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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

La genealogía de la moral (22 page)

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—¿O es que acaso la historiografía moderna, en su totalidad, ha mostrado una actitud más cierta de vida, más cierta de ideal? Su pretensión más noble se reduce hoy a ser
espejo
: rechaza toda teleología; ya no quiere «demostrar» nada: desdeña el desempeñar el papel de juez, y tiene en ello su buen gusto, —ni afirma ni niega, hace constar, «describe»… Todo esto es ascético en alto grado; pero a la vez es, en un grado más alto todavía,
nihilista
, ¡no nos engañemos sobre este punto! Vemos una mirada triste, dura, pero resuelta, —un ojo que
Mira a lo lejos
, como mira a lo lejos un viajero del Polo Norte que se ha quedado aislado (¿tal vez para no mirar adentro?, ¿tal vez para no mirar atrás? …) Aquí hay nieve, aquí la vida ha enmudecido; las últimas cornejas cuya voz aquí se oye dicen: «¿Para qué?» «¡En vano!», «¡Nada!»
[124]
—aquí ya no florece ni crece nada, a lo sumo metapolítica petersburguesa y «compasión» tolstoiana. Mas en lo que se refiere a esa otra especie de historiadores, una especie acaso «más moderna» aún, una especie gozadora, voluptuosa, que coquetea tanto con la vida como con el ideal ascético, que usa como guante la palabra «artista» y que hoy monopoliza totalmente la loa de la contemplación: ¡oh, qué sed tan grande de ascetas y de paisajes invernales provocan esos dulces ingeniosos! ¡No! ¡Que el diablo se lleve a ese pueblo «contemplativo»! ¡Prefiero con mucho caminar junto con aquellos nihilistas históricos a través de las más sombrías, grises y frías brumas! —más aún, en el supuesto de que tuviera que elegir, no me habría de importar prestar oídos incluso a alguien del todo y en verdad ahistórico, anti-histórico (como ese Dühring, con cuyos acentos se embriaga, en la Alemania actual, una especie hasta hoy todavía tímida, todavía inconfesada de «almas bellas», la
species anarchistica
dentro del proletariado culto). Cien veces peores son los «contemplativos»—: ¡yo no conozco nada que me cause más náusea que una de esas poltronas «objetivas», que uno de esos perfumados gozadores de la historia, medio curas, medio sátiros,
parfum Renan
, los cuales delatan ya, con el falsete agudo de su aplauso, qué es lo que les falta, en qué lugar les falta, en qué sitio ha manejado en este caso la Parca su cruel tijera, de un modo, ¡ay!, demasiado quirúrgico! Esto subleva mi gusto y también mi paciencia: conserve su paciencia ante tales visiones quien nada tenga que perder con ella, —a mí tal visión me exaspera, esos «espectadores» me enfurecen contra el «espectáculo» más aún que éste (la historia misma, entiéndaseme), sin querer me vienen a la mente, al contemplarlo, bromas anacreónticas. La naturaleza que dio al toro sus cuernos y al león el χάσμ οδόντων [abertura de los dientes], ¿para qué me dio a mí el pie?… Para pisotear, ¡por San Anacreonte!, y no sólo para huir: ¡para pisotear las poltronas apolilladas, la contemplación cobarde, el lascivo eunuquismo ante la historia, el coqueteo con ideales ascéticos, la tartufería de justicia, usada por la impotencia! ¡Todo mi respeto para el ideal ascético,
en la medida en que sea honesto
!, ¡mientras crea en sí mismo y no nos dé el chasco! Pero no soporto a todas esas chinches coquetas, cuya ambición es insaciable en punto a oler a infinito, hasta que por fin lo infinito acaba por oler a chinches; no soporto los sepulcros blanqueados que parodian la vida; no soporto a los fatigados y acabados que se envuelven en sabiduría y miran «objetivamente»; no soporto a los agitadores ataviados de héroes, que colocan el manto de invisibilidad del ideal en torno a ese manojo de paja que es su cabeza; no soporto a los artistas ambiciosos, que quisieran representar el papel de ascetas y de sacerdotes y que no son en el fondo más que trágicos bufones; tampoco soporto a ésos, a los recentísimos especuladores en idealismo, a los antisemitas, que hoy entornan sus ojos a la manera del hombre de bien cristiano-ario y que intentan excitar todos los elementos de animal cornudo propios del pueblo mediante un abuso, que acaba con toda paciencia, del medio más barato de agitación, la afectación moral (— el hecho de que en la Alemania actual no deje de obtener éxito
toda
especie de espíritus fraudulentos es algo que guarda relación con el
deterioro poco
a poco innegable y ya palpable del espíritu alemán, cuya causa yo la busco en una alimentación compuesta, con demasiada exclusividad, de periódicos, política, cervezas y música de Wagner, a lo que hay que añadir lo que constituye el presupuesto de esa dieta: primero, la clausura y la vanidad nacionales, el fuerte, pero angosto principio de
Deutschland, Deutschland über Alles
[Alemania, Alemania sobre todo]
[125]
, y después la
paralysis agitans
de las «ideas modernas»). Hoy Europa es rica e ingeniosa, sobre todo en punto a inventar estimulantes; parece que ninguna otra cosa necesita más que los «estimulantes», que el aguardiente: de aquí viene también la gigantesca falsificación en ideales, esos máximos aguardientes del espíritu, y asimismo el aire repugnante, maloliente, falaz y seudoalcohólico que se extiende por todas partes. Quisiera saber cuántos cargamentos de idealismo imitado, de atavíos de héroes y cencerreante hojalata de grandes palabras, cuántas toneladas de compasión azucarada y alcohólica (razón social:
la religión de la souffrance
[la religión del sufrimiento]) cuántas patas de palo de «noble indignación», para ayuda de los pies planos del espíritu; cuántos
comediantes
del ideal moral-cristiano sería necesario exportar hoy fuera de Europa, para que de nuevo su aire volviese a tener un olor más limpio… Es evidente que esa superproducción abre una nueva posibilidad de
comercio
; es evidente que se puede hacer un nuevo «negocio» con pequeños ídolos del ideal y con los «idealistas» correspondientes —no se pase por alto esta clara alusión. ¿Quién tiene suficientes ánimos para ello? —¡en nuestras
manos
está el «idealizar» la tierra entera!… Mas qué digo ánimos, aquí hace falta una sola cosa, precisamente la mano, una mano sin prevenciones, completamente libre de prevenciones…

27

—¡Basta! ¡Basta! Dejemos estas curiosidades y complejidades del espíritu más moderno, en las que hay igual número de cosas de que reír y de que enfadarse. Precisamente
nuestro
problema, el problema del
significado
del ideal ascético, puede prescindir de ellas. —¡Qué tiene él que ver con el ayer y con el hoy! Esas cosas las abordaré con mayor profundidad y dureza en otro contexto (bajo el título
Historia del nihilismo europeo
; remito para ello a una obra que estoy preparando:
La voluntad de poder. Ensayo de una transvaloración de todos los valores). Lo
único que me interesa haber señalado aquí es esto: incluso en la esfera más espiritual el ideal ascético continúa teniendo por el momento una sola especie de verdaderos enemigos
y damnificadores: los co
mediantes de ese ideal, —pues provocan desconfianza. En todos los demás lugares en que el espíritu trabaja hoy con rigor, con energía y sin falsedades, se abstiene ahora en todos ellos por completo del ideal —la expresión popular de esa abstinencia es «ateísmo»:
descontada su voluntad de verdad
. Pero esta voluntad, este
resto
de ideal, es, si se quiere creerme, aquel ideal mismo en su formulación más rigurosa, más espiritual, aquel ideal vuelto total y completamente exotérico, despojado de todo aparejo exterior, y, en consecuencia, no es tanto el resto de aquel ideal cuanto su
núcleo
. El ateísmo incondicional y sincero (— y su aire es lo único que respiramos nosotros, los hombres más espirituales de esta época) no se encuentra, según esto, en contraposición a aquel ideal, como a primera vista parece; antes bien, es tan sólo una de sus últimas fases de desarrollo, una de sus formas finales y de sus consecuencias lógicas internas, —es la
catástrofe
, que impone respeto, de una bimilenaria educación para la verdad, educación que, al final, se prohibe a sí misma la
mentira que hay en el creer en Dios
. (Este mismo proceso evolutivo se ha dado en la India, con total independencia, y, por tanto, demuestra algo: el mismo ideal forzando a la misma conclusión; el punto decisivo alcanzado cinco siglos antes de la era europea, con Buda, o, más exactamente: ya con la filosofía sankhya
[126]
que luego Buda popularizó y convirtió en religión).
¿Qué es aquello
que, si preguntamos con todo rigor, ha alcanzado propiamente la
victoria
sobre el Dios cristiano? La respuesta se encuentra en mi libro
La gaya ciencia
[127]
: «La moralidad cristiana misma, el concepto de veracidad tomado en un sentido cada vez más riguroso, la sutilidad, propia de padres confesores, de la conciencia cristiana, traducida y sublimada en conciencia científica, en limpieza intelectual a cualquier precio. Considerar la naturaleza como si fuera una prueba de la bondad y de la protección de un Dios; interpretar la historia a honra de la razón divina, como permanente testimonio de un orden ético del mundo y de intenciones éticas últimas; interpretar las propias vivencias cual las han venido interpretando desde hace tanto tiempo los hombres piadosos, como si todo fuera una disposición, todo fuese un signo, todo estuviese pensado y dispuesto para la salvación del alma: ahora esto
ha pasado
ya, tiene
en contra
suya la conciencia, todos los espíritus más finos consideran esto indecoroso, deshonesto, lo consideran mentira, feminismo, debilidad, cobardía, —y precisamente en virtud de este rigor somos, si lo somos en virtud de algo,
buenos europeos
y herederos de la autosuperación más prolongada y más valerosa de Europa…» Todas las grandes cosas perecen a sus propias manos, por un acto de autosupresión: así lo quiere la ley de la vida, la ley de la «autosuperación»
necesaria
que existe en la esencia de la vida, —en el último momento siempre se le dice al legislador mismo:
patere legem, quam ipse tulisti
[sufre la ley que tú mismo promulgaste]. Así es como pereció el cristianismo,
en cuanto dogma
, a manos de su propia moral; y así es como ahora también el cristianismo
en cuanto moral
tiene que perecer, —nosotros nos encontramos en el umbral de
este
acontecimiento. Después de que la veracidad cristiana ha sacado una tras otra sus conclusiones, saca al final su
conclusión más fuerte, su
conclusión
contra
sí misma; y esto sucede cuando plantea la pregunta «
¿qué significa toda voluntad de verdad?»… Y
aquí toco yo de nuevo mi problema, nuestro problema, amigos míos
desconocidos
(—pues todavía no sé de ningún amigo): ¿qué sentido tendría
nuestro
ser todo, a no ser el de que en nosotros aquella voluntad de verdad cobre conciencia de sí misma
como problema?
… Este hecho de que la voluntad de verdad cobre consciencia de sí
hace perecer
de ahora en adelante —no cabe ninguna duda— la moral: ese gran espectáculo en cien actos, que permanece reservado a los dos próximos siglos de Europa, el más terrible, el más problemático, y acaso también el más esperanzador de todos los espectáculos…

28

Si prescindimos del ideal ascético, entonces el hombre, el
animal
hombre, no ha tenido hasta ahora ningún sentido. Su existencia sobre la tierra no ha albergado ninguna meta; «¿para qué en absoluto el hombre?» —ha sido una pregunta sin respuesta; faltaba
la voluntad
de hombre y de tierra; ¡detrás de todo gran destino humano resonaba como estribillo un «en vano» todavía más fuerte! Pues justamente
esto
es lo que significa el ideal ascético: que algo
faltaba
, que un
vacío
inmenso rodeaba al hombre, —éste no sabía justificarse, explicarse, afirmarse a sí mismo,
sufría
del problema de su sentido. Sufría también por otras causas, en lo principal era un animal
enfermizo
: pero su problema no era el sufrimiento mismo, sino el que faltase la respuesta al grito de la pregunta: «¿para qué sufrir?» El hombre, el animal más valiente y más acostumbrado a sufrir, no niega en sí el sufrimiento: lo
quiere, lo
busca incluso, presuponiendo que se le muestre un
sentido
del mismo, un
para-esto
del sufrimiento. La falta de sentido del sufrimiento, y no este mismo, era la maldición que hasta ahora yacía extendida sobre la humanidad, —¡y
el ideal ascético ofreció a ésta un sentido
! Fue hasta ahora el único sentido; algún sentido es mejor que ningún sentido; el ideal ascético ha sido, en todos los aspectos, el
fuute de mieux
[mal menor]
par excellence
habido hasta el momento. En él el sufrimiento aparecía
interpretado
; el inmenso vacío parecía colmado; la puerta se cerraba ante todo nihilismo suicida. La interpretación —no cabe dudarlo— traía consigo un nuevo sufrimiento, más profundo, más íntimo, más venenoso, más devorador de vida: situaba todo sufrimiento en la perspectiva de la
culpa
… Mas, a pesar de todo ello, —el hombre quedaba así
salvado
, tenía un
sentido
, en adelante no era ya como una hoja al viento, como una pelota del absurdo, del «sin-sentido», ahora podía
querer
algo, por el momento era indiferente lo que quisiera, para qué lo quisiera y con qué lo quisiera:
la voluntad misma estaba salvada. No
podemos ocultarnos a fin de cuentas qué es lo que expresa propiamente todo aquel querer que recibió su orientación del ideal ascético: ese odio contra lo humano, más aún, contra lo animal, más aún, contra lo material, esa repugnancia ante los sentidos, ante la razón misma, el miedo a la felicidad y a la belleza, ese anhelo de apartarse de toda apariencia, cambio, devenir, muerte, deseo, anhelo mismo —¡todo eso significa, atrevámonos a comprenderlo,
una voluntad de la nada
, una aversión contra la vida, un rechazo de los presupuestos más fundamentales de la vida, pero es, y no deja de ser, una
voluntad!… Y
repitiendo al final lo que dije al principio: el hombre prefiere querer
la nada
a
no querer

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