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Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

La ciudad y la ciudad (16 page)

BOOK: La ciudad y la ciudad
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Había oído que los liberales alegaban que era algo más que irónico que la proximidad con Ul Qoma les brindara al CA oportunidades para intimidar al enemigo. No cabía duda de que daba igual cómo los desvieran, los ulqomanos de las inmediaciones tenían que haber percibido de algún modo los trajes paramilitares, los parches de Besźel Primero. Casi se podría decir que era una brecha, aunque desde luego no del todo.

Se arremolinaron mientras nos acercábamos, rezagándose, fumando, bebiendo, riendo con ganas. Esos esfuerzos por marcar el territorio eran tan ostentosos que bien podrían haber estado meando almizcle. Todos eran hombres excepto una mujer. Todos clavaron su mirada en nosotros. Intercambiaron algunas palabras y la mayor parte de ellos entraron sin prisas dentro del edificio, dejando solo a unos pocos en la puerta. De cuero, de tela vaquera, incluso uno con una camiseta de gimnasio ajustada digna de su fisiología, mirándonos fijamente. Un culturista, varios hombres con el pelo corto al estilo militar, otro que trataba de emular un antiguo corte aristocrático besźelí, como un
mullet
recargado. Estaba apoyado sobre un bate de béisbol: no es que fuera un deporte besźelí, pero resultaba lo bastante creíble como para que no le pudieran acusar de posesión de arma con intento de agresión. Un hombre le susurró algo al señor Peinado, habló rápidamente por el móvil y lo apagó. No había muchos transeúntes. Los que había, claro está, eran besźelíes, así que podían, y así lo hicieron, mirarnos fijamente y a la gente del CA, aunque la mayoría apartaban la vista después.

—¿Lista? —pregunté.

—Vete a la mierda, jefe —masculló Corwi como respuesta. El que sostenía el bate lo hizo girar como si tal cosa.

A escasos metros del comité de recepción dije por radio, en voz alta y clara:

—Estamos en la sede del CA, cuatro once de GyedarStrász, como estaba previsto. Actualización en una hora. Código de alerta. Preparad refuerzos. Apagué la radio con el pulgar antes de que el operador tuviera tiempo de decirme algo del estilo de: «¿Qué narices estás haciendo, Borlú?».

El hombre fuerte:

—¿Necesita ayuda, agente?

Uno de sus camaradas miró a Corwi de arriba abajo e hizo el sonido de dos besitos que podría haber sido el gorjeo de un pájaro.

—Sí, hemos venido a hacer algunas preguntas.

—No lo creo.

Peinado sonrió, pero era Musculitos quien hablaba.

—A mí me parece que sí.

—A mí no tanto. —El que habló ahora era el hombre que había hecho la llamada, un tipo rubio de aspecto
suedehead
, que empujó a su colega grandote para ponerse delante—. ¿Tiene una orden de entrada y registro? ¿No? Entonces no entra.

Cambié de táctica.

—Si no tienes nada que ocultar, ¿por qué quieres dejarnos fuera? —le dijo Corwi—. Tenemos algunas preguntas… —pero Musculitos y Peinado se estaban riendo.

—Por favor —dijo Peinado. Meneó la cabeza—. Por favor. ¿Con quién cree que está hablando?

El de pelo casi rapado le hizo un gesto para que se callara.

—Ya hemos acabado aquí —dijo.

—¿Qué saben de Byela Mar? —pregunté. Parecieron no reconocer el nombre, o no estar seguros—. Mahalia Geary. —Esa vez sí que lo reconocieron. El del teléfono hizo un ruido de «ah»; Peinado le susurró algo al grandote.

—Geary —dijo Culturista—. Hemos leído los periódicos. —Se encogió de hombros: ¿qué será, será?—. Sí. ¿Una lección sobre el peligro de ciertos comportamientos?

—¿Y eso?

Me incliné sobre el quicio de la puerta con gesto amigable, forzando a Pelucón a dar uno o dos pasos atrás. Le murmuró algo a su amigo otra vez. No pude oír el qué.

—Nadie justifica los ataques, pero la señorita Geary —el hombre con el teléfono dijo el apellido con un exagerado acento americano y se quedó de pie entre los demás y yo— tenía sus antecedentes, y cierta reputación entre los patriotas. Llevábamos un tiempo sin saber nada de ella, es verdad. Esperábamos que hubiese mejorado un poco su forma de ver las cosas. Pero parece que no. —Se encogió de hombros—. Si denigras a Besźel, este te lo devuelve.

—Pero ¿qué narices de denigración? —dijo Corwi—. ¿Qué es lo que sabéis de ella?

—¡Venga, agente! ¡No hay más que ver en lo que estaba trabajando! No era amiga de Besźel.

—Totalmente —dijo Rubiales—. Unionista. O peor, una espía.

Miré a Corwi y ella a mí.

—¿Qué? —dije—. ¿Cuál de esas escoges?

—No era… —dijo Corwi. Los dos vacilamos.

Los hombres se quedaron en el umbral y ya ni siquiera querían entrar al trapo. Pelucón parecía querer hacerlo, en respuesta a mis provocaciones, pero Culturista dijo: «Déjalo, Caczos» y el hombre se calló y se limitó a mirarnos desde la espalda del hombre grandote, y los dos que habían hablado antes discutieron calmadamente con ellos y retrocedieron algunos pasos, aunque seguían mirándome. Intenté llamar a Shenvoi, pero no estaba en su línea segura. Se me ocurrió que quizá (yo era uno de los pocos que sabían de su misión) podía estar en el edificio que tenía frente a mí.

—Inspector Borlú.

La voz llegó de detrás de nosotros. Un elegante coche negro se había parado justo detrás del nuestro y un hombre se nos acercaba, dejando la puerta del conductor abierta. Tenía unos cincuenta años, me parecía, corpulento, con un rostro anguloso surcado de arrugas. Llevaba un traje decente, oscuro, sin corbata. El pelo que no se le había caído aún era gris y lo llevaba corto.

—Inspector —volvió a decir—. Ya es hora de irse.

Arqueé una ceja.

—Claro, claro —dije—. Solo que, si me disculpa… ¿Quién, en nombre de la Virgen, es usted?

—Harkad Gosz. El abogado de los Ciudadanos Auténticos de Besźel.

Algunos de los tipos con aspecto de secuaces se quedaron perplejos al oír eso.

—Vaya, estupendo —susurró Corwi.

Lo calé a la primera: se veía a kilómetros que era de los caros.

—Pasabas por aquí, ¿no? —dije—. ¿O te llamó alguien? —Le guiñé el ojo al hombre del teléfono, que se encogió de hombros. Lo bastante amistoso—. Supongo que no tiene línea directa con estos asnos, así que ¿quién envió el mensaje? ¿Le llegan las noticias a Syedr? ¿Quién lo ha avisado?

Levantó una ceja.

—Deje que adivine por qué está aquí, inspector.

—Un momento, Gosz… ¿Cómo sabe quién soy?

—Déjeme que lo adivine… Está aquí para hacer preguntas sobre Mahalia Geary.

—Sin duda. Ninguno de sus chicos parecía muy disgustado por su muerte. Y sin embargo son lamentablemente ignorantes de su trabajo: insisten en que era unionista, algo que a los unionistas les haría reírse con ganas. ¿No les suena Orciny? Y déjeme que le repita: ¿cómo sabe mi nombre?

—Inspector, ¿de verdad que va a hacernos perder el tiempo? ¿Orciny? Fuera cual fuera la forma en la que Geary quisiera hacerlo parecer, fuera cual fuera la estupidez que pretendía, fueran cuales fueran las absurdas notas a pie de página que metiera en sus ensayos, la idea central de todo en lo que trabajaba era debilitar a Besźel. Esta nación no es un juguete, inspector. ¿Me entiende? O Geary era estúpida, perdiendo el tiempo con cuentos de viejas que se las apañan para ser un sinsentido y un insulto a la vez, o no era estúpida y toda esa investigación sobre la impotencia velada de Besźel estaba diseñada para decir algo muy distinto. Después de todo, Ul Qoma se mostró mucho más amigable con ella, ¿no es cierto?

—¿Me está tomando el pelo? ¿Adónde quiere ir a parar? ¿Que Mahalia fingía estar investigando sobre Orciny? ¿Que era una enemiga de Besźel? ¿Qué, si no? ¿Una agente de Ul Qoma?

Gosz se acercó a mí. Le hizo una señal a los demás miembros del CA, que se retiraron a su casa fortificada y entornaron la puerta, expectantes y vigilantes.

—Inspector, no tiene ninguna orden de entrada y registro. Márchese. Si va a seguir insistiendo en esto, deje que cumpla con mi deber recitándole esto: siga con este acercamiento y me quejaré a sus superiores sobre el acoso al, no lo olvidemos, totalmente legal CA de Besźel. —Esperé un poco en silencio. Había algo más que quería decir—. Y pregúntese qué conclusiones sacaría de alguien que llega aquí a Besźel, empieza a investigar un tema larga y justificadamente olvidado por los estudiosos serios, que ha predicado sobre la inutilidad y debilidad de Besźel, que hace, de forma nada sorprendente, enemigos allá donde va, que se marcha y luego se va directamente a Ul Qoma. Y después, de todos modos, algo de lo que usted no parece ser consciente, empieza a abandonar discretamente lo que siempre fue un área nada convincente de investigación. Se ha pasado años sin investigar sobre Orciny, incluso podía haber admitido que todo eso era una tapadera, ¡por el amor de Dios! Estaba colaborando en uno de los yacimientos más beligerantes a favor de Ul Qoma del último siglo. ¿Que si creo que hay motivos para sospechar de sus intenciones, inspector? Sí, lo creo.

Corwi tenía los ojos fijos en él con la boca abierta, literalmente.

—Joder, jefe, tenías razón —dijo sin bajar el tono de voz—. Están locos que te cagas.

Él la miró fríamente.

—¿Y cómo es posible que sepa usted todo eso, señor Gosz? —le pregunté—. Sobre su investigación.

—¿Su investigación? Por favor. Incluso sin que los periódicos husmearan por ahí, los temas de los doctorados y las actas de las conferencias no son secretos de Estado, Borlú. Hay algo llamado internet. Debería probarlo.

—Y…

—Márchese ya —dijo—. Dígale a Gadlem que le envío saludos. ¿Quiere un trabajo, inspector? No, no es una amenaza, es una pregunta. ¿Le gustaría tener un trabajo? ¿Le gustaría conservar el que tiene? ¿Lo quiere de verdad, inspector Cómosésunombre? —Se rió—. ¿Acaso cree que aquí —señaló al edificio— es donde acaba todo?

—Claro que no —respondí—. Alguien lo ha llamado.

—Ahora márchese.

—¿Qué periódico habéis leído? —pregunté en voz bien alta. No aparté los ojos de Gosz, pero giré la cabeza lo suficiente para que se viera que estaba hablando con los hombres de la puerta—. ¿Grandullón? ¿Peinado? ¿Qué periódico?

—Ya está bien —dijo el del pelo casi rapado, mientras Musculitos me dijo—: ¿Qué?

—Dijisteis que habías leído algo de ella en el periódico. ¿En cuál? Por lo que yo sé nadie ha mencionado su nombre real aún. Ella seguía siendo Fulana de Tal cuando lo vi. Está claro que no leo la mejor prensa. ¿Qué es lo que tendría que estar leyendo?

Un murmullo, una risa.

—Oigo cosas. —Gosz no le dijo que se callara—. ¿Quién sabe dónde lo he oído? —No podía hacer mucho con eso. La información se filtra rápidamente, incluso la que venía de unos comités supuestamente seguros y era probable que su nombre hubiera salido a la luz e incluso que se hubiera publicado en alguna parte, aunque yo no lo había visto, y si no lo había hecho, pronto lo haría—. ¿Y qué debería estar leyendo?
¡La Llamada de la Lanza
, por supuesto! —Agitó una copia del periódico del CA.

—Bueno, todo esto es fascinante —dije—. Están todos tan bien informados. Pobre de mí, que estoy tan confundido, supongo que será un alivio pasar este caso. No es posible que yo pueda hacerme cargo. Como dicen, no tengo los papeles adecuados para hacer las preguntas adecuadas. Por supuesto, la Brecha no necesita de papeles. Ellos pueden preguntar lo que quieran, de quien quieran.

Eso los acalló. Los miré (a Musculitos, Pelucón, el del teléfono y el abogado) algunos segundos más, antes de que me fuera caminando, con Corwi detrás de mí.

—Vaya panda de gilipollas desagradables.

—Ya, bueno —dije—. Estábamos de pesca. Un poco impertinentes. Aunque no esperaba que me fueran a azotar como a un niño malo.

—¿De qué iba todo eso…? ¿Cómo sabía quién eras? Y toda esa historia de amenazarte…

—No sé. A lo mejor iba en serio. A lo mejor podía complicarme la vida si siguiera con esto. Pronto dejará de ser mi problema.

—Supongo que me suena —respondió—. Lo de las conexiones, quiero decir. Todo el mundo sabe que los de CA son los soldados callejeros del Bloque Nacional, así que tienen que conocer a Syedr. La cadena debe de ser tal y como dijiste: llaman a Syedr y él llama al abogado. —No dije nada—. Es probable. También puede que hayan oído lo de Mahalia por él. Pero ¿sería Syedr tan imbécil como para echarnos encima a los del CA?

—Tú misma has dicho que es bastante imbécil.

—Sí, ya, pero ¿por qué lo haría?

—Es un matón.

—Cierto. Todos esos lo son: así es como funciona la política, ¿no? Así que, sí, a lo mejor es lo que está pasando, bravuconerías para espantarnos.

—¿Espantarnos de qué?

—Asustarnos, quiero decir. No de nada. Estos tipos lo llevan en la sangre, lo de ser matones.

—¿Quién sabe? A lo mejor tiene algo que ocultar, a lo mejor no. Reconozco que me gusta la idea de que la Brecha vaya a por él y a por los suyos. Cuando llegue por fin la invocación.

—Ya. Es solo que pensé que parecías… Todavía seguimos investigando cosas y me preguntaba si estabas deseando que… No esperaba que fuéramos a seguir con esto. Vamos, que estamos esperando. A que el comité…

—Claro —dije—. Bueno. Ya sabes. —La miré y después aparté la mirada—. Estará bien poder pasar el caso: la chica necesita a la Brecha. Pero aún no lo hemos pasado. Cuanto más tengamos para darles mejor, supongo… —Eso era discutible.

Una buena bocanada de aire, dentro, fuera. Me detuve y traje café para los dos de un sitio nuevo antes de que volviéramos a la comisaría. Café americano, para disgusto de Corwi.

—Pensé que te gustaba
aj Tyrko
—dijo, oliéndolo.

—Claro que me gusta, pero más de lo que me gusta
aj Tyrko
me gusta que me dé igual.

10

Llegué pronto a la mañana siguiente, pero no tuve tiempo de ponerme con nada.

—El jefe quiere verte, Tyad —dijo Tsura, de servicio en el mostrador, en cuanto entré.

—Mierda —dije—. ¿Ya ha llegado? —Me escondí detrás de mi mano y susurré—: Vete, vete, Tsura. Date una pausa para mear cuando entre. Tú no me has visto.

—Venga, Tyad. —Me hizo un gesto con la mano para que me marchara y se cubrió los ojos. Pero había una nota en mi escritorio: «Ven a mi despacho inmediatamente». Puse los ojos en blanco. Astuto. Si me hubiera enviado un correo electrónico o me hubiera dejado un mensaje en el contestador siempre podría haber pretendido que no lo había visto hasta después de unas horas. Ahora ya no podía evitarlo.

—¿Señor? —Llamé a la puerta y asomé la cabeza. Me puse a pensar en modos de explicar mi visita a los Ciudadanos Auténticos. Esperé que Corwi no fuera demasiado leal u honrada como para poder echarme la culpa si estaba cargando ella sola con el muerto—. ¿Quería verme?

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