—Qué lamentable todo.
Creo que también dije eso en voz alta.
Después de eso marqué el número de Taskin Cerush, de la sección administrativa. Había tenido la precaución de anotar su número directo cuando me había ayudado con la burocracia hacía unos tres o cuatro casos. Habíamos estado en contacto. Ella era excelente en su trabajo.
—Taskin, soy Tyador Borlú. ¿Puedes por favor llamarme al móvil mañana o cuando puedas y decirme qué es lo que tendría que hacer si quisiera mandar un caso al Comité de Supervisión? Si quisiera pasarles el caso a la Brecha. Hipotéticamente. —Hice una mueca y me reí—. No se lo cuentes a nadie, ¿vale? Gracias, Task. Dime lo que tengo que hacer y si tienes alguna sugerencia desde dentro que me pueda venir bien. Gracias.
Apenas había duda sobre lo que mi terrible informador me había dicho. Las frases que había anotado y subrayado:
mismo idioma
reconocer autoridad - no
ambos lados de la ciudad
Tenía sentido por qué me había llamado, por qué era un crimen, lo que había visto, o que lo hubiera visto, por qué no le había disuadido como habría pasado con muchos otros. Lo había hecho sobre todo porque tenía miedo de que la muerte de Marya-Fulana guardara relación con él. Lo que me había dicho era que sus compañeros de conspiración en Besźel podrían haber visto, muy posiblemente, a Marya, que a lo mejor ella no había respetado las fronteras. Y si algún grupo de alborotadores de Besźel pudieran ser cómplices de ese crimen y de ese tabú concretos eran él y sus compañeros. Era evidente que eran unionistas.
En mi imaginación, Sariska se burló de mí cuando me di la vuelta para mirar esa ciudad de luces nocturnas y esta vez miré y vi su ciudad vecina. Ilícito, pero lo hice. ¿Quién no lo ha hecho alguna vez? Había tanques de gas que no debería ver, anuncios de habitaciones que colgaban sujetos de unos marcos esqueléticos de metal. En la calle, al menos uno de los peatones (lo sabía por la ropa que llevaba, por los colores, por la forma de andar) no estaba en Besźel, y lo miré de todas formas.
Dirigí la mirada a las vías del ferrocarril que estaban a unos cuantos metros de mi ventana y esperé, como sabía que ocurriría en algún momento, hasta que apareciera un tren. Miré a través de las ventanas iluminadas que pasaban a toda velocidad y a los ojos de los escasos pasajeros, de los cuales solo unos pocos me vieron a mí y se quedaron alarmados. Pero desaparecieron deprisa por encima de la unión de los grupos de tejados: fue un crimen fugaz, y no por su culpa. Puede que ni siquiera se sintieran culpables durante mucho tiempo. Puede que no recordaran esa mirada. Siempre quise vivir en un lugar donde pudiera ver trenes extranjeros.
Si no sabes mucho sobre ellos, el ilitano y el besź suenan muy distintos. Se escriben, cómo no, en alfabetos diferentes. El besź está en besź: treinta y cuatro letras, de izquierda a derecha, todos los sonidos se reproducen de forma clara y fonética, las consonantes, las vocales y las semivocales se decoran con signos diacríticos: se parece, es frecuente escuchar eso, al alfabeto cirílico (aunque es probable que esa comparación, acertada o no, moleste a un besźelí). El ilitano usa el alfabeto latino. Es algo reciente.
Leer los diarios de viajes del penúltimo siglo y anteriores, leer la extraña y bella caligrafía ilitana, de derecha a izquierda (con su discordante fonética) es algo que se comenta con frecuencia. En algún momento todo el mundo ha leído a Sterne en su diario de viaje: «En la tierra de los alfabetos, Arábigo llamó la atención de la Dama del Sánscrito (borracho como estaba, en contra del mandato de Muhamed, pues de otra forma la edad de ella lo habría disuadido). Nueve meses más tarde nació un niño repudiado. El niño salvaje fue el ilitano, un Hermes-Afrodita no carente de belleza. Se parece a sus dos padres en la forma, pero en la voz a quienes lo criaron: los pájaros».
Perdieron el alfabeto en 1923, de la noche a la mañana, como culminación de las reformas de Ya Ilsa: fue Atatürk quien lo imitó y no al revés, como suele afirmarse. Incluso en Ul Qoma, ya no queda nadie que sepa leer el alfabeto ilitano excepto entre los archivistas y los activistas.
Sea como fuere, en su original o tardía forma escrita, el ilitano no guarda ninguna similitud con el besź. Tampoco el sonido es similar. Pero estas distinciones no son tan profundas como parece. A pesar de las cuidadosas diferencias culturales de sus gramáticas y de las relaciones de sus fonemas (cuando no los propios sonidos de base), los dos idiomas están estrechamente relacionados: comparten un ancestro común, después de todo. Resulta algo sedicioso decirlo. Incluso hoy.
Los años oscuros de Besźel fueron verdaderamente oscuros. La ciudad se fundó en algún momento impreciso que data entre hace dos mil y setecientos años en este pliegue de costa. Aún quedan restos de esos días en el centro de la ciudad, cuando era un puerto escondido a algunos kilómetros en el interior, río arriba para protegerse de los piratas de la costa. La fundación de la urbe se produjo al mismo tiempo que la de la otra, por supuesto. Ahora las ruinas están rodeadas, e incorporadas como cimientos antiguos en algunos puntos, por la esencia de la ciudad. También hay ruinas más antiguas, como los restos de mosaicos en Yozhef Park. Estos restos románicos son anteriores a Besźel, creemos. Quizá edificamos Besźel sobre aquellos huesos.
Puede que fuera o no Besźel aquello que edificamos, en aquel tiempo, quizá mientras otros estaban construyendo Ul Qoma sobre esos mismos huesos. Quizá entonces solo había una ciudad que se escindiese después sobre las propias ruinas, o quizá nuestra ancestral Besźel aún no se había entretejido distantemente con su vecina. No soy ningún experto en la Escisión pero, aunque lo fuera, tampoco lo sabría.
—Jefe —me llamó Lizbyet Corwi—. Jefe, está usted en racha. ¿Cómo lo supo? Nos vemos en el sesenta y ocho de BudapestStrász.
Aún no me había cambiado de ropa aunque ya era más del mediodía. La mesa de mi cocina era un paisaje hecho de papeles. Los libros de política e historia estaban apilados junto a la leche como una torre de Babel. Tendría que haber apartado el portátil de aquel desastre, pero no me molesté. Sacudí el cacao en polvo de mis apuntes. El dibujo de un negro de mi chocolate con leche soluble me sonreía desde su envase.
—¿De qué me hablas? ¿Eso dónde está?
—Está en Bundalia —me dijo. Una zona antes de la periferia al noroeste del parque del funicular, junto al río—. ¿Y acaso me toma el pelo con eso de que de qué le estoy hablando? He hecho lo que me dijo, he consultado por ahí, he pillado lo esencial de qué grupos hay, quién piensa qué de los demás, bla, bla, bla. Me he pasado la mañana dando vueltas, haciendo preguntas. Metiendo miedo. No es que consiga hacerme respetar mucho con el uniforme puesto, ¿sabe? Y no es que tuviera muchas esperanzas en esto, pero me he dicho, bueno, ¿qué hago si no? Bien, pues he ido por ahí dando vueltas intentando hacerme una idea sobre la política y todo ese rollo y uno de los tipos de una de las… supongo que a lo mejor podría llamarlas logias, empieza a sacar algo. Al principio no quería admitirlo, pero yo lo sabía. Es un puñetero genio, jefe. El sesenta y ocho de BudapestStrász es una sede unionista.
Aquel reverencial asombro lindaba con la sospecha. Ella me habría juzgado con mayor severidad de haber visto los documentos que tenía encima de la mesa, que había tenido que revolver con las manos cuando me llamó. Tenía algunos libros abiertos por el índice, dispuestos de tal forma que mostraran las referencias que tuvieran del unionismo. Lo cierto es que no me había encontrado con la dirección de BudapestStrász.
Como diría ese tópico de la política, los unionistas estaban divididos en múltiples facciones. Algunos grupos eran ilegales, organizaciones hermanas en Besźel y Ul Qoma. Aquellas que estaban prohibidas habían abogado en algún punto de su historia por el uso de la violencia para llevar a las ciudades a la unidad que su Dios, el destino, la historia o la gente había determinado. Parte de esa violencia, en su mayoría ejercida de una forma de lo más chapucera, la habían dirigido contra los intelectuales nacionalistas: ladrillos arrojados contra sus ventanas y mierda introducida por debajo de las puertas. Les habían acusado de hacer propaganda solapada entre los refugiados y los nuevos inmigrantes con poca experiencia en ver y desver, de estar en una ciudad en concreto. Los activistas querían utilizar esa incertidumbre ciudadana como arma.
Estos extremistas habían sido criticados con dureza por parte de otros que eran partidarios de mantener la libertad de circulación y de asamblea, pensaran lo que pensaran en secreto y cualesquiera que fueran los hilos que los conectaban a todos cuando nadie miraba. Había más facciones entre las diversas ideas sobre lo que una ciudad unida tendría que ser, qué idioma hablaría, cómo se llamaría. Incluso estos grupúsculos legales eran vigilados sin descanso y recibían inspecciones periódicas por parte de las autoridades locales.
—Un queso suizo —me dijo Shenvoi cuando hablé con él por la mañana—. Puede que haya más informantes y topos en los unionistas que en los Ciudadanos Auténticos o en los nazis o en cualquier otro grupo de chalados. No me preocuparía por ellos: no van a hacer una mierda sin el visto bueno de alguien de seguridad.
Además, y los unionistas debían de saberlo, aunque esperaban no recibir ninguna prueba, nada de lo que hicieran pasaría inadvertido ante la Brecha. Eso quería decir que yo también podría estar bajo la vigilancia de la Brecha durante mi visita, si es que no lo estaba ya.
Siempre el mismo dilema de cómo moverse por la ciudad. Tendría que haber cogido un taxi, como Corwi esperaba que hiciera, pero no lo hice; cogí dos tranvías, con un transbordo en la plaza Vencelas. Bamboleándome bajo las figuras esculpidas y mecánicas de las fachadas burguesas de la ciudad, tratando de ignorar, desviendo, de los frontis con un brillo más reluciente de la otra parte, las partes de la alteridad.
A lo largo de BudapestStrász había jardines de budelias de invierno que brotaban de los edificios antiguos como si fueran espuma. La budelia es un arbusto tradicional que crece en el entorno urbano de Besźel, pero no en Ul Qoma, donde la podan porque es una planta invasora, así que en BudapestStrász, al formar parte de una zona entramada, cada arbusto, sin florecer en esa época, aparecía descuidado durante uno o dos o tres edificios de la zona y después terminaba en un abrupto plano vertical cuando estaba en el límite de Besźel.
Los edificios de Besźel eran de ladrillo y yeso, todos coronados por una de las chimeneas familiares que me miraban fijamente, formas humanamente grotescas que llevaban ese arbusto por barba. Hace algunas décadas esos lugares no habrían tenido ese aspecto tan derruido: habrían sido más ruidosos y la calle habría estado llena de jóvenes oficinistas vestidos con trajes oscuros y de supervisores que venían de visita. Detrás de los edificios que se levantaban al norte había astilleros industriales y, más lejos, un meandro del río donde los muelles que una vez bulleron de actividad eran ahora esqueletos de hierro que yacían allí como en un cementerio.
Por aquel entonces la zona de Ul Qoma con la que compartía ese espacio era tranquila. Ahora se había vuelto más ruidosa: los vecinos habían ido cambiando económicamente en oposición de fase. El comercio de Ul Qoma repuntó cuando la industria que dependía del río desaceleró su crecimiento y ahora había más extranjeros caminando sobre los adoquines desgastados que habitantes de Besźel. Los tugurios que se derruyeron y que una vez fueron almenados y lumpenbarrocos (no es que los viera: los desví escrupulosamente, pero aun así reparé algo en ellos, ilícitamente, y recordé los estilos por las viejas fotografías), habían sido restaurados y ahora eran galerías y pequeñas empresas recién creadas con el dominio
.uq
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Me fijé en los números de los edificios locales. Se alzaban entrecortados, intercalados con la otredad de espacios extranjeros. Aunque en Besźel la zona estaba muy poco poblada, no era así al otro lado de la frontera, por lo que tuve que esquivar y desver a muchos jóvenes y elegantes hombres y mujeres de negocios. Sus voces me llegaban apagadas, como un ruido cualquiera. Ese desvanecimiento auditivo llega después de años de entrenamiento besźelí. Cuando llegué hasta la fachada alquitranada frente a la que me esperaba Corwi junto a un hombre con cara de no estar muy contento, nos quedamos de pie en una zona casi desierta de Besźel rodeados de una muchedumbre ajetreada a la que desoíamos.
—Jefe. Este es Pall Drodin.
Drodin era un hombre alto y delgado, bien pasados los treinta. Llevaba varios pendientes en las orejas, una chaqueta de cuero en la que prendían algunas crípticas e inmerecidas insignias de pertenencia a varias organizaciones, militares y de otro tipo, y unos pantalones sucios pero extrañamente elegantes. Me miró a los ojos con tristeza mientras fumaba.
No lo habían detenido. Corwi no lo había llevado al interior. La saludé con la cabeza y después me giré despacio 180 grados y miré a los edificios de nuestro alrededor. Me centré solo en los de Besźel, claro.
—¿Brecha? —dije. Drodin me miró sobresaltado. A decir verdad, también lo hizo Corwi, aunque lo disimuló. Al ver que el hombre no decía nada, hablé yo—: ¿No crees que hay poderes que nos observan?
—Sí, no, lo hacen. —Sonaba resentido. No me cabía duda de que lo estaba—. Claro, claro. ¿Me estás preguntando que dónde están? —Es una pregunta más o menos sin sentido, pero una que ningún besźelí o ulqomano puede desterrar del todo. Drodin no miraba a ningún lugar que no fueran mis ojos—. ¿Ve ese edificio que hay ahí al otro lado de la carretera? ¿El que fue una fábrica de cerillas? —Restos de un mural con pintura desconchada que tenía al menos un siglo: una salamandra que sonreía a través de su corona de fuego—. Ves cosas que se mueven, ahí dentro. Cosas como, bueno, que van y vienen, de una forma en la que no deberían.
—¿Y ves como aparecen? —Drodin se mostró inquieto de nuevo—. ¿Crees que es ahí donde se muestran?
—No, no, pero es por un proceso de eliminación.
—Drodin, entra. No tardaremos más que un momento —dijo Corwi. Le hizo un gesto con la cabeza y él se marchó—. ¿Qué coño ha sido eso, jefe?
—¿Algún problema?
—Todo ese rollo de la Brecha. —Corwi bajó la voz cuando dijo «Brecha»—. ¿Qué estás haciendo? —No dije nada—. Estoy intentando establecer una dinámica de poder y yo estoy al final, no la Brecha, jefe. No quiero a esa mierda en esto. ¿De dónde coño sacas todo ese rollo siniestro? —Al ver que yo seguía sin decir nada, sacudió la cabeza y me dejó entrar.