5Correo no deseado (3)
De
: MedlineEnviado el
: 1 de mayo, 09.18Para
: Alice BuckleAsunto
: Vicodina, Percocet, Ritalin, Zoloft. Barato y discretoBORRAR
De
: HoodiaEnviado el
: 1 de mayo, 09.24Para
: Alice BuckleAsunto
: ¡Lombrices! Novedad para adelgazar como las mujeres asiáticasBORRAR
De
: Centro Netherfield de Estudio del MatrimonioEnviado el
: 1 de mayo, 09.29Para
: Alice BuckleAsunto
: Ha sido seleccionada para participar en un estudio sobre el matrimonioTRASLADAR A BUZÓN DE ENTRADA
Se me ocurre que soy la Frank Potter de mi pequeño mundo, no la Frank Potter deseosa de trepar por la escala social, sino la Frank Potter que está al frente de todo el tinglado. Soy la directora de teatro de la Escuela Primaria Kentwood. La Alice Buckle insegura que fue a la recepción de los clientes de William no es la misma que la que ahora está sentada en un banco del patio del colegio, con una niña de cuarto curso que intenta vanamente arreglarle el pelo.
—Lo siento, señora Buckle, pero no puedo hacer nada con esto —dice Harriet—. Tal vez si se lo peinara de vez en cuando…
—Si me lo peinaras tú, lo tendría todo enmarañado. Parecería un nido de ratas.
Harriet recoge mi densa melena castaña y después la suelta.
—Siento mucho decírselo, pero ya parece un nido de ratas. O, pensándolo mejor, parece un diente de león.
La franqueza de Harriet Morse es típica de las niñas de cuarto. Espero que no la pierda cuando llegue a la escuela secundaria. La mayoría de las chicas la pierden. Pero a mí me encantan las niñas que dicen lo que piensan.
—Quizá debería alisárselo —sugiere—. Mi madre se lo alisa y hasta puede salir cuando llueve sin que se le encrespe.
—Por eso tiene tanto glamur —digo, al ver a la madre de Harriet, que viene trotando hacia nosotras.
—¡Alice! Perdóname por llegar tarde —se disculpa, mientras se inclina para darme un abrazo.
Harriet es la cuarta hija de la señora Morse que pasa por mis clases de teatro. La mayor estudia ahora en la Escuela de Arte Dramático de Oakland, y me gusta pensar que yo he tenido algo que ver en eso.
—Son sólo las tres y veinte. No es tarde —digo.
Todavía quedan dos docenas de niños dispersos por el patio, esperando a que vengan a buscarlos.
—El tráfico estaba fatal —dice la señora Morse—. Harriet, ¿qué le estás haciendo en el pelo a la pobre señora Buckle?
—Harriet es muy buena peluquera. El problema es mi pelo.
—Lo siento —me dice, sin que su hija la oiga, mientras busca en el bolso una goma para el pelo que le da a la niña—. Cielito, ¿no crees que a la señora Buckle le quedaría genial una coleta?
Harriet se pone delante del banco y me observa con expresión solemne. Me recoge el pelo y me lo aparta de las sienes.
—Debería usar pendientes —dictamina—, sobre todo si se recoge el pelo.
Acepta la goma para el pelo que le ofrece su madre y vuelve a su puesto detrás del banco.
—¿Qué puedo hacer para ayudar este semestre? —pregunta la señora Morse—. ¿Quieres que organice la fiesta? Podría ayudar a los niños a ensayar los diálogos.
La Escuela Primaria Kentwood está llena de padres como la señora Morse, que se ofrecen para ayudar incluso antes de que se lo pidan y creen fervientemente en la importancia de un curso de teatro. De hecho, la Asociación de Madres y Padres de Alumnos de Kentwood paga mi sueldo de media jornada. El sistema de escuelas públicas de Oakland lleva muchos años al borde de la quiebra, y los departamentos de Arte y Música fueron lo primero que se suprimió. Sin la AMPA, yo no tendría trabajo.
Siempre hay algún curso con un grupo pequeño de padres que me dan muchas preocupaciones y no paran de quejarse (este año es tercero); pero, en general, considero a los padres como colegas en la enseñanza. No podría hacer mi trabajo sin ellos.
—Le ha quedado precioso —comenta la señora Morse, cuando Harriet lleva unos minutos tirándome del pelo y removiéndolo—. Me encanta el efecto abombado que has conseguido darle al peinado en la coronilla.
Harriet se muerde el labio inferior. El efecto abombado no era intencional.
—Me siento como la protagonista de
Desayuno con diamantes
—digo, mientras Carisa Norman viene corriendo por el patio y se lanza sobre mis rodillas.
—La he estado buscando por todas partes, señora Buckle —me dice, acariciándome la mano.
—¡Qué coincidencia! Yo también te he estado buscando por todas partes —le digo, mientras se acomoda entre mis brazos.
—Llámame —me dice la señora Morse, haciendo el gesto de llevarse el teléfono al oído, mientras Harriet y ella se marchan.
Llevo a Carisa a la sala de profesores y le compro una barrita de cereales en la máquina expendedora. Después, vamos a sentarnos otra vez en el banco y hablamos de cosas importantes, como las Barbies o lo mucho que la abochorna llevar todavía ruedecitas en la bici.
A las cuatro, cuando su madre detiene el coche junto al bordillo y hace sonar el claxon, miro con el corazón encogido cómo Carisa atraviesa corriendo el patio. ¡Parece tan frágil! Tiene ocho años y es pequeña para su edad; de espaldas, podría pasar por una niña de seis. Su madre, la señora Norman, me saluda desde el coche. Yo le devuelvo el saludo. Es nuestro ritual, al menos dos o tres días a la semana. Las dos fingimos que no hay nada de extraordinario en que pase a buscar a su hija cuarenta y cinco minutos tarde.
Me encantan las horas entre las cuatro y media y las seis y media de la tarde. Los días se están haciendo más largos y, en esta época del año, suelo tener toda la casa para mí sola. Zoé se va al entrenamiento de voleibol, Peter tiene ensayo con la banda de música o entrenamiento de fútbol y William casi nunca vuelve antes de las siete. En cuanto llego a casa, hago un recorrido rápido por todas las habitaciones, recojo lo que está fuera de su sitio, doblo la ropa que encuentro tirada, repaso el correo y, finalmente, preparo la cena. Como es jueves, toca cena de un solo plato: lasaña, empanada o algo así. No soy una gran cocinera. Eso es cosa de William, que es el que cocina para las grandes ocasiones y prepara los platos que se llevan todos los «¡oh!» y los «¡ah!». Yo soy más bien la segunda de a bordo. Mis comidas no son espectaculares, ni tampoco memorables. Por ejemplo, nadie me ha dicho nunca: «¡Alice! ¿Recuerdas aquella noche, cuando hiciste aquellos macarrones gratinados?» Pero siempre estoy ahí. Tengo unos ocho platos en mi repertorio, fáciles y rápidos, y los voy rotando. Esta noche toca cazuela de fideos con atún. Meto la cazuela en el horno y me siento a la mesa de la cocina con el portátil, para ver el correo.
De
: Centro NetherfieldEnviado el
: 4 de mayo, 17.22Para
: Alice BuckleAsunto
: Encuesta sobre el matrimonioEstimada Sra. Buckle:
Le agradecemos el interés que ha mostrado por nuestro estudio y la gentileza de haber rellenado el cuestionario preliminar. ¡Enhorabuena! Nos complace informarle de que ha sido seleccionada para participar en la próxima encuesta del Centro Netherfield, «El matrimonio en el siglo XXI», por satisfacer tres de los criterios iniciales: más de diez años casada, hijos en edad escolar y conducta monógama. Como le explicamos en el cuestionario preliminar, será una encuesta anónima, de modo que éste será el último mensaje que le enviaremos a su dirección personal de correo electrónico. Nos hemos tomado la libertad de crear una cuenta para usted en el Centro Netherfield. Su dirección de correo electrónico, a efectos del cuestionario, será [email protected], con la contraseña 12345678. Le rogamos que entre en nuestra web y cambie la contraseña a la máxima brevedad. A partir de ahora, toda nuestra correspondencia le será enviada al buzón de Casada 22. Esperamos que nos disculpe si el seudónimo suena demasiado clínico, pero lo hacemos pensando en su interés. La única manera de ofrecerle total confidencialidad es borrar su nombre real de todos nuestros registros. Le hemos asignado un investigador, que en breve se pondrá en contacto con usted. Como todos nuestros investigadores, es un profesional de alto nivel. La contraprestación de mil dólares le será abonada una vez finalizada la encuesta. Le agradecemos una vez más su participación. Puede enorgullecerse de formar parte de un selecto grupo de hombres y mujeres de todo el país, participantes en un estudio pionero que quizá cambie las ideas que tiene el mundo respecto a la institución del matrimonio.
Atentamente,
Centro Netherfield
Sin perder un minuto, entro en mi nueva cuenta de Casada 22.
De
: Investigador 101Enviado el
: 4 de mayo, 17.25Para
: Casada 22Asunto
: Encuesta sobre el matrimonioEstimada Casada 22:
Permítame que me presente. Soy Investigador 101 y estaré a cargo de su caso en el estudio sobre el matrimonio en el siglo XXI. En primer lugar, mis cualificaciones: tengo un doctorado en Trabajo Social y un máster en Psicología. Llevo casi veinte años investigando en el ámbito de los estudios del matrimonio. Se estará preguntando cómo funciona esto. Básicamente, yo estaré a su disposición cuando me necesite. Responderé con mucho gusto a todas sus preguntas y a las dudas que puedan surgirle durante el proceso. Encontrará adjunto el primer cuestionario. El orden de las preguntas es deliberadamente aleatorio. Algunas le parecerán atípicas y notará que otras no tratan directamente sobre el matrimonio, sino que son de carácter más general (sobre su infancia, su formación, sus experiencias vitales, etc.); le ruego que haga un esfuerzo y las conteste todas. Le sugiero que responda al cuestionario con rapidez, sin pensárselo demasiado. Hemos observado que las respuestas rápidas producen los resultados más sinceros. Espero ansiosamente el momento de iniciar nuestra colaboración.
Atentamente,
Investigador 101
Antes de responder al cuestionario preliminar había buscado en Google el Centro Netherfield y me había enterado de que está asociado a la Facultad de Medicina de la Universidad de California en San Francisco. Como la UCSF tiene una reputación estupenda, rellené el cuestionario y lo envié por correo electrónico sin pensármelo dos veces. ¿Qué mal podía haber en contestar a unas cuantas preguntas? Pero ahora resulta que me han admitido formalmente y me han asignado un investigador. No estoy muy segura de la conveniencia de participar en una investigación anónima, una investigación sobre la que probablemente no podré hablar (ni siquiera con mi marido), ni contarle a nadie que participo.
El corazón me retumba en el pecho. Tener un secreto me hace sentir como una adolescente, como una joven que aún lo tiene todo por delante: las tetas todavía firmes, ciudades desconocidas y un millar de veranos, inviernos y primaveras por descubrir.
Abro el adjunto antes de que me acobarde.
1. Cuarenta y tres. No, cuarenta y cuatro.
2. Por aburrimiento.
3. Una vez a la semana.
4. Entre satisfactoria y mejor que la mayoría.
5. Ostras.
6. Hace tres años.
7. A veces le digo que ronca aunque no sea cierto, para que se vaya a dormir al cuarto de invitados y me deje toda la cama para mí.
8. Zolpidem (rara vez), pastillas de aceite de pescado, multivitaminas, complejo vitamínico B, suplemento de calcio, vitamina D y gingko biloba (para la agudeza mental, o mejor dicho, para la memoria, porque más de una vez me han dicho: «¡Es la tercera vez que me preguntas lo mismo!»).
9. Una vida con sorpresas. Una vida sin sorpresas. Cuando la dependienta del 7-Eleven se chupa el dedo para separar una bolsa de plástico del montón, después toca mis patatas con sal y vinagre con el mismo dedo chupado y, a continuación, mete las patatas en la bolsa de plástico previamente salivada, con lo cual babea mi compra por partida doble.
10. Espero que sí.
11. Eso creo.
12. De vez en cuando, pero no porque me haya parado a considerarlo seriamente. Siempre me gusta imaginar lo peor, para que lo peor no me pille nunca por sorpresa.
13. Los indios.
14. Prepara una vinagreta increíble. Se acuerda de cambiar las pilas de los detectores de humo cada seis meses. Sabe hacer pequeñas reparaciones domésticas, y por eso, a diferencia de la mayoría de mis amigas, nunca tengo que llamar a un fontanero cuando un grifo gotea. Y está muy guapo cuando se pone los pantalones Carhartt. Creo que estoy evitando responder realmente a la pregunta, no sé muy bien por qué. Si le parece, volveré sobre esto más adelante.
15. Poco comunicativo. Displicente. Distante.
16.
El león, la bruja y el armario
.17. Llevamos juntos diecinueve años y trescientos y pico días. Eso significa que muy bien, creo.
Esto es fácil, ¡demasiado fácil! ¿Quién iba a decirme que las confesiones iban a producir semejante subidón de dopamina?
De pronto, se abre de par en par la puerta de la entrada y oigo a Peter que grita:
—¡Me pido primero el baño!
Como no le gusta ir a los lavabos del cole, se aguanta todo el día. Cierro el portátil. Ésta también es mi hora favorita del día, cuando la casa vacía vuelve a llenarse y, en cuestión de una hora, todo mi trabajo de recoger y ordenar se va al garete. Por alguna razón, me gusta que sea así. Es tan inevitable que me llena de satisfacción.
Zoé entra en la cocina y hace una mueca de disgusto.
—¿Cazuela de fideos con atún?
—Estará lista dentro de quince minutos.
—Ya he cenado.
—¿En el entrenamiento de voleibol?