Las cuatro vidas de Steve Jobs (6 page)

De vuelta en San Francisco, Jobs concentró toda su atención en el ambicioso proyecto de Wozniak de desarrollar un microordenador que superara al Altair. Su ayuda era principalmente logística ya que le había invitado a que se instalara en la habitación de su hermana para realizar los montajes y soldaduras. También se encargaba de adquirir los componentes que Woz iba a necesitar. Si el barbudo ingeniero tenía un don, ése era el de la síntesis, con una capacidad sin igual para simplificar, racionalizar y optimizar los circuitos electrónicos necesarios para llevar a cabo una tarea concreta. Por ejemplo, se las había arreglado para conectar su diseño a una pantalla de televisión y había conseguido a precio de ganga en una feria informática de San Francisco un componente crucial: un microprocesador 6502 fabricado por Motorola.

Mientras Wozniak fabricaba aquella máquina, Jobs le aportaba sugerencias sobre el diseño, suya era la idea de utilizar una fuente de alimentación que no se recalentara, y de todos los contactos con el exterior. A finales de 1975 el prototipo estaba listo para ser sometido a su primer test de altura. Woz lo sometió al escrutinio de un público de entendidos, sabihondos y metomentodos de su misma calaña: los miembros del Homebrew Computer Club y lo cierto es que pasó el examen con nota. Allí donde el Altair no era más que una carcasa de concepción espartana, su modelo estaba conectado a un gran televisor de Sears sobre el que aparecía una línea de comandos para programar en Basic. La prueba dio paso a una batería de preguntas a las que Woz respondía con total sinceridad. Incluso, por su naturaleza generosa, distribuyó los planos de su creación y se ofreció para ayudar a quien lo necesitase para construir su propio ordenador.

Entre Jobs y Woz se perfiló una escisión porque, mientras este último no tenía ni el más mínimo interés en utilizar su talento con fines lucrativos, Jobs se había dado cuenta al instante del potencial de la creación de Wozniak, que había demostrado tener un talento digno de Edison y se situaba entre las obras maestras de la incipiente microinformática. Sólo faltaba difundir la buena noticia y de eso se encargaría Jobs.

Parecía como si, de un día para otro, hubiese dado un giro en sus planteamientos y hubiese vislumbrado el futuro. Su prioridad era conseguir fondos que sirviesen como sostén financiero de algún padrino digno de ese nombre. Su primera opción, como es lógico, era Atari, donde seguía trabajando por las noches.

Antes de que Wozniak pudiese sospechar lo que tramaba, se reunió con Allan Alcorn, el primer ingeniero contratado por Nolan Bushnell, el fundador de Atari, para enseñarle su máquina. Jobs se lo había puesto por las nubes. «Tenemos algo extraordinario que utiliza alguna de vuestras piezas pero necesitamos dinero. ¿Crees que tendríais interés en financiarnos? Lo único que queremos es fabricar este ordenador». Alcorn se mostró bastante prudente y le contestó que no creía que fuese un momento propicio, «en este momento no tenemos sitio para un ordenador personal en Atari».

De hecho, Bushnell y Alcorn tenían otras preocupaciones. Atari acababa de lanzar su primer videojuego familiar, una versión reducida de Pong que funcionaba con un televisor, y la empresa había concentrado toda su energía en el nuevo producto, que estaba cosechando grandes éxitos, además de en el desarrollo de otros juegos para el mercado doméstico.

A Jobs no le desanimó el revés. Si Atari no quería su creación, se la ofrecerían a Hewlett-Packard (HP), la empresa donde trabajaba Woz y que,
casualmente,
era uno de los mayores fabricantes de ordenadores en el mundo. Woz aceptó hablar con su director de laboratorio. En la reunión Jobs hizo malabarismos para resaltar los méritos de aquel pequeño ordenador conectado a un televisor. Si HP les hacía un pedido mínimo serían capaces de suministrarles modelos a 800 dólares la pieza. Por desgracia, el entusiasmo de Jobs se vino abajo ante la respuesta conservadora. Aquél era un producto para aficionados y ésa no era la clientela de Hewlett-Packard, fundamentalmente compuesta por las mayores empresas de Estados Unidos. Ante la insistencia de Jobs, el director del laboratorio le espetó con desprecio que si algún día HP decidía lanzarse a la microinformática no necesitaría contar con aquellos dos excéntricos. Para mayor humillación, uno de los miembros del laboratorio le recordó que ni siquiera había terminado los estudios universitarios. En cualquier caso, el jefe de Wozniak trató de concluir con un tono más amable y les dio un consejo: «En vuestro lugar, yo intentaría venderlo por mi cuenta».

Jobs lo tenía claro. No necesitaban otra empresa para dar a conocer al mundo su creación, lo que tenían que hacer era crear la suya propia. Woz, sin embargo, no estaba tan convencido. Él tenía un trabajo estable en el que estaba muy a gusto.

—Mira, a la gente le interesa lo que haces —le explicó Jobs—. Así que ¿por qué no vender un ordenador concebido de forma que las conexiones sean claras?

—¿Y a quién se lo vendemos? —bromeó Wozniak.

—¡A los miembros del club! —respondió Steve.

La fuerza de persuasión de Jobs crecía por momentos. «El club tenía unos 500 miembros y pensé que tal vez podríamos vender cincuenta», explica Wozniak. «Diseñar la placa base para fabricarla en serie nos costaba unos mil dólares y a partir de ahí, cada unidad nos salía a unos veinte dólares. Si éramos capaces de vender cincuenta a cuarenta dólares, habríamos recuperado la inversión inicial». Un extraño argumento de Steve saldó la cuestión. «Aunque no tengamos seguridad de que vayamos a vender todos esos ordenadores, al menos podremos decir que hemos dirigido una empresa».

Empezaron a pensar en nombres para la nueva sociedad y entre las opciones uno parecía muy recurrente:
apple
(manzana). El nombre evocaba en Jobs su último y agradable verano trabajando en el huerto de Oregón, aunque su origen haya sido objeto de diversas interpretaciones. Algunos aseguran ver una referencia a Isaac Newton, ya que en el primer logo de Apple figuraba un grabado del matemático y astrónomo inglés. También se dijo que era un homenaje a The Beatles, un grupo por el que ambos sentían admiración y cuya discográfica se llamaba Apple Records. Sea como fuere, la víspera de la firma de los documentos contractuales de la empresa, Jobs decidió que, a falta de otro mejor, se quedaría con el nombre de manzana.

Apple se fundó el 1 de abril de 1976 conforme a los términos de un acuerdo de colaboración entre Jobs y Wozniak. Al dúo fundador se le unió un tercer socio, Ron Wayne, a quien Jobs había conocido en Atari. Wayne, un simpático cuarentón, se encargó de preparar el acuerdo de colaboración y, por su mayor edad, asumió un papel conciliador en los desencuentros entre Jobs y Wozniak. Además, redactó el manual del Apple I y suya fue la idea de, en un diseño muy acorde con el estilo
hippy
de la época, poner un dibujo de Isaac Newton debajo de un manzano en la portada.

Como contraprestación, Wayne, recibió un 10% de la empresa, pero aquello, lejos de alegrarle, se convirtió en una incomodidad insalvable. En su opinión Apple únicamente podía acumular deudas y, si la empresa no conseguía sacar adelante sus pagos, entonces legalmente irían contra el único que tenía algo de dinero en el banco: él. Jobs intentó tranquilizarle explicando que el pago a proveedores era a treinta días, lo que en principio les daba margen para fabricar y vender los Apple I, pero Wayne no estaba convencido y, pocos días después, el 12 de abril de 1976, renunció a su participación en Apple a cambio de 800 dólares.

La primera preocupación de Steve Jobs fue buscar distribución para el Apple I. El momento pareció especialmente propicio, porque acababa de aparecer Byte Shop, una de las tiendas pioneras de microinformática. Paul Terrel, su director, vio llegar a un
hippy
de lo más extraño a su tienda para presentarle el Apple I. Sin embargo aquel chico parecía saber lo que hacía y convenció a Terrel de la rentabilidad del producto. Hizo un pedido increíble: compraría cincuenta aparatos si eran capaces de entregárselos durante el verano.

Jobs volvió bailando literalmente y le dio a Wozniak la fantástica e increíble noticia. No sólo tenían un pedido en firme de cincuenta unidades sino que Byte Shop estaba dispuesta a pagar 500 dólares por cada ordenador. ¡Aquello eran miles de dólares! «Fue el acontecimiento más determinante de la historia de Apple», asegura Wozniak. La financiación de la producción exigió sacrificios importantes para la pareja. Jobs tuvo que vender su furgoneta Volkswagen y Wozniak deshacerse de su rutilante calculadora científica HP.

Jobs llamó a Daniel Kottke con quien, pese a haberse mudado a la Universidad de Columbia en Nueva York, seguía manteniendo el contacto. Cuando Jobs le explicó que acababa de montar una empresa de ordenadores, Kottke se quedó pasmado. «Habíamos sido buenos amigos durante años y jamás me había hablado de ordenadores, ni siquiera de electrónica», confiesa. Jobs le describió el célebre pedido de Byte Shop y le invitaba a unirse a la aventura, consciente de que cualquier ayuda era bienvenida.

A finales de mayo, terminado el curso, Kottke se dirigió a California y se puso a trabajar en Apple, encargado de ensamblar los Apple I, verificar el estado de las soldaduras, encender las máquinas, conectar el teclado y la pantalla, y comprobar que todo funcionara según lo previsto. Todo por 3,25 dólares la hora. Kottke no sabía nada de electrónica pero, como Jobs ya sabía, era capaz de aprender deprisa. Además, iban juntos al centro de meditación
zen
que Jobs frecuentaba.

Las semanas siguientes fueron extenuantes y empezaron a tirar de su familia para poder cumplir los plazos de Byte Shop. Clara Jobs, la madre de Steve, hacía de secretaria y Patti, su hermana, tenía la misión de insertar los chips en la placa base del Apple I aunque finalmente sería una tarea para Dan Kottke. «Patti trabajaba mientras veía la televisión en el salón, así que les pareció más oportuno que yo me encargase de ese trabajo», explica Kottke.

El montaje del Apple I se había iniciado en la habitación de Patti pero, dado el volumen, pronto se vieron obligados a trasladarse al salón de la casa de los Jobs. Paul sugirió que sería más cómodo para todos que trasladasen su taller de montaje al garaje de su casa de Cupertino. Aquella decisión formaría parte de la leyenda de Apple.

De vez en cuando, Kottke y Wozniak se tenían que enfrentar a la faceta enigmática de Jobs que el primero ya había conocido en la India. Steve desaparecía días enteros sin decir a nadie por qué se iba ni adónde. «Simplemente se esfumaba. Sin más. A lo mejor tenía una novia pero el caso es que nunca supimos qué era lo que hacía. Tampoco nos importaba. Lo cierto es que él mantiene ese tipo de esferas privadas y eso no es ni bueno ni malo, forma parte de su personalidad», opina Kottke. Al final del verano, Dan regresó a Nueva York para terminar la carrera de música y literatura.

El precio fijado para Byte Shop se mantendría para quien hiciese un pedido superior a las diez unidades. La casualidad se cruzó en la decisión de Jobs para fijar el precio unitario para quienes comprasen menos (tendrían una penalización del 25%) e incidió en otra de esas leyendas que rodean a la empresa de Cupertino. «La empresa Byte Shop de Palo Alto quería comprarnos los Apple I a 500 dólares la pieza pero Steve hizo un análisis de rentabilidad de 4/3 y obtuvo que el precio óptimo era 666 dólares. Ni Steve ni yo frecuentabamos la iglesia ni leíamos la Biblia, así que desconocíamos que aquel número pudiera tener una connotación negativa. Nos sorprendió cuando nos lo dijeron», reconoce Wozniak.

Durante nueve meses, Wozniak, Jobs y sus compañeros fabricaron doscientas placas del Apple I que se ensamblaban en una carcasa de madera de cuya fabricación se encargaba una empresa de Santa Clara. Pronto surgieron nuevos clientes como The Computer Mart, una cadena de venta de microordenadores que había iniciado sus actividades en febrero de 1976. El éxito había permitido a su fundador, Stan Veit, alquilar un escaparate en una de las principales arterias comerciales y vio una oportunidad en la venta del Apple I.

En una feria en Atlantic City (Nueva Jersey) en la que The Computer Mart tenía un
stand
, Jobs y Kottke aprovecharon para colgar unos paneles promocionales del Apple I. La suegra de Stan Veit se fijó en que los vaqueros de Jobs tenían agujeros en el trasero e insistió en zurcirlos. Dada su poca cooperación, le gritó: «¡Joven, con esos vaqueros se te ve el trasero! Así que ni se te ocurra entrar en mi
stand
así. Quítatelos y te los zurzo en un momento». Sin más opción, Jobs se refugió detrás de una cortina mientras la suegra de Veit le remendaba el pantalón.

Apple consiguió vender 175 ordenadores en total pero a Byte Shop le costaba deshacerse de las cincuenta unidades que había encargado. Para Jobs, la razón de aquel fracaso relativo era sencilla: la microinformática no se abriría paso hasta que el público pudiera acceder a productos acabados y listos para usar, y el ordenador fuese un electrodoméstico más. En ese sentido, el Apple I era un aparato complejo únicamente apto para fanáticos del mundillo capaces de, siguiendo unas instrucciones muy precisas, conectarlo a una toma eléctrica y a un televisor (algo que en aquella época no era tan sencillo). Wozniak emergió con la inspiración de una máquina más ambiciosa, el Apple II. La verdadera aventura de Apple acababa de comenzar.

05
El Aplle II

«La personalidad de Jobs cambió desde la aparición de Apple. Que yo sepa, carecía de experiencia en los negocios y, sin embargo, se dedicó en cuerpo y alma al proyecto Apple de una forma desmedida, como un misionero devoto a su causa. Su motivación no era el dinero sino la excitación poder cambiar el mundo». Dan Kottke relata así su reencuentro con Jobs a mediados de junio de 1977. El antaño frágil bohemio se había convertido en un conquistador capaz, seductor y locuaz, inspirado por su diosa del futuro: la innovación.

Movido por una energía fulgurante, como si fuese un solo de Jimi Hendrix inspirado en el más allá, Jobs era omnipresente, daba órdenes, arengaba a sus colegas, fomentaba alianzas, golpeaba con los pies, se impacientaba… Se había convertido en el viento que impulsaba el barco de Apple: dinamizaba al tranquilo Wozniak, cautivaba a inversores financieros y multiplicaba las oportunidades de distribución. Su energía nacía de una visión que combinaba los ideales
hippies
con la diversión del mundo de los negocios. Había encontrado un
Monopoly
a medida y nada le iba a impedir dejar su huella en la historia ni mejorar su entorno a través de la informática. Era el profeta de Apple.

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