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Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

Latidos mortales (48 page)

BOOK: Latidos mortales
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Estaba oscuro, todas las velas que se hallaban antes encendidas ahora estaban apagadas. Levanté el pentáculo de mí madre y proyecté mi energía sobre él, agitándolo, y enseguida una luz azulada resplandeció. Lo alcé a la altura de mi cabeza y revisé la cocina.

Estaba vacía. No había ninguna señal de Ratón o Butters, y tampoco había evidencias de haber luchado. Mi miedo amainó un poco. Si Kumon los hubiese encontrado habría signos de violencia, sangre, muebles tirados. Los papeles de Butters seguían allí amontonados y ordenados en la mesa de la cocina.

La casa de Murphy no era muy grande y no había muchos sitios en los que Butters
se
podría haber metido. Primero fui hacia la sala de estar y luego hacia el pequeño vestíbulo que daba a las habitaciones y al cuarto de baño.

—¿Butters? —lo llamé suavemente—. Soy Harry. ¿Ratón?

De repente se oyeron unos arañazos en la puerta del armario de la ropa que había detrás de mí y del susto casi me cuelgo de la lámpara. Tragué saliva, esforzándome para que mi corazón volviese a su ritmo habitual, y luego abrí la puerta del armario.

Butters y Ratón estaban agachados en el suelo del armario. Butters estaba al fondo y aunque Ratón estaba muy apretado se había colocado firme entre Butters y la puerta. Empezó a mover el rabo dentro del armario cuando me vio y se retorció para hacerse sitio y venir hacia mí.

—¡Gracias a Dios! —dijo Butters. Se revolvió también para salir del armario después de Ratón—. Harry, ¿estás bien?

—He estado peor —le dije—. ¿Tú estás bien? ¿Qué ha pasado?

—Bueno —dijo Butters—, te vi allí fuera y de repente había algo dentro de ese círculo de alambre de espino. Y yo estaba… no podía verlo muy bien, pero de manera instantánea un fuerte viento se levantó y vi que algo se movía en el exterior… Empecé a gritar y entré en pánico. —Se sonrojó—. Lo siento, me vi tan… bajito comparado con la cosa esa… que el terror se apoderó de mí.

Se había muerto de miedo. Después de todo no era una reacción nada estúpida frente al amo y señor del Mundo de las Tinieblas.

—No te preocupes —le dije—. ¿Ratón se quedó contigo?

—Sí —dijo Butters—. Supongo. En realidad intentó salir cuando esa cosa se puso a gritar dentro del círculo, pero lo sujeté. Y no me di cuenta de que todavía estaba agarrando su collar cuando…

La cara de Butters se puso medio verde y dijo:

—Perdón.

Y salió corriendo hacia el baño.

Oí como vomitaba y fruncí el ceño mirando a Ratón.

—¿Sabes qué? —le dije al perro—. No me importa si Butters está hasta arriba de radiación gamma y tiene la piel verde y los pantalones morados, pero no me creo que haya podido meterte en un armario con él.

Ratón me miró y giró la cabeza hacia un lado: la expresión enigmática perruna.

—Lo cual quiere decir que fue al revés. Que fuiste tú el que llevó a Butters hasta el escondite.

La boca de Ratón se abrió en una sonrisa.

—Pero eso significa que sabías que no podrías enfrentarte a Kumori y que ella era peligrosa para Butters. Y sabías que yo quería que lo protegieses. Y en lugar de pelear o escapar se te ocurrió esconderlo. —Fruncí el ceño—. Y se supone que los perros no son tan listos…

Ratón estornudó y sacudió su cabeza peluda. Después se tumbó boca arriba con ojos suplicantes para que le acariciase la barriga.

—¡Qué demonios! —dije mientras me agachaba a acariciarlo—. Me parece que te lo has ganado.

Butters resurgió del cuarto de baño un par de minutos después.

—Lo siento —dijo—. Los nervios… Y, una cosa, Harry… siento haber huido de esa manera.

—Buscaste refugio —le dije—. A este tipo de situación, cuando uno huye como un ratón asustado, se le llama «búsqueda de refugio». Es más heroico.

—Vale —dijo Butters sonrojándose—. Busqué refugio.

—Es muy divertido buscar refugio —le dije—. Yo lo hago todo el tiempo.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Butters.

—Convoqué al Erlking, pero alguien impidió que lo retuviese. Entraron en casa un momento y… —Noté que mi voz se iba apagando. El alivio porque Butters y Ratón estuviesen bien empezó a desvanecerse al darme cuenta de que ellos no eran lo que Kumori buscaba.

—¿Qué? —dijo Butters en voz baja—. Harry, ¿qué pasa?

—¡Me cago en la puta! —maldije con un gruñido sulfurado—. ¿Cómo he podido ser tan estúpido?

Me di la vuelta y corrí hacia el vestíbulo, atravesando la sala de estar hasta llegar a la cocina. Encendí una luz.

En la mesa de la cocina solo había tazas de té vacías, latas vacías, velas apagadas, papeles y bolígrafos.

En el lugar donde la calavera Bob se había sentado no había nada.

—Oh, tío —dijo Butters en voz baja a mi espalda—. Oh, tío. Se lo han llevado.

—¡Se lo han llevado! —bufé.

—¿Por qué? —susurró Butters—. ¿Por qué harían eso?

—Porque la calavera Bob no ha sido siempre mía —gruñí—. Antes perteneció a mi viejo maestro Justin. Y antes de eso perteneció al nigromante Kemmler. —La ira se apoderó de mi cuerpo y estampé un puñetazo en la nevera de Murphy. Le di tan fuerte que se me abrió el nudillo del dedo anular.

—No lo entiendo… —dijo Butters en voz muy baja.

—Bob hizo para Kemmler lo que hace para mí. Era su asesor. Un ayudante de investigación. Una caja de resonancia para la teoría de la magia —le dije—. Y por eso se lo ha llevado Cowl.

—¿Cowl está investigando? —preguntó Butters.

—¡No! —exclamé—. Cowl sabe que Bob era de Kemmler. En algún lugar, Bob tiene toda la información sobre la teoría de Kemmler.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir que Cowl ya no necesita
La palabra de Kemmler
. No necesita un estúpido libro para representar el Darkhallow porque tiene el espíritu que ayudó a Kemmler a escribirlo. —Sacudí la cabeza con amargo rechazo y un regusto metálico en la boca—. Y se lo he puesto en bandeja.

35

Miré con desdén la sangre de mi nudillo y luego dije bruscamente:

—Coge tus cosas y ponle la correa a Ratón. ¡Nos vamos!

—¿Nos vamos? —preguntó Butters.

—Este lugar ya no es seguro para ti —le dije—. Ya lo conocen, no puedo dejarte aquí. Butters tragó saliva.

—¿Adónde iremos?

—Me han seguido durante todo el día. Tengo que comprobar que todas las personas a las que he visto hoy estén bien. —Hice una pausa, los pensamientos se me agolpaban en la mente—. Y… tengo que encontrar el libro.

—¿El libro de los nigromantes? —dijo Butters—. ¿Por qué?

Saqué mis llaves y me dirigí al Escarabajo.

—Porque no tengo ni la más remota idea de qué es lo que pasa con el Darkhallow. La única parte que entendía un poco era la del ritual de invocación del Erlking y esa ya la he liquidado. No paro de quemarme porque no sé lo suficiente sobre lo que está pasando. Tengo que averiguar cómo puedo fastidiarle el plan a Cowl durante el Darkhallow.

—¿Por qué?

—Porque la única otra cosa que puedo hacer es procurar adentrarme entre un montón de nigromantes y muertos vivientes para intentar golpearlos uno a uno.

—¿Y eso no funcionaría?

—Si pudiera lograrlo, sí —le dije y salí de nuevo a la lluvia—. Pero soy un peso pluma en la categoría de pesos pesados. Cara a cara creo que Cowl me daría una buena paliza. Mi única oportunidad real es la lucha inteligente y eso significa que tengo que saber más sobre lo que está pasando. Y para eso necesito el libro.

Butters corría tras de mí con un par de dedos metidos en el collar de Ratón. Nos metimos en el Escarabajo y ultimamos detalles.

—Pero todavía no sabemos lo que significan esos números —dijo él

—Eso tiene que cambiar —le contesté—. Ahora mismo.

—Bueno —dijo Butters mientras se empezaba a mover el Escarabajo—, puedes decir «ahora mismo» las veces que quieras, pero seguiremos sin saberlo.

—¡Podría ser una combinación? —le dije—.
¡De
una caja fuerte o algo así?

—Las antiguas combinaciones necesitan una designación especial para derecha o izquierda. Las nuevas podrían usar algún código digital claro, pero a menos que encuentres una caja fuerte que tenga una contraseña de dieciséis números, no sería de ayuda.

—Una tarjeta de crédito tiene dieciséis números —le dije—, ¿no?

—Podría ser —dijo Butters—. ¿Crees que sería eso? Tal vez una tarjeta de crédito o de débito en la que Bony Tony quería que se le ingresasen sus honorarios.

Hice una mueca.

—No tiene sentido —le dije—. Algo como eso estaría en su bolsillo, no escondido en un globo colgado con un hilo por la garganta.

—Tienes razón —dijo Butters.

Condujimos en silencio durante un rato. Excepto por los faros de los demás coches, las calles estaban a oscuras. Entre la falta total de luz, la oscuridad y la lluvia incesante era como estar conduciendo por una cueva. El tráfico no era nada fluido y rugía por las cercanías de las autopistas, pero había bajado considerablemente desde la tarde. La mayoría de la gente de Chicago parecía haber decidido pasar la noche en casa, lo cual era de agradecer por más de un razón.

Butters miró alrededor nervioso y unos minutos después dijo:

—Harry, este no es que sea el mejor barrio.

—Lo sé —le dije y me detuve al lado de una boca de agua, el único espacio abierto a la vista.

Tragó saliva.

—¿Por qué estás deteniendo el coche?

—Necesito ver a una persona —le dije—. Quédate aquí con Ratón, volveré en enseguida.

—Pero…

—Butters —le dije impaciente—. Hay una chica aquí que me ha estado ayudando hoy. Tengo que comprobar que Cowl y su compinche no le han hecho daño.

—Pero… ¿No podrías hacerlo después de detener a los malos?

Sacudí la cabeza.

—Lo hago lo mejor que puedo. No sé lo que pasará durante las próximas horas, pero, joder, esta chica me ha ayudado mucho. Y lo hizo porque yo se lo pedí. La arrastré a esto. Cowl y Kumori están llegando a niveles insospechados para destruir cada copia del
Der Erlking
que puedan encontrar. Si han averiguado que yo lo obtengo de su memoria significa que ella ahora está en peligro. Tengo que asegurarme de que se encuentra bien.

—Aaaah… —exclamó Butters—. Es la chica a la que le pediste una cita, ¿no?

Parpadeé.

—¿Cómo sabes eso?

—Me lo dijo Thomas.

Gruñí entre dientes y dije:

—Recuérdame que le dé un buen puñetazo en cuanto lo vea.

—Oye —me dijo—, por lo menos él no me ha dejado seguir creyendo que eras homosexual.

Miré a Butters con cara de pocos amigos y salí del coche.

—Quédate en el asiento del conductor —le dije—. Si hay follón, corre. Y si lo haces intenta dar un par de vueltas para recogerme en marcha.

—Vale —dijo Butters—. Entendido.

Corrí bajo la lluvia y a través de la oscuridad hasta el edificio de Shiela. Saqué mi pentáculo e hice que arrojara algo de luz. Subí las escaleras hasta el mismo piso en el que había estado por la mañana. Las escaleras y el vestíbulo tenían esa ilusoria falta de familiaridad que la oscuridad puede otorgar a un lugar que ya has visto una o dos veces, pero aun así, encontré el camino hacia la puerta de Shiela sin ningún problema.

Me detuve un momento, busqué su hechizo de protección y noté que seguía en el mismo lugar. Eso era bueno. Si alguien hubiese venido tras ella por alguna razón, habrían destrozado el hechizo o lo habrían desactivado al atravesarlo.

A menos, por supuesto, que alguien se hubiese hecho invitar primero. Shiela no parecía la clase de persona paranoica que no deja entrar a nadie. Llamé varias veces.

No hubo respuesta.

Antes me había contado que tenía planes de salir. Probablemente estaría en una fiesta de disfraces en algún lado, hablando con sus amigos, comiendo cosas ricas y pasándoselo bien.

Probablemente.

Volví a llamar y dije:

—¿Shiela? Soy Harry.

Oí un par de pasos y el suelo crujió. De repente la puerta se abrió hasta donde permitía la cadena de seguridad. La suave luz de una vela venía de dentro del apartamento.

—¿Harry? —dijo en voz baja y abriendo la boca para dar paso a una sonrisa—. ¿Qué estás haciendo aquí? Espera. —Cerró la puerta y se oyó el traqueteo de la cadena de seguridad. Volvió a abrir—. Pasa.

—No puedo quedarme —le dije, pero pasé igualmente. Tenía unas cinco o seis velas encendidas encima de una mesita y una manta arrugada en el sofá, al lado de un libro de edición rústica.

El largo y oscuro pelo de Shiela estaba recogido con dos palillos en un moño que dejaba al aire sus orejas y la suave piel de su cuello. Llevaba una camiseta de algodón de fútbol americano, de los Bears, que le llegaba por las rodillas. Tenía puestas unas zapatillas rosas. La camiseta le quedaba grande pero sus curvas hacían que aquel atuendo resultase mucho más sexy de lo que debería. Se le veían las pantorrillas, que eran la más maravillosa combinación de delicadeza y poderío.

Shiela descubrió cómo la miraba y el color rosa cubrió sus mejillas.

—Hola —dijo en voz baja.

—Hola —le contesté y sonreí—. Oye, creía que tenías una fiesta esta noche.

Sacudió la cabeza.

—Antes de salir me di cuenta de que no me apetecía caminar bajo la lluvia, y como no tenía a nadie a quien llamar para que me acercase, decidí quedarme en casa. —Inclinó la cabeza hacia un lado y frunció el ceño—. Pareces… no estoy segura, ¿tenso?, ¿enfadado?

—Ambas cosas —le dije—. Se están dando unas situaciones…

Asintió y sus oscuros ojos se volvieron serios.

—He oído que se avecina algo malo. Es en lo que estás trabajando, ¿no?

—Sí.

Se mordió el labio inferior.

—¿Entonces por qué estás aquí?

Estaba muy guapa, con su camiseta de dormir y a la luz de las velas. No llevaba maquillaje, pero tenía una presencia deliciosamente dócil y femenina. Pensé en besarla de nuevo, solo para asegurarme de que la primera vez no había sido ningún tipo de anomalía. Luego sacudí la cabeza y recordé que esta noche tenía trabajo.

—Solo quería comprobar que estabas bien.

Sus ojos se agrandaron.

—¿Estoy en peligro?

Levante la mano apaciguándola.

—Por ahora no lo creo. Pero me han estado siguiendo hoy y quería comprobar que estabas bien. ¿Has visto a alguien? ¿Te has sentido nerviosa o ansiosa sin razón aparente?

—No más que cualquier otro día —me dijo. Los truenos retumbaron y la lluvia continuaba golpeando las ventanas—. De verdad.

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