Los clanes de la tierra helada (28 page)

BOOK: Los clanes de la tierra helada
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—¡Por la sangre de Thor, remad! —les gritó Thorleif frente al timón.

Aunque se habían distanciado de la costa, aún se hallaban al alcance de un tiro de lanza, o de flecha.

—¿Por qué diantre estás tan contento? —preguntó observando a Illugi.

Este se limitó a sonreír como un diablillo. Después se puso a doblar el arco para ponerle una cuerda, pero Thorleif sacudió la cabeza.

—Ahórrate las flechas por el momento —aconsejó.

Para aquel entonces se hallaban ya fuera del alcance de las lanzas de sus perseguidores, que corrían hacia la punta del istmo gritándoles insultos, a los que Thorodd y Freystein respondían con obscenos gestos, aunque para ello tuvieran que soltar los remos.

—Remad —los regañó Thorleif.

Llegaron al estuario de Swan, al interior de la embocadura del río. Los Hermanos Pescadores, que los vieron, se pusieron de pie en su barca para otear a medio kilómetro de distancia. No reconocieron la embarcación. Thorleif encaró la proa a la orilla y mandó bajar a los demás en la estrecha playa de grava, para que fueran a buscar las lanzas y escudos. Mientras los esperaba recorrió la orilla, recogiendo piedras más o menos del tamaño de un puño, que fue metiendo en la barca.

Thorbrand siguió a los hermanos desde el interior de la casa, ayudándose con un bastón.

Thorleif previo complicaciones al ver a su padre.

Thorodd, Freystein e Illugi volvieron a subir a la barca y, tras dejar sus armas y escudos, volvieron a asumir sus posiciones para remar. Thorfinn, Snorri y Thormod llegaron corriendo, también armados, junto con dos esclavos con evidentes signos de miedo, y otro esclavo llamado Egil, que era conocido por su afición a pelear. Cuando Thorbrand los llamó, se pararon en seco y adaptaron el paso al suyo. Cada vez se los veía más cabizbajos, a medida que escuchaban su suave y persuasiva voz.

Al llegar a la orilla, Thorbrand miró con causticidad a Thorleif.

—¿Se puede saber que desatino es este? —preguntó el anciano—. ¿De quién es esta barca? ¿Y por qué vais armados?

—Ahora es nuestra barca —contestó con firmeza Thorleif—. Vamos a demostrar a nuestros enemigos que no pensamos consentir que sigan abusando de nosotros.

Señaló en dirección a los Hermanos Pescadores, que realizaban frenéticos esfuerzos para recoger las redes. Habían visto a los hermanos corriendo con armas.

Thorbrand tendió la vista hacia el río, pero no dijo nada.

—El
gothi
Snorri no nos va a ayudar, padre —dijo Thorleif—. Eso ha quedado bien claro.

—¡Es un cobarde! —exclamó Illugi—. ¡Un maldito cobarde!

Thorbrand observó con dureza al muchacho, que le sostuvo la mirada con actitud desafiante. Snorri, Thormod y Thorfinn permanecían incómodos detrás de su padre, reacios a suscitar su ira.

Thorbrand miró a Thorodd, el herrero, que retorcía el remo entre sus manazas.

—¿Qué dices tú, Thorodd? Después de Thorleif tú eres el mayor, y yo me fío más de tu juicio que del suyo, aunque eso no quiera decir mucho.

El aludido esbozó una mueca. Aunque no quería enfrentarse a su padre, estaba cansado de que su familia tuviera que soportar aquella vergüenza y así lo expresó.

Los tres hermanos que habían permanecido en tierra expresaron con mudos gestos su conformidad. Thorbrand los miró uno a uno, escrutándoles la cara.

—Comprendo. De modo que estáis decididos a hacerlo. Ahora ya sois unos hombres, supongo, y podéis aceptar las consecuencias de vuestra propia estupidez —declaró de mal genio. Luego se encaró a Thorleif y señaló un punto situado más arriba—. Enterradlos allá, pasado el vado, en el sito del pasto donde la tierra parda continúa hasta abajo. Ya conocéis el lugar. Enterradlos bien hondo y no dejéis marcas.

Thorleif asintió, asombrado. Luego miró sonriendo a Illugi, que levantó el pulgar.

—Escuchadme, necios —esperó Thorbrand—. Esconded su barca hasta esta noche. Después llenadla de piedras y agujereadla. Justo allí mismo, donde el agua se vuelve profunda.

—¿Y por qué no los hundimos con la barca?

—A veces los cadáveres de las personas no se pudren bajo el agua —explicó Thorbrand—, y luego flotan.

»Si pudierais ahogarlos estaría bien. Así parecería que se habían ahogado, pero esos hombres no se van a dejar doblegar. Tendréis que traspasarlos.

Thorleif asintió, admitiendo la sabiduría de aquellas palabras, extrañado de que su padre estuviera enterado de que los cadáveres flotaban.

—Nada de alardes ni de pullas —advirtió Thorbrand agitando la mano—. Esto es un asesinato. Tenemos que matarlos en secreto, porque no podemos permitirnos tener que pagar por esas muertes. Tenéis que entenderlo. Vosotros podéis ponerle un pomposo nombre y llamarlo batalla entre vosotros si os place, pero Arnkel os va a arrebatar cuanto tenéis en la asamblea si llega a enterarse de que los liquidasteis a propósito. Él es un jefe y vosotros solo sois hombres de a pie, y perderíais ante la ley. Solo nosotros sabemos lo que va a ocurrir ¿comprendido? —insistió con ojos duros como el hielo.

Después de hacerles prestar juramento de que nunca hablarían de aquello salvo entre sí, dio media vuelta y regresó cojeando a la casa.

—Id a por los caballos —indicó Thorleif a Snorri, Thormod, Thorfinn y a uno de los esclavos—. Es posible que quieran huir por tierra y tendréis que cerrarles la escapatoria.

Freystein volvió a empujar la barca y después comenzaron a remar río arriba. Los otros esclavos iban en la barca con ellos. Thorleif colocó a uno de ellos en el cuarto remo. A Egil le entregó una lanza, animándolo a mantenerse listo para usarla. El esclavo sonrió con malicia, contento de disponer de aquella diversión que lo apartaba del trabajo.

—Los atraparemos en el centro del río. Remad, maldita sea. ¡Remad!

Avanzaron a buen ritmo. El otro esclavo, Ragnall, que había navegado en barcas desde pequeño, resultó ser el remero más eficaz de todos. Aunque Thorleif lo elogió por su pericia, estaba pálido a causa del miedo, pues conocía la reputación de los Hermanos Pescadores.

La barca surcaba rápidamente el agua mientras Thorleif controlaba el timón, manteniendo la caña equilibrada bajo el brazo, en contacto con su cuerpo. Los Hermanos Pescadores, que acababan justo de levar el ancla, se habían puesto a remar para hacer girar su pequeña embarcación.

—Parece que los atraparemos en el vado —calculó Thorleif con adusto semblante—. Illugi, prepara el arco. Intentaremos colocarnos a su lado, pero si nos esquivan, quiero que les dispares.

—¡De acuerdo, hermano! —gritó Illugi con salvaje entusiasmo.

Thorleif dirigió la barca directamente hacia la otra, pero los Hermanos Pescadores remaban deprisa y tenían experiencia navegando. Se zafaron por la orilla oriental, donde el agua del río corría a más velocidad y profundidad. Thorleif vio que los iba a perder. Aunque tiró con desesperación del timón, no logró girar lo bastante deprisa. Quedarían varios metros entre las dos embarcaciones, y los Hermanos Pescadores les tomarían la delantera, mientras ellos daban la vuelta y se adaptaban a la corriente antes de volver a cobrar velocidad.

—¡Illugi! —gritó, al tiempo que se agachaba para recoger una piedra.

Illugi levantó el remo y colocó una flecha en el arco mientras Thorleif se ponía en pie, tratando de mantener apoyado el timón en la pierna. Luego arrojó la piedra con todas sus fuerzas, justo antes de que Illugi se pegara el arco a la oreja y soltara la flecha.

La roca se precipitó contra el hombro de Leif, que se tambaleó con un grito de dolor, golpeando a su hermano. La flecha de Illugi no habría resultado certera, pero la presión de su hermano colocó a Ketil al alcance de su trayectoria. Con el proyectil clavado en el hombro, justo debajo de la clavícula, este cayó hacia delante dando alaridos. Su barca giraba, impulsada solo por la corriente del río, con los remos sueltos. Thorleif volvió a sentarse para aproximarse a ellos.

Illugi preparó otra flecha mientras se acercaban.

Thorodd y Freystein cogieron las lanzas y se pusieron en pie, desatendiendo los remos. Egil se arrodilló a su lado, listo para atacar.

Las dos embarcaciones se encontraron. Ragnall agarró la borda de la otra barca, mirando atemorizado a Leif, que blandía el remo a la manera de una pica, con el cabello enmarañado encima de la cara, apretando los dientes con una mueca de miedo, rabia y dolor. Su hermano gemía en el suelo aferrando la flecha, que se había enredada en las redes entre la docena de voluminosas truchas que volvían resbaladizas las planchas.

—Coged el pescado —gruñó con desesperación Leif.

—Así lo haremos —aseguró Thorleif empuñando su lanza.

—El
gothi
Arnkel os matará por esto —dijo el hombre, percatándose de su implacable actitud.

Illugi le traspasó el pecho con una lanza y luego los demás lo ensartaron una y otra vez, y también a su hermano herido. La sangre cubría ya el fondo de la barca y aún no habían saciado su rabia. Finalmente la lanza de Freystein se rompió por la cabeza y cuando él se detuvo también pararon los demás.

Permanecieron jadeantes mientras el río los alejaba hacia aguas más profundas, hasta que Thorleif arrojó una cuerda a la proa de la barca de los Hermanos Pescadores y luego se pusieron a remar en dirección a la orilla.

Después, siguiendo las indicaciones de Thorbrand, los enterraron a buena profundidad y a continuación volvieron a colocar los recortes de tepe encima de la tierra para que volvieran a juntarse con ayuda de la lluvia. Thorleif e Illugi se arrodillaron una vez colocado el último y se miraron.

—Sienta bien, ¿eh, hermano? —preguntó, sonriente, Thorleif.

—¡Estupendamente, hermano! —contestó, radiante, el muchacho.

Después se fundieron en un abrazo y tras darse varias palmadas en la espalda, se levantaron y se pusieron a dar intrépidos zapatazos en el suelo para espantar a los elfos que se arremolinaban en torno a la tumba desde los cercanos arbustos, justo en el límite de la visión. Thorleif arrojó un pequeño pedazo de hierro a la tumba y lo apretó con el pie, sabiendo que el metal les impediría abrirse paso hasta los cadáveres enterrados más abajo.

Cuando volvieron al estuario de Swan, Falcón los aguardaba con los caballos.

Se encontraba en el establo, observando la barca que arrastraban los otros hermanos cuando los había encontrado. La multitud de cubos de agua de mar que le habían arrojado no habían logrado quitarle el olor a sangre.

—Thorbrand no se ha alegrado mucho de verme —comentó con una sonrisa al ver entrar a Thorleif e Illugi—. Por lo visto me he topado con algún secreto.

Thorleif los llevó a la sala y después de dejar sentado a Falcón junto a Illugi con un pellejo de bebida, pidió a su madre que les trajera de comer. Se llamaba Thurid. Era mucho más joven que su esposo, quien la había comprado como esclava muchos años atrás. Era
welsc
, originaria de las agrestes tierras del este de Britania, de cabello negro sin apenas canas, el mismo color que habían heredado Thorleif e Illugi. Cuando Thorleif pasó a su lado de camino a la alcoba de su padre mientras ella preparaba la comida, lo cogió por el brazo.

Luego se puso de puntillas y le hizo bajar la cabeza para darle un beso.

—Tu padre y tú tenéis diferente manera de ver las cosas —dijo en voz baja—, pero ambos sois hombres cabales y fuertes. Hoy has obrado bien, hijo —aprobó, sonriendo—. Tu familia se halla más protegida gracias a ello.

La tos de Thorbrand sonó desde detrás de la cortina.

—No lo alientes, mujer —advirtió, con su carrasposa voz, el anciano—. Su desatino podría acarrear nuestra perdición.

Thurid sacó la lengua en dirección a la cortina y Thorleif sonrió, henchido de amor por ella.

Luego corrió la cortina y entró en la alcoba. Era una habitación pequeña, adosada al edificio principal, de apenas tres metros de ancho. Todas las paredes estaban revestidas de anaqueles salvo la del fondo, donde una gran losa de piedra reposaba a un metro del suelo encima de cuatro tocones de madera medio podridos. Cada uno de ellos estaba erizado de soros de helecho de diferentes clases y tamaños, y de setas, y en todas las grietas crecía moho. En los estantes se acumulaban los tarros de arcilla, botellas de valioso vidrio romano, de color azul y verde, y saquitos atados con cordeles de cuero. El acre olor lo sorprendió, como siempre, con su punto dulzón, semejante al hedor de la muerte.

Thorbrand raspaba meticulosamente una larga raíz seca encima de un plato.

—¿Qué es eso? —preguntó sin interés Thorleif, solo para distraerlo de su habitual amargura.

—Raíz enana —repuso Thorbrand, mirándolo por encima del hombro—. Eleva el sentido común de las personas.

Thorleif miró el techo con exasperación.

—Ya está hecho, padre —replicó con brevedad—. Ahora necesito tu ayuda y no frías palabras.

Thorbrand depositó la raíz y el raspador en la mesa y se sentó en el taburete de al lado, con los movimientos lentos y frágiles propios de la edad. De cara a Thorleif, hincó el bastón en el suelo, con las manos apoyadas en la empuñadura.

—No ha transcurrido ni un día y ya hay quien conoce nuestro tenebroso secreto —dijo, señalando con la cabeza el punto, desde allí invisible, donde Falcón reía y bromeaba con Illugi.

—Falcón está de nuestra parte —señaló Thorleif.

—Falcón está de la parte del
gothi
Snorri —puntualizó Thorbrand con sequedad.

Thorleif extendió las manos, como si preguntara qué diferencia había.

—Quizás ahora el
gothi
Snorri vea que somos dignos de su respaldo. También le perderá un poco de miedo a Arnkel, al ver que no es invencible.

Thorbrand frunció los labios con agria expresión, inclinándose hacia Thorleif.

—Hijo, lo que tú y tus hermanos habéis hecho hoy tendrá alguna consecuencia buena. Los hombres de Arnkel no irán con tanta libertad como antes a las tierras de Ulfar y de Orlyg, ni se acercarán fácilmente al estuario de Swan, porque os tendrán miedo.

Thorleif asintió levemente, sorprendido por las palabras de aprobación de su padre, sabiendo no obstante que aún no había acabado.

—Sin embargo, aunque no existan pruebas, Arnkel sabrá quién mató a los Hermanos Pescadores. Es probable que le dijeran a alguien que venían a pescar al río, y ahora ya sabe que tenemos una barca. —Thorbrand lo miró con ojos entornados—. A partir de ahora estamos enfrentados. ¿Sabes lo que significa eso para nosotros?

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