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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (42 page)

—Es cierto —asintió Lessa, y Robinton captó algo raro en su voz—. No estoy segura...

No terminó la frase, y se giró con tanta rapidez para señalar el aterrizaje de otro dragón que Robinton quedó convencido de que Lessa no estaba del todo de acuerdo con el deseo de F'lar de impulsar un movimiento contra la Estrella Roja.

De pronto, Lessa se envaró, conteniendo bruscamente el aliento.

—¡Meron! ¿Cómo se le habrá ocurrido presentarse aquí?

—Calma, Lessa. Su presencia me desagrada tanto como pueda desagradarte a ti, pero prefiero tenerle a la vista, si sabes a lo que me refiero.

—Pero él no tiene la menor influencia sobre los otros Señores. . .

Robinton rio roncamente.

—Mi querida Dama del Weyr, teniendo en cuenta la influencia que ha estado ejerciendo en otras áreas, no necesita el apoyo de los Señores.

A Robinton le asombró la desfachatez del hombre, apareciendo en público apenas seis días después de haber estado involucrado en la muerte de dos dragones reinas.

El Señor del Fuerte Nabol avanzó insolentemente hacia el centro del grupo, con su lagarto bronce posado en su antebrazo, con las alas extendidas como si luchara para conservar el equilibrio. El pequeño animal empezó a sisear debido a que captó el antagonismo que provocaba la presencia de Meron.

—¿Y este... este inocuo tubo es el increíble instrumento que nos mostrará a la Estrella Roja? —preguntó Meron de Nabol desdeñosamente.

—No lo toques, por favor —Wansor saltó hacia adelante, interceptando la mano de Meron.

—¿Qué has dicho? —El siseo del lagarto alado no fue menos sibilantemente amenazador que el tono de Meron. Las delgadas facciones del Señor de Nabol, contraídas a causa de la indignación, adquirieron una expresión más maligna a la luz de las lámparas.

Fandarel surgió de la oscuridad para situarse al lado de su artesano.

—El instrumento está en posición para mirar. Moverlo destruiría el minucioso trabajo de varias horas.

—¡Si está en posición para mirar, vamos a mirar! –dijo Meron y, tras mirar belicosamente a su alrededor, se acercó a Wansor—. Bueno, ¿qué hay que hacer con esto?

Wansor miró con aire interrogante al Herrero, el cual movió ligeramente la cabeza, disculpándole. Wansor retrocedió agradecido, y dejó que Fandarel se encargara del asunto. Con dos dedos nudosos, el herrero agarró delicadamente la pequeña protuberancia redonda situada en el extremo superior del cilindro de menor tamaño.

—Esto es el ocular. Aplica a él tu ojo con tu mejor vista —le dijo a Meron.

La ausencia de cualquier título de cortesía no pasó inadvertida al nabolés. Su deseo de reprender al Herrero se hizo evidente. Si Wansor le hubiese hablado así, no hubiera vacilado ni un segundo pensó Robinton.

Los labios de Meron se distendieron en una burlona sonrisa y, con aire fanfarrón, se acercó al aparato. Inclinándose ligeramente hacia adelante, aplicó su ojo al lugar adecuado Y echó el cuerpo hacia atrás apresuradamente, con una fugaz expresión de asombro y terror en el rostro. Luego se echó a reír sin demasiada convicción y volvió a mirar, prolongadamente. Demorándose con exceso, en opinión de Robinton.

—Si hay alguna falta de concreción en la imagen, Señor Meron... —empezó a decir Wansor.

—¡Cállate! —replicó Meron en tono impaciente, y continuó con su deliberado monopolio del instrumento.

—Ya es suficiente, Meron —dijo Groghe, Señor de Fort en tanto que los otros asentían su aprobación—. Has agotado de sobras el tiempo que te corresponde en este turno. Deja que miren los demás.

Meron miró con insolencia a Groghe durante unos segundos, y luego volvió a aplicar su ojo al ocular.

—Muy interesante. Muy interesante —dijo, en un tono descaradamente burlón.

—Ya es suficiente, Meron —dijo Lessa, avanzando hacia el instrumento. No podía permitirse que el hombre se tomara aquel privilegio.

Meron la miró como podría haber mirado a un insecto fría y desdeñosamente.

—¿De veras... Dama del Weyr? —y su tono hizo del título un epíteto vulgar. De hecho, su actitud exudaba una familiaridad tan impúdica que Robinton apretó los puños. Experimentaba un insano deseo de borrar aquella expresión del rostro de Meron, cambiando de paso la disposición de las facciones.

Sin embargo el Maestro Herrero reaccionó con más rapidez. Sus dos grandes manos apretaron los brazos de Meron contra los costados del hombre y, con increíble facilidad, levantó al nabolés en vilo, dejando que pataleara en el aire, y le transportó tan lejos de la Roca de la Estrella como permitía el saledizo. Allí, Fandarel soltó a Meron tan bruscamente que el hombre profirió una exclamación de dolor y anduvo unos pasos a trompicones antes de recobrar el equilibrio. El pequeño lagarto de fuego graznaba alrededor de su cabeza.

—Mi dama —el Maestro Herrero inclinó la parte superior de su cuerpo hacia Lessa y le indicó con suma cortesía que podía mirar a través del aparato.

Lessa tuvo que ponerse de puntillas para alcanzar el ocular deseando silenciosamente que alguien hubiera tenido en cuenta que no todos los que aquella noche iban a mirar serían altos. Pero en cuanto la imagen de la Estrella Roja llegó a su cerebro, se olvidó de aquel nimio inconveniente. Allí estaba la Estrella Roja, aparentemente no más lejos del alcance de su brazo. Flotaba como un globo multicolor contra un brillante fondo negro. Las extrañas masas blanquirrosadas debían ser nubes. Resultaba desconcertante pensar que la Estrella Roja podía poseer nubes... igual que Pern. En los huecos de la superficie, Lessa podía ver masas grisáceas, de un gris vivo y centelleante. Los extremos del planeta ligeramente ovoide eran completamente blancos, pero desprovistos de la capa de nubes. Como los grandes casquetes de hielo de las regiones septentrionales de Pern. Masas más oscuras puntuaban las grises. ¿Tierra? ¿O mares?

Involuntariamente, Lessa movió la cabeza para alzar la mirada hacia la redonda rojez en el cielo nocturno que era ese juguete infantil a través de la magia del aparato de mirar a distancia. Luego, antes de que nadie pudiera pensar que abandonaba el aparato volvió a mirar a través del ocular. Increíble. Si la masa gris era tierra... ¿cómo podrían abandonarla de Hebras? Si las masas más oscuras eran tierras...

Preocupada, y súbitamente deseosa de que otros contemplaran a su antiguo enemigo desde tan cerca, Lessa retrocedió.

Groghe se adelantó, dándose aires de importancia.

—Sangel, por favor...

El Señor del Fuerte de Fort, pensó Lessa, estaba encantado representando el papel de anfitrión que en realidad correspondía a P'zar que, a fin de cuentas, estaba actuando como caudillo del Weyr de Fort, pero que no se había adelantado a ejercer sus derechos. Lessa deseó fervientemente que F'lar hubiese podido asistir a esta reunión. Bueno, quizás P'zar se limitaba a mostrarse diplomático con el Señor del Fuerte de Fort. Sin embargo, habría que pararle los pies al Señor Groghe...

Lessa se retiró —y supo que era una retirada— hacia Robinton. La presencia del Arpista resultaba siempre tranquilizadora. Robinton estaba ansioso por mirar a través del instrumento, pero se resignaba a esperar. Naturalmente, Groghe daría a los otros Señores de los Fuertes preferencia sobre un arpista, incluso sobre el Maestro Arpista de Pern.

—Me gustaría que se hubiera ido —dijo Lessa mirando de soslayo hacia Meron. El nabolés no había hecho ninguna tentativa para volver a entrar en el grupo del que había sido tan precipitadamente expulsado. La insultante testarudez del hombre al permanecer en un lugar en el que su presencia no era deseada proporcionó a Lessa un contrairritante a su preocupación y a su renovado temor a la Estrella Roja.

¿Por qué tenía que aparecer tan... tan inocente? ¿Por qué había de tener nubes? Tendría que ser distinta. Lessa ignoraba en qué había de consistir la diferencia, pero su aspecto tenía que ser... siniestro. Y no lo era. Eso la hacía más temible que nunca.

—No veo nada —se estaba quejando Sangel de Boll.

—Un momento, Señor —Wansor se adelantó y empezó a ajustar una pequeña perilla—. Avísame cuando la visión se aclare para ti.

—¿Qué se supone que tengo que ver? —preguntó Sangel en tono desabrido—. ¿Sólo un brillante...? ¡Ah! ¡Oh! –Sangel se apartó del ocular como si las Hebras le hubieran quemado. Pero estaba de nuevo pegado al aparato antes de que Groghe pudiera llamar a otro Señor para que ocupara su puesto.

Lessa se sintió algo aliviada, y un poco satisfecha de sí misma, ante la reacción de Sangel. Si a los impávidos Señores les entraba también un sano temor, quizá...

—¿Por qué brilla? ¿Dónde obtiene la luz? Aquí hay oscuridad —murmuró el Señor del Fuerte de Boll.

—Es la luz del sol, mi Señor —respondió Fandarel, reduciendo aquel milagro a conocimiento corriente con su voz profunda y prosaica.

—¿Cómo es posible eso? —protestó Sangel—. El sol está ahora al otro lado de nosotros. Cualquier niño lo sabe.

—Desde luego pero no nos interponemos entre la Estrella y la luz del sol. Estanos debajo de ella en el cielo, por así decirlo, de modo que la luz del sol la alcanza directamente.

También Sangel parecía propenso a monopolizar el aparato.

—Ya es suficiente, Sangel —dijo Groghe bruscamente—. Deja que Oterel ocupe tu puesto.

—Pero... apenas he mirado, y se perdió tiempo ajustando el mecanismo —se quejó Sangel. Pero tuvo que apartarse, de mala gana, empujado tanto por el hombro de Groghe como por la mirada de Oterel.

—Permíteme que ajuste el foco para ti, Señor Oterel —murmuró cortésmente Wansor.

—Sí, hazlo. Yo no estoy medio ciego como Sangel —dijo el Señor del Fuerte Tillek.

—Bueno, mira por aquí, Oterel...

—Fascinante, ¿no es cierto, Señor Sangel? —dijo Lessa, preguntándose qué reacción había ocultado la charlatanería del hombre.

Sangel se encogió de hombros, pero sus ojos tenían una expresión inquieta.

—Yo no lo llamaría fascinante, aunque lo cierto es que no me han dejado ver apenas nada.

—Tenemos una noche entera, Señor Sangel.

El hombre se estremeció, arrebujándose en su capa a pesar de que el aire no era demasiado frío en plena primavera.

—No es más que un globo de colores —exclamó el Señor de Tillek—. Borroso. ¿O tiene que ser así? —Apartó el ojo del ocular para mirar a Lessa.

—No, mi Señor —dijo Wansor—. Tiene que ser brillante y claro, de modo que puedas ver las formaciones de nubes.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Sangel en tono impertinente.

—Wansor ha instalado el aparato para el visionado de esta noche —intervino Fandarel.

—¿Nubes? —preguntó Oterel—. Sí, ya las veo. Pero, ¿qué es la tierra? ¿La parte oscura o la gris?

—No lo sabemos aún —respondió Fandarel.

—Las masas de tierra no tienen ese aspecto vistas desde la altura a la que los dragones pueden elevar a un hombre —dijo P'zar, el caudillo del Weyr de Fort, hablando por primera vez.

—Y los objetos vistos a una distancia mucho mayor cambian todavía más —dijo Wansor, en el tono adusto de alguien que sabe de lo que está hablando—. Por ejemplo las montañas de Fort que nos rodean cambian drásticamente vistas desde las alturas de Ruatha o las llanuras de Crom.

—Entonces, ¿toda esa cosa oscura es tierra? —al Señor Oterel le resultaba difícil ocultar que estaba impresionado. Y desalentado, pensó Lessa. El Señor del Fuerte de Tillek debía ser de los que pensaban exigir el rápido exterminio de las Hebras en la Estrella Roja.

—De eso no estamos seguros —respondió Wansor sin que disminuyera la autoridad que se desprendía de su actitud. Lessa sintió aumentar la aprobación que le merecía Wansor. Un hombre no debía tener miedo a admitir que ignoraba una cosa. Ni una mujer.

El Señor de Tillek no deseaba dejar el instrumento. Casi como si esperase, pensó Lessa, que si miraba durante el tiempo suficiente descubriría un buen argumento para montar una expedición.

Oterel respondió finalmente a los agrios comentarios de Nessel de Crom y se hizo a un lado.

—¿Qué crees que es la tierra, Sangel? Si es que en realidad has visto algo.

—Desde luego que lo he visto. He visto las nubes tan claramente como te estoy viendo a ti ahora.

Oterel soltó una risotada.

—Lo cual no es decir mucho, teniendo en cuenta la oscuridad.

—He visto tanto como tú, Oterel. Masas grises, masas negras y las nubes. ¡Una estrella con nubes! No tiene sentido. ¡En Pern hay nubes!

Ante la indignación del hombre, Lessa transformó apresuradamente su risa en una tos, pero captó la expresión divertida del Arpista y se preguntó cuál sería su reacción ante la Estrella Roja. ¿Estaría a favor o en contra de la expedición? ¿Y qué actitud deseaba ella que expresara?

—Sí, en Pern hay nubes —estaba diciendo Oterel, algo sorprendido ante aquella observación—. Y si hay nubes en Pern, y más superficie de agua que de tierra, lo mismo ocurrirá en la Estrella Roja...

—No puedes estar seguro de eso —protestó Sangel.

—Y existe un medio para distinguir la tierra del agua también —continuó Oterel, ignorando al Señor del Fuerte de Boll—. Deja que eche otra ojeada, Nessel —dijo, intentando apartar al Señor del Fuerte de Crom.

—Hey, un momento, Oterel. —Y Nessel agarró posesivamente el tubo. Al ser empujado por Oterel, el trípode se tambaleó y el aparato asumió una nueva dirección.

—Mira lo que has hecho —gritó Oterel—. Yo sólo quería ver si podía distinguirse la tierra del agua.

Wansor trató de interponerse entre los dos Señores, a fin de poder ajustar su valioso instrumento.

—Mi turno no ha terminado —protestó Nessel, intentando conservar la posesión física del aparato.

—No verás nada, Señor Nessel, si no dejas que Wansor vuelva a enfocarlo directamente a la Estrella —dijo Fandarel indicándole cortésmente al Señor de Crom que debía apartarse.

—Eres un imbécil, Nessel —dijo el Señor Groghe, empujándole a un lado y haciendo señas a Wansor para que se acercara.

—El imbécil es Oterel.

—He visto lo suficiente como para saber que no hay tanta masa oscura como gris —dijo Oterel, a la defensiva—. En Pern hay más agua que tierra. Y lo mismo en la Estrella Roja.

—¿Tantas cosas has visto con una sola mirada? —preguntó maliciosamente Meron desde las sombras, sobresaltando a todo el mundo.

Lessa se hizo ostensiblemente a un lado mientras el Señor de Nabol avanzaba, acariciando posesivamente a su lagarto bronce. Lessa se enfureció al comprobar que el pequeño animal ronroneaba de placer.

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