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Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

La ciudad y la ciudad (10 page)

El Comité de Supervisión se reunía en un coliseo gigante, barroco y parcheado en hormigón en el centro de Besźel y del casco antiguo de Ul Qoma. Es uno de los poquísimos lugares que se llama igual en las dos ciudades: la Cámara Conjuntiva. Eso es porque no es un edificio entramado, exactamente, ni uno de entrecortada totalidad-alteridad, una planta o habitación en Besźel y la siguiente en Ul Qoma: por fuera está en ambas ciudades, por dentro la mayor parte de él está en las dos o en ninguna. Todos nosotros (veintiún legisladores por cada estado, con sus ayudantes y yo) nos encontrábamos en una coyuntura, un intersticio, una especie de frontera construida una sobre otra.

Para mí era como si hubiera allí otra presencia: la razón por la cual nos habíamos reunido. Quizá algunos de los que allí estábamos nos sentíamos observados.

Mientras estaban ocupados con los papeles, aquellos que lo estaban, les volví a dar las gracias por atenderme. Un poco de enardecida verborrea política. El Comité de Supervisión se reunía con frecuencia, pero había tenido que esperar semanas para verlos. A pesar de la advertencia de Taskin, había tratado de convocar una reunión extraordinaria para traspasar la responsabilidad de Mahalia Geary tan rápido como fuera posible (¿a quién le gustaría imaginar que su asesino estaba libre cuando había una posibilidad mejor de arreglar aquello?), pero a no ser que fuera por una crisis histórica, una guerra civil o una catástrofe, eso era algo imposible de conseguir.

¿Y por qué no una reunión más pequeña? Que faltaran algunas personas tampoco… Pero no (me informaron rápidamente), eso sería totalmente inaceptable. Taskin me había advertido y estaba en lo cierto, y yo cada día me iba impacientando más. Me había facilitado su mejor contacto, la secretaria personal de uno de los ministros del comité, que me había explicado que la Cámara de Comercio de Besźel tenía una de sus cada vez más frecuentes ferias con empresas extranjeras, y que no podían contar con Buric, que había tenido cierto éxito supervisando esos actos, ni con Nyisemu ni tampoco con Syedr. Estos eran, faltaría más, presencias sagradas. Y Katrinya estaba de reuniones con los diplomáticos. Y Hurian, el comisionado de Bolsas y Valores, tenía una reunión imposible de reconcertar con el ministro de sanidad ulqomano, y así un largo etcétera, por lo que no habría ninguna reunión especial. La joven muerta tendría que continuar siendo inadecuadamente investigada durante algunos días más, hasta la asamblea, a cuya hora, entre el indispensable asunto de resolver cualquier
dissensus
, la gestión de los recursos compartidos (algunas de las redes eléctricas de alta tensión, el alcantarillado y las aguas residuales, los edificios más intrincadamente entramados) se me concederían mis veinte minutos de tiempo para exponer el caso.

Quizá algunos conocían los detalles de estas constricciones, pero las particularidades de las maquinaciones del Comité de Supervisión nunca habían sido de mi interés. Ya me había presentado dos veces ante ellos, hacía mucho tiempo. El aspecto del comité era diferente por entonces, claro está. Las dos veces, el bando besźelí y el ulqomano se enzarzaron el uno con el otro: las relaciones eran peores entonces. Incluso cuando habíamos sido defensores no combatientes de ideas opuestas en los conflictos, como durante la segunda guerra mundial (que no fue la mejor época para Ul Qoma) el Comité de Supervisión había tenido que reunirse. No se había convocado, sin embargo, tal y como recordaba de mis clases, durante las dos breves y desastrosas guerras abiertas entre Besźel y Ul Qoma. En cualquier caso, ahora se suponía que nuestras dos naciones, aunque de manera algo forzada, estaban llevando a cabo algún tipo de acercamiento.

Ninguno de estos casos anteriores que había presentado había sido tan urgente. La primera vez fue un caso de brecha por contrabando, como suelen ser este tipo de asuntos. Una banda del oeste de Besźel había empezado a vender drogas purificadas a partir de medicamentos de Ul Qoma. Estaban recogiendo cajas cerca de las afueras de la ciudad, cerca del final del eje Este-Oeste de un cruce de la línea ferroviaria que separaba Ul Qoma en cuatro cuadrantes. Un contacto ulqomano estaba tirando los paquetes desde los trenes. Hay un breve tramo al norte de Besźel donde las vías se entraman y sirven también de vías en Ul Qoma; y los kilómetros de ferrocarril que se dirigen al norte alejándose de las dos ciudades estado, que nos juntan a nuestros vecinos a través de una cicatriz en la montaña, también se comparten en nuestras fronteras, donde se convierten en una única línea en legalidad existencial, al igual que en un mero hecho de metal: hasta esos dos límites nacionales, la vía férrea eran dos ferrocarriles jurídicos. En varios de esos puntos se tiraban en Ul Qoma las cajas de suministros médicos y ahí se quedaban, abandonadas junto a las vías de ferrocarril entre los matorrales de Ul Qoma: pero las recogían en Besźel, y eso era una brecha.

Nunca observamos cómo las cogían nuestros criminales, pero cuando presentamos las pruebas de que esa era la única forma posible, el comité estuvo de acuerdo y se invocó a la Brecha. Ese comercio de droga terminó: los proveedores desaparecieron de las calles.

El segundo caso fue un hombre que había matado a su esposa y al que, cuando lo rodeamos, le entró un pánico irracional y cometió una brecha: se metió en una tienda de Besźel, se cambió de ropa y salió en Ul Qoma. Por casualidad no lo apresaron en ese momento, pero no tardó en darse cuenta de lo que había hecho. En su desesperada criminalidad ni yo ni mis colegas de Ul Qoma lo hubiésemos tocado, aunque tanto ellos como yo sabíamos adónde había ido, escondiéndose en viviendas de Ul Qoma. La Brecha se lo llevó y él desapareció también.

Esta era la primera vez en mucho tiempo que había hecho una petición. Presenté mis pruebas. Me dirigí, educadamente, tanto a los miembros de Ul Qoma como a los besźelíes. También al poder atento que, casi con toda seguridad, nos había vigilado de forma invisible.

—Vivía en Ul Qoma, no en Besźel. Una vez que lo averiguamos, la encontramos. Corwi lo averiguó, quiero decir. Ha estado allí durante más de dos años. Era una estudiante de doctorado.

—¿Qué estudiaba? —preguntó Buric.

—Arqueología. Historia antigua. Estaba relacionada con una de las excavaciones. Lo tienen todo en las carpetas. —Una ligera turbación, repetida de forma diferente entre los besźelíes y los ulqomanos—. Es así como entró, incluso durante el bloqueo.

Había algunas lagunas jurídicas y excepciones para los vínculos educativos y culturales.

Las excavaciones son constantes en Ul Qoma, los proyectos de investigación incesantes, el suelo es mucho más rico que el nuestro en artefactos arqueológicos extraordinarios de la era pre-Escisión. Los libros y las conferencias discuten sobre si esa preponderancia coincide con la diseminación o es la prueba de algo específicamente ulqomano (cómo no, los nacionalistas ulqomanos insisten en esto último). Mahalia Geary estaba afiliada a una excavación a largo plazo en Bol Ye’an, en la parte occidental de Ul Qoma, un lugar tan importante como Tenochtitlán y Sutton Hoo, que había seguido activo desde que descubrieran los restos hace casi un siglo.

Habría estado bien que mis compatriotas historiadores la hubieran entramado también pero, aunque el parque al final del cual estaba localizada lo estaba ligeramente, y el entramado se acercaba bastante a la tierra llena de tesoros y cuidadosamente arada, una fina línea de Besźel íntegro que incluso separaba las partes de Ul Qoma en el terreno, la excavación en sí no lo estaba. Hay algunos besźelíes que dirán que la asimetría es algo bueno, que si hubiéramos sido la mitad de ricos en grietas llenas de escombros históricos como Ul Qoma (algo parecido a una mezcolanza de
sheela-na-gigs
, restos de relojería, fragmentos de mosaicos, cabezas de hacha y crípticos jirones de pergamino repletos de rumores sobre comportamientos anormales en la física de los cuerpos y resultados poco probables), nosotros simplemente lo habríamos vendido. Ul Qoma, al menos, con su sensiblera beatería en relación con la historia (una clara y culpable compensación por el ritmo de cambio, por el vulgar vigor de gran parte de su reciente desarrollo), con sus archiveros del Estado y sus restricciones de exportación, ha mantenido el pasado protegido de alguna forma.

—Bol Ye’an la llevan un par de arqueólogos de la Universidad Príncipe de Gales de Canadá, donde Geary estaba matriculada. Su supervisora ha estado viviendo intermitentemente en Ul Qoma durante años: Isabelle Nancy. Hay unos cuantos que viven allí. A veces organizan conferencias. Incluso de vez en cuando las hacen en Besźel. —Un premio de consolación para nuestro suelo yermo de reliquias—. La última importante fue hace ya algunos años, cuando encontraron el último conjunto de artefactos. Estoy seguro de que se acordarán.

Incluso la prensa internacional se hizo eco. Le habían dado un nombre a la colección, pero ahora no recordaba cuál. Incluía un astrolabio y algo con engranajes, algo de intrincada complejidad y tan perdidamente específico e intemporal como el mecanismo de Anticitera, al que se le han atribuido varias visiones y especulaciones, y del que, asimismo, aún nadie ha sabido determinar su uso.

—Y bien, ¿cuál es la historia de esta chica?

La pregunta vino de uno de los ulqomanos, un hombre grueso de alrededor de cincuenta años, con una camisa en varios tonos que habría resultado de una legalidad cuestionable en Besźel.

—Ha estado aquí, en Ul Qoma, durante meses, investigando —respondí—. Primero se instaló en Besźel, antes de que fuera a Ul Qoma, para asistir a una conferencia que tuvo lugar hace tres años. Quizá la recuerde, hubo una exposición de artefactos y otras cosas cedidas por su ciudad, una o dos semanas enteras de jornadas y demás. Vino un montón de gente de todas partes del mundo, académicos que vinieron desde Europa, Norteamérica, de Ul Qoma y más.

—Por supuesto que nos acordamos —respondió Nyisemu—. Muchos de nosotros participamos en ella.

Sin duda. Varios comités de Estado y algunas organizaciones gubernamentales semiautónomas tuvieron sus puestos; los ministros del gobierno y de la oposición habían acudido. El primer ministro había empezado los trámites, Nyisemu había inaugurado oficialmente la exposición de los museos y había sido necesaria la presencia de varios políticos importantes.

—Bueno, pues Mahalia estuvo allí. Es posible que se fijaran en ella: armó un poco de lío, por lo visto, la acusaron de desacato, hizo un discurso bastante espantoso sobre Orciny durante la presentación. Casi la echan.

Algunos de los rostros (el de Buric y el de Katrinya, sin lugar a dudas, y quizá el de Nyisemu) reflejaron cierta chispa de reconocimiento. Al menos una persona de Ul Qoma también parecía recordar algo.

—Así que ella se calma, o eso parece, y termina su máster, empieza el doctorado, entra en Ul Qoma, esta vez para formar parte de la excavación, sigue con sus estudios… Nunca volvió aquí, no creo, nunca después de aquella intervención, y sinceramente me sorprende que pudiera volver a entrar. Y ha estado allí durante bastante tiempo, excepto en las vacaciones. Hay residencias universitarias cerca de la excavación. Desapareció hace un par de semanas y apareció en Besźel. En Pocost Village, en la urbanización, que, como recordarán, es una zona íntegra de Besźel, así que es álter en Ul Qoma, y estaba muerta. Está todo en el informe, congresista.

—No ha demostrado que se cometiera una brecha, ¿verdad? No, no lo ha hecho.

Yorj Syedr habló en voz más baja de la que habría atribuido a un militar. Frente a él, varios de los congresistas ulqomanos susurraban en ilitano, su intervención los había espoleado a compartir opiniones. Lo miré. Buric, a su lado, puso los ojos en blanco y se dio cuenta de que le había visto hacerlo.

—Tendrá que disculparme, concejal —dije por fin—. No sé qué decir a eso. Esta joven vivía en Ul Qoma. Legalmente, quiero decir, tenemos los registros. Desaparece. Aparece muerta en Besźel. —Fruncí el ceño—. No estoy seguro… ¿Qué más pruebas sugiere que haya?

—Pero son circunstanciales. Es decir, ¿ha consultado en la oficina de Asuntos Exteriores? ¿Ha descubierto, pongamos por caso, si quizá la señorita Geary dejara Ul Qoma para algún asunto en Budapest o algo así? ¿No es posible que hiciera algo parecido y regresara después a Besźel? Hay al menos dos semanas de las que no tenemos ninguna información, inspector Borlú.

Lo miré fijamente.

—Como he dicho antes, ella no iba a volver a Besźel después de su pequeña actuación…

Syedr puso una cara que pareció casi de arrepentimiento y me interrumpió.

—La Brecha es… un poder extranjero. —Varios de los miembros besźelíes del comité y algunos de los ulqomanos mostraron su asombro—. Todos sabemos que eso es así, tanto si es cortés reconocerlo como si no.

»La Brecha —continuó Syedr— es, y lo vuelvo a decir, un poder extranjero, y le entregamos nuestra soberanía por nuestra cuenta y riesgo. Simplemente nos hemos lavado las manos de cualquier situación difícil y se las hemos entregado a, mis disculpas si resulto ofensivo, una sombra sobre la que no tenemos ningún control. Solo para llevar una vida más fácil.

—¿Está de broma, concejal? —preguntó alguien.

—Ya es suficiente —empezó Buric.

—No todos le abrimos los brazos al enemigo —espetó Syedr.

—¡Presidente! —gritó Buric—. ¿Permitirá que continúe esta difamación? Esto es escandaloso…

Ahí estaba el espíritu imparcial sobre el que había leído.

—Por supuesto que apoyo totalmente su intervención cuando de verdad es necesaria —continuó Syedr—. Pero mi partido lleva un tiempo discutiendo que tenemos que parar… de autorizar sin ningún tipo de cuestionamiento la cesión de una autoridad considerable a la Brecha. ¿Cuánta investigación ha llevado a cabo, inspector? ¿Ha hablado con sus padres? ¿Con sus amigos? ¿Qué es lo que de verdad sabemos sobre esta pobre chica?

Tendría que haberme preparado mejor para una cosa así. No me lo había esperado.

Había visto a la Brecha antes, durante un mero instante. ¿Y quién no? La había visto tomar el control. La gran mayoría de las brechas son graves e inmediatas. La Brecha interviene. No estaba acostumbrado a pedir permiso, a invocar, de este modo arcano. «Confía en la Brecha», todos hemos crecido escuchándolo, «desvé y no digas nada de los carteristas o de los atracadores ulqomanos en acción, ni siquiera si te das cuenta, algo que no deberías hacer, desde tu posición en Besźel, porque una brecha es peor que una infracción como la suya».

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