Romero apuró su cóctel de un trago.
—Ahora le toca a usted.
—¿A mí? Bueno, empecé a interesarme por la historia en mi primer año de universidad en Dartmouth.
—No se ande con evasivas. Ya sabe a qué me refiero.
Logan se echó a reír. No era algo de lo que soliera hablar, pero al fin y al cabo ella había ido a buscarlo para disculparse.
—Yo diría que todo empezó el día en que pasé la noche en una casa encantada.
Romero hizo un gesto al barman para pedirle otra copa.
—No pensará tomarme el pelo, ¿verdad?
—No. Tenía doce años. Mis padres se habían ido a pasar fuera el fin de semana y se suponía que mi hermano mayor iba a cuidar de mí. —Logan meneó la cabeza—. Y vaya cómo lo hizo… Me retó a pasar la noche en la vieja casa Hackety.
—¿La vieja casa encantada Hackety?
—Eso es. Llevaba años vacía, pero todos los chicos de la zona decían que allí vivía una bruja. La gente hablaba de que por la noche se veían extrañas luces y de que los perros evitaban la casa como al diablo. Mi hermano sabía que yo era muy tozudo y que nunca rechazaba un desafío. Así pues, cogí mi saco de dormir, una linterna, unos cuantos libros que mi hermano me dio y me colé en la casa por una de las ventanas de la planta baja.
Hizo una pausa mientras recordaba.
—Al principio todo me pareció coser y cantar. Extendí el saco de dormir en lo que había sido el salón. Pero entonces se hizo de noche. Y empecé a oír todo tipo ruidos: crujidos, gruñidos. Intenté distraerme con los libros que mi hermano me había dado, pero todos eran historias de fantasmas y tuve que dejarlos. Fue entonces cuando los oí.
—¿El qué?
—Pasos. Pasos que subían del sótano.
El cóctel llegó, y Romero cogió la copa con ambas manos.
—Siga.
—Intenté correr, pero estaba petrificado. Ni siquiera podía levantarme. A lo máximo que llegué fue a encender la linterna. Oí los pasos avanzar lentamente por la cocina. Y entonces una figura apareció en el umbral.
Logan tomó un sorbo de whisky.
—Nunca olvidaré lo que vi a la luz de la linterna. Una vieja bruja, el pelo blanco y salvajemente revuelto en todas direcciones, los ojos simples huecos bajo el resplandor. Creí que el corazón me iba a estallar. Ella empezó a caminar hacia mí, y yo me eché a llorar. Me faltó muy poco para hacerme pis encima. Entonces ella extendió su huesuda mano, y yo pensé que me iba a morir, que me iba a soltar su maleficio y que me marchitaría y me moriría allí mismo.
Logan calló un momento.
—¿Y? —lo apremió Romero.
—No me morí. Me cogió una mano y la sostuvo entre las suyas. Y de repente… lo comprendí. Es… es difícil de explicar, pero me di cuenta de que no era ninguna bruja. No era más que una anciana sola y asustada que vivía escondida en el sótano y se alimentaba de comida enlatada y agua del grifo. Fue como si pudiera… como si pudiera sentir su miedo hacia el mundo exterior, sentir su miserable existencia en el frío y la oscuridad, sentir su dolor por la pérdida de cada uno de sus seres queridos.
Logan apuró su copa.
—Y eso fue todo. Ella regresó a la oscuridad del sótano, y yo recogí mi saco de dormir y me fui a casa. Cuando mis padres volvieron, les conté lo ocurrido. A mi hermano lo castigaron durante un mes, y la policía fue a registrar la casa Hackety. Resultó que la mujer era Vera Hackety, una anciana con problemas mentales que había vivido siempre al cuidado de su familia. Su último pariente más cercano había muerto hacía año y medio y ella llevaba viviendo en el sótano desde entonces.
Logan miró a Romero.
—Pero sucedió algo gracioso. Hubo algo en ese encuentro que me cambió. A partir de entonces empezaron a fascinarme las historias de fantasmas en la vida real, de mansiones encantadas, de tesoros malditos, de Bigfoot y de todo lo que se pueda imaginar. Además, uno de los libros que me había dado mi hermano para que me asustara aún más resultó ser
Flaxman Low, Occult Psychologist
, de E. y H. Heron, un libro de relatos acerca de un detective con poderes paranormales.
—Un detective con poderes paranormales —repitió Romero.
—Sí, una especie de Sherlock Holmes del reino de los espíritus. Nada más acabar ese libro supe a qué deseaba dedicarme el resto de mi vida. De todas maneras, no suele ser un trabajo a tiempo completo, y de ahí que dé clases de historia.
—Pero ¿cómo desarrolló sus… habilidades? —indagó Romero—. Quiero decir que no hay una licenciatura en enigmatología.
—No, pero hay muchos tratados sobre el tema. Ahí es donde viene como anillo al dedo ser medievalista.
—¿Como el
Malleus Maleficarum
?
—Exacto, pero hay otros muchos, incluso más antiguos y con mayor autoridad. —Logan se encogió de hombros—. Es como todo, uno va aprendiendo a medida que practica.
La mirada escéptica de Romero volvió a aparecer lentamente en su rostro.
—Tratados… No me diga que cree en todas esas historias sobre astrología y la piedra filosofal.
—Lo que acabo de mencionar son solo ejemplos típicamente occidentales, pero todas las culturas tienen su armazón sobrenatural. He estudiado prácticamente todas las que han sido documentadas… y algunas que no, y he comparado los elementos que tienen en común. —Hizo una pausa—. Mi conclusión es que más allá del mundo visible y natural existen fuerzas elementales, algunas buenas, otras malas, que siempre han estado ahí y siempre estarán como contrapartida de nosotros mismos.
—Como la maldición de la tumba de una momia —comentó Romero. Luego señaló el vaso de Logan y preguntó—: ¿Cuántos de estos se ha bebido antes de que llegara yo?
—Piense en los átomos o en la materia oscura —repuso Logan sin inmutarse—. No podemos verlos, pero sabemos que existen. ¿Por qué no puede ocurrir lo mismo con seres elementales o con criaturas a las que sencillamente no hemos visto todavía? Por la misma razón ¿acaso no podría tratarse de fuerzas que no hemos aprendido a dominar?
La mirada escéptica de Romero se acentuó.
Logan dudó un instante. Luego cogió la pajita de la copa de la egiptóloga y la dejó en el mantel de hilo, entre los dos. A continuación colocó las manos a ambos lados, con los dedos ligeramente abiertos, y respiró hondo.
Al principio no pasó nada, pero luego la pajita tembló ligeramente. Entonces, tras un temblor más violento, se elevó despacio y permaneció varios segundos suspendida en el aire, a un centímetro y medio de la mesa, temblando, y luego cayó, rodó sobre la mesa y se quedó inmóvil.
—¡Dios mío! —exclamó Romero. Miraba fijamente la pajita; la cogió con cuidado, como si quemara—. ¿Cómo lo ha hecho. Es un truco de magia genial.
—Con el entrenamiento adecuado, seguramente usted también podría hacerlo —repuso Logan—. Pero no mientras crea que se trata de un truco.
Ella examinó la pajita con aire poco convencido, la dejó en la mesa y bebió un sorbo de daiquiri.
—Solo una pregunta más —dijo—. Antes, en mi despacho… todo lo que contó de mí era verdad, incluso lo de que soy la hermana pequeña. ¿Cómo sabe tanto de mí?
—Soy empático.
—¿Empático? ¿Qué es eso?
—Alguien capaz de absorber los sentimientos y las emociones de los demás. Cuando estreché su mano recibí una serie de…, en realidad fue un torrente de recuerdos muy potentes, de ideas, pensamientos, inquietudes y deseos. No soy selectivo, no controlo la información que me llega. Solo sé que cuando entablo contacto físico con otra persona siempre recibo una impresión más o menos intensa.
—Empatía… —dijo Romero—. Suena como lo de la aromaterapia y los cristales.
Logan se encogió de hombros.
—Entonces, dígame: ¿cómo sabía yo todo eso?
—No lo sé. —Lo miró fijamente—. ¿Cómo se convierte uno en empático?
—Se hereda. Tiene un aspecto biológico y otro espiritual. A veces la gente tiene el don latente toda su vida y no lo sabe. Con frecuencia aparece tras una experiencia traumática. En mi caso creo que fue cuando Vera Hackety me cogió la mano. —Logan jugueteó con el vaso vacío—. Sea como sea, no hay duda de que para mi trabajo ha resultado decisivo.
—Levitación, capacidad para leer el pensamiento… —Romero sonrió—. ¿También sabe predecir el futuro?
Logan asintió.
—¿Qué le parece esto? Si no estamos en el comedor dentro de diez minutos, no nos darán de cenar.
Tina miró el reloj y se echó a reír.
—Esa es la clase de predicción que comprendo perfectamente. Vamos, Svengali.
Cuando se levantaron de la mesa, Romero recogió la pajita y se la guardó en el bolsillo de los vaqueros.
A
la mañana siguiente se había convocado una reunión a las nueve en punto para hablar del accidente del día anterior. Logan no estaba invitado, pero se enteró por Rush durante el desayuno y pudo entrar en la sala de reuniones A del sector Blanco gracias a la intercesión del médico.
La estancia era grande y sin ventanas. Había dos filas de sillas dispuestas en semicírculo. Una pared estaba cubierta por una gran pizarra blanca, y en la otra había dos pantallas de proyección digital. Un gran mapa del Sudd obtenido por satélite, punteado por chinchetas de colores y lleno de posits con anotaciones a mano, colgaba de un soporte elevado. Logan reconoció a algunos de los allí reunidos. Christina Romero estaba allí, y también Valentino; un pequeño grupo de técnicos y operarios rodeaba al jefe de operaciones de la excavación.
Logan se sirvió una taza de café y tomó asiento en la segunda fila de sillas, detrás de Rush. Apenas se había sentado cuando el hombre mayor de cabello rubio y ralo, el mismo que había visto ante el generador el día antes, carraspeó y tomó la palabra.
—Bien —dijo—, hablemos de la situación. —Se volvió hacia un hombre vestido con un mono blanco—. Campbell, ¿cuál es el estado de la red eléctrica.
El tal Campbell tomó aire.
—Hemos aumentado el generador número uno hasta el noventa y ocho por ciento de su potencia máxima. Nuestro rendimiento nominal ha bajado al sesenta y cinco por ciento.
—¿Cómo está el sistema de recolección y procesado de metano?
—No se ha visto afectado. Los barredores y las pantallas intermedias funcionan a pleno rendimiento, pero con el generador número dos fuera de servicio hemos tenido que disminuir la producción de combustible.
—Gracias a Dios que siguen operativos. —Se volvió hacia una mujer menuda que tenía una tableta en el regazo—. Si el rendimiento ha bajado un treinta y cinco por ciento, ¿cómo afecta eso al funcionamiento de la estación?
—Hemos reducido los servicios no esenciales, doctor March —respondió ella.
Logan miró al hombre de cabello ralo con renovado interés. «O sea que este es Fenwick March», pensó. Había oído hablar de él; era el arqueólogo jefe de la excavación. Según Romero, era quien estaba al mando en ausencia de Stone, y parecía que disfrutaba escuchándose a sí mismo.
—¿Y qué pasa con la operación de búsqueda principal?
—No se ha visto afectada. Hemos desviado la energía y el personal necesarios.
March se volvió hacia una tercera persona.
—Montoya, ¿qué me dices de la sustitución del generador?
El aludido se irguió en su silla.
—Hemos cursado varias peticiones.
La expresión de March cambió bruscamente, casi como si de repente hubiera olido algo desagradable.
—¿Peticiones?
—Tenemos que obrar con tacto. Un generador de seis mil kilovatios no es algo habitual por estas latitudes, no podemos arriesgarnos a llamar la atención de Jartum ni…
—¡Maldita sea! —lo interrumpió March—. No me vengas con excusas. Necesitamos sustituir el generador, ¡y tiene que ser ya!
—Sí, doctor March —repuso el otro con la cabeza gacha.
—Tenemos un calendario muy apretado. No podemos permitirnos imprevistos, y menos aún perder la mitad de la energía.
—Sí, doctor March —repitió el hombre hundiendo la cabeza entre los hombros como si deseara hacerla desaparecer.
March miró en derredor y sus ojos se posaron en Valentino.
—¿Ha examinado lo que queda del generador número dos?
Valentino hizo un gesto afirmativo con su cabezota.
—¿Y?
Valentino se encogió de hombros. Era evidente que no se dejaba intimidar por el arqueólogo jefe, y este se daba cuenta.
—Bueno —insistió este—. ¿Puede decirme qué ocasionó la explosión?
—Es difícil. La unidad estaba hecha pedazos y medio fundida. Tal vez un estátor defectuoso, o un fallo en una de las bobinas. Fuera lo que fuese, el calor se extendió a los acopladores y a los anillos del colector y de ahí al tanque auxiliar.
—El tanque auxiliar… —March se volvió hacia Rush como si hubiera recordado algo de repente—. ¿Sabes algo más de Rogers?
El médico meneó la cabeza.
—Lo último que me comunicaron es que se encontraba en estado crítico en el hospital copto. Estoy esperando el informe de la enfermera.
March masculló algo. Luego miró de nuevo a Valentino.
—¿Puede decirme al menos si el incendio fue causado por un fallo mecánico o por un defecto estructural o si intervino… algún factor externo?
Christina Romero alzó la vista y cruzó una mirada con Logan mientras le dedicaba una sonrisa burlona.
—Al decir «elemento externo» —dijo Valentino—, ¿se refiere a algo como un sabotaje?
—Es una posibilidad —contestó March con prudencia.
Valentino lo meditó durante un momento.
—Si fue un sabotaje, y sí, es posible que algún
figlio di puttana
metiera mano a la maquinaria, el fuego habrá destruido cualquier prueba.
—¿Qué te hace pensar en un sabotaje, Fenwick? —preguntó Rush en voz baja—. Tú sabes mejor que nadie que todos los miembros del equipo han sido investigados.
—Lo sé —repuso March bajando la vista—, pero nunca había trabajado en una expedición en la que salieran mal tantas cosas. Es como si… —Hizo una pausa—. Es como si alguien deseara que la excavación fracasara.
—Si fuera así —dijo Rush—, hay muchas formas mejores de lograrlo que estropear un generador.
March levantó la vista lentamente y le lanzó una mirada cargada de significado.
—Eso es cierto —dijo—, muy cierto.
J
ACK Wildman, suspendido a una profundidad de diez metros y medio, miraba cómo su compañero de buceo, Mandelbaum, se preparaba para poner en marcha a Big Bertha. Sin embargo, «miraba» no era la palabra adecuada, se dijo. Mandelbaum no era más que una mancha difusa en medio del fangoso horror que los rodeaba, un borrón negro sobre negro detectable solo porque se movía.