—Tu argumentación no me parece convincente —dijo a Tina—. Todo esto es hipotético y poco concluyente.
—Yo no estoy tan seguro —objetó Logan; hablaba despacio, pensando en lo que Tina Romero había explicado—. Creo que debería verlo desde otro punto de vista. Si la corona que hemos encontrado aquí, en la cámara número tres, se utilizaba para simular la muerte, para practicar experiencias cercanas a la muerte con el fin de convertir al faraón en un ser inmortal y asegurar su divinidad…, ¿no podría una reina haber deseado lo mismo? Especialmente una reina tan poderosa y obstinada como Niethotep…
Hubo un silencio.
—¿Quieres decir…? —Stone se interrumpió y enseguida continuó—: ¿Quieres decir que la reina Niethotep… usurpó el lugar de su marido en la tumba?
—Es la única interpretación lógica —dijo Tina—. Eso explicaría las pruebas contradictorias que acabo de señalar.
—Y también por qué las generaciones que siguieron malinterpretaron los símbolos y los rituales de Narmer —añadió Logan—. No fue a Narmer a quien sepultaron en la tumba. El faraón no fue enterrado de la manera adecuada. Su mujer lo sustituyó y al parecer apresuradamente, tal vez incluso prematuramente.
—Entonces ¿qué pasó con Narmer? —preguntó Rush.
—¿Quién sabe? —respondió Tina—. Veneno, una daga en el cuello en el lecho conyugal… Quizá fue asesinado junto a sus concubinas. Ya conoces las leyendas que circulan sobre Niethotep, lo sanguinaria y egoísta que era. Esto habría sido muy propio de ella. ¿No te lo imaginas? Pudo esperar a que Narmer muriera de muerte natural y después acompañar su cuerpo hasta aquí, con su guardia y la guardia del faraón, para presenciar los rituales del entierro; entonces, conforme al plan previsto, sus guardias sometieron a los de Narmer, ella ocupó su lugar, y ahora el esqueleto del rey yace en el fondo del Sudd, junto con los otros.
Stone miró fijamente a la egiptóloga. La furia y la agresividad habían desaparecido de su rostro.
—Pero si tienes razón en cuanto a la… corona —dijo—, solo debía de poder utilizarla una persona. Y si fueras Narmer, no querrías que una vez en el otro mundo otro ocupara tu lugar o pusiera en peligro tu fuerza vital ni tu inmortalidad. La corona sin duda estaba unida al alma de la persona que la utilizaba.
—Y eso es exactamente lo que Niethotep debió de hacer —dijo Tina—. Engañó a Narmer, mandó que lo asesinaran, utilizó la corona en su lugar y después, creyéndose inmortal, mandó que la enterraran en la tumba del faraón, que ordenó reconvertir a toda prisa en la suya cambiando los sellos y las inscripciones.
—¿De verdad pudo hacerlo? —preguntó Logan—. Tenía entendido que la tumba de un faraón estaba diseñada para ser el lugar de descanso de un monarca en concreto y solo para él.
—Ese es el problema —respondió Romero—. Necesitamos mucho más tiempo para analizar lo que hemos hallado. Es posible que Niethotep creyera que valía la pena correr el riesgo a cambio de la vida eterna como deidad suprema.
—Pero ¿por qué tantas prisas? —quiso saber Stone—. Una vez se hubiera deshecho de Narmer, podría haberse tomado tanto tiempo como quisiera.
Romero reflexionó unos instantes.
—Se me ocurren varias razones. Puede que los sacerdotes de Narmer y su ejército personal estuvieran a punto de llegar a la tumba. En ese caso no les habría gustado lo que habrían encontrado, y Niethotep no tuvo más remedio que adaptar la tumba para ella lo mejor que pudo. Otra posibilidad es que tanto ella como su séquito carecieran de experiencia en el manejo de la pila, la doble corona, y fueran demasiado lejos.
—Y que lo que se suponía que iba a ser una experiencia cercana a la muerte se convirtió en una experiencia mortal —aventuró Logan.
Tina asintió.
—Si así fue, si la reina murió de forma inesperada, entonces seguramente tuvieron que apresurarse en momificarla y enterrarla, hasta el punto de abreviar los rituales. Es lo que hemos visto en algunas de las inscripciones, en concreto en las que tratan de dichos rituales.
—¿Y si sepultaron a la reina sin los preparativos adecuados? —pregunto Rush—. ¿Sin los ritos necesarios?
—Es imposible saberlo. Ya he mencionado el corte imperfecto en la boca de la momia. Es parte importante de la magia funeraria egipcia: la ceremonia de apertura de la boca. Permite que el
ba
abandone el cuerpo muerto y se reúna con el
ka
en la otra vida; también libera la boca para que pueda recibir comida y bebida, de modo que el alma pueda alimentarse; es decir, sobrevivir en el más allá.
—Sigue —pidió Stone.
—Si un ritual tan importante como ese se hizo con prisa, los pasos finales del entierro debieron de realizarse con mucho apremio. ¿Quién sabe qué otros pasos importantes en el viaje al otro mundo del alma de Niethotep se abreviaron o incluso se omitieron?
—Esa ceremonia de apertura de la boca… —dijo Logan—. ¿Qué habría ocurrido si el alma de la reina no hubiera podido recibir alimento en el otro mundo?
Romero reflexionó un momento antes de contestar.
—Basándome en los antiguos textos, supongo que su chispa vital, el alma que abandona el cuerpo tras la muerte, habría quedado atrapada aquí.
Rush meneó la cabeza.
—Si realmente cometió esa atrocidad, me refiero a que si mató a su marido o como mínimo usurpó su lugar en el otro mundo, parece lógico suponer que una parte de su
ka
deseara permanecer aquí para vigilar la corona y salvaguardar su inmortalidad; en definitiva, para asegurarse de que nadie le haría lo que ella le hizo a Narmer.
—La maldición… —murmuró Tina.
«Su chispa vital habría quedado atrapada aquí… Para vigilar la corona… Para asegurarse de que nadie le haría lo que ella le hizo a Narmer». De repente un pensamiento terrible acudió a la mente de Logan.
—¡Dios mío! —exclamó.
En ese momento se oyó otro retumbo, más fuerte que el primero, procedente de la superficie. Los papiros de la mesa temblaron como empujados por una corriente de aire.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Stone.
Valentino se volvió hacia los dos operarios.
—Kowinsky, Dugan, salid a la plataforma y ved qué ocurre.
Mientras los dos hombres salían, Logan se llevó a Rush aparte.
—Nos habíamos olvidado de algo —le dijo en voz baja, sin que los demás pudieran oírlo.
El médico lo miró.
—¿De qué?
—¿Recuerdas nuestra conversación acerca de que Jennifer estuvo tanto rato clínicamente muerta que es posible que perdiera su alma? Fueron tus palabras, no las mías.
Rush frunció el entrecejo y asintió.
—Yo te dije —continuó Logan— que creía que era posible que la fuerza vital de alguien fallecido se apoderara de una persona viva siempre que el alma de esta última estuviera, como decirlo…, deteriorada. Sin embargo, también te dije que, según todos los casos de los que hay constancia, el espíritu de una persona muerta solo puede apoderarse de un cuerpo del mismo sexo.
—Lo recuerdo —repuso Rush—. Por eso llegamos a la conclusión de que no era Narmer ni una sombra de Narmer quien hablaba a través de Jennifer…, no podía haberse apoderado de ella.
—Exacto, pero si resulta que lo que permanece aquí… no es la fuerza vital de Narmer… sino la fuerza vital de una mujer…
—Dios mío…, la reina Niethotep… —Rush se llevó la mano a la boca.
En ese momento Kowinsky y Dugan entraron corriendo con sus respectivas radios en la mano.
—Hay una emergencia arriba —dijo Kowinsky—. Alguien ha abierto las válvulas de descarga de emergencia del sistema de metano.
—¿Qué? —exclamó Stone—. ¿Por qué?
Kowinsky meneó la cabeza. El miedo se leía claramente en su rostro.
—Has dicho «válvulas». ¿Cuántas? ¿Más de una?
—Al menos tres, en los sectores Rojo, Blanco y Marrón.
—Eso es imposible —insistió Stone—. Los protocolos de seguridad…
—Alguien los ha desconectado. Por eso no lo han descubierto hasta ahora. Hay incendios en los pasadizos bajo las alas, y se han producido explosiones. Las llamas están empezando a alcanzar la estación. Si no conseguimos llegar hasta esas válvulas para cerrarlas…
Stone señaló la salida de la tumba con el pulgar.
—Todos fuera. A la superficie. ¡Ahora mismo! —Cogió la radio de Kowinsky y habló por el intercomunicador—. Aquí Porter Stone, ¿con quién hablo?
—Con Menendez, señor, en el Centro de Inmersiones. Les estamos bajando unas cuerdas de emergencia.
Logan oyó gritos y el ruido de lo que parecía un lanzallamas en funcionamiento.
—Aquí somos casi una docena —repuso Stone—. Va a tener que…
Se vio interrumpido por una serie de voces a través de la radio que se solapaban unas con otras.
«Pero ¿qué lleva esa mujer? ¿Nitroglicerina?»
«¡Apartaos! ¡Apartaos!»
«¡No dejéis que se acerque a la Boca o…!»
Entonces se produjo un fogonazo en el Umbilical, como el estallido simultáneo de cien soles, una explosión que ensordeció a Logan y lo derribó al suelo de la tumba. Luego todo se volvió oscuro, y su mundo desapareció.
L
OGAN no sabía si había estado inconsciente una hora o un día, pero cuando abrió los ojos, sacudió la cabeza para salir del aturdimiento e intentó sentarse, comprendió que apenas habían transcurrido unos segundos. La tumba se había llenado de voces que hablaban a gritos y de ruido de pies que corrían. Varias luces de emergencia bañaban la cámara con un resplandor sepulcral. Rush, inclinado sobre él, le masajeaba las muñecas e intentaba que se pusiera en pie.
—Vamos, Jeremy —le dijo—. Tenemos que salir de aquí.
La tumba había empezado a saturarse de un humo denso y acre. El aire estaba cargado de un olor extraño: una combinación de goma quemada, ozono y, lo que era más preocupante, metano.
—¿Qué está ocurriendo? —gritó uno de los operarios con voz desgarrada e histérica. Tenía un corte en la sien que sangraba profusamente—. ¿Qué está ocurriendo?
Al oírlo, las palabras de la maldición de Narmer acudieron a la mente de Logan. «Todo hombre que ose entrar en mi tumba hallará una muerte cierta y fulminante. La mano que se atreviere a tocar mi forma inmortal arderá con fuego inextinguible. Pero si alguien osara en su temeridad cruzar la tercera puerta, el dios negro de la más profunda sima lo atrapará y esparcirá sus miembros por los confines del mundo».
—Es la reina, es Niethotep —respondió—. Está intentando preservar su inmortalidad sellando su tumba, la tumba que arrebató a su marido el faraón. Quiere matar a todos los que la han hollado y pretenden utilizar su corona. Es la reina…, pero con la ayuda de Jennifer Rush.
Logan se dio cuenta de que esas palabras se habían quedado en su mente, no las había pronunciado en voz alta. Ethan Rush seguía a su lado y lo apremiaba para que se levantara. Hizo un esfuerzo y logró ponerse en pie. El mundo se tambaleó a su alrededor hasta que finalmente dejó de oscilar. Rush lo miró a los ojos, masculló algo y lo condujo fuera.
Salieron de la pesadilla de ónice que era la cámara número tres, cruzaron la dos y entraron en el espacio más amplio de la uno. Encontraron al resto del grupo apelotonado ante al cierre hermético del Portal y la plataforma del otro lado. Allí no había luces de emergencia; solo los haces amarillos de algunas linternas perforaban aquel aire espeso. De fondo se oía el constante crepitar de las radios. Logan distinguió a Stone. Estaba dirigiendo a la gente hacia el inclinado túnel del Umbilical. Uno de los guardias de seguridad lo apremió para que subiera él también. Stone accedió y fue el siguiente en pasar, seguido por dos técnicos. Entonces, uno de los operarios, Kowinsky, se abrió paso a codazos hasta el principio de la fila y empezó a subir frenéticamente a pesar de los gritos de Valentino, que se hallaba al final e instaba a que todo el mundo saliera antes que él.
Logan fue avanzando lentamente con los otros hasta que llegó el momento en que tuvo que agacharse para cruzar la pesada puerta que señalaba la entrada de la tumba de Narmer y pasar a la plataforma del otro lado. Tina Romero iba justo delante de él; miró hacia atrás, esbozó una débil sonrisa y empezó a ascender. Entonces le llegó el turno a Logan. Agarró el primer asidero, miró hacia arriba y se detuvo en seco.
La amarilla longitud del Umbilical, siempre tan pulcra, se había convertido en un caos. El grueso cableado que corría por toda su longitud se había desprendido y colgaba como si de un montón de tripas sueltas se tratase. Los refuerzos de madera estaban aplastados en más de un punto, y las vigas hexagonales superpuestas se habían convertido en un laberinto que obligaba a los que subían a hacer todo tipo de contorsiones para pasar entre ellas. Desde el Centro de Inmersiones habían lanzado cuerdas, pero en aquella ruinosa confusión resultaban de escasa ayuda. Desde la plataforma, Logan alcanzaba a ver el final del Umbilical y la propia Boca, y le pareció que estaba ennegrecida y deformada, extrañamente ovalada por la fuerza de la explosión. Pero entre la distancia y el humo no podía estar seguro.
Sin embargo, era el propio Umbilical lo que había hecho que se detuviera. Su superficie amarilla, antes tan lisa y regular, estaba distorsionada por arrugas y abultamientos. Allí donde los refuerzos de madera se habían partido, las paredes se estrechaban peligrosamente alrededor de los que trepaban en fila hacia la superficie, como escaladores. La enorme presión del Sudd oprimía por todos lados, estrujaba el tubo en busca de una manera, cualquier manera de…
Notó que lo empujaban por detrás.
—Vamos, hombre, ¡suba! —dijo la voz de Valentino—.
Sbrigati
!
Tina se hallaba a pocos metros por delante de él. Logan se obligó a pensar únicamente en los asideros, olvidarse de lo que había arriba y empezar a subir. Se concentró en colocar bien las manos y los pies sin alzar la mirada. Por debajo de él divisó a duras penas que el técnico que lo seguía agarraba el primer asidero e iniciaba también la subida.
Entonces su cabeza chocó contra el pie de Tina y levantó la mirada para ver qué había interrumpido su ascenso. Al hacerlo oyó los jadeos y las imprecaciones de los que estaban más arriba.
Miró más allá de la egiptóloga y se le encogió el corazón. A unos seis metros por encima de él, cerca del final del Umbilical, uno de los soportes de madera se había partido en dos y hundía sus afiladas astillas en una protuberancia que había aparecido en el tubo, debilitado por la explosión. Mientras miraba, fascinado y a la vez horrorizado, en la superficie amarilla se abrió un pequeño corte que enseguida aumentó a causa de la presión exterior.