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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

La cicatriz (34 page)

BOOK: La cicatriz
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Pero, ¿y si no la creía? Si no lo hacía, si pensaba que no era más que un intento enrevesado por escapar, si la llevaba a ella y a sus aseveraciones frente a los Amantes, quienes no darían un céntimo por el destino de Nueva Crobuzón, entonces habría arruinado su única posibilidad de hacer llegar un mensaje a la ciudad.

¿Y por qué iba a importarles a los señores de Armada lo que un estado le hiciera a otro a medio mundo de distancia? Quizá hasta le dieran la bienvenida a los planes de los grindilú. Nueva Crobuzón poseía una marina poderosa. Bellis no sabía hasta donde se extendía la nueva lealtad de Johannes. No podía arriesgarse a contarle la verdad.

Esperó cuidadosamente en la cubierta del
Desollador de Sombras
, mientras sentía el comedido deleite de Johannes.

—¿Crees que podéis conseguirlo? —dijo al cabo de un rato.

Él frunció el ceño.

—¿Conseguir el qué?

—¿Crees que podéis convocar al avanc?

Johannes se quedó perplejo. Ella vio cómo lo recorrían los pensamientos a toda velocidad. Incredulidad, cólera y miedo. Vio que consideraba la posibilidad de mentir durante una fracción de segundo,
no sabe de qué estás hablando
, pero la tentación refluyó y se llevó consigo las demás emociones.

Recobró la compostura en cuestión de segundos.

—Supongo que no debería estar sorprendido —dijo con voz calmada—. Es absurdo creer que algo como eso podría mantenerse en secreto —sus dedos tamborileaban sobre la barandilla—. Si he de ser sincero, para mí es una fuente de constante asombro la poca gente que está al corriente. Es como si los que no lo saben estuvieran conspirando con los demás para mantener el secreto. ¿Cómo lo has sabido? No hay precauciones ni taumaturgias que puedan mantener en secreto un plan de esta magnitud, supongo. Pronto tendrá que salir a la luz: demasiada gente lo sabe ya.

—¿Por qué lo estáis haciendo? —dijo Bellis.

—Por lo que significará para la ciudad —dijo él—. Por eso lo están haciendo los Amantes —le dio una patada desdeñosa a la borda y señaló con el pulgar a los remolcadores y vapores que había a estribor, amontonados al otro extremo de las cadenas, arrastrándolos en dirección sur—. Mira cómo se mueve esta maldita cosa. ¿A dos kilómetros por hora? ¿Tres con vientos fuertes? Es absurdo. Y un esfuerzo de esta magnitud consume tal cantidad de combustible que se hace sólo muy raras veces. La mayoría del tiempo este lugar no hace más que vagar sin rumbo, dando vueltas al océano. Pero piensa en cómo podrían cambiar las cosas si lograran atrapar a ese ser. Entonces podrían viajar a donde quisieran. Piensa en el
poder
. Serían los dueños y señores del mar. Ya se intentó una vez. —Miró en otra dirección mientras se frotaba la barbilla—. Eso creen ellos. Hay evidencias bajo la ciudad. Cadenas. Ocultas por encantamientos de siglos de antigüedad. Los Amantes… no son como cualquier otro gobernante que haya tenido este lugar. En especial ella. Y algo cambió cuando Uther Doul se convirtió en su guardián, hace más de una década. Desde entonces han estado trabajando para esto. Enviaron mensajes a Tinnabol y sus hombres. Los mejores cazadores que hay. No sólo rápidos con el arpón: son científicos, biólogos marinos, coordinadores. No hay nada que no sepan sobre trampas. Si alguien había intentado algo semejante alguna vez, ellos debían de haber oído historias. Por supuesto, por si solos jamás podrían capturar un avanc. Pero poseen más información sobre ellos que nadie en el mundo. ¿Te imaginas lo que sería para un cazador conseguir esto? Por eso lo están haciendo los Amantes y por eso lo está haciendo Tintinnabulum. —Reparó en la mirada de Bellis y una sonrisa asomó a sus labios.

—¿Y yo? —dijo—. ¡Yo lo hago, Bellis, porque es un
avanc
!

Su entusiasmo fue tan brusco, irritante e infeccioso como el de un niño. La pasión que sentía por aquel trabajo era del todo sincera.

—Tengo que ser honesta contigo —dijo Bellis cuidadosamente—. Nunca hubiera creído que diría o pensaría esto pero… pero lo
entiendo
—ella lo miró directamente—. A decir verdad, es parte del cambio de mi visión sobre este lugar. Cuando descubrí lo que estaba pasando, cuando conocí el plan del avanc, me abrumó tanto que me sentí aterrorizada —sacudió la cabeza mientras trataba de encontrar palabras—. Pero eso cambió. Es el proyecto más… es el proyecto más extraordinario que uno pueda imaginarse, Johannes. Y me di cuenta de que quería que tuviera éxito.

Era consciente de que lo estaba haciendo bien.

—Me preocupa, Johannes. Nunca pensé que daría un estíver por nada que ocurriera en este lugar, pero la escala de esto, el orgullo… y la idea de que podría contribuir… —Johannes Lacrimosco la observaba con cauto regocijo—. Por el modo en que he descubierto la verdad. Por eso te pedí que vinieras aquí, Johannes. Tengo algo para ti.

Metió la mano en su bolso y le entregó el libro.

El pobre Johannes está sufriendo muchas sorpresas esta noche, pensó Bellis de forma vaga, una tras otra. La sorpresa de su mensaje, la sorpresa de verla, la del aparente cambio de su manera de pensar sobre la ciudad; el hecho de que supiera lo del avanc; y ahora esto.

No pronunció palabra en medio de la boquiabierta incredulidad de Johannes, de sus jadeos y de su alegría ahogada.

Finalmente, la miró.

—¿Dónde has encontrado esto? —A duras penas podía hablar.

Ella le habló de Shekel y de su fervor por la sección infantil. Alargó las manos con delicadeza hacia el libro y pasó sus páginas.

—Mira las ilustraciones —le dijo—. No es de extrañar que estuviera en la sección equivocada. Dudo que haya mucha gente a bordo que sepa leer el Kettai Alto. Esto fue lo que hizo que se me metiera dentro.
Esto
—se detuvo al llegar al dibujo del ojo gigantesco bajo el bote. Incluso ahora, en medio de su farsa, a pesar de haber visto el dibujo docenas de veces, sentía aún un pequeño acceso de asombro al contemplarlo—. No sólo fueron los dibujos los que me revelaron lo que estaba pasando, Johannes —sacó del bolso un puñado de papeles garabateados con su abigarrada letra—. Yo
leo
el Kettai Alto —dijo—. Incluso he escrito un libro sobre él —Y, de nuevo, aquel hecho despertó una sensación desagradable en su interior. La ignoró y agitó el manuscrito frente a sus ojos—. He traducido a Aum.

Y ésa fue una nueva sorpresa para Johannes, que reaccionó con los mismos sonidos y el mismo fervor de antes.

Ésa es la última
, dijo Bellis, calculando. Miró cómo bailaba de felicidad sobre la cubierta vacía.
Es el fin de las sorpresas
. Cuando hubo terminado con aquella estúpida jiga, empezó a llevarlo de regreso a la ciudad. Hacia los bares.
Vamos a sentarnos y a pensar un poco sobre esto
, reflexionó con total frialdad.
Vamos a emborracharnos juntos, ¿eh? Mírate, tan feliz de que haya regresado a tu lado. Tan contento por haber recuperado a tu amiga. Vamos a hablar de lo que hay que hacer, tú y yo
.

Vamos a ayudarte a caer en mi trampa
.

17

En aquellas aguas cálidas, las luces nocturnas y el sonido del oleaje contra los flancos de la ciudad eran más suaves, como si el mar se hubiese vuelto más manso y el sol más tenue: el agua y la iluminación perdieron parte de su severa crudeza. Armada se acurrucaba en la alargada y fragante oscuridad de lo que ya era, incuestionablemente, un verano.

De noche, en los jardines-pub que lindaban con los parques de Armada, con sus terrenos, con las praderas que florecían sobre los castilletes y las cubiertas, se escuchaba el canto de las cigarras por encima del rumor del oleaje y la trepidación de los motores de los remolcadores. Habían aparecido abejas y abejorros y moscas. Se agolpaban en las ventanas de Bellis y se arrojaban contra ellas hasta morir.

Los armadanos no eran un pueblo de clima frío ni caliente ni templado como el de Nueva Crobuzón. En cualquier otro lugar Bellis podría haber utilizado estereotipos climáticos (el estoico habitante de latitudes frías, el emotivo sureño) pero no en Armada. En aquella ciudad vagabunda, tales factores eran irregulares y desafiaban toda generalización. Lo único que podía decirse era que en aquel verano, en aquella conjunción de lugar y momento, la ciudad parecía suavizarse.

En las calles había gente durante más tiempo y el mosaico fonético que era el sal se escuchaba por todas partes. Parecía que iba a ser una estación tumultuosa.

En una sala del
Castor
, el barco de Tintinnabulum, se estaba celebrando una reunión.

No era una sala grande. A duras penas bastaba para albergar a todos los que se encontraban en ella. Se sentaban con incómoda formalidad en sillas rígidas dispuestas alrededor de una mesa destartalada. Tintinnabulum y sus compañeros, Johannes y sus colegas, biomatemáticos y taumaturgos y otras cosas, humanos en su mayor parte, pero no sólo humanos.

Y los Amantes. Tras ellos, Uther Doul esperaba junto a la puerta, con los brazos cruzados.

Johannes, titubeante, excitado, llevaba hablando un buen rato. Al llegar al clímax de su historia, hizo una pausa ostensible y depositó con un fuerte golpe el libro de Krüach Aum sobre la mesa. Y después de esa pausa, en el punto álgido de la primera oleada de jadeos, hizo lo propio con la traducción de Bellis.

—Ahora comprenderán —dijo con voz temblorosa— por qué pedí que se celebrara esta reunión extraordinaria.

La Amante cogió ambos documentos y los comparó minuciosamente. Johannes la observaba en silencio. Tenía la boca fruncida a causa de la excitación y las cicatrices de su rostro se arrollaban tratando de contener su expresión. En el lado derecho de su barbilla se veía la carne ampollada y la costra de una nueva herida. Johannes miró por un instante a su amante, situado a su derecha, y vio que tenía una herida semejante bajo la boca, en el lado izquierdo.

Volvió a sentir la misma incomodidad que lo asaltaba siempre que estaba ante ellos. Por muchas veces que viera a los Amantes, su proximidad le causaba un nerviosismo que no se atenuaba. Poseían una presencia extraordinaria.

Quizá sea autoridad
, pensó Johannes.
Quizá la autoridad sea esto
.

—¿Quién habla Kettai aquí?—dijo la Amante.

Un llorgiss que se sentaba frente a ella levantó la mano.

—Turgan —lo saludó ella.

—Yo lo hablo un poco —dijo éste con tono entrecortado—. Base, sobre todo, y un poco de Alto. Pero esta mujer es mucho más experta que yo. He examinado el manuscrito y gran parte del original superaba con mucho mi capacidad.

—No olviden —dijo Johannes mientras levantaba una mano— que el libro de Gelvino,
Gramatología del Kettai Alto
es una obra de referencia. No existen demasiados libros de texto sobre el Kettai Alto… —sacudió la cabeza—. Es un idioma extraño, difícil. Pero de los pocos que hay, el de Gelvino es uno de los mejores. Si ella no hubiera estado a bordo, si Turgan o cualquier otro hubiera traducido esto, posiblemente hubieran tenido que recurrir a su libro de todos modos.

Sus manos se estremecían con movimientos agresivos, agitados.

—Lo ha traducido al ragamol, evidentemente —dijo—, pero no será difícil pasar su texto al sal. Pero miren, la traducción no es lo más interesante. Puede que no me haya expresado con claridad…
Aum no es un Kettai
. No podríamos visitar a un científico Kettai, evidentemente. Kohnid está muy lejos de nuestra ruta y Armada no estaría a salvo en esos mares… pero Krüach Aum no es de Kohnid.
Es un anophelius
. Su isla está mil quinientos kilómetros más al sur. Y cabe la posibilidad de que siga con vida.

Todos se callaron al instante.

Johannes asintió con lentitud.

—Lo que tenemos aquí —continuó— es algo de valor incalculable. Tenemos una descripción del proceso, de sus efectos, tenemos la confirmación del área… todo eso. Pero, desgraciadamente, faltan las notas a pie de página y los cálculos de Aum… como ya les he dicho, el libro está en muy mal estado. De modo que lo que tenemos es sólo… la descripción textual. Falta la parte científica. Nos dirigimos hacia una fosa abisal situada a cierta distancia de la costa meridional de Gnurr Kett. Ahora bien, he hablado con un par de cactos nativos de Dreer Samher, que han comerciado con los anophelii: el lugar al que vamos se encuentra sólo a unos trescientos kilómetros de la isla de los anophelii. —Hizo una pausa, consciente de que estaba hablando demasiado deprisa por culpa de la excitación—. Evidentemente —prosiguió, con más calma—, podríamos continuar con lo planeado. En cuyo caso sabríamos
aproximadamente
adonde nos dirigimos, más o menos la clase de potencia necesaria para la invocación, tendríamos alguna idea de la taumaturgia implicada… y podríamos arriesgarnos. Pero también
podríamos
ir a la isla. Un grupo podría desembarcar en ella. Tintinnabulum, algunos de nuestros científicos, uno de ustedes o los dos. —Miró a los Amantes—. Necesitamos a Bellis para que haga de intérprete —continuó—. Los cactos que estuvieron allí no pueden ayudarnos. Cuando visitaban la isla se comunican sólo con gestos de las manos y la cabeza pero es evidente que algunos de los anophelii hablan Kettai Alto. Necesitaríamos guardias… e ingenieros porque vamos a tener que empezar a pensar en el sistema de contención para el avanc. Y… si encontramos a Aum…

Se reclinó en su asiento, consciente de que la cosa no era ni por asomo tan sencilla como la estaba presentando pero no menos excitado por ello.

—En el peor de los casos —dijo— Aum estará muerto. En cuyo caso no habremos perdido nada. Quizá haya otros allí que lo recuerden y que puedan ayudarnos.

—Ése no es el peor de los casos —dijo Uther Doul. La atmósfera cambió: todos los cuchicheos pararon y todos cuantos se encontraban en la habitación se volvieron para mirarlo… a excepción de los Amantes que siguieron escuchando con aire grave y sin volverse—. Está hablando —continuó hablando deprisa con su voz de barítono— como si fuera un lugar cualquiera. No lo es. No sabe lo que está diciendo. ¿No entiende lo que ha descubierto? ¿Lo que significa la raza de Aum? Ésa es la isla de los hombres-mosquito. En el peor de los casos, las mujeres anophelii caerán sobre nosotros en la playa y nos chuparán hasta la última gota de sangre, dejando nuestros cadáveres para que se pudran allí. En el peor de los casos, todos seremos masacrados nada más desembarcar.

Hubo un silencio.

—Yo no —dijo alguien. Johannes esbozó media sonrisa. Era Breyatt, el matemático cacto. Johannes lo miró a los ojos.
Bien dicho
, pensó.

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