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Authors: Mark Bowden

Matar a Pablo Escobar (33 page)

SZE afirma que para sacar a Escobar de la clandestinidad hace falta provocarle, o enfurecerle tanto que por la desesperación quiera devolver el golpe. El informante afirma que entonces quizás Escobar cometa errores. El informante recomienda la incautación de los bienes de Escobar o su destrucción física, como medio de conseguir enfurecer a Escobar.

Y finalmente Ospina expresó que aquellas acciones debía contar necesariamente con la colaboración de los medios colombianos. Añadió que Pablo había logrado un tremendo control de los medios durante su campaña en contra de la extradición: «Escobar controla los medios por el miedo y los sobornos, y ha llegado a confundir al pueblo colombiano de que no es más que un ciudadano colombiano víctima de la injusticia, y no el peligro que encarna en realidad».

Ospina también sugirió que la destrucción de la organización del capo diese cabida a traficantes colombianos encarcelados que estuvieran dispuestos a facilitar información útil. Ese incentivo se ofreció a Carlos Lehder, el otro ex capo del cártel que creía que Pablo lo había entregado a las autoridades para que fuera extraditado a Estados Unidos. El narco encarcelado describió los métodos de los que Pablo se servía para evadir la captura, cómo se movía de una casa franca a otra y nunca se alejaba de las inmediaciones de Medellín. Lehder dio a los agentes la oportunidad de meter las narices en los hábitos y preferencias de su antiguo socio:

Escobar es indiscutiblemente una persona de gueto, no es un campesino ni alguien criado en la selva. Teme más a las guerrillas comunistas y nacionalistas que al Ejército, así que no se aleja del valle medio del río Magdalena, una zona libre de guerrillas. Ya que las guerrillas pululan en la alta montaña, uno podría descartar que se escondiera allí |...|. Siempre procura mantenerse dentro del área de cobertura de su teléfono móvil para no perder contacto con la central de Medellín. La distancia es de unos cien kilómetros, así puede llamar en cualquier momento.

Por lo general, suele ocupar la casa principal con algunos de sus sicarios, un operador de radio [con un receptor de onda BHE, big high fre-quency], cocineros, putas y mensajeros. Los medios de transporte más habituales suelen ser jeeps, motocicletas y en ocasiones un bote. Jamás lo he visto montar a caballo. Escobar se levanta a la una o dos de la tarde y se acuesta a la una o dos de la madrugada.

Cuando se encuentra fugitivo se rodea de entre quince y treinta guardaespaldas armados y con walkie-talkies, que realizan dos turnos de doce horas cada uno. Dos de los hombres se sitúan en la entrada principal de la finca, algunos a lo largo de la carretera, y el resto, en el perímetro de la casa principal (a una distancia de un kilómetro y medio). Uno frente a su puerta [...]. La casa principal siempre consta de dos o tres salidas a sendas que se adentran en el bosque y por tanto acceden a un segundo escondite o a un río donde se encuentra el bote, o acaso una tienda con provisiones y radios. Escobar es un hombre obeso, ni mucho menos un «cachas» o un atleta. No podría correr más de quince minutos sin sufrir problemas respiratorios. Lamentablemente, ni la policía ni los militares han usado perros contra él.

Cuando los vigías del perímetro más alejado veían aproximarse un vehículo o un avión volando bajo o un helicóptero, «chillaban como locos por esos
walkie-talkies
—recordaba Lehder—, y entonces Pablo huía de inmediato. Hasta que el Bloque de Búsqueda no se redujo y se volvió más sigiloso, Pablo siempre supo que se acercaban».

Lehder respondió con una sugerencia propia para cercar a su viejo socio:

La única solución realista y de fado, según mi análisis, es un nuevo gobierno militar o, como poco, una brigada de guerrilleros controlada por la DEA, que sea independiente de los políticos, la policía y el Ejército [...). Existe un gran número de gente colombiana de todo tipo y origen que estaría dispuesta a asistir, apoyar, financiar y hasta participar en la creación de una milicia civil (...]. Los ricos, los pobres, los campesinos, la izquierda, el centro y la derecha están dispuestos a cooperar. Porque cada día que Escobar ande suelto ganará en poder y se volverá más peligroso.

Cuando Lehder se refirió a una «milicia civil» no hizo falta hacer un esfuerzo de imaginación para saber a lo que se refería. Hablaba una lengua muy conocida por el Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos. La tarea de organizar fuerzas autóctonas para combatir a los insurgentes era una de las doctrinas fundacionales de la guerra encubierta que libran las fuerzas especiales: exactamente lo que el presidente John F. Kennedy tenía en mente cuando creó a los Green Berets, o Boinas Verdes
[27]
. Durante los treinta años siguientes, el cuartel general de operaciones especiales y su escuela en Fort Bragg, Carolina del Norte, habían adquirido gran experiencia en aquel tipo de actividades, operando desde Vietnam hasta El Salvador. Y era una de las especialidades del general Garrison.

Y, si los norteamericanos estaban buscando una «milicia civil» preparada para retar a Pablo Escobar a su mismo nivel, no hacía falta que buscasen mucho. Colombia tenía una larga tradición en los denominados «escuadrones de la muerte». Uno de los más conocidos era el de Fidel Castaño, alias
Rambo:
un asesino carismático, contrabandista de diamantes y ex narcotraficante, que había mantenido vínculos cercanos con las familias Moneada y Galeano. Castaño era famoso por su brutalidad. Se rumoreaba que había sido el responsable de la masacre de cuarenta y cinco campesinos en el golfo de Urabá en 1988. Después de que Pablo se fugara, el propio Castaño se puso en contacto con el Bloque de Búsqueda para ofrecer sus servicios. En un telegrama escrito por Peña y recibido en el cuartel general de la DEA el 22 de febrero de 1993, el agente describió a Castaño como un «individuo cooperador»:

Como consecuencia de un desacuerdo con Escobar, Castaño se puso en contacto con la PNC/Fuerza operativa de Medellín [Bloque de Búsqueda] y ofreció sus servicios para intentar localizar a Escobar. Castaño notificó a la PNC de que su desacuerdo con Escobar surgió cuando Castaño le dijo a Pablo que no estaba de acuerdo con la campaña terrorista del capo, a saber: las bombas y los asesinatos de policías. Castaño también estaba preocupado porque Escobar pudiera hacerlo matar en cualquier momento como con los hermanos Moneada y los Galeano.

En diciembre de aquel año, Castaño guió al Bloque de Búsqueda en una infortunada incursión, donde el bote que transportaba a tres de los oficiales más importantes del coronel Martínez dio una vuelta de campana. Dos de los oficiales se ahogaron mientras las unidades encargadas del asalto cruzaban el río Cauca. Según los presentes, Castaño se jugó la vida intentando salvar a aquellos hombres y logró rescatar a uno de las aguas; tal fue su heroísmo que Castaño se ganó la confianza del Bloque de Búsqueda. El carismático líder paramilitar contribuyó con brío y audacia, además de sus valiosos contactos en el submundo de la droga. Era evidente que pocos de los antiguos aliados estaban dispuestos a ponerse de su parte.

El agente Peña escribió:

Fidel Castaño se había puesto en contacto telefónico con el clan de los Ochoa (Jorge, Fabio y Juan David) que por entonces ya se encontraba en prisión. Castaño le pidió a los Ochoa que abandonaran a Escobar y que se unieran a él. Castaño les explicó que Escobar no dudaría en matarlos como lo había hecho con los Moneada y los Galeano. Los hermanos Ochoa dijeron que recientemente le habían entregado a Escobar medio millón de dólares, pero que estaban considerando abandonarlo [...]. Castaño le dijo a la PNC/Fuerza operativa de Medellín [Bloque de Búsqueda] que los Ochoa nunca traicionarían a Escobar por miedo y porque ellos «siempre mentían para permanecer neutrales con todo el mundo».

Con Castaño, Ospina y las familias Moneada y Galeano de su parte, la búsqueda había ganado aliados dispuestos a aceptar las sangrientas reglas de las guerras en el mundo criminal de Medellín. Otros acabaron uniéndose al esfuerzo gracias a un decreto judicial que amnistiaba a los narcotraficantes y a cualquier criminal que ayudara a la policía en la cacería.

Uno de los que se acogió a la amnistía fue el piloto que se llamaba a sí mismo
Rubin,
y que se había hecho traficante a través de su amistad con los hermanos Ochoa dieciséis años antes. La primera impresión que Rubin tuviera de Escobar no había cambiado; todavía lo consideraba un matón callejero de baja estofa que a fuerza de brutalidad se había metido en el negocio de la cocaína. Durante los años en que él y los Ochoa habían trabajado para Pablo, Rubin repitió una y otra vez que «Pablo no es amigo de nadie». De hecho, cuando un amigo cercano, casado con una de las hermanas Ochoa, fue raptado en 1985, Rubin sospechó inmediatamente de Pablo. Los Ochoa se negaron a creerle, por lo que Rubin comenzó a husmear por su propia cuenta. Cuando hubo obtenido pruebas que vinculaban a Pablo con el secuestro, Rubin recibió una llamada del capo:

—¿Qué tal va tu investigación?

—Estamos muy cerca ya —respondió Rubin.

—Quiero que dejes de investigar —dijo Pablo—. El tipo está en manos de una gente muy peligrosa y quizá te metas en problemas.

Rubin comprendió de inmediato. Dejó de husmear y se tomó la advertencia tan al pie de la letra que se fue de Medellín llevándose a su familia. Durante meses se mudaron constantemente y evitaron utilizar el teléfono. Después de más de un año, Pablo dio con él —el amigo de Rubin había muerto— y le pidió un millón de dólares.

—No te daré un centavo —dijo Rubin.

—¿Sabes lo que estás haciendo? —le preguntó Pablo.

—Sí. Sé que voy a tener que esconderme durante el resto de mi vida.

Poco después, el agente Peña de la DEA se puso en contacto con Rubin. Peña le preguntó si estaría dispuesto a sumarse a la lista de informantes en Medellín. Rubin estuvo de acuerdo y se unió a la campaña para atrapar a Pablo: su pasado criminal en Colombia fue borrado de los archivos policiales.

A finales de aquel mismo año, se había reunido un notable elenco de personajes que ayudarían en la búsqueda, algunos en Estados Unidos y otros en Medellín. En Estados Unidos se encontraban Ospina, Dolly Moneada, Lehder y otros; entre los que se hallaban en Medellín: Castaño y su hermano Carlos, Marta Moneada, hermana de los narcos asesinados por Escobar, Mireya y su hermano Raphael Galeano, los traficantes Eugenio García, Luis Ángel, Óscar Álzate, Gustavo Tapias, Enrique Ramírez y un sinfín de colaboradores más. Junto a todos ellos, no hay que olvidar a Leónidas Vargas, un traficante que constaba en la lista de «Cerebros criminales» de la DEA y conocido ex sicario de la familia Galeano; y a Diego Murillo, hombre obeso de dientes salidos, con un rostro desfigurado por las cicatrices y con cojera, al que se conocía por el alias de
don Bernardo
o
don Berna.

Aunque originalmente fueran reclutados como informantes, el nuevo grupo de Murillo comenzó a matar apenas se inició la búsqueda de Pablo. Don Berna y sus secuaces se hospedaban en una casa cercana al cuartel general del Bloque de Búsqueda pero fuera de su perímetro, y contaba con tres vehículos a su disposición. Los agentes de la DEA y los efectivos de la Fuerza Delta los veían a menudo, en corro, junto a los oficiales más allegados a Martínez. En ciertas ocasiones, los hombres de don Berna actuaban de escoltas de Peña y Murphy cuando éstos dejaban la base (incumpliendo órdenes) para reunirse con otros informantes. El grupo de don Berna se especializaba en obtener información a fuerza de intimidación y era financiado con dinero de la DEA.

De aquel modo, y hasta finales de 1992, la «milicia civil» trabajó discretamente, pero en enero de 1993 se tomó la decisión de adoptar un papel más visible, tal y como Ospina había aconsejado. Alguien le había sugerido a aquel grupo de criminales colombianos que se pusieran un nombre, del mismo modo que Pablo había creado Los Extraditables, y previamente, Muerte a los Secuestradores. Un nombre que representara a la célula de ciudadanos colombianos dispuesta a destruir a Pablo Escobar; una fuerza que le metería miedo a aquellos criminales y familiares del fugitivo, aunque quizá no al mismo Pablo. Para aumentar la amenaza, el grupo necesitaba medios. La primera aparición de la célula fue electrizante y desató una rueda nacional de adivinanzas para ver quién atinaba a dar con la identidad de aquella gente. El embajador Busby se percató de que aquello tenía todo el aspecto de una clásica operación psicológica del Ejército, pero no sabía quién estaba detrás. Otros concluyeron de inmediato que Los Pepes eran sencillamente los rivales caleños de Pablo.

Sin embargo hubo una persona para quien todo aquello no tenía nada de misterio. El día después de que sus propiedades fueran voladas en pedazos, Pablo envió una nota donde rechazaba de plano admitir la existencia de Los Pepes:

... Personal bajo su supervisión ha hecho detonar coches bombas frente a los edificios de El Poblado donde viven algunos de mis parientes. Quiero informarle que sus atentados terroristas no harán que abandone la lucha en la que me he embarcado. Y mi punto de vista no va a cambiar. Sus amenazas y coches bomba contra mis familiares se sumarán a los cientos de jóvenes que ha asesinado en Medellín en su cuartel general situado en la Academia de la Policía Carlos Holguín. Espero que el pueblo de Antioquia averigüe lo que hace usted con la dinamita que requisa y los crímenes que realizan esos hombres que se cubren la cara con pasamontañas
[28]
. Usted forma parte del Gobierno, y quiero advertirle que si llega a ocurrir otro incidente de esta naturaleza, tomaré represalias contra los parientes de los miembros del Gobierno, quienes toleran y no castigan los crímenes que usted comete. Y no olvide que usted también tiene una familia.

El coronel no necesitaba que se lo recordaran: su familia había vivido amenazada durante años. Hacía justamente cuatro meses, tres agentes de la policía asignados a su escolta habían muerto, cosidos a tiros, en Medellín. El ataque había sido un mensaje muy personal de Pablo. Los agentes se dirigían en ese mismo momento a recoger de la escuela al hijo menor del coronel.

Pero Martínez no iba a dar marcha atrás. Los Pepes le habían dado nuevos bríos a una campaña que parecía estancada. Pablo era cercado por una selección de enemigos formidables. Hasta ahora los intentos de capturarlo habían sido dirigidos a localizarlo y, efectivamente, a destronarlo de su montaña de asistentes financieros, legales y logísticos. Pero las tácticas habían cambiado. Tanto oficial como extraoficialmente, los enemigos de Pablo habían comenzado a minar aquella montaña.

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