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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

La cicatriz (73 page)

BOOK: La cicatriz
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Doul y el Brucolaco contemplaron sus mutaciones.

—Pero mírate… —murmuró Uther Doul.

—¿Ésta es la causa de todo esto? —siseó el Brucolaco mientras miraba la estatua que Doul tenía entre las manos.

Fennec seguía chillando. La muñeca de piedra miraba inescrutable a Uther Doul, con un ojo guiñado y el otro límpido y frío. Se abrazaba el cuerpo con unos miembros indistintos tallados en piedra helada, verdes, grises o negros según el momento. Le sonreía con aquella horrible boca redonda que enseñaba los dientes. Doul pasó un dedo por el pliegue de piel que sobresalía de su espalda.

—Éste es un objeto de poder —dijo el Brucolaco a Fennec, que había empezado a temblar a causa del shock—. ¿A cuántos armadanos ha matado?

—Traedlo —dijo Doul a los hombres que no habían sido heridos. Avanzaron y se detuvieron con aire nervioso al ver que el Brucolaco no se movía.

Había interferido a despecho de las órdenes de Doul y puede que al hacerlo le hubiese salvado la vida, pero Doul le negaba una disculpa o una palabra de agradecimiento. Se limitó a mirar al Brucolaco fría y fijamente hasta que el vampiro, derrotado, retrocedió.

—Es
nuestro
—le susurró Doul al Brucolaco, mientras levantaba la estatuilla.

Había alguaciles agonizando en una muerte incomprensible por toda la cubierta. Sus camaradas levantaron a Fennec sin la menor sombra de compasión y lo arrastraron sin miramientos, ignorando sus gritos.

Los ciudadanos que se encontraban en los límites exteriores de Otoño Seco y Vos-y-los-Vuestros se estremecieron al escuchar los sonidos que procedían el barrio maldito e hicieron con las manos signos de protección.

—No se parece a nada que haya oído antes —susurraron, u otras cosas parecidas, mientras los aullidos se elevaban para perforar la noche—. No es un aparecido ni un necrófago… Es algo nuevo, algo que no pertenece a ese lugar.

Hubieran podido asegurar que se trataba de un hombre.

40

Uther Doul se sentó en la cama de la celda de Bellis. La habitación seguía estando casi vacía aunque ahora había algunas cosas más que él le había traído de su cuarto: sus libros, un poco de ropa.

La estaba observando mientras ella daba vueltas a la estatuilla grindilú entre las manos. Pasaba sus dedos cuidadosamente sobre la piedra, sentía los intrincados detalles de su grabado. Examinó con cuidado su rostro y luego miró dentro de la boca.

—Ten cuidado —le advirtió Doul mientras ella tocaba uno de los dientes con una uña—. Es peligrosa.

—¿Esto es… la causa de todo? —dijo Bellis.

Doul asintió.

—La llevaba consigo. La utilizó para matar a varios hombres. Plegaba el espacio, usaba una taumaturgia que jamás he visto. Así debe de ser como entró en la fábrica de brújulas.

Bellis asintió. Comprendía que Doul estaba hablando del medio que Fennec había utilizado para conseguir que Nueva Crobuzón encontrase a Armada. Algún ingenio secreto, algún mecanismo.

—Ahora debemos de estar a salvo —continuó Doul—. La piedra imán debía de estar a bordo del
Caminante de la Mañana
.

Probablemente
, pensó Bellis. Un mecanismo capaz de encontrar a Armada.
Mejor será que no esté dentro de uno de esos acorazados de bolsillo, navegando a la deriva y pudriéndose junto con toda su tripulación a estas alturas. Donde quizá puedan encontrarlo algún día
… Volvió a darle la vuelta a la estatua y la estudió con detenimiento.

—Por lo que sabemos… —continuó Doul con lentitud—. Por lo que le hemos sacado a Fennec, la estatua no es lo principal. Al igual que el cañón de una pistola no es la verdadera arma, sino la bala. Lo mismo le pasa a esto: no es la estatua la que tiene el poder. Sólo es un conductor. Esto —dijo— es la fuente del poder.

Acarició la fina y áspera lonja de carne que sobresalía de la espalda de la estatua.

—Es la aleta de un ancestro, un sacerdote-asesino, un taumaturgo, un
mago
. Alojada en una piedra que imita la forma original de su propietario. Es una reliquia grindilú —dijo—, el resto de una especie de… santo. De ahí dimana el poder. Es lo que nos ha contado Fennec —dijo y Bellis pudo imaginar los medios que habían utilizado para sonsacarle las respuestas.

—Esto es lo que estaba detrás de todo —dijo Bellis y Doul asintió.

—Hacía cosas asombrosas. Le permitía a Fennec hacer cosas asombrosas. Pero a pesar de todo, creo que apenas había empezado a comprenderlo. Pienso que Nueva Crobuzón debe de tener razones para creer que esta… esta reliquia mágica tiene mucho más poder del que Fennec había aprendido a utilizar —miró a Bellis a los ojos—. Dudo que Nueva Crobuzón llegara tan lejos, hiciera tales esfuerzos, por algo que no fuera un poder de enorme magnitud —Bellis miró el objeto que tenía entre las manos con reverencia.

—Nos hemos topado —dijo Doul en voz baja— con algo extraordinario. Hemos encontrado una cosa muy grande. Sólo los dioses saben lo que nos permitiría hacer.

Ésta es la causa de todo
, pensó ella.
Esto es lo que Fennec robó. Incluso llegó a
decirme
que había robado algo en las Gengris. Esto es lo que le dijo a Nueva Crobuzón que tenía… No trató de entregarlo, por supuesto. Nunca hubieran venido a buscarlo si se lo hubiera
dado.
Esto es lo que agitó delante de sus narices desde el otro lado del mundo, dijo «Salvadme y es vuestro» y consiguió que vinieran
.

Ésta es la razón de que Nueva Crobuzón atravesara el mundo e hiciera la guerra. Esto es lo que lo puso todo en marcha. Por esto (sin saberlo) conduje a Armada a la isla de los mosquitos. Para enviar un mensaje falso a Nueva Crobuzón le entregué a Armada el avanc en vez de arrojar el libro de Aum al mar
.

Esto es lo que todos han estado buscando
.

Esta aleta de mago
.

Bellis no sabía lo que había cambiado. Doul parecía haberla perdonado. Su cruel comportamiento había cambiado. El aparecer allí, el mostrarle lo que había encontrado, el hablarle como lo había hecho. Estaba nerviosa: inquieta por él.

—¿Qué vas a hacer con ella? —dijo.

Uther Doul estaba envolviendo la figurilla en un trapo húmedo. Sacudió la cabeza.

—Tenemos que examinarla con detenimiento, pero aún no. Ahora no. Hay demasiadas cosas que hacer, demasiados acontecimientos en movimiento. Esto es una… distracción. Ha llegado en mal momento —hablaba sin inflexión en la voz pero ella sintió que había algo más al ver que titubeaba—. Y, además, le ha hecho algo a Fennec. Lo ha cambiado. Ni siquiera él sabe lo que ocurre, o si lo sabe no nos lo ha dicho. Nadie sabe qué fuerzas utilizan los grindilú. No podemos revertir lo que le ha ocurrido a Fennec ni entendemos cuáles son todas sus consecuencias. Nadie quiere convertirse en el nuevo amante de la estatua. De modo que la guardaremos en lugar seguro hasta que nuestro proyecto haya concluido, hasta que hayamos alcanzado nuestro objetivo y tengamos tiempo y eruditos para estudiar esta cosa. Guardaremos silencio sobre todo lo ocurrido pero, por si alguien llegara a descubrir lo que Fennec ha traído a bordo, creo que lo guardaremos en un lugar en el que a nadie se le ocurriría buscarlo o no se atrevería a hacerlo. Un lugar en el que todo el mundo sepa que se guardan ya uno o dos objetos mágicos y en el que los riesgos de intentar penetrar por la fuerza sean… demasiado grandes.

Mientras lo decía, acarició inadvertidamente la empuñadura de la Posible Espada un instante. Bellis lo vio y supo dónde se guardaría la aleta del mago.

—¿Y dónde —dijo con lentitud— está Fennec?

Doul la miró.

—A buen recaudo —dijo antes de asentir con un gesto breve en dirección al corredor exterior—. Preso.

Se hizo un silencio, extendido durante varios segundos.

—¿Qué estás haciendo aquí?—dijo Bellis al fin, en voz baja—. ¿Desde cuándo me crees? —Lo estudió, presa de una confusión que la dejaba exhausta.
Desde que puse el pie en esta puta ciudad
, pensó,
he estado al borde de un ataque de nervios constantemente. Estoy cansada
.

—Siempre te he creído —dijo él con voz carente de toda inflexión—. Nunca pensé que hubieras llamado deliberadamente a las fuerzas de Nueva Crobuzón. A pesar de que sé… siempre lo he sabido… que no albergas ningún amor por este lugar. Cuando antes vinisteis a verme, esperaba oír otra cosa. Al escuchar a Fennec, al oírlo hablar, tratando de permanecer en silencio, tratando de implicarte, admitiendo la verdad… dice una cosa diferente a cada minuto. Pero la verdad es obvia: fuiste una estúpida —dijo Doul sin emoción—. Lo creíste. Pensabas que estabas… no sé ¿qué te dijo?
Salvando tu ciudad
. No pretendías destruirnos, estabas tratando de salvar tu antiguo hogar… para poder regresar algún día y encontrarlo sano y salvo. No estabas tratando de destruirnos, sólo fuiste una estúpida.

La expresión de Bellis estaba muda. Le ardía la cara.

Doul la observaba.

—Te dejaste enredar, ¿verdad? —dijo—. Por la idea de… conectar con tu hogar. Por el hecho de estar haciendo algo. Eso fue suficiente, ¿no? Tú… salvarías tu ciudad.

Doul hablaba con voz suave y monótona y Bellis bajó la mirada hacia sus manos.

—Apostaría —continuó— a que si alguna vez pensaste en lo que te había contado… apostaría a que te sentiste incómoda.

Lo dijo casi con simpatía. El gusano de la duda volvía a estar vivo, escarbando por el cerebro de Bellis.

—No encontramos nada suyo —dijo Doul— en el
Tesauro
. Dormía abajo, en un camarote limpio y seco. Las paredes estaban cubiertas de notas, notas clavadas por todas partes. Diagramas en los que se decía a quién es leal cada persona y quién regenta cada sitio y quién es el propietario de qué. Era algo asombroso. Había descubierto todo lo que podía hacerle falta. Se había… introducido en la política de la ciudad. Siempre escondido. Diferentes lugares de encuentro para cada informante diferente y diferentes nombres… Simon Fench y Silas Fennec eran sólo dos de ellos. Pero no había nada sobre él. Es como una muñeca vacía. Esas notas por todas partes, como carteles y una pequeña prensa manual y tinta y grasa. La ropa en un baúl, el cuaderno de notas en la bolsa… eso era todo. Es patético. —Doul la miró a los ojos—. Uno podría examinar esa habitación durante horas y seguiría sin saber cómo era Silas Fennec. No es más que un pellejo lleno de maquinaciones.

Pero ahora lo han acallado
, pensó Bellis,
y continuamos rumbo al norte. Los Amantes ganan. Sus problemas se han acabado, ¿no es así, Uther?
Lo miró y trató de restablecer lo que se había perdido entre ellos.

—¿Qué estabas escribiendo —dijo Doul, sobresaltándola— cuando entré? —señaló el bolsillo en el que había guardado la carta.

Siempre la llevaba consigo, cada vez más voluminosa. No se la habían quitado. No le servía para fugarse.

Había pasado algún tiempo desde la última vez que le había añadido algo. Había ocasiones en las que escribía regularmente, como si fuera un diario, y semanas en las que no añadía una línea. En aquella pequeña y monótona celda cuya ventana no daba más que a una acuosa oscuridad, se había vuelto de nuevo hacia ella, como si pudiese aclararle las ideas. Pero le había resultado casi imposible escribir.

—Desde la primera vez que te vi —dijo Doul— siempre la has llevado contigo. Incluso en el dirigible —los ojos de Bellis se abrieron un poco más—. ¿Qué es? ¿Qué estás escribiendo?

Lo que ahora dijera o hiciera ahora, se dio cuenta Bellis con una especie de pánico frío, tendría consecuencias durante mucho tiempo. Las cosas esperaban para encajar en su lugar. Se sintió como si estuviera conteniendo la respiración.

Sacó el papel de su bolsillo y leyó lo que había escrito.

Polvo 9 de Chet de 1780/ Sexto Dijuego de Carne

Hola de nuevo.

—Es una carta —le dijo.

—¿Para quién? —dijo Doul. No se inclinó para examinar el papel. En su lugar, la miró a los ojos.

Ella suspiró y hojeó sus muchas páginas hasta encontrar la primera y entonces la sostuvo frente a él para que pudiera leer la primera palabra.

Querido
, rezaba la carta y luego había un espacio en blanco. El espacio para una palabra.

—No lo sé —dijo.

—No es que no sea para nadie —dijo—. Eso sería triste, patético, escribir una carta para nadie. Y tampoco es para alguien muerto o algo tan… triste. Es lo contrario a todo eso, lo contrario. No es algo cerrado como eso: se abre, es una puerta, podría ser para cualquiera.

Oyó sus palabras, fue consciente de lo que debía de parecer y sintió horror.

—Cuando me marché —dijo, más calmada—, llevaba muchas semanas, muchos meses, asustada. Gente a la que conocía estaba desapareciendo. Sabía que me estaban siguiendo la pista. Tú nunca has estado en Nueva Crobuzón, ¿verdad, Uther? —lo miró—. Con todas tus exploraciones y tus habilidades, nunca has estado allí. No puedes hacerte idea… ¿puedes hacerte idea? Hay una clase especial de miedo, un miedo único, cuando sabes que la milicia se te está acercando. ¿A quien han cogido? ¿A quién se han llevado, a quién han torturado, corrompido, atemorizado, amenazado, comprado? ¿En quién puedes confiar? Es muy duro estar sola. Cuando empecé —dijo tras un titubeo—, pensaba que le estaba escribiendo a mi hermana. No es que estemos muy unidas pero hay ocasiones en las que me muero por hablar con ella. Sin embargo, hay cosas que nunca le diría. Y necesitaba decirlas, así que pensé que quizá fuera una carta a una de mis amigas.

Bellis pensaba en Mariel, en Ignus, en Tea. Pensaba en Brote en los Muslos, el violonchelista cacto, el único de los amigos de Isaac con el que había permanecido en contacto. Pensaba en otros.
La carta podría ser para cualquiera de vosotros
, se dijo y supo que no era verdad. Había apartado de su lado a la mayoría de ellos durante los meses terribles que habían precedido a su huida. E incluso antes de eso, no había estado demasiado unida a muchos.
¿Podría haberos escrito a alguno?
, se preguntó de repente.

—Hables con quien hables —dijo—, escribas a quien escribas, siempre hay cosas que no dirás, cosas que censurarás. Y cuanto más escribía… cuanto más
escribo
, más hay que decir, más necesario se vuelve que sea muy, muy abierta. Así que lo escribiré todo y no
tendré
que cerrarla. Puedo dejar eso para el final. Puedo esperar y decidir para quién es una vez que haya dicho todo lo que tengo que decir.

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