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Authors: Paul Doherty

Tags: #Histórico, Intriga

Los asesinatos de Horus (33 page)

—Pero no fue sólo eso, ¿verdad?

Vechlis sacudió la cabeza.

—Cuando Hatasu ocupó el trono, mi esposo Hani fue uno de los pocos sumos sacerdotes que le dieron su apoyo. Yo no podía hacer otra cosa que seguirle. Sin embargo, en secreto, estaba con aquellos que se oponían a ella, liderados por el antiguo visir Rahimere. —La sacerdotisa dejó la copa sobre la mesa—. Pero la puta real salió victoriosa, así que me uní a los cantos de alabanza. Entonces ella fue tan estúpida como para pedir el consejo de los sacerdotes. Ésa es la gran debilidad de Hatasu, ¿no te parece? Quiere ser querida y adorada por todos. Me dije que la reunión del consejo no serviría para nada. Pasarían los meses, y, mientras tanto, yo haría todo lo posible por avivar las llamas de los rumores. Como que la divina Hatasu podía ser esto o aquello, pero que no tenía el apoyo absoluto de los sacerdotes de Tebas. ¡Neria lo estropeó todo! Se comportaba como un niño con un juguete nuevo. No pude hacer más que aplaudir y hacer ver que estaba de acuerdo. Oh, se sentía tan orgulloso.

—¿Hani sospechó alguna cosa? —preguntó el juez supremo.

—Dejamos de ser marido y mujer hace años —respondió Vechlis—. Él tiene, ¿cómo te lo diría, sus pequeñas compensaciones? Mi vieja amistad con Neria reverdeció. —La mujer hizo una mueca—. El pasado siempre acaba por alcanzarnos, ¿no es así, mi señor Amerotke? Los días de la infancia se alargan a través de los años para llevarte de nuevo atrás. —Sonrió—. Creí que estaba a salvo, sobre todo cuando Neria murió. ¿Sabes lo del reloj de agua?

—Ah, sí —asintió Amerotke—. Tú lo manipulaste, quitaste un poco de agua para que pareciera que estabas con Hani alrededor de la hora nona, cuando Neria murió. Estabas tan segura sobre dónde estabas a una hora y un día específico—. Pocas personas están tan seguras cuando se trata de algo así.

—Vaya. —Vechlis echó una ojeada a la celda—. Lamento el ataque contra ti, pero era necesario. Olvidémoslo. ¿Recuerdas, Amerotke, cuando eras un niño en el palacio? Solía buscarte para ir a dar un paseo por el jardín. Te enseñaba los nombres de los pájaros y las plantas, y después tú me mirabas nadar. —Le miró con los párpados entrecerrados y la cabeza ligeramente echada hacia atrás—. Tú eres el hijo que siempre quise tener. —Exhaló un suspiro y levantó la copa—. Ahora todo se reduce a esto. Una copa de vino envenenado, pero es mejor que ser enterrada en la arena ardiente, notar que te ahogas, que tu cadáver sea picoteado por los carroñeros mientras la chusma te mira.

Amerotke parpadeó para contener las lágrimas.

—Hani ha muerto —murmuró.

—Lo sé, lo sé. —Vechlis miró el contenido de la copa—. Fue a bañarse al estanque de la Purificación. Los rumores dicen que tuvo un ataque, que le falló el corazón. Yo sé la verdad. Hani se sumergió en el agua sagrada dispuesto a purificarse por dentro y por fuera. Se ahogó por propia voluntad. Los sacerdotes se encargarán de su cadáver. —Se inclinó sobre la mesa—. ¿Tú te encargarás de que recen las oraciones por mí, Amerotke? ¿Tú te asegurarás de que mi cadáver sea embalsamado y de que lo lleven a la Ciudad de los Muertos?

El juez supremo asintió.

—¿Qué tuviste que hacer para ablandar el corazón de la puta real?

—La divina Hatasu me preguntó qué quería como recompensa.

—Ah, comprendo. —Vechlis levantó la copa en un brindis—. ¡A la vida y a la muerte!

—¡Bebe deprisa! —le rogó Amerotke.

—Por supuesto. —Sonrió.

Vechlis echó la cabeza hacia atrás y se bebió el vino envenenado de un trago. Después se levantó para acercarse a la sencilla cama de juncos en el extremo más alejado de la celda. Se acostó, con los brazos cruzados sobre el pecho. Amerotke cerró los ojos. Escuchó un gemido y una sacudida, y cuando abrió los ojos ella yacía inmóvil, con la cabeza caída a un lado y la boca y los ojos abiertos.

Amerotke recitó la plegaria, pero estaba distraído. Volvía a ser un niño que paseaba, cogido de la mano de una mujer alta y elegante, por los jardines del faraón.

N
OTA DEL AUTOR

E
sta novela refleja el escenario político en el 1479 a.C., cuando Hatasu asumió el poder. Tutmosis II murió en circunstancias misteriosas y su esposa se hizo con el trono después de una enconada lucha por el poder. En su empeño contó con la colaboración del ambicioso Senenmut, un personaje surgido de la nada y que llegó a compartir el trono. Su tumba todavía existe, aparece catalogada con el número 353, e incluso contiene un retrato del ministro favorito de Hatasu. No hay ninguna duda de que Hatasu y Senenmut fueron amantes; disponemos de representaciones que describen, de una manera muy gráfica, su íntima relación personal.

Hatasu fue una gobernante de mano dura. A menudo aparece representada en las pinturas murales como un guerrero y sabemos, por las inscripciones, que mandaba a las tropas en las batallas.

La historia del Antiguo Egipto ha dado unas cuantas mujeres decididas y astutas que ejercieron el poder, entre ellas, por nombrar sólo a dos, Nefertiti y Cleopatra. Pero Hatasu es reconocida como la primera. Su reinado fue largo y glorioso, pero a su muerte su sucesor, con la complicidad de los sacerdotes, mandó borrar su nombre y su cartucho de muchos de los monumentos religiosos de Egipto. El poder de la casta sacerdotal, sobre todo en Tebas, era muy grande. Hatasu tuvo que enfrentarse a una fuerte oposición y, sin embargo, al final se impuso a los sacerdotes. Décadas más tarde, uno de sus sucesores, Akhenatón, intentó una revolución religiosa. Cuando fracasó en el intento de conseguir el apoyo de los sacerdotes, mandó construir una nueva ciudad y trasladó toda su corte y la administración del reino a la misma. Los sacerdotes de Tebas nunca se lo perdonaron; tuvieron un papel crucial en la caída de Akhenatón y en eliminar todo vestigio de su revolución religiosa.

En todas las demás cuestiones, he intentado mantenerme fiel a esta excepcional, esplendente e intrigante civilización. La fascinación por el Antiguo Egipto resulta comprensible: es exótico y misterioso. Es muy cierto que esta civilización existió hace más de tres mil quinientos años, pero hay momentos, cuando se leen sus cartas y poemas, en que se siente un íntimo parentesco con ellos en la medida que nos hablan a través de los siglos.

P
AUL
D
OHERTY

N
OTAS

1
Si bien los egiptólogos coinciden en llamar Re a este dios, se ha respetado el criterio del autor y optado por mantener el nombre de Ra. (N. del T.)
<<

2
Una aleación de oro y plata, de color ámbar, que se usaba en los tiempos antiguos. (N. del T.)
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PAUL DOHERTY, nació en Middlesbrough (noreste de Inglaterra) en 1946. Se licenció en Historia por la Universidad de Liverpool y gano una beca para el Exeter College de Oxford. Tras sus estudios universitarios se dedicó a la enseñanza secundaria.

Realizó su doctorado sobre el reinado de Eduardo II de Inglaterra y, en 1987, comenzó a publicar una serie de novelas de misterios históricos.

Ha publicado bajo diversos seudónimos como C.L. Grace, Paul Harding, Ann Dukthas y Anna Apostolou, pero actualmente sólo escribe con su nombre.

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