«Estoy segura de que no existe ningún motivo de preocupación —escribía con su letra grande y redonda—. Pero por si las moscas, lee esto, porque hay datos muy interesantes. P. D. ¿Por qué no echas un vistazo a esta web: ¿teengaña?.com?».
—Esto es ridículo —le dije a Graham, hojeando de nuevo la revista—. Peter no tiene ninguna amante.
A pesar de todo no pude resistir leer el artículo. Solo por curiosidad, por supuesto.
Cómo saber si tu hombre te engaña:
1. Está distraído y distante.
2. Ha adelgazado.
3. Trabaja hasta tarde.
4. Su guardarropa ha mejorado.
5. No le interesa el sexo.
6. Se ha comprado un teléfono móvil.
7. Te envía flores.
Lo más preocupante es que yo podía responder con un «sí» a todas y cada una de las cuestiones. Pero decidí mantener la calma, porque en cada caso existía una explicación racional. Peter está distraído y distante porque tiene muchas preocupaciones, y ha perdido peso por lo mismo. Trabaja hasta tarde porque su jefe le obliga. Ha mejorado su guardarropa porque tiene que estar elegante para realizar entrevistas de trabajo. No le interesa el sexo porque tiene baja la líbido debido a su depresión en el trabajo. Se ha comprado un móvil para que su cazador de talentos pueda ponerse en contacto con él en cualquier momento, y me ha enviado flores por la simple razón de que se olvidó de nuestro aniversario.
—Así que ya está —le dije a Graham, mientras leía una y otra vez el artículo—. No tenemos de qué preocuparnos. —Le miré a los ojos (los tiene del color del azúcar moreno) y acaricié su morro aterciopelado.
La verdad es que Graham también está nervioso últimamente. Es muy sensible a mis cambios de humor y hace un par de días que se siente un poco inseguro. Lo sé porque se sienta más cerca de mí de lo normal, preferiblemente en mi regazo. Además, me sigue más que nunca. Así que esta tarde le dije: No pasa nada, Graham. No tienes por qué levantarte cada vez que me pongo de pie.
Pero él se levantó de todos modos y me acompañó escaleras arriba hasta la habitación de invitados.
Ya digo que en realidad no pensaba que Peter tuviera una aventura, pero para tranquilizarme del todo decidí registrarle los bolsillos. Peter es bastante ordenado y no tiene mucha ropa, así que sabía que mis investigaciones no me llevarían mucho tiempo. Volví a consultar la revista y noté que se me aceleraba el pulso. «Debes dejarlo todo exactamente como lo has encontrado —aconsejaba—. Si tu marido sospecha que andas tras él tal vez deje de hacer lo que está haciendo, con lo cual tú nunca averiguarás la verdad». De modo que, sintiéndome como una ladrona, lo cual me provocaba una curiosa mezcla de emoción tremenda y miedo espantoso, fui registrándole la ropa. Primero miré los bolsillos de sus chaquetas de sport, pero solo encontré un billete viejo de autobús, un pañuelo y unas monedas.
—Aquí no hay nada sospechoso —informé a Graham. Él me miró con expresión de alivio.
En la cesta de la ropa sucia, en la esquina, había varias camisas. Graham y yo las olfateamos, pero no encontramos ni un rastro de perfume desconocido, ninguna marca de carmín. Solo el olor familiar del sudor de Peter.
—Lo estamos haciendo muy bien. —Graham alzó las orejas y movió la cola.
Luego cogí los pantalones de pana que estaban en el galán de noche y volví los bolsillos. Solo encontré un paquete de chicles sin abrir y varias pelusas.
—Ni condones ni cartas de amor. Mi marido es inocente —declaré.
A estas alturas me lo estaba pasando de miedo. Aquello era todo un alivio. Ya había inspeccionado la guantera del coche, en busca de bragas o ropa interior, pero no encontré ni un tirante. Había llamado a la telefónica para enterarme de la última llamada recibida en casa, y había sido Sarah. No pude registrar la cartera de Peter, claro, porque se la había llevado a la oficina.
—Ah, la factura del móvil —exclamé al ver un sobre con la leyenda «One-2-One» en el alféizar de la ventana.
Ya estaba abierto, así que simplemente saqué la factura. Había un número 0207 que aparecía más de treinta veces, así que fui abajo y marqué con el corazón desbocado.
—Andy Metzler Associates —dijo una voz femenina. Colgué de inmediato.
—Es el cazador de talentos —dije a Graham—. Peter es inocente. ¡Choca esos cinco!
Graham alzó la pata, yo se la estreché y volví a la revista.
«La mayoría de los hombres infieles son descubiertos por números desconocidos en la factura del teléfono o por entradas sospechosas en los extractos bancarios de la tarjeta de crédito». La verdad es que yo no sabía dónde estaban los extractos de la tarjeta, puesto que nunca los veo. No es porque Peter me los esconda, sino porque nos llegan en sobres marrones y yo nunca abro un sobre marrón. Es una especie de fobia, supongo. Estoy dispuesta a abrir cualquier sobre blanco, pero no los marrones. Así que siempre es Peter quien se encarga de nuestra tarjeta de crédito y yo nunca he visto los extractos de cuenta. Además, yo casi nunca utilizo mi tarjeta, porque es muy fácil pasarse con los gastos. Me puse a rebuscar en el escritorio del salón y encontré una carpetita blanca con el rótulo: TARJETA DE CRÉDITO.
—De momento Peter ha aprobado el examen de fidelidad con sobresaliente —dije—. Esta es la prueba final.
Examiné el primer extracto, del 4 de enero. Tal como esperaba, había pocos movimientos. Habíamos usado la tarjeta para comprar unas entradas de teatro en Navidad y algunos libros para Katie. También había un gasto de sesenta libras en WH Smith, de un juego de ordenador para Matt. La cuarta entrada eran unas flores. Mis flores, evidentemente. Habían costado cuarenta libras y eran de una floristería llamada Floribunda. Yo la conozco, está en Covent Garden, cerca de la oficina de Peter. Así que todo estaba claro. No había facturas de restaurantes ni referencias a hoteles ni nada de eso. Se había terminado la investigación. Pero justo cuando cerraba la carpeta sentí que se me encogía el corazón, como si me lo estrujara una mano desconocida. Las flores de la factura no eran mis flores. No podía ser. Mi ramo de flores había llegado hacía un día. La factura no nos llegaría hasta febrero. Faltaban tres semanas. Tuve que sentarme en una silla, respirando agitadamente. Salí al pasillo, busqué Floribunda en la guía y marqué el número con mano temblorosa. ¿Qué iba a decir cuando contestaran? ¿Qué demonios podía decir? Por favor, ¿podría decirme a quién envió flores mi marido el 18 de diciembre? Es que creo que tiene una amante. Tal vez podría fingir que las flores eran para mí y que no me habían llegado. Perdone, pero es que mi marido, Peter Smith, ordenó unas flores el 18 de diciembre y todavía no han llegado. Sí, eso es. Tal vez se equivocaron de dirección. ¿Me podría decir adonde las mandaron?
—Buenas tardes. Floribunda. ¿En qué puedo ayudarle? —dijo una agradable voz femenina.
—Eh… eh… —colgué el auricular, mojado de sudor.
No podía. No quería saber nada. Me senté en las escaleras, con el corazón a cien por hora. Peter tenía una amante. Yo era feliz porque no sabía nada, recordé, llevándome las manos a la cara. Así que ahora adiós para siempre a la paz…
Me quedé allí sentada mirando el espejo dorado que Lily nos había regalado para nuestra boda, demasiado conmocionada para saber qué hacer. Hasta que de pronto me di un golpetazo en la frente con la mano.
—¡Eres idiota, Faith! —grité—. ¡Una verdadera idiota! —Es que de pronto me acordé de que el 18 de diciembre es el cumpleaños de la madre de Peter. Yo me había encargado de comprarle una tarjeta y un marco de plata. Y Peter, claro, habría decidido enviarle además un ramo de flores—. ¡Eso era! —Abracé a Graham, que dio un respingo sobresaltado—. ¡Mira que soy tonta! —dije, mientras Graham me lamía la oreja—. ¡Me he equivocado del todo!
Me sentía fatal por haber sospechado de Peter, sobre todo ahora que tenía tantas preocupaciones. Me sentía mezquina, deprimida y sucia. No volvería a desconfiar nunca más de él, decidí. Fui a prepararme un café, un café auténtico para celebrarlo. Justo cuando el aroma se había extendido por la cocina y yo me sentía en paz de nuevo, hojeando tranquilamente el resto del
Moi!
, sonó el teléfono.
—Hola, Faith —era Sara—. Quería darte las gracias por la fiesta de la semana pasada. Me lo pasé de miedo. Y fue estupendo ver a los niños. ¡Cómo han crecido!
—Sí —dije con una sonrisa nostálgica.
—Me pareció encantador que lo organizaras todo para darle una sorpresa a Peter.
—Quería animarle un poco —expliqué—. Supongo que te habrá dicho que tiene bastantes problemas en el trabajo.
—Pues sí. Me llamó anoche. Estoy segura de que al final todo saldrá bien, pero es verdad que de momento está bastante distraído.
—Sí, así es. Hasta se le olvidó de que era nuestro aniversario —proseguí encantada, aunque pronto me iba a arrepenti—. No le había pasado nunca.
—¡Vaya! —exclamó Sarah echándose a reír—. ¡Pues mi cumpleaños se le olvidó también!
—¿Cómo? —Fue como caer por el pozo de una min—. Perdona, Sarah, ¿qué has dicho?
—Que se olvidó de mi cumpleaños. Me llegó tu tarjeta, claro, y el marco, precioso. Pero Peter me envía siempre algo más, solo de su parte. Y mira, este año es la primera vez que no lo hace. Pero por favor, no le digas nada —se apresuró a añadir—. Ya tiene bastantes problemas.
—¿Así que no te llegaron…?
—¿El qué?
—¿No recibiste…? —De pronto oí el ruido de un timbre al otro lado de la línea.
—Perdona, pero tengo que colgar. Acaban de llegar mis compañeras de bridge. Ya hablaremos en otro momento, Faith. Adiós. Colgué el auricular muy despacio.
—¡Ay, Dios! —exclamé, respirando cada vez más deprisa—. ¡Ay, Dios! ¿A quién demonios le envió esas flores? ¿Y ahora yo qué hago?
Volví a consultar la revista. Bajo el titular CONSEJOS PRÁCTICOS leí lo siguiente: «Que tu marido no sepa bajo ningún concepto que dudas de su fidelidad. Por mucho que te cueste tienes que seguir adelante como si no pasara absolutamente nada».
—¿Qué tal has pasado el día, cariño? —pregunté con falsa alegría cuando Peter llegó.
—Fatal —respondió cansado—. ¿Sabes lo que quiere ahora esa bruja?
—¿Qué?
—Pretende endilgarme a Amber Dane.
—Pero yo creía que Amber Dane había dejado de escribir novelas.
—Era lo que todos esperábamos —me contestó con una sombría sonrisa—. Pero ha escrito otra que dice que es una sátira. Por lo que he leído hasta ahora, es tan satírica como una caja de bombones. No deberíamos publicarla. De hecho eso es lo que he dicho. Pero Charmaine quiere que le haga un informe completo del manuscrito. ¡Estas cosas siempre me tocan a mí!
—Vaya por Dios.
—Y ese imbécil —añadió Peter exasperado, mientras se preparaba una copa—, ese capullo, ese engreído, no veas cómo se puso porque le llamé Olly.
—¿Qué tiene eso de malo?
—¡Exacto! ¡Nada! Vamos, muchísima gente le llama Olly. Charmaine le llama Olly. Y hoy, en una reunión, se me ocurrió llamarle también Olly. Pues bien, el tío me llevó aparte y con la cara congestionada y sudorosa, me dijo que no le llamara Olly, que su nombre es Oliver. Y me lo dijo enfadadísimo, ¡como si fuera mi jefe! ¡Será engreído! Mira, antes me encantaba la editorial, pero ahora estoy deseando largarme.
—¿Has tenido noticias de Andy? —pregunté.
Peter se sonrojó un poco, supongo que le daba vergüenza admitir que no había recibido noticias.
—Pues… no —suspiró, dejándose caer en una butaca—. No hay nada de momento. Pero tengo esperanzas.
Me las arreglé para parecer tan contenta y normal como aconsejaba la revista, y la verdad es que me felicité por saber mantener el tipo cuando llevaba aquel torbellino por dentro. Durante la cena, sentados a la mesa de la cocina, fue como ver a Peter bajo una nueva luz. Ahora me parecía muy distinto, en cierto modo, porque por primera vez en quince años no podía leer su rostro. Era como uno de esos relojes modernos que no tienen números en los que a veces cuesta saber qué hora es. Lo único que estaba claro es que ya no confiaba en él como antes. Vamos, que antes jamás habíamos dudado el uno del otro. Ya sé que suena ingenuo, pero es verdad. A mí ni me había pasado por la cabeza desconfiar, y me daban pena las mujeres que dudaban de sus maridos. Pero ahora me encontraba en la misma situación que miles de mujeres, preguntándome si mi marido tenía una amante. Era una sensación muy peculiar, después de llevar tanto tiempo casada con él. Mientras cenábamos la lasaña (que estaba de oferta en el supermercado) volví a pensar en el nombre de Peter y en que siempre había sido mi roca. Fuerte, firme, digno de confianza… Hasta ahora, claro. Según nos enseñaban en el colegio, la Biblia cuenta que Jesús construyó su iglesia sobre Pedro. Pero también fue Pedro el que vaciló en el huerto de Getsemaní y el que negó tres veces a Jesús. Así que Pedro el apóstol tenía los pies de barro. Igual que mi Peter.
—¿Te encuentras bien, Faith? —preguntó él de pronto.
—¿Qué?
—¿Por qué me miras así?
—¿Te estoy mirando?
—Pues sí.
—Perdona.
—¿Estás bien? ¿Has tenido un buen día?
—Pues…
—Pareces un poco tensa.
—Nooo, que va. No estoy tensa para nada. No, no, no. Qué va.
—¿Qué tal ha ido el programa? Siento habérmelo perdido esta mañana. Ya sabes que siempre procuro verlo.
—Fue muy bien. Hicimos una entrevista muy interesante sobre el significado de los nombres. El tuyo significa roca.
—Ya lo sé.
—El mío significa fidelidad. Y tú sabes que yo siempre he sido fiel.
—Sí, sí, ya lo sé —contestó con voz queda, me pareció. Y entonces se produjo un silencio. Solo se oía el tictac del reloj de la cocina—. ¿Y cómo está el tiempo hoy? —preguntó Peter por fin.
—Pues… bien. El tiempo está bien. Vamos, no es que haga buen tiempo. De hecho el pronóstico es bastante inestable. Las temperaturas están bajando y se aproxima un frente frío.
—Ya. Un frente frío.
Nos quedamos mirándonos de nuevo.
—Unas flores preciosas —comenté, señalando el ramo de narcisos, junquillos, anémonas y mimosas—. Huelen estupendamente. Ha sido todo un detalle, Peter.
—Tú te lo mereces.
Silencio otra vez. Entonces decidí, no me pregunten por qué, no hacer caso de los consejos de la revista.
—¿Tú no sueles comprarle algo a tu madre por su cumpleaños? —pregunté con aire inocente.