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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, #Aventuras

La tercera puerta (32 page)

—Madre mía… —susurró Tina señalando los objetos que yacían a los pies de Stone—. ¿Acaso quieres decir que…?

Logan cogió con cuidado el objeto esmaltado en rojo y rematado por la barra de hierro con su espiral de cobre. Luego cogió el cuenco de mármol del que colgaban los filamentos de oro. A continuación, con suma cautela, colocó el artefacto rojo encima del blanco. Encajaron perfectamente.

—La doble corona —dijo Tina.

—Exacto —convino Logan—. Pero una corona con un propósito muy especial, casi divino. Fijaos en los elementos que la componen… Cobre. Hierro. Oro. Añade zumo de limón o vinagre y tendrás una pila mucho más potente que la que se encontró enterrada en Mesopotamia.

—Esa urna… —dijo Tina—. La urna del rincón olía a vinagre…

—¿Y estos filamentos dorados? —intervino Rush—. ¿Crees que podrían haber servido de… electrodos?

—Sí —afirmó Logan—. Colocados debidamente en el pecho podrían haber sido utilizados para detener el corazón.

—Detener el corazón —repitió Stone—. Un ensayo controlado de la muerte.

—Quizá más de uno —dijo Logan—. No hay más que ver los materiales almacenados en esas cajas doradas.

Stone tendió las manos, y Logan le entregó la extraña corona.

—Un ensayo controlado de la muerte —repitió Stone mientras la acariciaba.

—Es posible que se tratara de algo más —declaró Tina—. Recordad la gran importancia que los egipcios atribuían al corazón. Quizá el hacer que dejara de latir y a continuación reanimarlo no solo fuera un modo de preparar el tránsito de Narmer, sino también de confirmar su divinidad.

—Claro —repuso Stone—, y no solo una manera de establecer su divinidad, sino la de su descendencia.

Logan observó al director de la expedición. Durante los últimos minutos su voz se había ido animando y sus gestos eran más enérgicos. Si bien era verdad que lo que había encontrado no era la doble corona llena de joyas que esperaba, en cierto sentido podía tratarse de algo mucho más importante.

—Y eso explicaría por qué estas «coronas» estaban guardadas aquí —prosiguió Tina—, en lo más profundo y sagrado de la tumba, y por qué la tercera puerta estaba protegida por una maldición tan terrible. Narmer seguramente temía que si alguien se apoderaba de la corona y experimentaba con ella el tránsito al otro mundo llegara a alcanzar el mismo poder que él y pudiera suplantarlo en este mundo y en el otro.

Logan contempló la doble corona en manos de Stone. ¿Qué había dicho Jennifer durante la última sesión? «Lo que da la vida a los muertos y muerte a los vivos».

¿Cómo había podido saber algo así?

Entonces se le ocurrió algo, algo que no estaba seguro de querer mencionar. Se aclaró la garganta.

Stone lo miró sin dejar de sostener la doble corona.

—¿Sí?

Logan se encogió de hombros.

—Hay algo que no dejo de preguntarme. Si este artefacto fue un invento para que Narmer lo utilizara como una especie de ensayo de lo que experimentaría tras la muerte del cuerpo físico, una manera de prepararse para el otro mundo…

Se interrumpió. Todas las miradas estaban fijas en él.

—Teniendo en cuenta las creencias de los antiguos egipcios en lo tocante a la naturaleza del alma —prosiguió—, ¿no podría ser que creyeran que este aparato era capaz de liberar el alma, su fuerza vital, del cuerpo y…, al hacerlo, alcanzar al instante la inmortalidad?

El silencio que siguió fue interrumpido por el chisporroteo de una radio. Uno de los guardias cogió el intercomunicador que llevaba en el cinturón y habló. Luego escuchó la respuesta y entregó el aparato a Stone.

—Un mensaje de la estación, señor. Dicen que es importante.

51

C
ORY Landau, sentado con los pies en una de las consolas en el Centro de Operaciones, tomaba sorbos de una botella de medio litro de Jolt Wild Grape. Hacía poco que había acabado de leer
La casa en el confín de la Tierra
y se sentía francamente alterado. Faltaban cuatro horas para que terminara su turno y no se había llevado ninguna lectura. La quietud que reinaba en la sala le atacaba los nervios, así que, para distraerse, había empezado a repasar las grabaciones de vídeo de las distintas cámaras de seguridad repartidas por la estación. Todo estaba deprimentemente tranquilo. En el Centro de Inmersiones había mucha actividad, pero se trataba de técnicos que supervisaban los controles alrededor de la Boca. En cuanto a la tumba, en la cámara número dos habían apagado las cámaras de videovigilancia por orden de Stone, de modo que no había nada que ver. Hacía unos minutos había habido cierta agitación en los laboratorios de arqueología del sector Rojo, pero todo había vuelto a la normalidad. En conjunto, parecía como si la estación estuviera conteniendo el aliento a la espera de noticias del grupo que había entrado en la tercera cámara de la tumba.

Tomó otro trago, suspiró, se retorció el bigote a lo Zapata y fue alternando las grabaciones de vídeo como si zapeara los canales de un televisor. No reparó en Jennifer Rush cuando esta entró sin hacer ruido. No se dio cuenta de que se acercaba lentamente a la batería de consolas y que vacilaba un momento, como si las estudiara. Y tampoco vio cómo levantaba la tapa protectora de plástico rojo de una de ellas y pasaba el interruptor que había debajo de la posición on a off. Únicamente fue consciente de su presencia cuando ella se apartó de la consola y, al alejarse, tropezó con unos instrumentos y tiró unos cuantos cables al suelo.

—¡Eh! —exclamó Landau, al tiempo que se daba la vuelta bruscamente y la bebida se le derramaba en la mano.

Sonrió al ver que se trataba de Jennifer, la mujer del médico de la expedición. Se había fijado en que era una verdadera belleza, pero su actitud distante y su reserva lo intimidaban. Le extrañó que fuera vestida con un camisón de hospital, pero le pareció bastante sugerente.

—Hola —le dijo—. Su marido está abajo con el resto del grupo, ¿verdad? Si ha venido a ver el regreso de los héroes conquistadores puedo ofrecerle un asiento en primera fila. —Señaló una silla vacía junto a la suya.

Jennifer Rush no contestó. Pasó ante el técnico y salió por la otra puerta. Llevaba algo en la mano.

Al principio Landau pensó que estaría preocupada por algo o que simplemente no era demasiado simpática; pocas veces la había visto hablar con nadie…, en realidad pocas veces la había visto. Entonces se fijó en sus ojos vidriosos y en sus extraños y mecánicos andares, como si para ella caminar fuera una novedad.

—Como una cuba —dijo cuando la vio desaparecer por el pasillo.

No se lo reprochaba. Estar encerrado en el culo del mundo era motivo suficiente para que a cualquiera le diera por empinar el codo.

★ ★ ★

Jennifer Rush siguió caminando con paso inseguro, dejó atrás varias salas de reuniones y llegó a la barrera que daba acceso a la pasarela de pontones que llevaba al sector Marrón. Se volvió y abrió la última puerta antes de la barrera, una pesada compuerta con el rótulo subestación de corriente, sector blanco. El interior era una densa madeja de cables y luces parpadeantes. Frente a la pared del fondo, llena de diales e indicadores, un técnico hacía anotaciones en un sujetapapeles. El hombre se volvió al oír que la compuerta se abría. La luz era tenue, pero reconoció a la mujer que se hallaba en el umbral.

—Hola, señora Rush. ¿Puedo ayudarla en algo?

En lugar de contestar, Jennifer Rush dio un paso adelante y entró. La escasa luz hacía que sus facciones se vieran borrosas.

—Enseguida estoy con usted —dijo el técnico—. Permita que termine de inspeccionar estos controles. Es mi turno en Procesamiento de Metano y desde hace unos minutos recibo lecturas de error. —Se volvió hacia los indicadores—. Es como si los protocolos hubieran sido desconectados. Pero, claro, eso es imposible, alguien tendría que haberlo hecho a propósito y…

Oyó un ruido a su espalda y se volvió. La sonrisa de su rostro fue sustituida en el acto por una expresión de sorpresa y preocupación. Jennifer Rush había dejado en el suelo los objetos que llevaba, se había arrodillado ante una fila de válvulas y estaba girando una de ellas con movimientos mecánicos pero deliberados.

—¡Eh! —gritó el técnico—. ¡No haga eso! ¡Está abriendo la válvula de descarga de emergencia!

Soltó el sujetapapeles y corrió hacia Jennifer, que no protestó cuando él la apartó amablemente.

—Será mejor que no haga eso —dijo el hombre mientras se disponía a cerrar de nuevo la válvula—. Si la abre empezaremos a liberar metano por toda esta ala y en cuestión de minutos…

Sintió un impacto brutal en la base del cuello, una súbita llamarada de dolor, y su campo de visión se llenó con un estallido de luz que enseguida dio paso a la oscuridad.

Jennifer Rush observó cómo el técnico se desplomaba en el suelo metálico de la subestación. Acto seguido soltó la llave inglesa que había cogido, echó mano a la válvula y empezó a abrirla de nuevo, dándole vueltas y vueltas.

52

L
OGAN observó a Stone mientras devolvía el intercomunicador al guardia de seguridad. La conversación había sido breve. Stone no había dicho más de cuatro palabras y se había puesto muy pálido. Pero en ese momento, mientras miraba uno por uno a los integrantes del grupo, su rostro se encendió y sus pupilas se encogieron hasta convertirse en dos puntitos brillantes. Clavó su mirada en Tina Romero.

—¡Maldita zorra! —exclamó de repente al tiempo que levantaba la mano para abofetearla. Rush y Valentino se interpusieron de inmediato y lo sujetaron—. ¡Maldita imbécil! —gritó al tiempo que intentaba zafarse.

Tina retrocedió instintivamente.

Logan contemplaba la escena perplejo. Era como si todas las dificultades y contratiempos de la expedición, que habían culminado con el descubrimiento de que la corona de Narmer había resultado ser algo muy distinto de lo esperado, hubieran hecho perder el control a su habitualmente frío y desapasionado director.

—¡Incompetente! —vociferó Stone a la egiptóloga—. ¡Por tu culpa he malgastado todos mis esfuerzos y mi dinero! Y ahora no queda tiempo… ¡no queda tiempo!

Logan se adelantó.

—Tranquilícese, Stone —dijo—. ¿Se puede saber qué ha ocurrido?

Stone respiró hondo y recobró el dominio de sí mismo. Rush y Valentino lo soltaron pero permanecieron cerca por si acaso.

—Os diré lo que ha pasado. —Respiraba entrecortadamente—. La que ha llamado era Amanda Richards. Estaba restaurando la momia de Narmer cuando ha descubierto que no era Narmer.

Siguió un momento de sorpresa y silencio.

—¿Qué quieres decir con que no era Narmer? —preguntó Rush.

—Es la momia de una mujer, —dijo Porter despacio—. Durante todo este tiempo hemos estado trabajando en la tumba equivocada. —Volvió a mirar a Romero—. No es de extrañar que nada sea como debería ser. Nos has conducido a una tumba secundaria, a la de su reina o… ¡a la de alguna de sus concubinas! Dios mío… —Alzó los puños como si fuera a golpearla, y Rush y Valentino se pusieron en guardia.

—Un momento —dijo Logan—. No puede haber ningún error. Los sellos, las inscripciones, el tesoro…, incluso la maldición, todo indica que esta es la tumba del faraón. Tiene que ser la tumba de Narmer.

Durante unos instantes nadie habló. Stone procuró serenarse.

—Pues si es la tumba de Narmer —dijo—, ¿dónde demonios está su momia?

—Espere un minuto —repuso Logan—. Solo un minuto, no nos precipitemos…, pensémoslo detenidamente. —Se volvió hacia Tina—. ¿Verdad que desde el principio has dicho que en esta tumba había cosas que no encajaban, que no tenían sentido?

La egiptóloga asintió.

—Pequeños detalles, en su mayoría. Los atribuí al hecho de que esta es la tumba del primer faraón, era natural que encontráramos cosas que no esperábamos. Las que serían las tradiciones posteriores todavía no estaban asentadas.

—¡Excusas! —tronó Stone—. ¡Simples excusas! Solo estás intentando justificar tu estupidez.

Tina hizo caso omiso y siguió hablando con Logan.

—Todo empezó cuando me hablaste de aquella calavera que examinaste, uno de los sacerdotes de Narmer, muerto ritualmente para proteger el secreto de la tumba del faraón. ¿Te acuerdas que me comentaste que una de las cuencas oculares, la izquierda, estaba como arañada?

Logan asintió.

—Ese fue el primer indicio de que había algo que no encajaba. Los demás indicios los tenemos aquí, delante de nuestros propios ojos. Los serejs que encontramos en los sellos reales de la tumba…, los jeroglíficos son de Narmer, pero hay detalles diferentes, características poco habituales, como la terminación femenina
niswt-biti
. Luego están esas inscripciones de la primera cámara, con las secuencias rituales invertidas y el género equivocado. Además, en los jeroglíficos de este cofre la cabeza del siluro, que es el símbolo de Narmer, ha sido borrada.

—Dijiste que habían sido alterados —añadió Logan—. Desfigurados.

—¿Adónde pretendes llegar? —gruñó Stone.

—Al principio —contestó Tina— di por hecho que los arañazos de la cuenca ocular de la calavera eran simplemente obra del tiempo, pero lo cierto es que se correspondían con la forma de muerte ritual que recibían las sacerdotisas de la reina. Se les clavaba un cuchillo en el ojo hasta que les perforaba el cerebro. De ese modo, simbólicamente, nadie podía ver a la reina una vez muerta. En cambio, los sacerdotes del faraón morían por un golpe en la base del cráneo que les partía la columna vertebral.

—Entonces eso quiere decir que esta es la tumba de Niethotep, —exclamó Stone—. ¡Me estás dando la razón! ¡Es la tumba equivocada!

—¡No, no lo entiende! —replicó Tina con exasperación—. Las pruebas son contradictorias. Todos los detalles de esta tumba indican que se construyó para Narmer siguiendo sus reales instrucciones, salvo en lo que se refiere a los rituales concretos que debían realizarse tras su muerte. Ahí es donde los indicios son contradictorios. Los sellos reales con florituras femeninas. Las inscripciones rituales finales, ¿recuerda que le dije que parecían toscas? Y en cuanto a la momia, casi no he tenido ocasión de estudiarla, pero me fijé en que el corte de la boca era impreciso, incompleto.

—Como si todo el ritual de entierro se hubiera hecho con prisa —apuntó Logan.

Un leve retumbo, casi inaudible, resonó en la cámara. Los guardias y los operarios miraron en derredor con inquietud, pero parecía que el sonido procedía de la superficie y había llegado hasta ellos por el Umbilical. Al cabo de un momento, Stone retomó la conversación.

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