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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (3 page)

—Lily lleva ya bastante tiempo en Nueva York, ¿no? —preguntó Mimi mientras partía un trozo de pan—. La he visto muchas veces aparecer en la prensa.

—Seis años —contesté—. Ha trabajado en el
Mirabella
y el
Vanity Fair
.

Mientras tomábamos los aperitivos les hablé de su carrera, y de lo decidida que había sido Lily. Porque estoy muy orgullosa de nuestra amistad. También les conté cómo se había marchado de Cambridge antes de tiempo porque le ofrecieron un puesto de bajo nivel en el
Marie Claire
. Pero eso fue el comienzo de su larga ascensión a la cima. Estaba totalmente decidida a llegar arriba y por fin lo ha conseguido. Hace tres meses fue la primera mujer negra directora del
Moi!

Hablo de la revista
Moi-Même!
, claro, popularmente conocida como el
Moi!,
o el ¡Muaaaaa muaaaaa!, como Peter suele decir. La verdad es que se las da un poco de intelectual y desprecia bastante las revistas. A Lily siempre la llama «la gran sacerdotisa del glamour». Pero sobre gustos no hay nada escrito, como digo yo, y Lily es genial en su trabajo. Hay que decir que algunos de los reportajes son muy tontos. No es lo mío, desde luego, todo ese rollo de «el último grito» y cosas como «Gris, ¡el último negro!», «Gordura, la nueva delgadez», «Vejez, la nueva juventud». Pero la revista siempre sale muy bonita porque la fotografía es increíble. Hay también artículos bastante buenos, porque Lily dice que sabe distinguir muy bien el trigo de la paja. Sí, Lily tiene muchísimo éxito. Y aunque también es verdad que tiene una lengua viperina, nunca la usaría para hacerme daño. Eso seguro.

En fin, el caso es que a las nueve Lily seguía sin aparecer y todos habíamos terminado el primer plato y estábamos esperando el segundo, que en mi caso eran chuletas de cordero. La conversación había vuelto a nuestro matrimonio.

—¡Quince años! —exclamó Mimi con una carcajada—. ¡No me lo puedo creer! Me acuerdo perfectamente de tu boda. Fue en la capilla de la universidad. Nevaba, igual que hoy, y estábamos pelados de frío.

—Eso es porque fue una boda de blanco —dije. Peter se echó a reír.

—Y ahora es tu decimoquinto aniversario. ¡Es alucinante! ¡Pero si yo ni siquiera he llegado al primero! —Aquí todos sonreímos. Ella miró a su marido, Mike, con ojitos de cordero degollado—. Yo de momento estoy en la etapa del final feliz.

—Del nuevo comienzo, querrás decir —la corrigió él.

Y yo me sentí muy rara al oírlo, pero rarísima. Aunque al mismo tiempo pensé: Sí, tiene razón. Es un comienzo. Es eso exactamente. Se casaron el mayo pasado y tenían una hija de seis semanas, Alice, que estaba dormida en su cochecito. Yo miré a mis hijos, que tienen doce y catorce años, y pensé una vez más, como vengo pensando últimamente, que Peter y yo vamos totalmente desfasados con nuestros amigos y compañeros. La mayoría son como Mimi: empiezan ahora a casarse y tener niños. Pero nosotros lo hicimos hace quince años y nuestros hijos no tardarán en irse de casa.

—Vosotros os casasteis estando todavía en la universidad, ¿no? —preguntó Mike.

—En el segundo año. No podíamos esperar, ¿verdad, cariño?

Peter me miró a la luz de las velas y sonrió.

—Estábamos enamoradísimos —proseguí, un poco achispada por el vino—. Y como buenos católicos, no queríamos vivir en pecado.

No es que hoy en día sea muy buena católica, aunque entonces sí lo era. Ahora soy más bien «católica de Navidad». O sea, voy a la iglesia unas tres o cuatro veces al año.

—Me acuerdo cuando os conocisteis —dijo Mimi—. Fue en el primer trimestre en Durham, en el baile de los novatos. En cuanto viste a Peter me dijiste: «Es el hombre con quien me voy a casar». ¡Y así fue!

—Éramos como superglue. —Reí—. ¡Nos quedamos pegados en un segundo!

Sarah, la madre de Peter, sonrió. Sarah me cae bien. Siempre nos hemos llevado estupendamente. Aunque es verdad que al principio ella tenía sus dudas, porque pensaba que acabaríamos divorciándonos como ella. Pero ya ven, no nos hemos divorciado y no creo que nos divorciemos. Como he dicho antes, tengo fe en el futuro.

Sarah se puso a charlar con los niños, porque hacía tiempo que no los veía, y Peter comenzó a relajarse. Habíamos bebido un poquito y todos estábamos la mar de a gusto, cuando de pronto se abrió la puerta dejando entrar una ráfaga de aire helado. Lily había llegado por fin.

Siempre es divertido ver a Lily entrar en una sala. Todos se la quedan mirando alelados, como esta noche. Ella está tan acostumbrada que dice que no se da ni cuenta, pero a mí me hace gracia.

—¡Queridos! ¡Lo siento muchísimo! —se disculpó nada más entrar, envuelta en una nube de perfume
Obsessión
y ajena a las miradas masculinas—. ¡Perdonadme! —insistió. Se quitó el abrigo de zorro ártico, que el maître se apresuró a recoger—. Es que Gore está en la ciudad (Vidal, no Al) y hemos ido a tomar una copa rápida al Ritz. Luego he tenido que bajar a Cork Street donde se celebraba un pase privado aburridísimo. —Se quitó el sombrero de piel y vi que tenía algunos copos de nieve en la cabeza. Lily tiene el pelo muy negro, a la altura de los hombros—. Además,
Chanel
lanzaba su nuevo perfume —prosiguió—, así que, por supuesto, también he tenido que hacer acto de presencia. —Tendió al camarero una variedad de bolsitos exquisitos—. Pero solo he estado diez minutos en la fiesta de lord Linley porque quería venir a verte.

Yo eché un vistazo a Mimi, que se había quedado sin habla.

—¡Feliz aniversario, Faith, querida! —exclamó Lily, ofreciéndome una bolsa de
Tiffany
. Dentro, en una cajita forrada de seda, había un pequeño cilindro de plata.

—¡Un telescopio! —dije, llevándomelo al ojo izquierdo—. Ah, no, no es un telescopio. Es un… ¡Es precioso! —Al dar vueltas al extremo con la mano derecha, un millar de lentejuelas rojas, moradas y verdes, se iban colocando de distintas maneras, como los fractales de un copo de nieve en tecnicolor—. Es maravilloso —murmuré—. ¡Un caleidoscopio! Hacía años que no veía ninguno.

—No sabía qué comprarte —comentó Lily—, y esto me pareció divertido. Es para Peter también —añadió, dedicándole una sonrisa felina.

—Gracias, Lily —replicó él.

—Es un regalo fantástico —le aseguré, dándole un abrazo—. ¡Oye, estás guapísima! —Llevaba un conjunto de cachemira verde viridiana con una falda de gabardina que le llegaba a la rodilla y un par de botas de piel de serpiente, probablemente de Jimmy Choo.

—La cachemira es de Nicole Farhi —explicó—, pero es que me estoy cansando de
Voyage
. Jill Sander me mandó la falda. Qué detalle, ¿verdad? El corte es tan afilado que deberían declararlo arma ofensiva. Cuando acabe con ella es tuya, Faith.

—Gracias, Lily —contesté de mala gana—, pero no creo que me pasara de las rodillas.

Lily usa la talla diez, y yo la catorce. Ella mide un metro ochenta —más con los tacones— y yo poco más de uno sesenta. Curioso, porque cuando teníamos nueve años las dos usábamos exactamente la misma talla. En aquel entonces era ella la que heredaba mi ropa, pero ahora es al revés. Antes era ella la que no tenía ni un duro, y ahora soy yo. Pero en fin, todos elegimos nuestro camino en esta vida y, como ya he dicho, yo soy bastante feliz con la mía.

El camarero le sirvió una copa de Chablis y entonces vio la bolsa enorme de
Louis Vuitton
que Lily tenía en el regazo.

—¿Quiere que me encargue de su bolso, señora?

—No, no, muchas gracias —dijo ella con cara de travesura—. Es mi bolso de mano.

—¿Ah, sí? —preguntó él suspicaz.

—Sí, así es. —Lily le dedicó una sonrisa radiante. Sus dientes blanquísimos refulgían como escarcha contra el tono bronce oscuro de su piel—. Nunca me separo de él.

Yo sabía por qué. Lily tiene bastante cara dura para esas cosas. Pero ya he dicho que siempre le ha gustado romper las normas. En cuanto se marchó el camarero, puso la bolsa debajo de la mesa y abrió rápidamente la cremallera. Entonces me miró sonriendo y tiró los restos de carne de mi plato.

—Toma, cariño —susurró, mientras bajaba unas manos de perfecta manicura—. Esto es de la tía Faith.

Se oyeron unos gruñidos y resoplidos, seguidos de un débil gemido. Katie, Sarah y yo levantamos el mantel para mirar debajo de la mesa, donde Jennifer, la perra shih tzu de Lily, acababa de zamparse lo que me quedaba de cordero. Sacó una lengüita toda sonrosada y se lamió el morro. Luego se nos quedó mirando con esos ojazos negros y saltones que tiene.

—¡Qué peinado más divertido! —exclamó Sarah echándose a reír. Jennifer llevaba el pelo recogido en un moño en la frente, atado con un clip.

—Ay, sí. Es preciosa —replicó Lily con un suspiro—, ¿verdad, Faith? ¿No es la cosa más bonita del mundo?

—Sí —mentí mirando el mentón hundido de Jennifer, sus dientes torcidos, su barba y su cara plana—. Jennifer es… preciosa —añadí con una sonrisa hipócrita.

Muchos pensarán que también Jennifer es un nombre muy curioso para un perro. En realidad se llama Jennifer Aniston, por su pelo largo y sedoso y porque vale una fortuna. Por lo menos eso espero, porque Lily se gasta la mitad del sueldo en el chucho este. La bolsa de
Louis Vuitton
, por ejemplo, vale por lo menos quinientas libras. Jennifer tiene también ocho collares de perro de
Gucci
, cinco correas de
Chanel
, dos abrigos
Burberry
, tres platos Paul Smith, ¡y deberían ver su cama! Es como una tienda oriental, con tapices chinos y una alfombra de seda. El propósito de todo esto, por lo visto, es recordar a Jennifer sus orígenes en el Pequín imperial. Los shih tzus eran perros del templo. Lily la adora pero, entre ustedes y yo, Jennifer Aniston no es precisamente santa de mi devoción. A Graham tampoco le entusiasma. Suele quedársela mirando, con cierta incredulidad, como si no estuviera seguro de que Jennifer fuera un perro.

—¿Cómo va la revista? —pregunté, cambiando de tema.

—Estupendamente. Mira, aquí traigo el número de febrero. Acaba de salir de la imprenta y ya lo están repartiendo por toda la ciudad.

La revista me pesaba en las manos y brillaba como el hielo.
Moi!
, proclamaba la portada, sobre una foto de Kate Moss. Eché un vistazo a los titulares: «Servicios de primera: lavabos de cinco estrellas», «Más proletario que nadie: el auténtico partido laborista», «Poder depilatorio: nuestras diez mejores pinzas».

—Qué interesante —masculló Peter, con los ojos en blanco.

Le di una patadita por debajo de la mesa. Sarah y yo nos pusimos a hojear la revista, cuidándonos de admirar en voz alta las maravillosas fotos, los artículos y la moda. Y los anuncios, por supuesto. Anuncios había un montón. Sé que algunos de ellos cuestan treinta mil libras la página, que es más de lo que yo gano en un año. Había un anuncio en concreto, de una crema carísima, con una foto de un gatito persa, y aunque a mí me van más los perros, no pude evitar exclamar:

—¡Oooohh!

—Es el clásico reflejo condicionado, mamá —informó Katie—. Muy efectivo para vender. Funciona al establecer una asociación entre un producto y una sensación agradable. Stayman y Batra realizaron un estudio fascinante en 1991 y demostraron que los estados emocionales afectan la elección del consumidor.

Ya he dicho que Katie no es como las otras chicas.

Mientras tanto Lily hablaba sobre paginación, circulación y suscripciones y Dios sabe qué más.

—Tenemos ciento veinte páginas publicitarias —nos explicó encantada—, y ciento treinta editoriales. Este es el número más grueso hasta ahora. Estamos de buena racha.

En la primera página había un artículo sobre dietas y un perfil de Sharon Stone. También había un extracto de la nueva novela de Ian McEwan y la sección diaria del corazón, «
Veo veo
». Había páginas sobre lociones y pociones, y un concurso para ganar un coche. Eso sí que me gusta, los concursos. La verdad es que participo en muchos, aunque en este evidentemente no podía participar porque estaba prohibido a los amigos de la directora. Pero siempre que tengo tiempo relleno todos los formularios de los concursos. Incluso gané un premio hace poco (me puse loca de contenta): líquido de aclarado
Finish
para un año. Aunque nunca he ganado un premio gordo, no pierdo la esperanza de que me toque alguna vez.

Ahora Mimi, que trabaja en Radio 4, había hecho acopio de valor y hablaba con Lily de su carrera.

—Otras revistas femeninas han reducido su tirada —decía—, pero la tuya va viento en popa.

—Las ventas han subido un veinte por ciento desde que me hice cargo de ella —replicó Lily triunfal—. Tengo a los del
Vogue
temblando.

—¿Te gustaría venir al programa
La hora de la mujer
, cuando me reincorpore después de la baja por maternidad? Podrías hablar del
Moi!
, por supuesto, y de tu innovador estilo editorial. Pero creo que a los oyentes les gustaría también saber algo más de ti, de tu educación, tus días de colegio…

Lily resopló de risa.

—Bueno, no era exactamente la alumna modelo. ¡Pregúntale a Faith!

Asentí sonriendo. Era verdad. Pero todo tiene una explicación, y había muy buenas razones para que Lily, a pesar de su talento, fuera tan difícil en el colegio. Para empezar, la arrancaron del seno de su familia. Con la mejor intención, puede, pero el caso es que se la llevaron y la metieron en un ambiente donde no encajaba. A los ocho años, un profesor advirtió su inteligencia excepcional e informó al sacerdote del pueblo, que a su vez se puso en contacto con el obispo, que escribió a la reverenda madre, que accedió a admitirla en el colegio con una beca. Y así fue como Lily dejó el Caribe para ingresar en el colegio de St Bede.

—Lily era una alumna destacadísima —dije—. Siempre quería ser la primera en todo, y lo era.

—Excepto en buen comportamiento —apuntó ella con una carcajada.

Esto era completamente cierto. Todos los sábados por la mañana teníamos que ir a confesar, y ella se pasaba horas en el confesionario. Yo creía que se inventaba muchos pecados, así que una vez le dije que inventarse pecados era pecado mortal.

—Es un poco como hacer perder el tiempo a la policía —expliqué.

—Pero si yo no me he inventado nada —contestó ella, poniendo en blanco sus ojazos castaños.

Me temo que Lily no era lo que se dice popular. Era muy aguda e ingeniosa, por ejemplo, y las niñas temían su lengua afilada. Cuando teníamos dieciséis años, la hermana St Joseph nos dio una charla sobre carreras universitarias. Al final se volvió hacia Dinah Shaw, que era bastante tonta, y le preguntó:

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