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Authors: Javier Sierra

La ruta prohibida (25 page)

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El fluido de Amón

El filósofo alsaciano René Schwaller de Lubicz, sin duda el autor que más en profundidad ha estudiado las ruinas de Luxor, terminó su monumental tratado
The temple of man
refiriéndose a esta particular escena teogónica. Como él, otros comprendieron que ésta sintetizaba una de las creencias más profundas del antiguo Egipto: la relativa al origen divino de sus reyes. Leyendo sus escritos se deduce que es incluso más que probable que el mito de la «sangre azul» de los muy posteriores monarcas europeos naciera allí mismo, pues al dios Amón se lo representaba siempre con la piel del color del cielo y su descendencia heredaba, en sentido simbólico, un fluido vital de ese tono.

¿Nació en los templos de Egipto, al calor de los ritos secretos de los sacerdotes, la expresión «sangre azul»?.

Para mi sorpresa, el caso de Amenhotep III no fue una excepción en Egipto. De hecho, a los tres primeros reyes de la V Dinastía menfita —Userkaf, Sahuré y Neferirkare (2498-2467 a. J.C.)— también se les atribuyó haber sido engendrados por Ra
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en el vientre de sus madres. Según Gaston Maspero, uno de los padres de la egiptología moderna y un estudioso menos soñador que Schwaller, este tipo de relatos deben entenderse como una mera estrategia política para legitimar a faraones de procedencia familiar dudosa
[116]
.

Mutemiua, la mujer del relieve de Luxor, no era de sangre real y la ascendencia al trono de su hijo podría no estar legitimada. Hatsepsut tuvo idénticos problemas, por lo que terminó representándose en su templo de Deir el Bahari como hija de Amón, acallando así al clero más suspicaz. A fin de cuentas, y desde la perspectiva mágica de los egipcios, ¿qué importaba ser de sangre real o no, si se descendía directamente de los dioses?.

Ahora sabemos que el «mito» de la sangre celestial no murió en Egipto, sino que fue recuperado por la tradición cristiana: por un lado, Jesús nació de madre virgen después de ser fecundada por Dios mismo; y por otro, la propia Virgen María también fue concebida durante una teogonía similar si atendemos a las descripciones de evangelios apócrifos como el de Mateo o el de Santiago.

¿Adaptaron los primeros cristianos esos mitos?. ¿Los «copiaron» de tradiciones milenarias nacidas a la sombra de las pirámides?.

La respuesta a esas dudas era afirmativa.

Pronto iba a averiguarlo.

CAPÍTULO 34

Osiris de Nazaret

—¿Sabía que Jesús de Nazaret no fue el único personaje histórico que murió y resucitó «al tercer día»?. ¿O que hubo muchos otros que, como él, caminaron sobre las aguas?. ¿Alguna vez oyó hablar de otros hombres que multiplicaran panes y peces para alimentar a sus seguidores?. ¿Y que Jesús no fue el único niño de la Historia adorado en su cuna por tres misteriosos magos venidos de Oriente?.

La vehemencia con la que me hablaba Llogari Pujol en su despacho de Taradell, a las afueras de Barcelona, me desarmó. En 1987 Pujol publicó junto a su esposa Claude-Brigitte Carcenac un libro
[117]
en el que dio respuesta a esas preguntas, apuntando a una sorprendente conclusión: todos los hechos milagrosos de la vida de Jesús fueron copiados de las hazañas de los dioses egipcios.

Naturalmente, me apresuré a escuchar su versión.

Llogari es un hombre afable, de una amplisima cultura. De mediana estatura, pelo blanco y gran sonrisa, derrocha energía por los poros. Este ex sacerdote católico, teólogo y psiquiatra, conoció a su esposa investigando las conexiones que él intuía que existían entre la fe cristiana y la de los antiguos constructores de pirámides. Pocos se habían tomado el tiempo de escuchar sus conclusiones.

Según él, siglos antes de que naciera el mesías de los cristianos, dioses y reyes egipcios protagonizaron episodios idénticos a los que el Nuevo Testamento nos cuenta de Jesús. El historiador griego Plutarco, que vivió entre el año 50 y el 125 a. J.C., ya dio cuenta de cómo al dios Osiris lo mataron un viernes y resucitó al tercer día. Murió, según los cálculos más aceptados, un 17 del mes de Aryr (entre finales de agosto y comienzos de septiembre) y reapareció vivo el 19. Incluso en los célebres Textos de las Pirámides, escritos sobre los muros de varios de estos monumentos de la V Dinastía (2465-2323 a. J.C.), se cita específicamente el «tercer día» como el momento en que el cuerpo del faraón, transformado en Osiris, revive antes de emprender su viaje a las estrellas.

Pero Pujol aún guardaba más coincidencias sorprendentes para mí: en aquella entrevista me explicó que tanto Osiris como Jesús fueron asesinados por personas muy cercanas que les traicionaron. En el caso de Osiris, el verdugo fue Set, su hermano. A Jesús, en cambio, lo traicionaría uno de sus discípulos favoritos, Judas Iscariote. Y también fueron sendas mujeres —Isis y Maria Magdalena, respectivamente— las primeras en certificar sus respectivos regresos a la vida.

—Deberías saber, además, que el apelativo
chrestos
(del griego «bondadoso» o «amable») fue aplicado tanto a Jesús como a Osiris.

La mirada del teólogo relampaguea antes de proseguir:

—Además, ambos compartieron también el símbolo de la cruz. Para el dios egipcio, el
ankh
o cruz ansada fue sinónimo de vida, mientras que para los seguidores de Jesús su instrumento de tortura se convirtió, paradójicamente, en señal de resistencia a la muerte.

¿Son estos paralelismos meras «casualidades», simples coincidencias sin otro valor que el anecdótico?.

Llogari no era, desde luego, el primer teólogo que se planteaba esta diatriba. Otros, como el filósofo renacentista Marsilio Ficino, cuya vida estudié durante la redacción de La cena secreta, trataron de explicar de un modo «religiosamente razonable» esa increíble coincidencia. En el capítulo XVIII de su tratado De vita coelitus comparanda argumentó que el uso en Egipto del símbolo de la cruz no podía ser mas que una señal, una profecía, del futuro advenimiento de Cristo.
[118]
Paradójicamente, en 1600 otro célebre teólogo, el dominico Giordano Bruno, sería quemado en Roma por defender que el origen verdadero de la cruz era faraónico.

¿Se inició Jesús en Egipto?

Desde el Renacimiento hasta ahora ese tipo de paralelismos vienen siendo interpretados desde dos ángulos bien distintos. Uno sugiere que dado que el Jesús histórico se formó en Egipto, exportó a Palestina aquello que aprendió en las riberas del Nilo. El otro, en cambio, toma partido por la hipótesis extrema de que Jesús nunca existió; que su vida, su pensamiento y sus enseñanzas se copiaron textualmente de fuentes egipcias.

Para los primeros, los evangelios y hasta el
Talmud,
una serie de escritos hebreos de gran importancia histórica y religiosa compilados a partir del siglo tercero de nuestra era,
demuestran
que Jesús pasó parte de su infancia a la sombra de las pirámides. Eso ocurrió en los años transcurridos desde su fuga de Palestina hasta su reaparición en el Templo de Jerusalén a los 12 años de edad. El segundo capítulo del evangelio de Mateo narra, en efecto, la huida de sus padres tras desatarse la feroz persecución de Herodes contra el futuro mesías, y el
Talmud
insiste en ello y en el hecho de que los romanos lo prendieron acusándolo de practicar la hechicería egipcia. De hecho, milagros tales como caminar sobre las aguas o convertir el agua en vino, como hizo en Caná, eran prácticas propias de los magos egipcios. Ésa es, al menos, la idea que Morton Smith esbozó en 1978 en su libro
Jesús el
mago,
[119]
y que apoya en detalles sutiles tales como la acusación a jesús ante Pilatos de «malhechor»; esto es, en el argot jurídico romano, aquel que «echa maleficios».

Es el propio Talmud el que confirma esta idea cuando compara a Jesús con un cierto Ben Stada, que tiempo antes del nazareno quiso introducir entre los hebreos el culto a otras divinidades distintas de Yahvé, todas ellas de carácter egipcio. También el apologeta cristiano Justino Mártir, en el año 160 d. J.C., llega a mencionar una discusión con el judío Trifón en la que éste calificó al rabí de «mago galileo».

Pero ¿se trata tan sólo de difamaciones contra el nazareno?. ¿O por el contrario encierran una pista acerca de los orígenes del poder de Jesús?. Para los defensores de un punto de vista más radical, esa interpretación se queda incluso corta. Para ellos, no es que Jesús fuera un mago adoctrinado en Egipto, sino que toda su vida fue calcada de cuentos y enseñanzas acuñadas junto al Nilo.

Aún adoramos a dioses paganos

Llogari Pujol me sorprende adscribiéndose a esta tesis.

—Al principio me resistí a admitirlo —se sincera, pero al descubrir tantas coincidencias entre la figura de Jesús y la teología egipcia opté por buscar qué había de sólido en el cristianismo que me permitiera mantener mis creencias. No quería comulgar con ruedas de molino.

Fue así como inició una aventura personal que todavía no ha concluido. Sus hallazgos le obligaron a dejar los hábitos y le pusieron en el camino de la historiadora alsaciana Claude-Brigitte Carcenac, con la que compartiría desde entonces amor e investigación.

Cuando Claude-Brigitte publicó parte de sus averiguaciones en una «versión
light
» de su tesis doctoral, que tituló
Jesús, 3. 000 años antes de Cristo
, ya no tuvo marcha atrás.

—Lo que propusimos entonces fue que el cristianismo nació como tal en Alejandría, influido por los muchos judíos que antes del siglo primero se habían adscrito al culto al dios Serapis, una forma helenizada de Osiris, y que mezclaba creencias griegas con egipcias.

Y añade:

—El nacimiento del cristianismo yo lo sitúo, pues, en el momento en que los judíos egipcios se dan cuenta de que les han destruido el Templo de Jerusalén y deciden constituir un nuevo culto.

—Pero ¡eso fue hacia el año 70
después
de Cristo! —protesté.

—Sí, en efecto —Pujol responde tranquilo a mi sorpresa. De hecho, no existe ningún documento anterior a esa fecha que hable de Jesús o de los cristianos. Antes del 125 d. J.C., fecha en la que está datado un papiro egipcio con el primer fragmento conocido de la pasión de Jesús según el evangelio de Juan, no hay ningún documento, auténtico claro, que demuestre la existencia de cristianos.

Para este polémico teólogo el «escenario» es bien fácil de comprender. El culto a Serapis —que nació en Egipto en el siglo IV a. J.C. bajo el dominio de los faraones ptolemaicos, de origen griego— fue copiado por judíos que «fabricaron» el cristianismo a medida de aquellas exóticas creencias que tanto les habían cautivado. Por eso la adoración a Serapis presenta tantos paralelismos con las enseñanzas cristianas. Los fieles de Serapis abogaban, por ejemplo, por una salvación personal que requería del arrepentimiento de los pecados. En el templo del Serapeum de Alejandría los sacerdotes confesaban pecados y los perdonaban mediante un rito de inmersión en el agua. Veneraban a su propia «sagrada familia» compuesta por Isis, Osiris y Horus; recomendaban la monogamia y, lo más sorprendente de todo, celebraban su fiesta principal cada 25 de diciembre, festejando la natividad de Horus.

—Es más —añade Pujol—: la popularidad de Serapis e Isis entre los primeros cristianos se puede rastrear hasta en los nombres propios de aquella época. En la España romana, por ejemplo, fueron muchas las mujeres llamadas Serapina; por no hablar de los Isidoros o Isidros, cuyo nombre procede de la expresión
Isis
doro,
o «portaestandarte de Isis».

Cuando creo que las ideas de Pujol no pueden ser más extremas, me sorprende con otra revelación: tanto él como su esposa sostienen que los libros del Nuevo Testamento se escribieron íntegramente en Egipto, copiando a discreción fuentes egipcias.

—Cuando en los
Hechos de los Apóstoles
se describe el viaje de Pablo y sus penalidades, el autor está repitiendo el esquema del célebre cuento egipcio del náufrago, que antes ya había plagiado Virgilio en su
Eneida

Más adelante, cuando sacamos a relucir las alusiones del Nuevo Testamento al paso de san Pedro por Roma, Pujol puntualiza:

—Ése es otro enorme equivoco histórico. De Pedro no se dice nunca que esté en Roma sino en Babilonia. Lo que ocurre es que los intérpretes de las escrituras afirman desde hace siglos que esa Babilonia no podía ser más que la ciudad de los césares. Y es falso. Cerca del viejo Cairo existió una Babilonia, fundada por los persas cuando tomaron Egipto en recuerdo de su capital, del mismo modo que Alejandro fundó muchas Alejandrías…

Hasta la fecha, la investigación de Llogari Pujol se ha centrado en la comparación de fragmentos de papiros y relieves egipcios con fragmentos textuales de los evangelios. El suyo es un trabajo arduo, que precisa de la ayuda de expertos en lenguas antiguas que estén dispuestos a enfrentarse a la verdad, sin dejarse afectar por sus creencias religiosas.

—Sé que lo que sostengo es grave —admite—, y que no es fácil aceptar que los evangelios son copias literales de papiros egipcios, puesto que coinciden entre ambas fuentes más de un ochenta por ciento de palabras.

Mientras dice esto, Llogari Pujol extiende ante mi un apretado listado en el que se establece algunos de esos paralelismos… La fuente es un libro de 1911,
Les contes populaires de l'Egipte ancienne
, en el que el notable egiptólogo francés Gaston Maspero recoge algunos relatos de tiempos de los faraones. Uno de ellos es la historia del nacimiento de un tal Senosiris (literalmente «Hijo del dios Osiris»). Su madre, Mahituaskhit («Llena de larguezas». ¿«Llena de Gracia»?.) recibió una noche la visita de un espíritu que le anunció el nacimiento de su hijo. La tabla comparativa que me tiende Pujol muestra el paralelismo de acción, e incluso de texto, entre el relato egipcio y el Evangelio de Mateo. El problema es que a ambos los separan más de mil años de historia.

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