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Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

La voz de los muertos (9 page)

—Novinha —susurró. No era el Falante pelos Mortos, sino alguien más. Alguien que había pensado se había perdido en la tormenta de la noche anterior.

—Libo —murmuró. Entonces empezó a incorporarse. Demasiado rápido… su espalda dio un crujido y la cabeza le dio vueltas. Emitió un quejido; las manos de él la agarraron por los hombros para que no cayera.

—¿Te encuentras bien?

Ella sintió su aliento como la brisa de un jardín amado y se sintió a salvo, se sintió en casa.

—Me buscabas.

—Novinha, he venido en cuanto he podido. Mi madre por fin se ha quedado dormida. Pipinho, mi hermano mayor, está ahora con ella, y el Juez tiene las cosas bajo su control, y yo…

—Deberías saber que sé cuidarme de mí misma…

Un momento de silencio y luego su voz sono de nuevo. Esta vez enfadada, desesperada y cansada; fatigada como la edad, la vida y la muerte de las estrellas.

—Dios es mi testigo, Ivanova, que no vine a cuidar de ti.

Algo se cerró en su interior; no se había dado cuenta de la esperanza que sentía hasta que la perdió.

—Me dijiste que Padre descubrió algo en una simulación tuya. Que esperaba que pudiera descubrirlo yo solo. Pensé que habías dejado la simulación en el terminal, pero cuando volví a la estación, estaba desconectado.

—¿De verdad?

—Sabes que lo estaba. Nova, nadie sino tú podría cancelar el programa. Tengo que verlo.

—¿Por qué?

Él la miró con incredulidad.

—Sé que tienes sueño, Novinha, pero seguramente te habrás dado cuenta de que, sea lo que sea lo que Padre descubrió en tu simulación, fue por eso por lo que los cerdis lo mataron.

Ella lo miró intensamente sin decir nada. Él había visto esa mirada de fría resolución con anterioridad.

—¿Por qué no quieres mostrármela? Ahora yo soy el zenador. Tengo derecho a saber.

—Tienes derecho a ver todos los archivos y registros de tu padre. Tienes derecho a ver cualquier cosa que yo haya hecho pública.

—Entonces haz esto público.

Una vez más, ella no dijo nada.

—¿Cómo podremos llegar a comprender a los cerdis si no sabemos qué fue lo que Padre descubrió sobre ellos?

Ella no respondió.

—Tienes una responsabilidad con los Cien Mundos, con nuestra habilidad para comprender a la única raza alienígena viva. ¿Cómo puedes sentarte aquí y… ¿Qué es?, ¿quieres descubrirlo tú sola?, ¿quieres ser la primera? Está bien, sé la primera. Pondré tu nombre, Ivanova Santa Catarina von Hesse…

—No me importa mi nombre.

—También sé jugar a este juego. No podrás averiguarlo sin lo que yo sé. ¡Tampoco te dejaré ver mis archivos!

—No me importan tus archivos.

Aquello fue demasiado para él.

—¿Qué es lo que te importa entonces? ¿Qué estás intentando hacerme? —la cogió por los hombros, la levantó de la silla, la sacudió, le gritó en la cara —. ¡Es a mi padre a quien mataron ahí afuera, y tú tienes la respuesta de por qué lo hicieron, sabes qué era la simulación! ¡Ahora dímelo, muéstramela!

—Nunca —susurró ella.

La cara de él estaba torcida por el dolor.

—¿Por qué no? —gimió.

—Porque no quiero que mueras.

Ella vio que la comprensión afloraba a sus ojos:

«Sí, eso es, Libo, es porque te amo, porque si conocieras el secreto los cerdis te matarían también. No me importa tu ciencia, no me importan los Cien Mundos ni las relaciones entre la humanidad y una raza alienígena. No me importa nada en absoluto mientras tú estés vivo.»

Las lágrimas saltaron finalmente de los ojos de él y recorrieron sus mejillas.

—Quiero morir —dijo.

—Tú consuelas a todo el mundo —susurró ella —. ¿Quién te consuela a ti?

—Tienes que decírmelo para que pueda morir.

Y de repente sus manos ya no la sostuvieron; ahora era ella quien le sostenía a él.

—Estás fatigado. Debes descansar.

—No quiero descansar —murmuró él. Pero dejó que ella le cogiera y le apartara del terminal.

Le condujo a su dormitorio, apartó las sábanas, sin que le importara el polvo revoloteando.

—Ven aquí, estás agotado, descansa. Por eso has venido a buscarme, Libo. En busca de paz, de consuelo.

Él se cubrió la cara con las manos y sacudió la cabeza adelante y atrás. Era un niño llorando por su padre, por el final de todo, como ella había llorado. Novinha le quitó las botas, los pantalones, la camisa. Él respiraba profundamente para detener sus gemidos y levantó las manos para que ella pudiera quitarle la camiseta.

Ella dejó las ropas sobre una silla y luego se inclinó sobre él y le cubrió con la sábana. Pero él la cogió por la muñeca y la miró suplicante con lágrimas en los ojos.

—No me dejes aquí solo —susurró. Su voz estaba llena de desesperación —. Quédate conmigo.

Así que ella le dejó que la tendiera a su lado en la cama, y la abrazó fuertemente hasta que se quedó dormido unos minutos después y relajó sus brazos. Ella, sin embargo, no durmió. Su mano se deslizó suavemente por la piel de sus hombros, su pecho, su cintura.

—Oh, Libo, pensé que te había perdido cuando te llevaron. Pensé que te había perdido como a Pipo.

Él no oyó su susurro.

—Pero siempre volverás a mí como ahora.

Debería haber sido arrojada del jardín por su pecado de ignorancia, como Eva. Pero, también como Eva, podría soportarlo, porque aún tenía a Libo, su Adaõ.

¿Lo tenía? ¿Lo tenía? Su mano tembló sobre su piel desnuda. Nunca podría tenerlo. El matrimonio era la única manera en que ella y Libo podrían permanecer juntos mucho tiempo. Las leyes eran estrictas en todos los mundos coloniales, y absolutamente rígidas bajo Licencia Católica. Esta noche ella podría creer que él se casaría con ella cuando llegara el momento. Pero Libo era la única persona con la que nunca podría casarse. Porque entonces él tendría acceso, automáticamente, a cualquiera de sus ficheros y podría convencer al ordenador de que tenía necesidad de verlos… lo que incluiría ciertamente todos sus archivos de trabajo, no importaba lo profundamente que los protegiera. El Código Estelar lo decía muy claro. Los casados eran virtualmente la misma persona a los ojos de la ley.

Ella nunca podría dejarle estudiar esos ficheros, o descubriría lo que sabía su padre, y sería su cuerpo el que encontrarían en la colina. Sería su agonía bajo la tortura de los cerdis lo que tendría que imaginar todas las noches de su vida. ¿No era ya, la culpa por la muerte de Pipo, más de lo que podía soportar? Casarse con él sería asesinarlo. Sin embargo, no casarse con él sería como matarse ella misma, pues si no era con Libo, no podía imaginar con quién sería entonces.

«Qué lista soy. He encontrado un camino hacia el infierno del que no hay forma de salir.»

Apretó la cara contra el hombro de Libo y sus lágrimas corrieron sobre su pecho.

Ender

Hemos identificado cuatro lenguajes cerdis. El «Lenguaje de los Machos» es el que hemos oído más a menudo. También hemos oído algunos fragmentos del «Lenguaje de las Esposas», que aparentemente usan para conversar con las hembras (¡eso sí que es una diferenciación sexual!), y un «Lenguaje de los Árboles», un idioma ritual que dicen que usan para rezar a sus ancestrales árboles tótem. También han mencionado un cuarto lenguaje llamado «Lengua de los Padres», que aparentemente consiste en golpear palos de diferente tamaño uno contra otro. Insisten en que es un lenguaje real, tan diferente de los otros como el portugués del inglés. Puede que lo llamen lengua de los padres porque se hace con palos de madera, que proviene de los árboles, y ellos creen que los árboles contienen los espíritus de sus antepasados.

Los cerdis se adaptan maravillosamente a los idiomas humanos; son mucho mejores que nosotros con los suyos. En los últimos años, han llegado a hablar stark o portugués entre ellos mismos, la mayor parte del tiempo que estamos con ellos. Quizá vuelven a usar sus propios idiomas cuando no estamos presentes. Puede que incluso hayan adoptado los idiomas humanos como propios, o quizá disfruten de los nuevos lenguajes tanto que los usan constantemente como juego. La contaminación lingüística es lamentable, pero tal vez sea inevitable, si es que queremos comunicarnos con ellos.

El doctor Swingler preguntó si sus nombres y modos de dirigirse revelan algo de su cultura. La respuesta es definitivamente sí, aunque sólo tengo una idea muy vaga de lo que revelan. Lo que importa es que nosotros nunca les hemos dado nombre a ninguno. En cambio, a medida que aprendían stark y portugués nos preguntaban el significado de las cosas y entonces anunciaban los nombres que han elegido para sí (o elegido para los otros). Nombres como «Raíz» y «Chupaceu» (chupacielo) podrían ser traducciones de sus nombres en el Lenguaje de los Machos o simplemente motes que escogen para nuestro uso.

Se refieren unos a otros como hermanos. A las hembras las llaman algunas veces esposas, nunca hermanas o madres. A veces utilizan el término padres, pero se refieren a los ancestrales árboles tótem. En cuanto a cómo nos llaman: usan la palabra humano, naturalmente, pero también han empezado a utilizar la nueva Jerarquía Demosteniana de Exclusión. Se refieren a los humanos como framlings, y a los cerdis de otras tribus como utlannings. Lo que es bastante extraño es que se llaman a sí mismos ramen, demostrando con esto que o bien han comprendido mal la jerarquía o se ven a sí mismos desde la perspectiva humana. ¡Y —lo que ofrece un giro divertido —, se han referido varias veces a las hembras como varelse!

 

Joáo Figueira Álvarez. «Notas sobre el lenguaje y la nomenclatura cerdi», en Semántica, 9:1948:15.

Las viviendas de Reykiavik estaban excavadas en las paredes de granito del fiordo. La de Ender estaba situada en lo alto del acantilado, y había que subir muchas escaleras y senderos, pero tenía una ventana. Había vivido la mayor parte de su infancia entre paredes metálicas. Cuando podía, vivía donde pudiera ver el aire libre.

Su habitación estaba iluminada y caliente por efecto del sol y le cegó después de la fría oscuridad de los corredores de piedra. Jane no esperó a que su visión se ajustara a la luz.

—Tengo una sorpresa para ti en el terminal —dijo.

Su voz era un susurro procedente de la joya en su oído.

Había un cerdi de pie en el aire sobre el terminal. Se movió rascándose; entonces estiró la mano en busca de algo. Cuando mostró la mano, tenía un gusano brillante. Lo mordió, y los jugos del cuerpo rebosaron de su boca y le corrieron por el pecho.

—Obviamente una civilización avanzada —dijo Jane.

Ender se molestó.

—Muchos imbéciles morales tienen buenos modales en la mesa, Jane.

El cerdi se dio la vuelta y habló.

—¿Quieres ver cómo le matamos?

—¿Qué estás haciendo, Jane?

El cerdi desapareció. En su lugar se dibujó un holograma del cadáver de Pipo tal como yacía en la colina bajo la lluvia.

—He hecho una simulación del proceso de vivisección que los cerdis usaron, basándome en la información recogida por el scanner antes de que el cuerpo fuera enterrado. ¿Quieres verlo?

Ender se sentó en la única silla de la habitación.

Ahora el terminal mostró la colina, con Pipo, todavía vivo, tumbado de espaldas, con las manos y los pies atados a estacas de madera. Una docena de cerdis estaban congregados a su alrededor, y uno de ellos sostenía un cuchillo de hueso. La voz de Jane volvió a surgir de la joya en su oído.

—No estamos seguros de que fuera así —todos los cerdis desaparecieron excepto el del cuchillo —. O algo parecido.

—¿El xenólogo estaba consciente?

—Sin duda.

—Continúa.

Sin compasión, Jane mostró la apertura de la cavidad pectoral, el ritual de arrancar y colocar los órganos corporales en el suelo. Ender se obligó a mirar, intentando comprender qué posible significado podría tener esto para los cerdis.

—Es aquí cuando murió —susurró Jane en un punto.

Ender se sintió más tranquilo; sólo entonces advirtió que todos sus músculos habían permanecido rígidos, por empatía con el sufrimiento de Pipo.

Cuando se acabó, Ender se dirigió a su cama y se tumbó mirando al techo.

—Ya he mostrado esta simulación a los científicos de media docena de mundos —dijo Jane —. No pasará mucho tiempo antes de que la prensa le ponga las manos encima.

—Es mucho peor que con los insectores —dijo Ender —. En todos los vídeos que me enseñaron cuando era pequeño. Los insectores y los humanos en combate eran algo limpio, comparados con esto.

Una risa malvada emergió del terminal. Ender miró para ver qué hacía Jane. Un cerdi de tamaño natural estaba allí sentado, riendo grotescamente, y mientras se reía Jane lo transformó. Fue un cambio muy sutil, una ligera exageración de los dientes, un alargamiento de los ojos, algo de rojez en ellos, la lengua entrando y saliendo de la boca. Parecía la bestia de las pesadillas de cualquier niño.

—Bien hecho, Jane. La metamorfosis de raman a varelse.

—Después de esto, ¿cuánto tardarán los cerdis en ser aceptados por la humanidad?

—¿Ha sido cortado todo contacto?

—El Consejo Estelar le ha dicho al nuevo xenólogo que restrinja sus visitas a no más de una hora, sin ampliar la frecuencia anterior. Le ha prohibido preguntar a los cerdis por qué lo han hecho.

—Pero no hay cuarentena.

—Ni siquiera se propuso.

—Pero se propondrá, Jane. Otro incidente como éste y la petición de cuarentena se convertirá en un clamor. Se pedirá que se reemplace Milagro por una guarnición militar cuyo solo propósito sea evitar que los cerdis adquieran la tecnología que les permita salir del planeta.

—Los cerdis tendrán un problema de relaciones públicas —dijo Jane —. Y el nuevo xenólogo es sólo un niño. El hijo de Pipo. Libo. Es la abreviatura de Liberdade Gracas a Deus Figueira de Medici.

—¿Liberdade no significa libertad?

—No sabía que hablaras portugués.

—Es como el español. Hablé de la muerte de Zacatecas y San Ángelo, ¿recuerdas?

—En el planeta Moctezuma. Eso fue hace dos mil años.

—Para mí, no.

—Para ti fue subjetivamente hace ocho años. Hace quince mundos. ¿No es maravillosa la relatividad? Te conserva tan joven.

—Viajo demasiado —dijo Ender —. Valentine está casada y va a tener un hijo. Ya he rehusado dos llamadas que pedían un Portavoz. ¿Por qué me tientas para que vaya de nuevo?

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