Authors: Javier Sierra
Los videntes fueron «preparados»
Si Fina D'Armada estaba en lo cierto, en aquel caso, en efecto, había mucho que ocultar.
Los sucesivos encuentros de Lucia, Jacinta y Francisco con aquella extraña «señora de luz» se prolongaron por espacio de seis meses, dando toda clase de quebraderos de cabeza a las autoridades eclesiásticas. Cada día 13 al mediodía, y con la sola excepción del mes de agosto en el que el contacto se retrasó al día 19 al ser retenidos los videntes por el alcalde de Vila Nova de Ourém, los tres pequeños se arrodillaron frente a una encina dispuestos a recibir los mensajes que la «señora» deseaba transmitirles. A este respecto, hay un detalle significativo que merece la pena destacar: en ninguno de los documentos consultados por D’ Armada, los niños se refieren expresamente a la «Virgen María», ya que la «señora» en cuestión nunca se identificó como tal. Semejante «vacío testimonial», que encontramos asimismo en apariciones como las de La Salette (1846) o las de Lourdes (1858), ha sido una de las normas comunes en esta clase de episodios.
Así pues, según me explicó D'Armada, lo que confirió un sentido religioso a las apariciones de Fátima fue, en primer lugar, el contexto rural y devoto en el que se produjeron y, en segundo término, la utilización política que de las apariciones hizo el régimen ultracatólico del dictador Salazar para contrarrestar el periodo de represión vivido durante la República.
—Incluso —añadió Fina a nuestra charla— es más que probable que el Vaticano aprobara las apariciones en 1930 con el único Fin de apoyar la política conservadora de aquel régimen.
Asuntos políticos al margen, los episodios de 1917 todavía dejaban muchas preguntas sin resolver. Por ejemplo, ¿cómo se explica que los miles de peregrinos que acudieron entonces a Fátima vieran toda clase de fenómenos luminosos en los cielos, oyeran sonidos extraños, pero no fueran capaces de contemplar ni de escuchar a la «señora» que se comunicaba con los niños?.
—Tengo una hipótesis para explicar eso —se apresuró a contestarme Fina: veinte años después de las apariciones, Lucia contó, primero en 1937 y luego en 1941 en sus Memorias, que sus primos y ella vieron un ángel poco antes del encuentro con la «señora». Dijo que fueron tres los encuentros con ese «ángel» a lo largo de 1916, y que les dio cosas para comer y beber. Lucia identificó aquel alimento con una hostia… lo que, como puede suponer, levantó un gran revuelo en la Iglesia. ¿Cómo un ángel del Señor iba a dar la comunión a unos niños que no se habían confesado nunca?. Pues bien, para mí aquel «ángel» les dio algo de comer que les permitió, en lo sucesivo, «ver», Yo creo que algo o alguien los preparó para sus futuros encuentros. Lucia llegó a decir que aquellos alimentos les produjeron a los tres un letargo del que no despertaron hasta la puesta del Sol. Es decir, estuvieron varias horas inanimados.
—¿Cree que pudieron ingerir alguna sustancia alucinógena?.
—No lo sé —se encogió de hombros—, Pero fuera lo que fuese, les pudo haber provocado los cambios físicos que más tarde les permitieron ver cosas imposibles para los demás.
—¿Y quién pudo administrarles algo así en 1917?
Fina, con una tímida sonrisa en los labios, sacudió la cabeza.
—No lo sé.
¿Quién visitó Fátima?
En 1982 Fina d’Armada y el profesor de historia de la Universidad Fernando Pessoa de Oporto Joaquim Fernandes publicaron parte de sus descubrimientos en una polémica obra que titularon
Intervenção Extraterrestre em Fátima
. En ella hicieron acopio de una ingente cantidad de documentos relativos a otras extrañas apariciones de «seres luminosos» en la zona de Cova d'lria, mucho antes del encuentro de los tres pastorcillos. Fernandes, durante una serie de conversaciones que sostuve con él en Portugal en el otoño de 1994, se mostró convencido de que allí todo ocurrió con arreglo a un plan.
—No cabe duda de que existió una preparación concienzuda antes de la visita de la «señora», como lo demuestra la aparición de una figura acéfala, sin cabeza, muy cerca de Cova d’Iria en 1913. Por no hablar, claro está, de los «ángeles» que parecieron entrenar a Lucia para su encuentro definitivo con lo que se creyó que era la Virgen Maria.
En el transcurso de aquellas investigaciones, el equipo formado por Fernandes y D'Armada realizó otro asombroso descubrimiento: dio con el paradero de una prácticamente olvidada cuarta vidente de Fátima.
—Gracias a una documentación inédita a la que tuve acceso —me aseguró D'Armada—, encontramos el testimonio de otra testigo, una chica de doce años llamada Carolina Carreira. El 28 de julio de 1917, es decir, fuera de las citas fijadas por la «señora» con los otros tres niños, Carolina dijo haber visto a un ser pequeño, que aparentaba unos diez años de edad, y al que identificó con un ángel. Su descripción es idéntica a la que hizo Lucia de la «señora», incluso cuando afirmó que sintió dentro de sí una voz que la pidió que se aproximara a la encina en la que se encontraba el «ángel», Lo que nos resultó inexplicable es que su testimonio fuera ignorado.
Emisiones de microondas en Cova d’Iria
Aquella dama brillante que los niños describieron como una figura sin cabellos, vestida con un traje ajustado, venida de arriba y que no realizaba movimiento facial alguno, ha abierto otras curiosas vías de investigación. La más significativa ha resultado ser, sin duda, la sugerida por los zumbidos escuchados junto a la encina de las apariciones mientras los videntes estaban en trance.
Maria Carreira, madre de la «cuarta vidente» a la que antes me refería y una de las principales promotoras de la construcción de la primera capilla de Fátima, fue una de las que dio mejor cuenta de tan singular fenómeno: «Seguimos a los niños y nos arrodillamos en medio de las matas. Lucia levantó las manos y dijo: “Vuestra merced me mandó venir aquí. ¿Qué quiere de mí?”. Y entonces comenzó a oírse algo como el zumbido de una abeja. Creo que era la señora hablando».
Incluso la propia Lucia, refiriendo este fenómeno al padre João de Marchi
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aseguraba convencida que al posarse la «señora» sobre la encina «comenzábamos a oír una voz muy fina, pero no se entendía lo que decía. Era como un zumbido de abeja».
Pues bien, en 1980 un grupo de científicos del Instituto Canadiense de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos, estudiando los efectos secundarios que producían fuertes emisiones de microondas, determinaron la existencia de un «fenómeno auditivo» virtualmente idéntico a los «zumbidos de abejas» registrados en Fátima, y que se produce sólo en emisiones de entre 200 y 300 megahercios
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.
—Es posible que las microondas fueran utilizadas en Fátima para establecer una comunicación entre la entidad radiante y los pequeños videntes —argumentaba Joaquim Fernandes al hilo de estos datos—. Pero sólo es una especulación. Las propiedades de las microondas han sido estudiadas por los físicos y su comportamiento se ajusta como un guante a otros fenómenos vividos en Fátima, como los calores intensos, el secado rápido de ropas y hasta la provocación de curaciones aparentemente espontáneas.
El milagro del Sol
Con esa enumeración Fernandes se refería al más espectacular de cuantos milagros se vivieron en Fátima: la «danza de] Sol» del 13 de octubre de 1917.
Más de setenta mil testigos presenciaron durante unos doce minutos las evoluciones erráticas de un objeto luminoso sobre Cova d’Iria, al que muchos confundieron con el Sol.
Según los partes meteorológicos de aquella jornada, las nubes cubrieron el lugar durante buena parte del día, empapando a los fieles congregados y transformando aquella planicie en un barrizal intransitable. Las crónicas de la época son bien claras al respecto: tras la «danza del Sol» el suelo se secó, los charcos se evaporaron y las ropas húmedas de los allí congregados se secaron.
¿Fueron microondas?.
Varios años después de estos hechos, John Haffert, alma máter del llamado «Ejército Azul» de Fátima, recogió algunos testimonios que describieron cómo una nube extraña sobrevoló el lugar minutos antes del «baile». Según Mario Godinho, uno de los primeros investigadores de las apariciones, aquellas visiones dieron paso a la aparición de un «disco de vidrio opaco, iluminado por la parte de atrás, y que comenzó a girar sobre si mismo, dándonos la impresión de que bajaba sobre nuestras cabezas».
Los meticulosos análisis de este fenómeno llevados a cabo por Fernandes y D'Armada, auxiliados por un equipo de meteorólogos, geólogos y matemáticos, pudieron determinar que el objeto que dio origen al «milagro del Sol» fue un disco que evolucionó en la baja atmósfera y que fue visible sólo en un área reducida en torno a Fátima. Sus conclusiones forman parte, hoy por hoy, de una de las investigaciones más metódicas realizadas durante este último medio siglo y obligan a reexaminar el contexto en el que se produjeron las apariciones bajo un prisma no exclusivamente religioso.
La conexión espiritista
Por si todo esto no fuera Suficiente, durante nuestras recurrentes conversaciones sobre el «caso Fátima», Joaquim Fernandes y Fina d'Armada pusieron sobre la mesa nuevas revelaciones relacionadas con las apariciones de Cova d'lria.
Al consultar en hemerotecas varios periódicos de gran difusión del Portugal de 1917, publicados meses antes de la primera de las apariciones, así como algunos boletines de sociedades espiritistas lusitanas, supieron que el 7 de febrero de 1917 un médium de Lisboa recibió mediante escritura automática un curioso mensaje «invertido» que sólo pudieron leer con la ayuda de un espejo. El mensaje en cuestión anunciaba que el 13 de mayo de ese mismo año ocurriría algo de especial relevancia para la guerra europea que entonces se estaba librando.
—Aquel año —me confesó Fina d'Armada— fue especialmente significativo en lo que a perturbaciones magnéticas se refiere. Una singularidad que, según algunos investigadores, pudo favorecer las capacidades psíquicas de personas más sensibles. Lo curioso es que aquel 7 de febrero fue uno de los días de más perturbaciones de todo el año. Y también la fecha exacta en la que un médium recibió un mensaje con una serie de dígitos: «1351917». Es decir, 13 de mayo de 1917.
Al parecer, los espiritistas lisboetas interpretaron aquellas cifras como la fecha del final de la primera guerra mundial o, al menos, del fin de la persecución de la que su colectivo era objeto en Portugal. Publicaron su mensaje en importantes rotativos como el
Diário de Noticias
de Oporto dos meses antes de las apariciones, e incluso ese mismo 13 de mayo lo dieron a conocer en periódicos de cariz espiritista como
La Liberdade
y el
Primeiro de
Janeiro.
En sus notas afirmaron que algo importante iba a tener lugar en aquella jornada, sin especificar nunca de qué se trataba.
Cuando meses después los periódicos comenzaron a hacerse eco de las apariciones en Cova d'lria, recogiendo la fecha del 13 de mayo como el punto de partida de los encuentros entre una «señora luminosa» y tres pastorcillos, el asombro de los espiritistas fue más que evidente. No pudieron evitar, como hicieron muchos católicos, relacionar los mensajes de aquella «señora luminosa» con el desarrollo de la Gran Guerra, interpretándolo todo bajo un prisma espiritual y trascendente.
En febrero de 2005, a la vista de todos estos hechos, con la mirada perdida en el féretro abierto de sor Lucia el día de su multitudinario sepelio, frustrado por no haber podido conversar jamás con ella, me quedó claro por qué la Iglesia nunca la dejó hablar sin vigilancia: aquella buena religiosa siempre tuvo mucho, muchísimo, que callar.
Ahora descansa en paz.
El hombre que profetizó su propia muerte
Ascendí la empinada cuesta que desemboca en la colegiata de San Lorenzo, incrédulo por lo que acababa de ver. El centro histórico de Salon, una de las villas más antiguas de la Provenza francesa, era todo un monumento a Michel de Notredame, un médico del siglo XVI conocido por su sobrenombre mágico: Nostradamus. Su edificio más emblemático, la vieja y barroca «Puerta del Reloj», da paso a la calle del Burgo Nuevo y desemboca ante un colosal grafito con el rostro del célebre profeta renacentista. Unos metros más allá, una estatua cubista del vidente, con algo parecido a una mano apoyada en la sien, indica el camino a la casa que habitó durante sus últimos años. Y en sus alrededores, tiendas de
souvenirs
y hasta pastelerías «especializadas» explotan la efigie de su vecino más ilustre.
Pero a mi, la verdad, aquella mañana sólo me interesaba visitar San Lorenzo. Esa iglesia fortificada era el escenario de su última, más explícita y a la vez más olvidada profecía. Había llegado a ella por culpa de la influencia ejercida por este vidente en reyes y papas, y ahora necesitaba verla por mis propios ojos.
Nostradamus, que murió en 1566 a la edad de sesenta y dos años en la cúspide de su fama, había dictado a su notario Joseph Roche el lugar en el que seria enterrado… al cabo de más doscientos años. Eso es lo que quería comprobar. No me resultaba difícil imaginar por que el notario Roche, escéptico, tachó aquella indicación, dejando un molesto borrón en el testamento de su cliente.
El funcionario sabía que, por expreso deseo de su viuda, Nostradamus iba a ser inhumado en otro lugar. Su mujer se había encaprichado con el convento de Les Cordeliers, desoyendo lo que figuraba en el testamento del profeta. ¿Por qué ignoró la orden testamentaria de que su tumba estaría «en el sepulcro de la iglesia colegial de San Lorenzo, de la mencionada Salen, y en la capilla de Nuestra Señora en cuya pared se desea hacer un monumento» (sic)?.
Cuando crucé el pequeño arco de medio punto que aún da paso a la fresca iglesia de san Lorenzo, temblé. Si mis cálculos no fallaban, estaba a punto de darme de bruces con el único vaticinio no ambiguo de Nostradamus. El único que no cifró tras su oscuro lenguaje metafórico, sembrado de equívocos. Y eso, en el caso de este controvertido personaje, no era poco decir.
El testamento de Nostradamus
Quien se haya interesado alguna vez por el trabajo de Michel de Notredame, sabrá que pasó a la Historia gracias a sus oscuras cuartetas, presagios y sextetas proféticas. Éstos eran pequeños poemas en los que, al parecer, Nostradamus encriptó el futuro de nuestra civilización hasta el año 3797. En las cuartetas —versos de cuatro líneas, por lo general de estructura decasílaba y rima irregular, también llamados
centurias
— predijo la llegada de Napoleón al poder, el ascenso y caída de Hitler (al que llamó
Hister
), la bomba de Hiroshima y hasta el desembarco del hombre en la Luna. Su estilo, que mezclaba palabras en latín, hebreo o griego con anagramas y apócopes, se hizo tan popular en su tiempo que incluso tras su muerte no dejaron de aparecer versos apócrifos para justificar cualquier evento histórico de importancia.