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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, #Aventuras

La tercera puerta (11 page)

Logan manifestó su apreciación y preguntó:

—¿Este es su primer trabajo para Porter Stone?

El joven negó con la cabeza.

—El segundo.

Logan señaló con la mano a su alrededor.

—¿Esto no es un tanto infrecuente? Todos estos aparatos y equipos tan caros solo para una única expedición…

—No son para una única expedición. Stone tiene un almacén en el sur de Inglaterra. Puede que más de uno. Y allí guarda todo el material.

—¿Se refiere a los vehículos y los aparatos electrónicos? ¿A los laboratorios portátiles?

—Eso dicen. Todo lo que podría necesitar para una determinada excavación.

Logan asintió. Tenía sentido. Al igual que los laboratorios sellados, un montaje como aquel le permitía ponerse en marcha rápidamente y perder el menor tiempo posible en cualquier clima y terreno.

Resultaba gratificante conversar con alguien que no había oído hablar de él y que no lo acosaba con mil y una preguntas. Logan se lo agradeció con una sonrisa.

—Ha sido agradable hablar con usted.

—Lo mismo digo. ¿Le importaría traerme ese libro que hay del revés de camino a la salida?

Logan se acercó al libro caído en el suelo, lo cogió y vio que se trataba de
La casa en el confín de la Tierra
, la extraña novela de William Hope Hodgson. Se lo pasó a Landau.

—¿Está seguro de que es la clase de libro que le apetece leer en un sitio como este?

—¿A qué se refiere? —Landau cogió el libro y lo abrazó protectoramente contra su pecho.

—Bastante raro es ya el Sudd. Si encima lee estas cosas, se le fundirá el cerebro.

—Vaya. Quizá eso lo explique.

Landau se dio la vuelta y reanudó su tecleo.

★ ★ ★

Logan salió del sector Blanco y cruzó otro tubo flotante hasta el sector Marrón, el cual albergaba, según indicaba un pequeño rótulo situado al otro extremo del conducto, los archivos de historia y de ciencias exóticas. No sabía qué debían entender por «ciencias exóticas», pero empezó a hacerse una idea tan pronto como se asomó a algunos de los laboratorios modulares adicionales instalados en aquel sector. Uno de ellos, en penumbra, estaba repleto de libros antiguos y manuscritos sobre alquimia y transmutación. Las paredes de otro estaban cubiertas de mapas de Egipto y Sudán, así como de fotografías de las pirámides y otras construcciones; todas las imágenes tenían superpuesta una red de líneas y círculos que se cruzaban y formaban extrañas figuras geométricas. Resultaba evidente que Stone estaba dispuesto a explorar cualquier área del conocimiento, por muy abstrusa que fuera, si eso lo ayudaba a encontrar lo que buscaba. Logan se preguntó si debía sentirse ofendido por el hecho de que su despacho se hallara en aquel sector.

Recorría el pasillo cuando se detuvo ante un cuarto cuya puerta estaba entreabierta. Aunque en aquel momento el sector Marrón parecía albergar a muy poca gente, esa habitación se encontraba ocupada. Apenas había luz. Logan distinguió una cama de hospital de la que salían docenas de cables que iban a parar a una serie de aparatos de control situados a los pies de la cama. Le recordó las habitaciones vacías que había visto en el Centro de Estudios de Transmortalidad.

Sin embargo, la cama de esa habitación no estaba vacía. Una mujer yacía en ella: quizá la mujer más hermosa que había visto nunca. Algo en ella, una cualidad que no acertaba a definir, lo hizo detenerse en seco. Su cabello era de un color poco habitual, un tono canela oscuro intenso. Tenía los ojos cerrados. Le habían colocado distintos electrodos en las sienes, muñecas y tobillos. En la pared contigua había un espejo muy grande. Las luces de los instrumentos de control se reflejaban en él en una miríada de diminutos puntos de colores.

Logan, hipnotizado por la sorprendente visión de aquella figura casi etérea bajo el resplandor de los numerosos aparatos, no se movió. La mujer yacía completamente inmóvil; nada indicaba siquiera que respirara. Casi parecía que hubiera cruzado de la vida a la muerte. Logan tuvo la sensación de que la había visto anteriormente. Esa sensación no era algo inusual en él; con su aguda percepción, los
déjà vu
eran cosa corriente. No obstante, esa vez la sensación era especialmente fuerte.

De repente vio que algo se movía junto a los monitores, a los pies de la cama, y se llevó una sorpresa al descubrir que se trataba de Rush. El médico ajustó un dial, comprobó un indicador y, como si tuviera un sexto sentido, se volvió hacia la puerta y vio a Logan.

Este alzó la mano a modo de saludo, pero por la expresión de Rush y por su lenguaje corporal comprendió que no era el momento de entretenerse allí y que su presencia no era bienvenida. Así pues, dio media vuelta y siguió caminando por el pasillo en busca de su despacho.

14

L
OGAN localizó su despacho en un extremo del ala dedicada a las ciencias exóticas. Era modular, como los otros, y disponía de un escritorio, un par de sillas, un ordenador portátil y una estantería vacía. Sonrió sin ganas al ver que no había nada más.

Dejó su bolsa de viaje en una de las sillas, la abrió y cogió una docena de libros que fue colocando en la estantería. Sacó también algunos objetos y los dispuso encima del escritorio. A continuación extrajo dos breves citas que tenía enmarcadas y las colgó en la pared con chinchetas. Al terminar, cerró la bolsa y se sentó ante el ordenador.

Lo encendió y se conectó con la contraseña y el número de identificación que le habían dado por la mañana. Navegar por la intranet de la estación era relativamente fácil y enseguida vio que tenía tres mensajes esperándolo. En el primero le daban la bienvenida y le explicaban la distribución de la estación y la ubicación de los puntos más importantes (el Centro Médico, la cafetería). El segundo lo enviaba la mujer de administración que le había tomado los datos al llegar, y en él le informaba de algunas reglas básicas (no alejarse del yacimiento, no realizar llamadas telefónicas vía satélite sin autorización). Y el tercero era de una persona que se identificaba como Stephen Weir, ayudante de Porter Stone, y contenía un resumen de todos los incidentes imprevistos, extraños o desafortunados ocurridos desde que habían comenzado los trabajos hacía dos semanas. En otras palabras, la razón de su presencia allí.

Logan leyó la lista dos veces. Muchos de los incidentes descritos —luces que parpadeaban, efectos sistémicos como náuseas o mareos— podían descartarse sin más; pero quedaban otros. Abrió el procesador de texto del ordenador y empezó a hacer su propia lista:

Día 2: Durante una misión rutinaria de reconocimiento, el motor de una de las motos de agua se aceleró de repente y no había manera de detenerlo. El piloto se vio obligado a saltar para salvar la vida y se rompió una pierna. Cuando finalmente la moto de agua fue recuperada, no hubo forma de poner en marcha el motor. Sin embargo, al día siguiente funcionaba con total normalidad. Día 4: Tres personas que estaban en la biblioteca a última hora informaron de haber oído una voz extraña y áspera que les susurraba en un lenguaje desconocido. Día 6: Uno de los cocineros informó de que habían desaparecido dos mitades de un buey de la cámara frigorífica (casi cien kilos de carne). La búsqueda subsiguiente no dio resultado. Día 9: Cory Landau fue hallado vagando de noche por la marisma fuera del perímetro. Cuando se le preguntó, dijo que había visto una extraña forma en la distancia que le hacía gestos para que se acercara.

«Vaya. Quizá eso lo explique», le había dicho el propio Landau hacía menos de media hora.

Día 10: Todos los aparatos eléctricos, ordenadores y demás equipos del sector Verde se apagaron por sí solos a las 15.15. Los intentos de ponerlos en marcha resultaron infructuosos. A las 15.34 volvieron a funcionar normalmente. No se encontró explicación. Día 11: Tina Romero informó de que había desaparecido del armario de su despacho el traje de una suma sacerdotisa egipcia. Día 12: Varias personas que estaban en el Oasis, el bar de la estación, informaron de haber visto extrañas luces de colores que parpadeaban en el horizonte acompañadas de ominosos cánticos apenas audibles. Día 13: Un operario de la sala de comunicaciones informó de extraños ruidos y de la repentina puesta en funcionamiento de una máquina que debería haber estado parada. Día 14: Un mecánico informó de haber visto en la lejanía una extraña mujer vestida al modo egipcio que caminaba por el Sudd al anochecer. Día 15: Debido a un problema con el equipo (pendiente todavía de diagnóstico), uno de los buzos subió a la superficie víctima de un ataque de pánico y sufrió graves lesiones.

Logan apartó la vista de la pantalla. Sabía del último incidente, por supuesto. Lo había presenciado personalmente.

Sus pensamientos volvieron a la maldición del rey Narmer: «Todo hombre que ose entrar en mi tumba o cometa cualquier maldad contra el lugar de reposo de mi forma humana hallará una muerte cierta y fulminante… su sangre y sus miembros se convertirán en cenizas, y la lengua se le clavará en la garganta… Yo, Narmer el Eterno, lo atormentaré a él y a los suyos noche y día, tanto en la vigilia como en el sueño, hasta que la locura y la muerte se conviertan en su templo para la eternidad». Todos los incidentes tenían algo en común. Salvo por el piloto de la moto de agua y el buzo, nadie había salido herido. Eso no encajaba con los detalles de la maldición.

Naturalmente, nadie había encontrado todavía la tumba de Narmer, nadie había entrado en ella, pensó Logan.

Por enésima vez se preguntó qué podía contener. ¿Por qué el faraón había dedicado tanto esfuerzo, realizado tan importantes sacrificios en oro y vidas humanas, lanzado semejante maldición para asegurarse de que sus restos jamás fueran profanados y sus posesiones más importantes permanecieran intactas? ¿Qué le ocultaba Porter Stone? ¿Qué se llevaría un dios al otro mundo?

Oyó un ruido a su espalda y se volvió. En la puerta estaba Ethan Rush.

—¿Te molesta si paso? —preguntó el médico con una sonrisa.

Logan cogió la bolsa que había sobre la silla y la dejó en el suelo.

—Ponte cómodo.

Rush entró y miró en derredor.

—Un despacho tirando a espartano.

—Supongo que el decorador no tenía muy claro cómo debía vestir el cubil de un enigmatólogo.

—Tiene gracia. —Rush tomó asiento y miró los libros de la estantería—. Interesante selección, Aleister Crowley, Jessie Weston;
Organic Chemistry
, de Stowcroft;
El libro de las sombras

—Mis intereses son eclécticos.

Rush se fijó en un gastado ejemplar encuadernado en piel.

—¿Y ese cuál es? —Leyó el título al tiempo que extendía la mano—.
El Necrono

—No lo toques, por favor —dijo Logan en voz baja.

Rush retiró la mano.

—Perdón. —Se fijó en las dos citas enmarcadas. Leyó una de ellas—: «El misterio es lo más bello que podemos experimentar. Es la fuente de todo arte y de toda ciencia verdaderos. Aquel que no lo sabe no puede maravillarse y lo mismo daría que estuviera muerto. Einstein». —Miró a Logan—. ¿Mensaje?

—Simplemente resume bastante bien mi vocación. Podrías decir que tengo un pie en el mundo de la ciencia, en el mundo de Einstein, y otro en el mundo del espíritu.

Rush asintió y leyó la otra cita:

—«Forsan et haec olim memenisse iuvabit».

—Es de Virgilio, de la
Eneida
.

—No sé latín.

Dado que Logan no se ofreció a traducirlo, Rush desvió su atención a los objetos que había sobre el escritorio.

—¿Qué son, exactamente? —preguntó.

—Tú utilizas escalpelos, fórceps, y medidores de oxígeno; yo, detectores electromagnéticos, termómetros infrarrojos, grabadoras de vídeo y…, sí, agua bendita. Lo que me recuerda una cosa: ¿crees que podrías conseguirme una llave para el cajón del escritorio?

—Hablaré con los de mantenimiento. —Rush meneó la cabeza—. Tiene gracia. Creo que siempre había dado por hecho que no utilizabas instrumentos de ningún tipo.

—Bueno, no solo uso esto. Pero todos tenemos nuestros secretos profesionales.

Se hizo un breve silencio.

—Supongo que te refieres a lo que viste en mi sala de exploraciones hace unos minutos —dijo Rush al fin.

—No necesariamente, aunque siento curiosidad.

—Ojalá pudiera contártelo, pero me temo que esa investigación es…, digamos que de naturaleza reservada.

—Entonces me concierne. —Recordó lo que Romero le había dicho: «Es posible que la gente se calme un poco si lo ven a usted husmeando por aquí»—. Ahora estoy aquí. Si voy a ser de alguna utilidad, no puedes ocultarme cosas.

Aquello fue recibido con un nuevo silencio, más largo.

—¡Qué demonios! —exclamó finalmente Rush—. Tienes razón, desde luego. Es solo que Stone está tan obsesionado con compartimentalizar que vive en el más absoluto secretismo. —Hizo una pausa—. Bueno, en su momento te hablé del trabajo que hacemos en el Centro.

—Sí, en términos generales. Trabajáis con gente que ha tenido experiencias cercanas a la muerte. Y me diste a entender que habéis descubierto cosas muy interesantes.

Rush asintió.

—Y nuestro interés principal reside en uno de esos hallazgos: el hecho de que la experiencia de cruzar «al otro lado» tiene, en muchos casos, un efecto directo en las…, bueno…, las habilidades psíquicas de una persona.

—¿En serio? ¿Y cómo se manifiesta?

Rush sonrió complacido.

—Gracias, Jeremy. Nueve veces de cada diez la gente me mira como si estuviera chiflado cuando llego a la palabra «psíquicas».

—Continúa.

—Las manifestaciones son bastante variadas. El grueso de nuestras investigaciones se centra en clasificarlas. Eso es lo que nos diferencia de otras organizaciones y universidades que también estudian las experiencias cercanas a la muerte. En esto no hay ni seudociencia ni palabrería estilo Nueva Era. Estamos utilizando algoritmos estadísticos sumamente sofisticados para cuantificar el fenómeno. De hecho, hemos desarrollado un procedimiento muy preciso para evaluar las habilidades psíquicas de una persona. Lo llamamos la escala de Kleiner-Wechsmann en honor a los dos investigadores del Centro que la idearon. En cierto sentido se parece a un test de inteligencia, pero es sumamente sutil y compleja. La escala tiene en cuenta toda una batería de pruebas que evalúan la sensibilidad psíquica de la persona: adivinación, telequinesis, percepción extrasensorial, predicción astrológica, telepatía y otras muchas facultades. Naturalmente, la escala está pensada para que compense aspectos como la desviación estándar, la probabilidad o la simple suerte.

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