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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

La danza de los muertos (15 page)

BOOK: La danza de los muertos
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—Voy a ir a saludarlo —anunció Casilda, al tiempo que se alisaba los negros rizos.

Larissa sonrió, pero se quedó un poco rezagada; tenía la sospecha de que Dumont no apreciaría tanto a su novísimo marinero si supiera que ya se habían conocido, y en unas circunstancias muy particulares.

—Y éste es Ojos de Dragón —prosiguió el capitán. Fando le ofreció la mano, y el semielfo se la estrechó tras unos instantes de duda, con una precavida sonrisa.

—Bienvenido a bordo —le dijo, en un tono que parecía sincero.

Fando se fijó, sin disimulos, en el rasgo que había valido el sobrenombre al segundo de a bordo.

—¡Tienes las pupilas rasgadas como las serpientes! —exclamó—. ¡Qué interesante! ¿A qué es debido?

Larissa se estremeció de asco; la analogía que a ella se le ocurría, cuando pensaba en ello, era con los gatos, animales mucho más agradables que las serpientes.

Se hizo el silencio de pronto. El segundo de a bordo era casi tan temido y evitado como el propio capitán, y jamás nadie se había atrevido a preguntarle el porqué de sus ojos. Nadie hizo el menor movimiento durante unos momentos; incluso Dumont estaba pendiente de la respuesta del semielfo. Hasta que Ojos de Dragón sonrió de nuevo.

—Mi madre siempre decía que mi padre era una serpiente. Claro que había quien opinaba que era un monstruo, aunque jamás se lo dijeron a la cara. Pero me alegro de tener los dientes como los de mi madre, pues me sería difícil masticar con colmillos.

Superado el instante de tensión, todos rieron con muchas más ganas de lo que merecía la broma, excepto Fando, que estrechó la mano de Ojos de Dragón una vez más y le dedicó una mirada cargada de compasión, mirada que sólo comprendieron el destinatario y la observadora Larissa. La sombra de un sufrimiento pasó por el rostro del semielfo, pero enseguida recuperó la máscara de indiferencia.

—Ojos de Dragón, voy a llevar a Fernando abajo para enseñarle cómo funciona la intendencia.

—¿Estáis seguro, capitán? —inquirió Ojos de Dragón con una ceja arqueada.

Dumont frunció el entrecejo; no le gustaba que sus decisiones se pusieran en tela de juicio, ni siquiera por parte de su amigo íntimo, y menos aún delante de la tripulación y de la compañía.

—Pues claro que estoy seguro, y dile a Jahedrin que quiero que instruya a Fernando como timonel. Es bastante fuerte para la tarea y además es nuestro guía, de modo que necesita saber pilotar el barco. Los demás —añadió, dirigiéndose al grueso de la tripulación y a los actores, que todavía se apiñaban en torno a Fando—, id a cubierta, que los clientes esperan.

Larissa daba media vuelta para salir con todos cuando una mano la retuvo por el brazo.

—Señorita Bucles de Nieve —le dijo Fando, cuando la joven lo miró—, sólo quería haceros saber que me es muy grato estar con vos después de haberos visto actuar.

Tanto su rostro como su voz traslucían solamente cortesía y amabilidad, y Larissa agradeció aliviada tanta discreción.

—Gracias —repuso en el mismo tono. En el último segundo se acordó de llamarlo por el nombre que el capitán le había asignado, no por el que él había dicho la primera vez—. Bienvenido a
La Demoiselle du Musarde
, Fernando. —Sonrió con amabilidad a Dumont y subió a la cubierta principal bajo la mirada de Fando y el capitán.

—Ella es el tesoro más preciado de los muchos que hay en mi barco. ¿No os parece bellísima, Fernando?

—A cualquiera se lo parecería, señor.

—Una respuesta perfecta —replicó Dumont con una carcajada—, aduladora y cauta a la vez. Voy a decirte lo mismo que digo a todos mis hombres: no le pongas las manos encima si quieres conservarlas. Bien, volvamos a nuestro acuerdo.

Se giró para mirarlo de frente con los brazos cruzados sobre el pecho.


La Demoiselle
es un barco-espectáculo. Ofrecemos diversión y, cuanta más calidad tenga, tanto más nos beneficiamos. Es sencillo, ¿no? Ya has visto la obra. Gelaar, el elfo, es el artífice de algunos de los mejores efectos, pero eso no es todo lo que hay en el navío, ni mucho menos.

Se dirigió a una puerta que había al fondo del teatro, semioculta y pintada para camuflarse con la propia pared, pero no escondida. Dumont sacó una pesada anilla con llaves y buscó la apropiada, la introdujo en la cerradura y silbó unas notas; la llave se iluminó suavemente y el cerrojo se descorrió. Fando levantó una ceja en gesto interrogativo.

—Es una llave, como puedes ver, pero es mágica —le explicó Dumont; abrió la puerta y comenzó a bajar por una escalera estrecha y oscura. Fando lo siguió—. Hay que silbar ciertas notas, que te enseñaré más tarde. La puerta no se abre sino con la llave y las notas.

A medida que descendían hacia la oscuridad, Dumont silbaba para mantener la luz del llavero, que los alumbraba con un tenue resplandor azul. Dumont miró hacia atrás para dirigirse a Fando.

—Supongo que toda esta magia te desconcierta, pero ya te acostumbrarás;
La Demoiselle
funciona prácticamente a base de magia, como tiene que ser, después de los malditos esfuerzos que he hecho por conseguirlo durante tantos años.

Los peldaños se acabaron, y Fando echó un vistazo alrededor; en la espaciosa bodega había cajas, piezas de recambio, sillas de más, herramientas, sacos de harina y muchas otras cosas.

—A veces hacemos largas travesías de un puerto a otro —prosiguió el capitán—, y no me gusta quedarme sin víveres ni suministros. Ésta es la bodega principal, y ahí detrás tenemos el ganado. —Se giró hacia otra puerta, la abrió con la llave mágica e hizo una seña a Fando para que entrara. El desprevenido joven cayó de bruces contra unas balas de paja. Oyó que la puerta se cerraba de golpe a su espalda y se apresuró a levantarse, pero Dumont lo detuvo apoyando la bota en su cuello.

—Levántate despacio, muchacho, y echa un buen vistazo a tu alrededor; si no me satisface tu reacción, no sales vivo de aquí.

El capitán retiró la pesada bota; Fando se incorporó hasta sentarse sin respirar apenas y miró la estancia.

Tenía, aproximadamente, la misma capacidad que la bodega anterior y sólo estaba iluminada por el llavero de Dumont, aunque había unos candeleros vacíos en las paredes. El suelo se hallaba cubierto de paja sucia, y de pronto vio el ganado al que Dumont se había referido: dos terneras, varios pollos, unos cuantos corderos y varios cerdos; todos lo miraron a su vez con curiosidad. Sin embargo, no fue el ganado corriente lo que asombró al joven, sino las otras criaturas encerradas en aquella estancia oscura.

La Demoiselle
era un barco-teatro por fuera, pero también una galera de esclavos.

Una mujer menuda y de cabello oscuro estaba encadenada a la pared; debía de haber sido bella en algún tiempo, pero en esos momentos estaba sucia y macilenta. Miró a Fando con un temor opaco en sus ojos, singularmente redondos y grandes. La ropa hecha jirones colgaba sin gracia de su huesudo cuerpo.

Un zorro gigante, del tamaño de las terneras, que estaba acostado en una esquina, fijó la mirada en Dumont con un gruñido grave y gutural; también estaba atado, y una especie de arreos le cruzaban el blanco pecho.

Un cuervo se acurrucaba en una jaula dorada colgada del techo, y, cerca de él, un gato negro con collar se atildaba con esmero, atado a una cadena con la longitud justa para dejar al ave fuera de su alcance. Pese a que se esforzaba por no acusar la presencia de los hombres, hizo una pausa en su aseo y les clavó una mirada rebosante de odio.

Ante los ojos de Fando, el pelo del animal comenzó a cambiar de color; un tono azul brillante apareció en la punta de la cola y se extendió por todo el cuerpo mientras la criatura bufaba con las orejas aplastadas. El joven observó los singulares incisivos del felino, dos veces más largos de lo normal. Los bufidos despertaron a un reptil que parecía una especie de dragón en miniatura; desde el confinamiento de su jaula, levantó la roja y escamosa cabeza y enfocó la mirada hacia Dumont.

—Tienes ante ti mi colección —dijo éste con lentitud—. Cada una de estas criaturas aporta algo de valor al barco o a mi propia persona, y los he recogido de distintos lugares; voy a presentártelos. Esta lindeza —comenzó, arrodillado junto a la mujer morena— es una mujer lechuza originaria de Falkovnia; se convierte en ave nocturna cuando se lo permito y explora el terreno. ¿No es así, Yelusa, querida mía? —Le acarició la sucia mejilla con gesto de propietario, y ella lo recibió con un ademán de sumisión y la mirada baja.

Dumont se puso en pie y continuó.

—El zorro proviene de Richemulot; corre a una velocidad pasmosa y me resulta muy útil cuando tengo que salir pitando del barco. Cola Bermeja, tienes hambre, ¿eh? —El zorro lo miró con ojos brillantes—. Hace dos días que no le damos de comer porque últimamente se niega a cooperar. Seguro que te zamparías ahora mismo uno de esos pollos, ¿no?

—¡Mal nacido! —gruñó el zorro enseñando los colmillos—. A ti te echaría el diente, pero estás tan podrido que vomitaría. ¡Bah! —Sacudió la cabeza como para quitarse un mal sabor de boca. El capitán se limitó a soltar una carcajada antes de continuar.

—Este cuervo es natural de Barovia, y conoce la historia de las tierras de alrededor mejor que cualquier otra criatura con la que me haya cruzado; además, sabe que es mejor no contarme mentiras, ¿verdad, Gráculus? —El ave graznó, pero no emitió sonido alguno, y Dumont chasqueó la lengua—. Esa jaula lo deja mudo; sus conocimientos son sólo para mí, no para sus compañeros de prisión. Los gatos de color son rarísimos; sólo se encuentran en G’Henna. Su pelo es de valor incalculable para las ilusiones de Gelaar. El pseudodragón que capturé en Mordent también coopera a veces en mis encantamientos, cuando lo castigo lo suficiente. —El capitán volvió la mirada hacia su subordinado de reciente adquisición—. Entonces, Fernando, ¿estás impresionado por mi colección?

El joven escrutó los ojos de Dumont y después echó un vistazo a los prisioneros.

—Impresionado es poco —dijo. Extendió una mano, y Dumont lo ayudó a levantarse—. Lo que habéis hecho es realmente sorprendente, capitán Dumont, y además he visto que os habéis apoderado de los
feux follets
.

—¿Qué sabes de esos seres? —inquirió Dumont con los ojos entrecerrados.

—Muchas cosas —repuso Fando, sonriente—. Me he criado en el pantano, ¿recordáis? Los
feux follets
son de la familia de los fuegos fatuos, pero, en vez de alimentarse de dolor y sufrimiento, viven de emociones positivas. Son perfectos para vuestro barco-teatro.

Dumont sonrió con expresión de avaricia. Había acertado de pleno al aceptar que el joven se enrolara; la reacción de Fando no habría sido mejor si le hubiera leído los pensamientos.

—¿Existen otras criaturas en el pantano que te parezcan aprovechables?

—Cientos —respondió con una amplia sonrisa—, y yo os puedo llevar directo a ellas.

—Fernando, casi me haces volver a creer en los dioses.

—También hay dioses en los marjales.

Dumont echó la cabeza hacia atrás y rió con ganas.

Una hora después, Fando dio las buenas noches a su patrón y se retiró a su camarote. Una vez solo, cerró la puerta con pestillo y apoyó su sofocado rostro contra la refrescante madera. Desechó la máscara que había conservado durante toda la tarde y comenzó a jadear y a gemir de dolor, arrasado por fuertes emociones. No le importó resbalar hasta el suelo y quedarse allí, convulso y anegado en lágrimas.

Durante el rato que había permanecido en la bodega del ganado de Dumont, las emociones de los prisioneros lo habían asaeteado; algunos llevaban varios años encadenados, y sintió el dolor físico y la angustia emocional, la desesperación y el odio de todos ellos. El muchacho se dejó arrastrar por el llanto hasta que al fin consiguió un mínimo control sobre sí mismo y se puso en pie estremecido. Llenó de agua una bacía y se mojó la cara para calmarse por completo.

Unos minutos después, salió del camarote en dirección a la cubierta principal. La gente había regresado a sus casas en tierra firme, y la tripulación y los artistas se habían retirado a sus camarotes; sólo uno o dos hombres patrullaban cansinos por el barco. Con toda la impasibilidad de que fue capaz, el joven se dirigió a grandes zancadas hacia la barandilla y se asomó a mirar ostensiblemente la cérea imagen de la luna que rielaba serena en el agua.

Tan pronto como sintieron su presencia, las lucecillas encadenadas al navío intensificaron su resplandor. Sus colores cambiaban rápidamente al arremolinarse alrededor de Fando, en la medida en que las ataduras mágicas se lo permitían. El muchacho sintió que el picor de las lágrimas le escocía en los ojos otra vez y parpadeó para evitarlas. Echó una mirada alrededor y comprobó que, por fortuna, estaba solo en ese momento.

Extendió su ancha mano hacia una de las luces, que aumentó su brillo y alumbró con rápidas intermitencias. En respuesta, una tenue luminosidad comenzó a fluir del anillo de su mano derecha; aceptó el consuelo de la criatura y sintió que el hielo de su pecho comenzaba a deshacerse.

—¡Oh, hermanos míos! ¡Cuánto lo lamento! —musitó.

NUEVE

—Buenos días, señorita Bucles de Nieve —trinó Fando.

Larissa, que subía presurosa las escaleras al volver del desayuno, sonrió brevemente y dejó pasar al joven, pero éste tropezó con un escalón y cayó sobre ella con todo su peso. Larissa se tambaleó y estuvo a punto de perder el equilibrio; entonces sintió el roce de la bota de Fando en el tobillo y cayó con torpeza, echa un ovillo, contra los escalones. Se quedó mirando irritada al marinero nuevo. ¡Era evidente que le había puesto la zancadilla a propósito!

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