La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (13 page)

En otras palabras, consigue una silla de ruedas, una muleta, o un burro que te lleve, pero vuelve ya.

Un abrazo,

SUSAN

De Juliet a Sidney y Piers

12 de abril de 1946

Queridos Sidney y Piers:

He estado revolviendo por las librerías de Londres buscando información de Guernsey. Incluso tengo una entrada para la Sala de Lectura, lo que demuestra mi devoción al deber (como sabéis, ese lugar me da terror).

He encontrado bastantes cosas. ¿Os acordáis de una colección de libros espantosa y tonta de los años veinte llamada
Una caminata por Skye
, o
Una caminata por Lindisfarm
, o
por Sheepholm
, o en cualquier puerto donde el autor había llegado de casualidad con su barco? Bien, en 1930 fue a parar a St. Peter Port, en Guernsey, y escribió un libro (con excursiones de un día a Sark, Herm, Alderney y Jersey, donde un pato le atacó y tuvo que volver).

El caminante era Cee Cee Meredith. Era un idiota que se creía un poeta. Era lo bastante rico como para navegar a cualquier parte, luego escribía sobre el viaje, lo publicaba él mismo y le daba un ejemplar a cualquier amigo que lo quisiera. A Cee Cee no le interesaban los hechos, prefería irse correteando a la llanura más cercana, playa o campo de flores, y transportarse con su musa. Pero de cualquier manera, bendito sea, su libro,
Una caminata por Guernsey
, era justo lo que necesitaba para hacerme una idea de la isla.

Cee Cee desembarcó en St. Peter Port, dejando a su madre, Dorothea, mareada, con náuseas, en la timonera. En Guernsey, Cee Cee escribió poemas a las fresias y a los narcisos. También a los tomates. Estaba admirado de las vacas de Guernsey y de los toros, y compuso una pequeña canción en honor a sus cencerros («tintinea, tintinea, ese sonido alegre…»). Justo después de las vacas, según la valoración de Cee Cee, venía «La forma sencilla de ser de los residentes, que todavía hablan el dialecto normando y creen en hadas y brujas». Cee Cee entró en el espíritu del asunto y vio un hada durante la puesta de sol.

Después de seguir con las casitas, setos y tiendas libres de impuestos, Cee Cee al final llegó al mar o, como él dice: «¡El MAR! ¡Está en todas partes! Las aguas: azul celeste, verde esmeralda, con tonalidades plateadas, cuando no son tan duras y oscuras como un saco de clavos».

Gracias a Dios, el caminante tenía un coautor, Dorothea, que era más parca y no le apetecía hablar de Guernsey y todo lo relacionado con el lugar. Era la encargada de contar la historia de la isla, y no iba a hacer florituras:

…En cuanto a la historia de Guernsey, no hay mucho que decir. Las islas pertenecieron en una ocasión al ducado de Normandía, pero cuando Guillermo, duque de Normandía, se convirtió en Guillermo el Conquistador, se llevó con él las islas del canal de la Mancha en el bolsillo de atrás y las entregó a Inglaterra, con privilegios especiales. Estos privilegios fueron aumentados más adelante por el rey Juan, y ampliados una vez más por Eduardo III. ¿Por qué? ¿Qué hicieron ellos para tener tal preferencia? ¡Absolutamente nada! Más tarde, cuando aquel pelele de Enrique VI tuvo que devolver la mayor parte de Francia a los franceses, las islas del Canal decidieron quedarse como un dominio de la Corona de Inglaterra, y quién no.

Las islas del Canal ofrecieron libremente tributo y lealtad a la Corona de Inglaterra, pero preste atención a esto, querido lector, ¡LA CORONA NO LES PODÍA OBLIGAR A HACER NADA QUE ELLOS NO QUISIERAN!

…El cuerpo dirigente de Guernsey, si se le puede llamar así, tiene el nombre de «Los Estados de Deliberación» pero lo llaman «los Estados» para abreviar. El verdadero jefe de todo es el presidente de los Estados, que es elegido por los Estados y llamado «el gobernador». De hecho, todo el mundo es elegido por el pueblo, no nombrado por el rey. Por favor, ¿y cuál es la función de un monarca, SINO LA DE DESIGNAR A LA GENTE?

…El único representante de la Corona en esta mezcla nefasta es el lugarteniente del gobernador. Mientras que es bienvenido a asistir a las reuniones de los Estados, y puede hablar y aconsejar todo lo que quiera, NO TIENE DERECHO A VOTO. Al menos se le permite vivir en la residencia del gobernador, la única mansión de particular interés de Guernsey, si no contamos la casa solariega Sausmarez, cosa que yo no hago.

…La Corona no puede aplicar impuestos en las islas, ni reclutar hombres. Mi honestidad me obliga a admitir que los isleños no necesitan un reclutamiento para ir a la guerra en nombre de la queridísima Inglaterra. Se ofrecían voluntarios y fueron unos soldados y marinos muy respetables, incluso heroicos, contra Napoleón y el Káiser. Pero, atención, estos actos desinteresados no perdonan el hecho de que LAS ISLAS DEL CANAL NO PAGAN IMPUESTOS SOBRE LA RENTA A INGLATERRA. NI UN CHELÍN. ¡ES REPUGNANTE!

Éstas son sus palabras más amables; os ahorraré el resto, pero ya veis el sentido general.

Uno, o mejor aún, los dos, escribidme. Quiero saber cómo estáis ambos, el paciente y la enfermera. ¿Qué es lo que dice el médico de tu pierna, Sidney? Seguro que has tenido tiempo de que te crezca una nueva.

Besos,

JULIET

De Dawsey a Juliet

15 de abril de 1946

Querida señorita Ashton:

No sé qué le pasa a Adelaide Addison. Isola afirma que es una aguafiestas porque le gusta serlo, se cree que es su destino. Aunque Adelaide me hizo un favor. Le contó, mejor que yo, lo mucho que estaba disfrutando con Charles Lamb.

Ya me ha llegado la biografía. La he leído enseguida (estaba demasiado impaciente). Pero la volveré a leer, esta vez más despacio, para poder asimilarlo todo. Me gustó lo que el señor Lucas dijo de él: «De cualquier cosa conocida y familiar, hacía algo nuevo y precioso». La obra de Lamb me hace sentir como si estuviera más en casa en su ciudad de Londres, que aquí y ahora en St. Peter Port.

Lo que no puedo imaginarme es a Charles llegando a casa del trabajo y encontrándose a su madre apuñalada hasta la muerte, a su padre sangrando y a su hermana Mary sobre ellos con un cuchillo de cocina manchado de sangre. ¿De dónde sacó fuerzas para entrar en la habitación y quitarle el cuchillo? Después de que la policía se la hubiera llevado a Bedlam, ¿cómo consiguió convencer al juez del tribunal que la dejara en libertad a su cuidado? Él por entonces sólo tenía veinte años, ¿cómo logró convencerles?

Prometió hacerse cargo de Mary el resto de su vida y, una vez emprendió ese camino, ya no volvió a dejarlo. Es triste que tuviera que dejar de escribir poesía, cosa que le encantaba, y que tuviera que pasarse a la crítica y a los ensayos, lo que no le satisfacía mucho, sólo para ganar dinero.

Pienso en la vida que llevaba, trabajando de administrativo en la compañía East India, para ahorrar dinero, mientras siempre llegaba el día en que a Mary le daba otro ataque de locura, y al final tuvo que ingresarla en un centro privado.

Y ni siquiera entonces se desentendió de ella… se llevaban tan bien. Imagínatelos, Juliet, él no podía quitarle los ojos de encima, por si aparecían esos temibles síntomas, y ella, consciente de que le iba a empezar otro ataque de locura, no podía hacer nada para evitarlo (eso debió de ser lo peor). Me lo imagino allí sentado, vigilándola a escondidas, y ella sentada, observando cómo la vigilaba. Cómo debían odiar la manera en que el otro estaba obligado a vivir.

¿Pero no le parece que cuando Mary estaba bien no había mejor compañía que ella? Seguro que Charles así lo creía, y también todos los amigos de ambos: Wordsworth, Hazlitt, Leigh Hunt y, por encima de todos, Coleridge. El día en que Coleridge murió, encontraron una nota escrita en el libro que estaba leyendo. Decía: «Charles y Mary Lamb, a quienes quiero con el corazón, por decirlo así, mi corazón».

Quizá me he excedido al hablarle de él, pero quería que usted y el señor Hastings supieran lo mucho que sus libros me han hecho pensar y el placer que me han dado.

Me gusta la historia de su infancia, lo del cencerro y el heno. Puedo imaginarlo. ¿Le gustaba vivir en una granja?, ¿lo echa de menos? En Guernsey nunca se está lejos del campo, ni en St. Peter Port, así que me cuesta imaginarme cómo debe de ser vivir en una gran ciudad como Londres.

Kit está en contra de las mangostas, ahora que sabe que comen serpientes. Tiene la esperanza de encontrarse una boa constrictor bajo una roca. Esta tarde Isola ha pasado por casa y me ha dado recuerdos para usted; le escribirá en cuanto haya plantado romero, eneldo, tomillo y beleño.

Suyo,

DAWSEY ADAMS

De Juliet a Dawsey

18 de abril de 1946

Querido Dawsey:

Me alegra mucho que quiera hablar de Charles Lamb. Siempre he pensado que el dolor de Mary convirtió a Charles en un gran escritor, incluso a pesar de que tuviera que dejar la poesía y trabajar como administrativo en la East India. Tenía una capacidad para la empatía que ninguno de sus grandes amigos podía alcanzar. Cuando Wordsworth le reprochó que no se preocupaba lo suficiente de la naturaleza, Charles escribió: «No me apasionan las arboledas ni los valles. Las habitaciones donde nací, los muebles que han estado delante de mis ojos toda mi vida, los libros que me han seguido como un perro fiel a donde quiera que fuera, sillas antiguas, viejas calles, plazas donde he tomado el sol, mi antigua escuela, ¿no he tenido suficiente sin tus montañas? No te envidio. Debería compadecerte, pero la mente se acostumbra a cualquier cosa». La mente se acostumbra a cualquier cosa, a menudo pensé en esto durante la guerra.

Hoy me he enterado por casualidad de otra cosa sobre él. Bebía mucho, demasiado, pero no era un borracho malhumorado. En una ocasión, el mayordomo de su anfitrión tuvo que llevarlo a casa, cargado a los hombros. Al día siguiente Charles escribió al anfitrión una nota de disculpa tan divertida que el hombre se la dejó a su hijo en su testamento. Espero que Charles también escribiera al mayordomo.

¿Se ha dado cuenta de que cuando conoces a alguien nuevo, el nombre de esa persona te viene a la cabeza de repente a todas partes donde vas? Mi amiga Sophie lo llama coincidencia, y el reverendo Simpless lo llama voluntad divina. Él cree que si nos importa mucho alguien o algo nuevo, proyectamos una especie de energía al mundo y con ella llegan cosas positivas.

Siempre suya,

JULIET

De Isola a Juliet

18 de abril de 1946

Querida Juliet:

Ahora que ya somos amigas como corresponde, quiero hacerte algunas preguntas; son muy personales. Dawsey me dijo que no era educado, pero yo digo que los hombres y las mujeres no lo vemos igual, que no se trata de si es educado o no. En quince años, Dawsey nunca me ha hecho una pregunta personal. Si lo hiciera, no me lo tomaría a mal pero Dawsey no es así, es muy reservado. No espero que cambie, al menos no voy a cambiarle yo. Veo que tienes interés en nosotros, así que supongo que te gustará que sepamos más cosas de ti, sólo que no se te ocurrió primero.

Para empezar, vi una foto tuya en la solapa de tu libro sobre Anne Brontë, así que sé que tienes menos de cuarenta años; ¿cuántos menos?, ¿era el reflejo del sol en los ojos, o es que tienes estrabismo?, ¿es permanente? Debió de ser un día ventoso, porque tus rizos están despeinados. No distingo muy bien el color de tu pelo, aunque puedo decir que no es rubio, cosa que me alegra. No me gustan mucho las rubias.

¿Vives al lado del río? Espero que sí, porque la gente que vive cerca del agua es más simpática. Sería mezquina como una víbora si viviera tierra adentro. ¿Tienes algún pretendiente serio? Yo no.

¿Tu piso es acogedor o muy grande? Dame muchos detalles, que quiero imaginármelo. ¿Crees que te gustaría venir a Guernsey a visitarnos? ¿Tienes algún animal de compañía? ¿De qué tipo?

Tu amiga,

ISOLA

De Juliet a Isola

20 de abril de 1946

Querida Isola:

Me alegra que quieras saber más cosas de mí y sólo siento no haberlo pensado yo, y antes.

Primero sobre hoy. Tengo treinta y tres años, y tenías razón, es el sol reflejado en los ojos. Cuando estoy de buen humor digo que tengo el pelo castaño con reflejos dorados. Y cuando estoy de mal humor digo que es castaño desvaído. No era un día ventoso… siempre tengo el pelo así. El pelo rizado es una maldición, y no dejes que nadie te diga otra cosa. Tengo los ojos color avellana. Aunque soy esbelta, no soy lo bastante alta para que me favorezca.

Ya no vivo al lado del Támesis, y eso es lo que más echo de menos de mi antiguo piso; me encantaba poder ver y oír el río a todas horas. Ahora vivo en un piso alquilado en Glebe Place. Es pequeño y está amueblado hasta el último centímetro. El propietario del piso no volverá de Estados Unidos hasta noviembre, así que la casa está a mi entera disposición hasta entonces. Me gustaría tener un perro, pero el administrador del edificio ¡no nos deja tener animales! Los jardines de Kensington no están muy lejos, así que si empiezo a sentirme encerrada puedo dar un paseo hasta el parque, alquilar una hamaca por un chelín, apoltronarme bajo los árboles, observar a los transeúntes y mirar cómo juegan los niños; eso me relaja bastante.

El número 81 de Oakley Street fue alcanzado al azar por un misil V-1 apenas hace un año. Tres plantas (una de las cuales era la mía) se derrumbaron, y ahora el número 81 es tan sólo un montón de escombros. Espero que el señor Grant, el propietario, lo reconstruya, porque quiero mi piso, o una reproducción de él, otra vez, tal como era, con Cheyne Walk y el río fuera de las ventanas.

Afortunadamente, cuando impactó el V-I, yo estaba fuera, en Bury. Sidney Stark, mi amigo y ahora mi editor, me fue a buscar aquella noche al tren para acompañarme a casa, y vimos la enorme montaña de escombros y lo poco que había quedado del edificio.

Con parte de la pared del edificio derrumbada, vi mis cortinas destruidas moviéndose por la brisa, y el escritorio, con sólo tres patas y desplomado sobre el suelo inclinado que todavía aguantaba. Mis libros estaban todos por el suelo, empapados y sucios de barro. Vi la foto de mi madre en la pared, medio arrancada y cubierta de hollín, y no había manera segura de recuperarla. Lo único que quedó intacto fue el gran pisapapeles de cristal con
Carpe Diem
grabado en la parte de arriba. Había sido de mi padre, y ahí estaba, entero y sin una grieta, sobre un montón de ladrillos rotos y astillas de madera. No podía quedarme sin él, así que Sidney trepó por encima de los escombros y lo recuperó para mí.

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