba encargado de ordenar e inventariar todo el suministro médico, los medicamentos, las municiones, el material, los artículos cibernéticos, los androides, los sensores y el equipo de comunicaciones, las piezas de recambio de las naves, la alimentación y las sustancias químicas de última generación que pudieran inventar los científicos de la República para acabar con las esporas. Y ésas eran sólo las tareas de las que Den estaba al tanto. El hutt también controlaba la estación de holocomunicaciones, el envío y la recepción de pedidos y mensajes, normalmente entre el almirante Bleyd y el coronel Vaetes, y, en ocasiones, las instrucciones de combate que enviaba el almirante de la flota a los comandantes de las tropas clon. Todas esas funciones parecían más que suficientes para que las realizaran seis seres, pero el hutt parecía insistir también en ocuparse del seguimiento de la cosecha y los envíos de bota. Den se preguntó cuándo encontraría Filba tiempo para dormir.
Si conozco a Filba, pensó el periodista, y, que el hacedor me valga, lo conozco, su interés por la bota es algo más que laboral.
El despacho de Filba era como se esperaba el reportero. Limpio y organizado, pero atiborrado hasta el techo de estanterías, receptáculos y armarios, que a su vez estaban repletos de todo tipo de cosas, conteniendo en su mayoría soportes para el almacenamiento de datos. Den vio parrillas de holocubos, monitores planos, plastiláminas y demás... Le dolía la cabeza con sólo ver toda esa información.
El hutt estaba ante un holoproyector, conversando con alguien en el campo receptor. Eso fue todo lo que vio Den antes de que un soldado se pusiera ante él, enarbolando el rifle láser.
—Nombre y motivo de su visita —le dijo.
Este clon era un no combatiente, seguramente destinado a la seguridad de Filba. Llevaba la armadura blanca y reluciente.
—Si no tienes un buen motivo para estar aquí, te costará la cabeza.
—Den Dhur. Periodista de Onda Galáctica. Sólo quería saber que opina Filba de...
La enorme masa del hutt se asomó por detrás del guardia clon.
—No pasa nada —dijo. El guardia asintió y se echó a un lado. Filba miró al sullustano desde arriba, alzándose en toda su enorme estatura, al menos enorme para Den. Detrás de él, Den pudo ver que el holoproyector con el que Filba había estado hablando permanecía apagado.
—¿Qué quieres? —gruñó Filba.
—No intentes intimidarme, cara de babosa, o te vas a enterar de lo que es bueno —Den ya había sacado su dispositivo de grabación, dispuesto a registrar las palabras de Filba. Se lo clavó al hutt en la tripa para dar más énfasis a lo que decía, pero en cuanto lo apartó se arrepintió de haberlo hecho, ya que estaba recubierto de babas.
Filba dio un salto hacia atrás de medio metro. Parecía muy nervioso, en el supuesto de que Den no se equivocara al interpretar la expresión de la enorme cara de sapo del hutt. Den arrugó la nariz, al darse cuenta de que las secreciones corporales del hutt empezaban a oler agrio.
—Acabo de hablar con el almirante Bleyd —dijo Filba—. O más bien, escuchaba mientras él hablaba. Ha hablado muy alto y durante mucho tiempo.
—Déjame adivinar. No le alegra la explosión de la nave.
—A mí tampoco —Filba se estrujó las manos. Sus dedos parecían gusanoesponjas amarillas de Kamino—. Se han perdido más de setenta kilos de bota.
—Además de tres vidas —le recordó Den—. ¿Cómo llaman a eso? Ah, sí. “Daños colaterales”.
Su tono sarcástico hizo que Filba le mirara con recelo. El hutt se enderezó y se apartó de su lado dejando por el suelo un ancho reguero de brillantes babas. A Den le encantó que corriera el aire entre los dos. El intenso olor a miedo que desprendía el gastrópodo le provocaba náuseas.
—En las guerras muere gente, periodista, ¿qué quieres?
El tono de Filba era frío. Era evidente que no le gustaba que el sullustano lo pillara en un momento bajo.
—Sólo un comentario —le dijo Den en tono reconciliador. No tenía sentido enfadarlo aún más. Filba podía ser un cobarde, pero su jurisdicción sobre la estación de envío y recepción, además de gran parte de la información vital de Uquemer lo convertía en un individuo sumamente poderoso e influyente. Un mal enemigo al que no se debe dar la espalda—. Algo oficial sobre el desastre que pueda incluir en la noticia.
—¿Noticia? —los enormes ojos amarillos se entrecerraron con recelo—. ¿Qué noticia?
—Como es lógico, mencionaré esto en mi próxima conexión. Soy corresponsal de guerra. Forma parte de mi trabajo —Den se dio cuento de que aquello sonaba defensivo. Cerró la boca.
—No puedo consentirlo —dijo Filba con apremio—. Podría dañar la moral.
Den le observó de hito en hito.
—¿La moral de quién? ¿De las tropas? A ellos les da igual. Córtales los dos brazos y te matarán a patadas. Y por si te refieres al personal de la base, todo el que no esté en coma o dentro de un tanque de bacta sabe lo que ha pasado. Lo cierto es que ha llamado un poco la atención.
—Esta conversación ha terminado —dijo Filba, arrastrándose sobre su rastro de baba—. No vas a dar ninguna noticia sobre este incidente —hizo un gesto de rechazo con la mano, y Den sintió un tirón desde atrás. El guardia clon le había cogido del cuello de la camisa y le sacaba fuera de la estancia, con los pies colgando.
Una vez fuera, el guardia dejó a Den en el suelo, sin emplear la fuerza, pero tampoco con suavidad.
—Y no vuelvas a aparecer sin anunciarte —dijo a Den—. Órdenes de Filba.
Den temblaba de rabia.
—Dile a Filba —dijo— que puede coger sus órdenes y metérselas por... —le describió gráficamente el modo en el que el hutt podía utilizar su salida cloacal como archivador. El guardia clon no prestó atención. Se limitó a volver dentro.
Den dio media vuelta y se encaminó hacia su cubículo, perfectamente consciente de que lo observaban varios soldados clon y unos pocos oficiales de varias especies. Algunos sonreían.
No vas a dar ninguna noticia sobre este incidente.
—Ya, ya —murmuró Den—. Eso lo veremos.
L
a explosión había sacado a Jos de la cantina, junto a casi todos los demás clientes. Tenía la visión algo borrosa porque sus dos bebidas se habían multiplicado de alguna forma hasta convertirse en cuatro, pero la desintegración del transporte contribuyó drásticamente a despejarlo.
Vio a Zan con otro de los cirujanos, un twi’leko llamado Kardash Josen, y se unió a ellos; como todos los demás en la base, especulaban sobre las causas del desastre. La teoría más habitual era que las esporas se habían convertido en algo que podía provocar alguna clase de reacción catastrófica en los motores de reacción. Lo cual no era una idea agradable...
Mientras hablaban, Jos se fijó en Den Dhur, que avanzaba a zancadas por el recinto hacia su despacho, con las agallas temblando de indignación y rabia. Intrigado, Jos se acercó para interceptarlo. El periodista murmuraba algo para sus adentros, y probablemente habría pasado de largo de no haberle bloqueado Jos el camino.
—¿Algún problema? ¿Te puedo ayudar en algo? —preguntó, sintiendo una repentina oleada de afecto por aquel tipo. Después de todo, le había introducido en el mundo de las Frescas de Coruscant.
—A un lado, Vondar. Voy a enseñarle con quién está tratando...
—Un momento, un momento —dijo Jos, poniéndose frente a Dhur con las manos en alto hasta que el sullustano se detuvo—. ¿A quién le vas a enseñar?
—¡A ese rencoroso coágulo de flemas ambulante! ¡A esa escoria marina pretenciosa y condescendiente! A ese...
—Ah —dijo Jos—. Tengo la impresión de que no te llevas muy bien con nuestro estimado intendente.
—Cuando acabe con él tendrá que servir en el lado oscuro de Raxus Prime, o algún otro sitio peor, si consigo pensar en uno —las agallas de Dhur vibraban tan rápido que Jos casi podía sentir la brisa.
—Mira —le dijo—. Yo soy aquí el médico jefe, y tú eres nuestro invitado. Si tienes un problema con Filba o con cualquiera...
—Es Filba quien tiene el problema, doc. Lo que pasa es que todavía no lo sabe —Dhur esquivó a Jos, metiéndose en su cubículo—. Ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.
Jos observó cómo se iba, algo perplejo. Era obvio que Filba no era el ser más agradable del mundo, pero Jos jamás le había visto despertar en nadie una reacción tan hostil. Lo más que conseguía producir Filba era irritación. Se preguntó si no tendría algo que ver la preocupación que había notado en Dhur cuando estaba en la cantina.
Decidió pedir al hutt su versión del asunto. Normalmente solía dejar que los implicados resolvieran por su cuenta sus asuntos; como médico, no había tardado en ver que, a menudo, la mejor manera de curar era mantenerse al margen y dejar que la naturaleza, o la Fuerza o lo que sea que determinara esas cosas, hiciera su trabajo. Pero, como le había dicho a Dhur, una de sus obligaciones era ayudar a Vaetes a mantener la paz.
Dio media vuelta para dirigirse hacia el santuario del hutt, cuando vio a la curandera Jedi saliendo de su barracón. Cambió de rumbo.
—No parece que vaya a ser un buen día, ¿verdad? —le preguntó, acercándose a ella.
Ella le miró desde su capucha, y él se asombró al verla tan pálida.
—Padawan Offee, espero que no te moleste que te lo diga, pero parece como si acabaras de ver un fantasma o te hubieras convertido en uno. Necesitas un poco de cordrazina...
—Estoy bien —dijo ella—. Es sólo una reacción momentánea —sonrió con tristeza—. Tu coronel tenía razón. Uno se acostumbra a esto con mucha rapidez. Demasiada.
El asombro de Jos debió de plasmarse en su rostro, porque Barriss añadió:
—He... sentido la destrucción. A través de la Fuerza. No la agonía de sus muertes, eso fue casi instantáneo, sino la repercusión en la Fuerza, la reacción a lo que motivó esta atrocidad. Eso sí que ha sido... intenso.
—¿Atrocidad? ¿Estás diciendo que lo que ha pasado a la nave no ha sido un accidente?
Ella le miró fijamente a los ojos. Aunque estaba pálida, su mirada era luminosa e intensa.
—Sí, capitán Vondar, eso es exactamente lo que digo. No ha sido una avería provocada por las esporas o un error del sistema de pilotaje, ni nada de eso. Ha sido sabotaje. Ha sido un asesinato.
~
El almirante Bleyd recibió las noticias mientras tomaba su sauna diaria. Se las comunicó su androide secretario porque ninguno de los seres orgánicos que iban a bordo del MedStar podía entrar en la cámara llena de vapor. Bleyd tenía la temperatura tan alta que calcinaría la piel de casi todos los miembros del personal. Él, sin embargo, estaba de lo más a gusto.
Leyó el plastifino y arrugó la delgada lámina. Cuando abrió la mano, la memoria molecular de la lámina le devolvió su forma original sin dejar una arruga. Aquello hizo poco por mejorar el humor del almirante.
Ya vestido y de regreso en su despacho, anduvo iracundo de un lado a otro. ¿Quién era responsable de aquello? Ni por un microsegundo lo consideró un accidente. Era sabotaje, subversión y sin duda el principio de una campaña encubierta para provocar una desmoralización generalizada. ¿Sería cosa de los Separatistas? Aunque el frente popular difundía por la HoloRed que esa guerra buscaba impedir que el loco de Dooku siguiera propagando la anarquía por la galaxia, lo cierto es que todo se reducía a cuestiones comerciales y capitalistas, como casi todas las guerras, incluidas las “santas”. La Confederación y la República no habían enviado ejércitos y naves por toda la galaxia buscando servir a los elevados ideales y los derechos de todos los seres. Todo era cuestión de dinero. Tanto si lo sabían como si no, los separatistas y los republicanos que estaban en Drongar luchaban por la bota y por las riquezas potenciales que conllevaba. Por tanto, no tenía mucho sentido que un separatista saboteara un envío de la única mercancía valiosa que el planeta podía ofrecer.
Pero había otros jugadores en la partida; jugadores capacitados que movían piezas incluso más transparentes que un holomonstruo de dejarik.
Jugadores como Sol Negro.
Bleyd se maldijo a sí mismo por tonto. Igual había permitido que su codicia y su impaciencia por conseguir riqueza y estatus lo arrastraran a una alianza precipitada. Su plan había sido sencillo, parecía que demasiado sencillo. Filba, al cargo de los pedidos, había estado sisando aquí y allá unos cuantos kilos de planta procesada. Dadas sus cualidades adaptogénicas, en algunas partes de la galaxia la bota estaba incluso más solicitada que la especia. De hecho, su valor potencial era tal, que su utilización como medicamento en Drongar estaba estrictamente prohibida, lo cual no dejaba de ser una ironía.