Para ser escrupulosamente justo, no tengo inconveniente alguno en aclarar que buena parte de todo lo anterior ha salido a la luz desde que se publicó la primera edición del libro de Holford. Pero, por entonces, ya hacía algún tiempo que se planteaban serias dudas sobre las investigaciones de Chandra, y los académicos del campo de la nutrición se cuidaban mucho de citar su trabajo, simplemente porque sus conclusiones parecían ser increíblemente positivas. En 2002, dimitió de su puesto en la universidad tras haber sido incapaz de responder a una serie de preguntas relacionadas con sus artículos, o de presentar los datos en los que se fundamentaba, cuando sus superiores se los pidieron. El artículo referenciado por Patrick Holford fue retirado a todos los efectos en 2005. Curiosamente, la siguiente referencia que aparece en ese mismo párrafo es de otro artículo de Chandra. Dos seguidos: ya es mala suerte.
El profesor Holford menciona a continuación un artículo de revisión, en el que se afirma que 37 de un total de 38 estudios que analizaron la vitamina C (una vez más) la hallaron beneficiosa para el tratamiento (no para la
prevención
, como decía en esa otra afirmación suya recogida anteriormente) del resfriado común. 37 de 38 suena muy convincente, pero la revisión Cochrane definitiva sobre el tema ha demostrado sólo un beneficio menor a dosis más elevadas. Logré dar con el artículo que el profesor Holford indicaba como base para su afirmación: se trata de un reanálisis retrospectivo de una revisión de ensayos que analizaba únicamente los que se habían realizado antes de 1975.
[5]
La editorial de Holford describe esta edición de la
Optimum Nutrition Bible
como «COMPLETAMENTE REVISADA Y PUESTA AL DÍA PARA DAR CUENTA DE LAS MÁS RECIENTES Y AVANZADAS INVESTIGACIONES». De hecho, se publicó el mismo año que yo cumplí los 30, pero la gran referencia de Holford para la afirmación que hace (en ese capítulo) sobre la relación entre la vitamina C y los resfriados es un artículo que se centra en exclusiva en ensayos de antes de que yo tuviera 1 año de edad. Desde que se realizó aquella revisión, me ha dado tiempo de aprender a caminar y a hablar, de cursar la primaria y la secundaria, de estudiar en tres universidades y obtener tres titulaciones, de ejercer como médico durante unos cuantos años, de recibir el encargo de escribir regularmente una columna en el
The Guardian
y de ser autor de unos cuantos cientos de artículos, por no hablar del presente libro. Desde mi perspectiva, no es exagerado decir que desde 1975 ha pasado toda una vida. En mi caso, no recuerdo nada de 1975. Ah, y el artículo referenciado por el profesor Holford ni siquiera parece abarcar 38 ensayos: sólo cuenta catorce. Para alguien como él, que no deja de hablar de la vitamina C, el profesor Holford no parece estar muy familiarizado con la bibliografía contemporánea sobre el tema. Pero bueno, si ustedes están preocupados por su ingesta de vitamina C, tal vez les interese comprar un poco de ImmuneC, de la gama de productos BioCare Holford, por sólo 29,95 libras el frasco de 240 comprimidos (con la cara del «profesor» en la etiqueta).
[*]
Prosigamos. Él también selecciona sesgadamente el artículo más espectacularmente positivo que he podido encontrar en la bibliografía especializada a favor de la vitamina E como factor de prevención de los ataques al corazón (un 75 % de reducción de éstos, según la afirmación de Holford). Pues bien, ahora les daré yo una idea de las referencias de las que no habla. Incluso me he tomado la molestia de remontarme en el tiempo para facilitarles la referencia de la que fue la revisión más actualizada en ese ámbito de la bibliografía especializada en 2003: una revisión sistemática y metaanálisis (combinados), recopilados y publicados en la revista
The Lancet
, que evaluó los artículos publicados sobre el tema desde varias décadas antes, y que halló que, sumados todos los datos, no hay evidencia empírica de que la vitamina E sea beneficiosa.
[6]
Tal vez les divierta saber que ese único ensayo positivo referenciado por Holford no sólo fue el más pequeño, sino también el más breve de todos los recogidos en aquella revisión, y por un amplio margen de diferencia. Así es el profesor Holford: como ven, alguien bien preparado para enseñar y supervisar en la Universidad de Teesside, para moldear las mentes de nuestros jóvenes y entrenarlas para los rigores de la vida académica.
Seguidamente, en el capítulo del que hablamos aquí, Holford formula toda una retahíla de afirmaciones extraordinarias sin apoyarse en referencia alguna. Por ejemplo: los niños autistas no miran a los ojos a las demás personas, pero «denles a esos chicos vitamina A natural y le mirarán directamente a la cara». Sin referencia. Luego, formula cuatro afirmaciones específicas sobre la vitamina B, justificándolas en supuestos «estudios», pero sin aportar referencias. (Tranquilos, les prometo que estamos llegando al desenlace de toda esta historia.) Y también dice más cosas a propósito de la vitamina C; esta vez, la referencia nos remite (de nuevo) a Chandra.
Finalmente, en la página 104, en un triunfal
sprint
final, el profesor Patrick Holford nos cuenta que, actualmente, hay naranjas totalmente carentes de vitamina C. Hay un mito, que ha hecho fortuna entre los autoproclamados nutricionistas (de hecho, no puede haber nutricionistas de otra clase) y entre quienes venden píldoras de suplementos alimenticios, que viene a decir que nuestra comida se está volviendo cada vez menos nutritiva. En realidad, muchos expertos argumentan que, posiblemente, hoy comamos alimentos más nutritivos que nunca, porque consumimos más fruta fresca y hortalizas, y menos conservas y salazones, de modo que nuestra comida llega antes a los comercios y, por lo tanto, pierde menos nutrientes en el proceso (aunque a un fenomenal coste para el medio ambiente). Pero la afirmación que hace Holford a propósito del contenido vitamínico de las naranjas es un tanto más extrema que las que se suelen formular. Esos cítricos son no sólo
menos
nutritivos sino que: «Es cierto, algunas naranjas de supermercado ¡no contienen nada de vitamina C!».
[*]
¡Qué aterrador! ¡Compremos pastillas!
Ese capítulo no es un caso aislado. Existe una página web —Holfordwatch— dedicada por entero a examinar las afirmaciones del profesor con sustancial detalle, impresionante claridad y obsesiva escrupulosidad en materia de referencias. Allí encontrarán muchos más errores repetidos en otros documentos de Holford y esmeradamente diseccionados con ingenio y con una puntillosidad ligeramente terrorífica. Es un auténtico placer para los ojos.
¿Profesor?
Lo anteriormente dicho suscita un par de cuestiones de particular interés. En primer (e importante) lugar, a alguien como yo, siempre dispuesto a comentar y analizar las ideas de los demás, le preocupa lo siguiente: ¿cómo se puede entablar un debate con alguien como Patrick Holford? Él se dedica constantemente a acusar a otros de «no estar al día» de la bibliografía especializada en el tema. Quienquiera que dude del valor de sus píldoras es un «retrógrado» o un títere de la industria farmacéutica. Siempre se saca de la chistera conclusiones y referencias de supuestas investigaciones para apoyar sus afirmaciones.
¿Y qué podemos hacer entonces nosotros, dado que resulta imposible leerlas
in situ
? Siendo escrupulosamente educados, pero firmes al mismo tiempo, la única respuesta sensata que le podríamos dar, seguramente, sería: «No estoy del todo seguro de que pueda aceptar su resumen o su interpretación de los datos sin comprobarlos por mí mismo». Pero esto podría dejarnos en no muy buen lugar ante los hipotéticos espectadores del debate.
Ahora bien, el segundo punto que quiero destacar es aún más importante. Holford ha sido nombrado —como vengo diciendo—
profesor
en Teesside. Él esgrime con orgullo ese nombramiento en sus comunicados de prensa, como cabría esperar. Y según la documentación de Teesside (y hay muchos documentos allí al respecto, que he podido consultar al amparo de la Ley de Libertad Informativa, y que están disponibles en la red), el plan establecido en el momento de su nombramiento era que el profesor Holford se dedicaría a supervisar investigaciones y a impartir asignaturas del plan de estudios universitario.
A mí no me sorprende que haya emprendedores y gurús (individuos, en definitiva) que se dediquen a vender sus pastillas y sus ideas en el mercado libre. En cierto (aunque extraño) sentido, respeto y admiro su tenacidad. Pero lo que de verdad me tiene asombrado es que las universidades, que son depositarias de un conjunto muy distinto de responsabilidades, los acojan, y, sobre todo, que lo hagan en un campo como el de la nutrición, donde el peligro es muy concreto. Al menos, las titulaciones en homeopatía son transparentes. Las universidades donde éstas se imparten se muestran recelosas y reservadas a la hora de hablar de sus asignaturas (tal vez porque cuando se filtran los exámenes, se descubre que en ellos se pregunta por cosas como los «miasmas»… ¡en pleno 2008!), pero, al menos, estas titulaciones en terapias alternativas son lo que parecen.
El proyecto de los nutricionistas, sin embargo, es más interesante: su trabajo adopta la
forma
de lo científico (el vocabulario, las píldoras y las referencias académicas) y sus afirmaciones imitan superficialmente las aseveraciones de los investigadores que se dedican al campo de la nutrición, en el que queda aún mucha ciencia real por hacer. Muy de vez en cuando, pueden contar con alguna buena prueba empírica en la que basar sus afirmaciones (aunque no veo el sentido de aceptar consejos sobre salud de alguien que sólo tiene razón de forma ocasional). Pero, en realidad, el trabajo de los «nutricionistas» suele fundamentarse, como ya hemos visto, en terapias alternativas propias de la llamada Nueva Era, y mientras que cosas como la curación por energía cuántica
reiki
dejan bastante clara su procedencia, los nutricionistas se han cubierto con el manto de la autoridad científica con tanta verosimilitud, con tal capacidad para asesorar en materia de estilos de vida (con ideas de puro sentido común, aderezadas con unas cuantas referencias), que la mayoría de las personas apenas han entendido esa disciplina por lo que de verdad es. Cuando se los cuestiona más de cerca, algunos nutricionistas admiten que la suya es una «terapia complementaria o alternativa», pero, por ejemplo, la investigación sobre medicinas alternativas emprendida por la Cámara de los Lores ni siquiera la mencionó entre éstas.
Es esta proximidad con el trabajo científico académico real la que evoca suficientes paradojas como para que resulte razonable preguntarse qué sucederá en Teesside cuando el profesor Holford empiece allí su particular contribución a la formación de las mentes de nuestros jóvenes. Ya podemos imaginarnos la situación: en un aula, un académico a tiempo completo enseñará la necesidad de examinar la
totalidad
de las pruebas empíricas (sin seleccionarlas según nuestro interés), de no hacer
extrapolaciones exageradas
a partir de datos preliminares de laboratorio, de
referenciar
nuestras afirmaciones de forma precisa, exacta y ajustada al contenido real de la obra citada… enseñará, en definitiva, todo aquello que en un departamento universitario se puede enseñar acerca de la ciencia y la salud; y en otra aula… ¿tendremos a Patrick Holford haciendo gala de las dotes académicas que hemos atestiguado en él hasta el momento?
Podemos hacernos una idea muy directa de ese «choque» leyendo las palabras que el propio Holford incluyó en un reciente envío postal remitido a sus suscriptores. Resulta inevitable que, periódicamente, se publique un gran estudio académico en el que no se encuentre evidencia empírica alguna de los supuestos beneficios de alguna de las píldoras favoritas de Patrick Holford. Lo normal en esos casos es que él mismo emita una confusa y airada refutación de lo allí dicho. Y estas críticas que él lanza acaban teniendo una gran influencia soterrada: fragmentos de las mismas van a parar con frecuencia a artículos de prensa, y rastros de su defectuosa lógica afloran luego, al debatir con los nutricionistas.
En una de sus refutaciones, por ejemplo, cargó contra un metaanálisis de ensayos controlados y aleatorizados de antioxidantes acusando a sus autores de «sesgados» por haber excluido de ellos dos ensayos que, según él, habían arrojado resultados positivos. En realidad, no se trataba de ensayos: habían sido simples estudios observacionales, por lo que nunca podían haber sido incluidos. En la ocasión que aquí nos interesa, Patrick Holford se enfadó por un metaanálisis sobre las grasas omega-3 (como las de los aceites de pescado), del que era coautora la profesora Carolyn Summerbell, catedrática de Nutrición en la Universidad de Teesside, donde también es decana adjunta de Investigación, con un largo historial de investigaciones académicas publicadas en el campo de la nutrición.
En ese caso en concreto, Holford dio la impresión, clara y sencillamente, de no haber entendido los principales datos estadísticos del «diagrama de bosque» elaborado a partir de los resultados del artículo, que mostraban la inexistencia de beneficio alguno en el caso de los aceites de pescado.
[*]
Enfurecido ante lo que creía haber leído, el profesor Holford acusó a los autores de ser unos títeres de la industria farmacéutica (¿no detectan ustedes una pauta?). «Lo que considero particularmente engañoso es que ese evidente sesgo no sea siquiera comentado en el artículo —explicó—. Esto hace realmente que me cuestione la integridad de los autores y de la revista que lo publica». Recordemos que estaba hablando de una catedrática de Nutrición en la Universidad de Teesside y decana adjunta de Investigación. Pero, a partir de ahí, la cosa se deteriora aún más. «Analicemos por un momento todo esto desde la óptica de una “teoría de la conspiración”. La semana pasada, las ventas de medicamentos farmacéuticos superaron los 600.000 millones de dólares. El número uno en ventas fue Lipitor, un fármaco a base de estatinas para reducir el colesterol. Concretamente, reportó a sus fabricantes 12.900 millones de dólares».
Aclaremos una cosa: no hay duda de que la industria farmacéutica presenta problemas muy serios (y yo lo sé bien, pues enseño tanto a estudiantes de medicina como a médicos sobre ese tema, escribo habitualmente sobre él en la prensa nacional y estoy a punto de llevarles de paseo a que contemplen algunas de las maldades de sus protagonistas en el próximo capítulo), pero la respuesta a estos problemas no reside en una mala práctica académica, como tampoco debemos buscarla en un conjunto de pastillas sustitutivas tomadas de una industria paralela aunque relacionada. Ya basta.