Los clanes de la tierra helada (27 page)

BOOK: Los clanes de la tierra helada
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—No,
gothi.

—¿Es esta la clase de lealtad que puedo esperar de los hijos de Thorbrand?

Thorleif se dejó ganar por la rabia, avivada por un repentino acceso de resentimiento.

—¡La lealtad hay que ganársela! —replicó con la mandíbula comprimida, avanzando—. Nosotros pedimos la ayuda de nuestro jefe frente a otro que nos perjudica, y siempre nos la niega. Siempre. ¿Por qué no lucha por nosotros? ¿Por qué no lucha?

Volvió a avanzar un paso, mirando ceñudo el rostro del
gothi
. Snorri le rehuyó la mirada.

«Por la sangre de Odín —pensó Thorleif, estupefacto—. Tiene miedo.»

Siempre había creído que lo que retenía al
gothi
era la astucia, la sutileza, el cálculo de estrategias, todas aquellas actitudes que su padre trataba de inculcarle a él. Pese a que él y sus hermanos habían sufrido con la espera, siempre había confiado en que Snorri solo se mantenía al acecho, como un halcón que planea sobre la paloma oculta, aguardando el momento en que su presa alce el vuelo.

«Aquí no hay ninguna sutil sabiduría esperando la oportunidad de actuar», resolvió. Snorri se estaba escondiendo.

—Thorolf
el Cojo
está de nuestra parte en este asunto —dijo en voz baja, como expresión de aliento, tratando de ahogar su propio abatimiento ante la idea de que el hombre de quien más dependía era un frágil junco—. Ha sido su esclavo quien ha venido a avisarnos de la muerte de Ulfar. Aparte hay otros, como Thorgils, que no están totalmente de acuerdo con Arnkel.

Snorri levantó la mano y retrocedió para sentarse pesadamente en su sitial.

—No puedo ayudaros porque vosotros mismos no os habéis ayudado, igual que la última vez que vinisteis a solicitar mi amparo. —Abatió la cabeza—. Arnkel se ha llevado todo el ganado y casi todos los bienes transportables, excepto el heno, y este no se lo puedo quitar, puesto que nadie podría saber qué parte es suya y qué parte era de Ulfar. ¿Qué se podría argumentar al respecto ante un tribunal?

—¡Al diablo el tribunal! —musitó Thorleif—. Hay otra manera de resolver las cosas.

—Únicamente queda la tierra —prosiguió Snorri, como si no lo hubiera oído—. Esa tierra se encuentra entre vosotros, y solo el más fuerte se quedará con ella. Deberéis haceros a la idea, porque Arnkel controla la fortuna de todas las personas del fiordo de Swan y seguirá haciéndolo mientras viva.


Gothi
, nosotros disponemos de nuestros brazos y de armas —alegó Thorleif, avanzando—. ¡Plantémosle cara! Si tú nos apoyas, no seremos unos meros bandidos, sino hombres que luchan por una justa causa. ¡No podemos luchar solos! ¡Lo perderíamos todo! Debes sumarte a nosotros.

Snorri sacudió la cabeza, levantando una mano como si le doliera escuchar aquello.

—Gothi…

—¡Dejadme! —gritó Snorri antes de taparse la cara con las manos.

Los hermanos se levantaron, horrorizados y silenciosos, igual que Hrafn, que estaba estupefacto por lo que acababa de ver. Falcón señaló la puerta con la cabeza e impenetrable expresión, de modo que se fueron.

Cuando hubieron salido, Falcón cerró la puerta y volvió junto al sitial. Se situó al lado de Snorri, observándolo, con el pétreo semblante imperturbable, cruzado de brazos.

Luego enarcó una ceja.

Snorri sonrió.

Fuera, Hrafn posó la mano en el hombro de Thorleif.

—Bajad conmigo a la orilla —los exhortó—. Tengo un regalo para vosotros.

—Por la sangre de Thor, ¿qué vamos a hacer? —gimió Thorodd mientras caminaban bajo la lluvia en dirección al mar.

Los hermanos estaban abatidos, consternados por la desesperación de su jefe.

—No sé. —Thorleif miró a sus hermanos y a Freystein y se esforzó por sonreír—. Da igual. En este caso deberemos cargar el peso en nuestras espaldas. Primero veamos qué nos ha traído Hrafn.

Era una barca.

—De planchas de roble y bancos de pino. Construida hace dos años y prieta como una virgen. —Hrafn empuñó con orgullo el timón mientras los hermanos rodeaban boquiabiertos la embarcación que reposaba en la arena de la playa, con sus diez pasos de eslora, cuatro remos y un mástil abatible, con una vela enrollada—. Se la compré por una miseria a la viuda de un pescador moribundo, en Trondheim. La pobre no tenía ni idea de su valor. Yo llegué el primero, y ella necesitaba con urgencia el dinero. —Se echaron a reír—. La he remolcado desde el continente. Es estable como una roca, aunque claro, no ha hecho mal tiempo. Es vuestra.

Thorleif no salía de su asombro. Aquella embarcación era valiosa en Noruega, pero en Islandia, donde la buena madera escaseaba tanto que era tan apreciada como el oro, no tenía literalmente precio.

—No puedo pagártela. Está más allá de mis posibilidades.

—Como te he dicho, es un regalo —insistió Hrafn, volviendo a apoyar la mano en el hombro de Thorleif—. Para mí nuestra amistad tiene un gran valor. Y ahora te diré algo que descubrí la primavera pasada cuando fui a ver al
gothi
Olaf para comprarle aceite de foca. —Se rascó la barba con aire pensativo—. En los aparejos de los barcos tenían pescado colgado, puesto a secar.

»Sí, y por lo que cuentan, cuando está seco se conserva durante meses. —El mercader sonrió—. Thorleif, yo soy cristiano, igual que la mayoría de habitantes de Noruega, salvo los pocos que viven en las altas montañas. Yo como pescado porque me gusta, pero también porque mi fe prohíbe comer carne en determinadas ocasiones. —Volvió a sonreír, extendiendo los brazos como si fuera un predicador—. Esto presenta una excelente oportunidad comercial. Se trata de capturar el pescado en estas aguas, secarlo para que no se estropee y venderlo a personas que no pueden conseguir fácilmente pescado y sin embargo están obligadas a comerlo durante más de cien días al año. —Se frotó las manos, riendo—. Quizá podríais ampliar vuestras actividades a otras labores no relacionadas con las ovejas y el heno.

Los hermanos pasaron un rato charlando animadamente del asunto con Hrafn.

—Y supongo que deberíamos venderte exclusivamente el pescado a ti, Hrafn —apuntó Thorodd con picardía.

—¡Por supuesto! —confirmó eufórico, el mercader—. A un precio muy ventajoso.

Thorleif tocó las firmes planchas de la barca, prendado de su sobria belleza.

—¿Por qué no se la regalas al
gothi
Snorri si deseas sentar bases de futuro aquí en la Isla? —Sus hermanos quisieron hacerlo callar, pero él continuó—: En estas tierras los jefes tienen mucho más peso que unos simples campesinos como nosotros. Con un presente tan noble como este podrías comprar su amistad e influencia.

—Al
gothi
le tengo reservados otros regalos y otros tratos —explicó Hrafn con un guiño—. Tú eres una persona cabal, Thorleif, al igual que tus hermanos. Lo supe desde el día en que os conocí. Por eso tengo confianza en vosotros, en lo tocante a la barca y a nuestras relaciones futuras. Y además pienso maniobrar aquí lo mejor que pueda a vuestro favor —añadió en actitud confidencial—. Tuve contacto con el
gothi
Arnkel y lo conozco a fondo. Con su manera de hacer encajaría más en Noruega, y estoy convencido que si hiciera negocios con él saldría perdiendo. A mí me conviene, por mi propio interés, aliarme con el
gothi
Snorri y con sus honrados clientes. —Volvió a guiñar el ojo—. Aunque, claro, tampoco hay necesidad de que el
gothi
Snorri lo sepa, por lo menos no todavía.

Todos se echaron a reír.

Después de inspeccionar hasta el último detalle de la barca y probarla en el agua de la pequeña bahía, decidieron regresar remando al estuario de Swan. Cuando volvieron a la residencia de Helgafell, Falcón se ofreció a llevar en reata sus caballos.

—Nos encontraremos en vuestra sala —dijo—. Hace mucho que no hablo con vuestro padre y quiero presentarle mis respetos. No os preocupéis, que pasaré por la parte alta sin acercarme a Bolstathr.

Thorleif asintió, satisfecho. Era reconfortante ver que el hombre más fuerte de que disponía el
gothi
Snorri reconocía el peligro que derivaba de la inacción de su jefe. Iba a ser necesario convocar un consejo de guerra.

Su inexperiencia con los remos provocó una falta de sincronización y de regularidad que imprimió un caótico avance en zigzag. Hrafn y sus marinos los observaron entre risas, hasta que se perdieron de vista.

—Es un verdadero amigo para nosotros —comentó Thorodd a Thorleif mientras remaban.

—Sí.

Estuvieron haciendo el payaso en la barca como niños con un juguete nuevo, contentos con aquella distracción que interrumpía un poco sus cavilaciones. Dejaron que Illugi asumiera el mando en el timón. Impartía órdenes a gritos, y Thorodd y Freystein actuaban como idiotas, fingiendo no haber entendido, mientras la barca giraba sin rumbo. Al verlo rojo de ira se partían de risa, mientras Thorleif los miraba sonriente desde la proa.

Durante un rato advirtieron la silueta de un jinete que se dirigía hacia el sur. Era Thorgils, que cabalgaba deprisa, tratando de mantener su mismo ritmo, pero después el desnivel del rocoso terreno lo obligó a aminorar la marcha, rezagándolo.

Tras dos horas de arduo remar, pasaron delante de Bolstathr y se demoraron a mirar, a una prudente distancia fuera del alcance de un tiro de arco. Para entonces ya habían adquirido cierta destreza y todos habían aprendido a mantener un rumbo fijo con ayuda del timón. En los campos no se veía a nadie, salvo a los niños que jugaban en los charcos. Junto a la puerta había un caballo blanco atado a un poste. Illugi lo señaló y Thorleif asintió mudamente.

El Cojo había ido a ver a su hijo.

—Quizás estén limando asperezas —aventuró Freystein.

Thorleif se encogió de hombros.

Siguieron descendiendo por el fiordo, cada vez más angosto, hasta divisar claramente la boca del río que discurría entre sus tierras.

—Hay una barca justo debajo del vado, en el río —dijo Illugi, reparando en la nube de gaviotas que revoloteaba frenéticamente por encima de los rápidos—. Deben de estar pescando. —Instalado de nuevo ante al timón, se colocó la mano a modo de visera—. Sí, tienen redes extendidas.

—¿Quiénes son? —preguntó Thorleif.

Illugi mantuvo la vista al frente, con ojos entornados. Los hombres del
gothi
Snorri acudían a veces al fiordo a pescar truchas del río. El muchacho, empero, torció el gesto y luego posó en Thorleif una mirada cargada de enojo.

—¿Los Hermanos Pescadores? —adivinó Thorleif.

Illugi asintió, malhumorado.

Thorleif indicó a los otros que parasen de remar. Luego se volvió a mirar adelante y a continuación inspeccionó la orilla. La barca se deslizó lentamente por delante de la granja de Ulfar. Estaba desierta, con la salvedad de unas cuantas ovejas que pastaban desperdigadas.

—¿Todavía tienes el arco en el establo de Ulfar, chico? —inquirió Thorleif.

Illugi sonrió con los ojos brillantes como lámparas.

La acercaron a tierra, en la base de una lengua de arena que sobresalía en el agua de cincuenta pasos de ancho y una longitud tres veces superior. Illugi aterrizó de un salto en la hierba.

—Si hay alguien, vuelve de inmediato. Te esperaremos al otro lado del istmo —dijo Thorleif.

Illugi echó a correr a toda velocidad. Aunque no estaba lejos, Bolstathr quedaba a la vista a su derecha, en lo alto de la pendiente, con su tejado de tepe perfectamente definido. Procuró no perder de vista la casa, pero fuera solo estaban los niños que no lo veían, concentrados jugando a salpicarse de barro y a perseguir a las cabras.

Con un brinco, saltó la cerca del campo y siguió corriendo en dirección al establo.

Como dentro estaba oscuro, dejó las puertas bien abiertas y después trepó hasta las vigas. Entre una de ellas y el tepe encontró el arco tal como lo había dejado. Antes de bajar, lo tiró al suelo. Luego lo recogió y se precipitó hacia la salida.

Auln estaba en la puerta de la casa con un cubo en la mano. Halla se encontraba con ella. Se quedó mirando con incredulidad a Illugi. El muchacho se detuvo, jadeante, y volvió la cabeza hacia Bolstathr, pero no vio a ningún adulto.

—Auln —dijo, mirándolas.

—Tienes que irte, Illugi. Te matarían si te encontraran aquí.

Se acercó a ella sosteniendo el arco.

—Es mío —le aseguró—. Ulfar me ayudó a esconderlo.

Auln asintió mudamente.

—Lamento la muerte de Ulfar, Auln —dijo con ojos llorosos—. Era un buen amigo.

—Vete, Illugi, vete —lo urgió ella, después de taparse la boca con una mano.

Illugi tragó saliva y dio otro paso hacia delante.

—Ven a vivir con nosotros, Auln, al estuario de Swan, no con esa mala gente de allá arriba —propuso de manera impulsiva—. Ellos no te quieren. Con nosotros tendrás un sitio… para ti y para tu hijo.

Auln retrocedió hacia la entrada sin poder contener el llanto.

—¡Vete! —gritó, antes de cerrar la puerta.

Halla se había quedado fuera. Los dos jóvenes se miraron en silencio un momento.

—No diré que has estado aquí —le prometió ella con audacia—. ¿No te da miedo mi padre? Todo el mundo le tiene miedo, ¿sabes? Te matará.

Illugi se acercó más y la besó en la boca, al tiempo que le ceñía la cintura. Ella lo empujó y le dio una bofetada, aunque sin dureza. Después sonrió al ver su expresión ofendida.

—Sí, pero antes me tendrá que pillar —respondió, sonriendo a su vez.

Se alejó de la puerta con lentos pasos y alegre semblante y después echó a correr, aunque el barro del potrero le entorpeció la marcha hasta que llegó a la tierra más firme de los pastos.

En lo alto de la colina sonó un grito. Vio a varios hombres que señalaban en su dirección, encaramados a la pared. El Cojo se alejaba de la propiedad a lomos de su caballo blanco, abatido y cabizbajo.

En el momento en que llegó a la barca se encontraban ya a una distancia de tiro de arco. Se precipitó, sin resuello, por la borda. Sus hermanos no habían parado de hacerle frenéticas señas, viendo la media docena de lanceros que lo perseguían. Con el agua hasta las rodillas, Freystein impulsó la embarcación hacia el agua, pero esperó demasiado y después de perder pie, tuvo dificultades para subir. Quedó colgado a un lado mientras los otros tiraban de él por la camisa y los calzones, hasta que al final logró auparse con todo su peso, maldiciendo medio en broma su corpulencia.

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