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Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

La voz de los muertos (3 page)

—¿Te agrada a ti? —le preguntó Pipo.

Libo guardó silencio un momento. Pipo sabía lo que aquello quería decir. Se estaba examinando para encontrar una respuesta. No la respuesta que pensaba sería la más adecuada para atraer el favor de un adulto, ni la que provocaría su ira: los dos tipos de falacias que la mayoría de los chicos de su edad se complacían en ofrecer. Se estaba autoexaminando para descubrir la verdad.

—Creo que comprendo que no quiera agradar a la gente —dijo Libo —. Como si ella fuera un visitante que espera volver a casa algún día.

Dona Cristá asintió gravemente.

—Sí, es exactamente así. Eso es exactamente lo que parece. Pero ahora, Libo, debemos poner fin a nuestra indiscreción pidiéndote que te marches mientras nosotros…

Se marchó antes de que acabara la frase. Hizo un rápido movimiento con la cabeza y ofreció una media sonrisa que decía sí, lo comprendo, y un movimiento tan sigiloso que convirtió su salida en la prueba más elocuente de su discreción, que si hubiera argumentado que quería quedarse. Con esto, Pipo supo que estaba molesto por que le pidieran que se marchase: tenía una forma de lograr que los adultos se sintieran vagamente inmaduros en comparación con él.

—Pipo —dijo la superiora —, me ha pedido que se la examine antes de tiempo para tomar el puesto de sus padres como xenobióloga.

Pipo alzó una ceja.

—Dice que ha estado estudiando la materia intensamente desde que era una niña pequeña. Que está lista para empezar a trabajar inmediatamente, sin aprendizaje.

—Tiene trece años, ¿no?

—Hay precedentes. Muchos se han presentado a esas pruebas antes. Uno incluso aprobó siendo más joven que ella. Fue hace doscientos años, pero se permitió. El obispo Peregrino está en contra, por supuesto, pero la alcaldesa Bosquinha, bendito sea su corazón práctico, ha señalado que Lusitania necesita un xenobiólogo con urgencia. Necesitamos poner manos a la obra en el asunto de desarrollar nuevos brotes de vida vegetal, para que podamos tener un poco de variedad decente en nuestra dieta y cosechas mucho mejores. Sus propias palabras fueron: «No me importa que sea una niña, necesitamos una xenobióloga.»

—¿Y quieres que supervise su examen?

—Si fueras tan amable…

—Me encantará hacerlo.

—Les dije que te gustaría.

—Confieso que tengo mis motivos.

—¿Sí?

—Debería haber hecho más por la niña. Me gustaría ver que no es demasiado tarde para empezar.

Dona Cristá se echó a reír.

—Oh, Pipo, me alegra que lo intentes. Pero créeme, querido amigo, alcanzar su corazón es como bañarse en hielo.

—Lo imagino. Imagino que la persona que intente acercársele se sienta así. ¿Pero cómo se siente ella? Fría como es, seguramente por dentro debe arder como el fuego.

—Eres un poeta —dijo Dona Cristá. No había ironía en su voz. Quería decir eso mismo —. ¿Los cerdis comprenden que les hemos enviado al mejor de los nuestros como embajador?

—He intentado decírselo, pero se mantienen escépticos.

—Te la enviaré mañana. Te lo advierto: espera examinarse fríamente, y resistirá cualquier intento por tu parte de preexaminarla.

Pipo sonrió.

—Me preocupa mucho más lo que sucederá después de que se examine. Si suspende, tendrá problemas. Si aprueba, entonces los problemas empezaran para mi.

—¿Por qué?

—Libo me insistirá en examinarse antes de tiempo para Zenador. Y si lo hace, entonces no habrá razón para que no me vaya a casa, me haga un ovillo y muera.

—Eres un loco romántico, Pipo. Si hay alguien en Milagro capaz de aceptar a su hijo de trece años como colega, ése eres tú.

Después de que la monja se marchara, Pipo y Libo trabajaron juntos, como de costumbre, registrando los sucesos del día con los pequeninos. Pipo comparó el trabajo de Libo, su forma de pensar, sus reflexiones, sus actitudes, con las de aquellos estudiantes graduados que había conocido en la Universidad antes de unirse a la Colonia Lusitania. Podía ser pequeño, y había aún mucha teoría y muchos conocimientos que tenía que aprender, pero ya era un auténtico científico en su método, y un humanista de corazón. Cuando el trabajo de la tarde terminó y volvieron a casa juntos a la luz de la grande y resplandeciente Luna de Lusitania, Pipo había decidido que Libo ya merecía ser tratado como un colega, se examinara o no. Los tests, de todas formas, no podían medir las cosas que realmente contaban.

Y, le gustara a Novinha o no, Pipo intentaría descubrir si ella tenía las cualidades, tan difíciles de medir, propias de un científico; si no las tenía, entonces haría que no se presentara a los exámenes, por muchos hechos que hubiera memorizado.

Pipo iba a ponérselo difícil. Novinha sabía cómo actuaban los adultos cuando planeaban no hacer las cosas tal como ella quería, pero no deseaba ni una pelea ni portarse mal. Por supuesto, podía examinarse. Pero no había razón para apresurarse, «tomémonos algo de tiempo, asegurémonos de que tendrás éxito al primer intento».

Novinha no quería esperar. Novinha estaba lista.

—Saltaré todos los obstáculos que usted quiera —dijo.

La cara de él se tornó fría. Sus caras siempre lo hacían. Eso estaba bien. La frialdad no le importaba. Podría hacer que se helaran hasta la muerte.

—No quiero que saltes ningún obstáculo.

—Lo único que le pido es que los coloque todos en una fila para que pueda saltarlos con rapidez. No quiero que esto dure días y días.

Él la miró pensativamente durante un momento.

—Tienes mucha prisa.

—Estoy preparada. El Código Estelar me permite desafiar la prueba en cualquier momento. Es un asunto entre el Congreso Estelar y yo, y no he podido encontrar ningún sitio en donde se diga que un xenólogo no pueda intentar adivinar las intenciones de la Oficina de Exámenes Interplanetarios.

—Entonces no has leído con atención.

—La única cosa que necesito para hacer la prueba antes de tener los dieciséis años es la autorización de mi tutor legal. No tengo ninguno.

—Al contrario —dijo Pipo —. La alcaldesa Bosquinha ha sido tu tutora legal desde el día en que murieron tus padres.

—Y estuvo de acuerdo en que podría hacer la prueba.

—Siempre y cuando vinieras a mi.

Novinha vio la intensa mirada en los ojos de él. No conocía a Pipo, así que pensó que era la mirada que había visto en tantos otros ojos, el deseo de dominarla, de mandar sobre ella, el deseo de reducir su determinación y romper su independencia, el deseo de hacer que se rindiera.

Del hielo al fuego en un instante.

—¿Qué sabe usted de xenobiología? ¡Sólo sale y habla con los cerdis, ni siquiera ha empezado a comprender cómo funcionan sus genes! ¿Quién es usted para juzgarme? Lusitania necesita un xenobiólogo, y llevan ocho años sin ninguno. ¡Y quiere que esperen aún más tiempo sólo para poder tener el control!

Para su sorpresa, el hombre no se acaloró, no se batió en retirada. Ni siquiera le contestó airadamente. Fue como si ella no hubiera hablado.

—Ya veo que es por tu gran amor a la gente de Lusitania por lo que deseas ser xenobióloga —dijo él —. Al ver el interés público, te has sacrificado y preparado para dedicarte desde temprana edad a una vida de servicio altruista.

Parecía absurdo oírle decir eso. Y no era así cómo ella se sentía.

—¿No es una buena razón?

—Si fuera cierta, sería bastante buena.

—¿Me está llamando mentirosa?

—Tus propias palabras te han llamado mentirosa. Has hablado de lo mucho que ellos, la gente de Lusitania, te necesitan. Pero tú vives entre nosotros. Has vivido entre nosotros toda tu vida. Estás dispuesta a sacrificarte por nosotros, y sin embargo no te sientes parte de esta comunidad.

De modo que él no era como los adultos que siempre creían las mentiras, mientras la hicieran parecer la niña que querían que fuera.

—¿Por qué tendría que sentirme parte de la comunidad? No lo soy.

Él asintió con gravedad, como si considerara su respuesta.

—¿A qué comunidad perteneces?

—Los cerdis son la otra única comunidad de Lusitania, y no me han enviado ahí fuera con los adoradores de árboles.

—Hay más comunidades en Lusitania. Por ejemplo, eres estudiante… Hay una comunidad de estudiantes.

—Para mí, no.

—Lo sé. No tienes amigos, no tienes ninguna relación íntima con nadie. Acudes a misa pero nunca te confiesas, estás completamente al margen de todo lo que significa estar en contacto con la vida de esta colonia en todo lo que es posible, no tocas la vida de la raza humana en ningún punto. Evidentemente, vives en un aislamiento completo.

Novinha no estaba preparada para esto. Él estaba nombrando el dolor subyacente de su vida, y ella no tenía dispuesta una estrategia para enfrentarse a eso.

—Si lo hago así, no es culpa mía.

—Lo sé. Sé dónde empezó, y sé de quién fue el fallo que continúa hasta hoy.

—¿Mío?

—Mío. Y de todos los demás. Pero mío sobre todo, porque sabía lo que te pasaba y no dije nada. Hasta hoy.

—¡Y hoy va a separarme de la única cosa que me importa en la vida! ¡Muchas gracias por su compasión!

Una vez más él asintió solemnemente, como si aceptara y reconociera la irónica gratitud.

—En un sentido, Novinha, no importa que no fuera culpa tuya. Porque la ciudad de Milagro es una comunidad, y tanto si te ha tratado mal como si no, aún debe actuar como hacen todas las comunidades, proporcionar la mayor felicidad posible para todos sus miembros.

—Lo que quiere decir, todo el mundo en Lusitania excepto yo… y los cerdis.

—El xenobiólogo es muy importante en una colonia, especialmente en una como ésta, rodeada por una cerca que limita para siempre nuestro crecimiento. Nuestro xenobiólogo debe encontrar el modo de cultivar más proteínas e hidratos de carbono por hectárea, lo que significa alterar genéticamente el trigo y las patatas traídas de la Tierra para hacer…

—Para hacer posible el uso máximo de los nutrientes disponibles en el entorno lusitano. ¿Cree que pienso presentarme al examen sin saber cuál será el trabajo de mi vida?

—El trabajo de tu vida es dedicarte a mejorar la vida de la gente a la que desprecias.

Ahora Novinha vio la trampa que él le había dispuesto. Había aparecido demasiado tarde.

—¿De modo que piensa que un xenobiólogo no puede hacer su trabajo a menos que ame a la gente que usa las cosas que una hace?

—No me importa si nos amas o no. Lo que tengo que saber es lo que quieres realmente. Por qué tienes tanto interés en hacer esto.

—Psicología básica. Mis padres murieron en este trabajo, y por tanto intento ocupar su puesto.

—Tal vez sí —dijo Pipo —. Y tal vez no. Lo que quiero saber, Novinha, lo que tengo que saber antes de dejarte hacer la prueba es a qué comunidad perteneces.

—¡Ya lo ha dicho usted antes! ¡No pertenezco a ninguna!

—Imposible. Cada persona está definida por las comunidades a las que pertenece y a las que no pertenece. Yo tengo una serie de definiciones positivas y otra negativa. Pero todas tus definiciones son negativas. Podría hacer una lista infinita de las cosas que no eres. Pero una persona que cree realmente que no pertenece a ninguna comunidad, invariablemente acaba con su vida, bien matando su cuerpo, bien perdiendo su identidad y volviéndose loca.

—Ésa soy yo. Loca hasta la raíz.

—Loca, no. Obsesionada por un sentido del propósito que es preocupante. Si haces esa prueba la aprobarás. Pero antes de dejarte que te presentes a ella, tengo que saberlo: ¿en qué te convertirás cuando la apruebes? ¿En qué crees? ¿De qué eres parte? ¿Por qué te preocupas? ¿Qué es lo que amas?

—Nada de este o de otro mundo.

—No te creo.

—¡Nunca he conocido a ningún hombre bueno o a ninguna buena mujer excepto mis padres, y están muertos! E incluso ellos. Nadie comprende nada.

—Tú.

—Soy parte de algo, ¿no? Pero nadie comprende nada, ni siquiera usted, que pretende ser tan sabio y compasivo, pero sólo me hace llorar así porque tiene el poder para impedir que haga lo que quiero hacer…

—Y eso no es la xenobiología.

—¡Sí que lo es! ¡Es una parte, al menos!

—¿Y cuál es el resto?

—Lo que usted es. Lo que hace. No sólo lo está haciendo mal, lo está haciendo de manera estúpida.

—Xenobiólogo y xenólogo.

—Cometieron un estúpido error cuando crearon una nueva ciencia para estudiar a los cerdis. Fueron un puñado de antropólogos viejos y cansados que se pusieron un sombrero nuevo y se llamaron a sí mismos xenólogos. ¡Pero no se puede comprender a los cerdis solamente observando la manera cómo se comportan! ¡Provienen de una evolución diferente! Hay que comprender sus genes, lo que hay en el interior de sus células. Y en las células de los otros animales también, porque no se les puede estudiar solos, nadie vive en aislamiento…

No me des sermones —pensó Pipo —. Dime lo que sientes. Y para provocar que fuera más emocional, susurró:

—Excepto tú.

Funcionó. Del frío desdén ella pasó a una calurosa defensiva.

—¡Nunca los comprenderá! ¡Pero yo sí!

—¿Qué te interesa de ellos? ¿Qué son los cerdis para ti?

—No podría comprenderlo nunca. Es usted un buen católico —pronunció esta palabra con desdén —. Es un libro que está en el Índice.

La cara de Pipo se iluminó de una comprensión repentina.

—La Reina Colmena y el Hegemón.

—Vivió hace tres mil años, quienquiera que fuese, el que se llamaba a sí mismo el Portavoz de los Muertos. ¡Pero comprendió a los insectores! Los aniquilamos a todos, a la única raza alienígena que conocíamos, los matamos a todos, pero él comprendió.

—Y tú quieres escribir la historia de los cerdis de la misma forma que el Portavoz original escribió la historia de los insectores.

—Por la forma en que lo dice, parece tan fácil como hacer un trabajo para la escuela. No sabe lo que costó escribir la Reina Colmena y el Hegemón. La agonía que soportó… imaginarse dentro de una mente alienígena, y salir de ella lleno de amor por la gran criatura que destruimos. Vivió en el mismo tiempo que el peor ser humano que haya vivido jamás, Ender el Genocida, el que destruyó a los insectores… e hizo todo lo posible para deshacer lo que Ender había hecho. El Portavoz de los Muertos intentó devolverlos a la vida…

—Pero no pudo.

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