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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (41 page)

—Dicen muchas cosas, demasiadas —empezó Lessa, y en aquel momento apareció Manora en el umbral.

—Brekke vive. El sueño es ahora lo mejor para ella. —Echó la cortina y miró a los hombres—. Esos podrían ir también a dormir. ¿Han regresado sus dragones? ¿Quién es ésta? —Manora acarició la mejilla de Mirrim—. ¿Mirrim? He oído decir que tenías lagartos verdes.

—Mirrim ha tenido la buena idea de traer la bandeja —dijo Lessa, dirigiendo una significativa mirada a Manora.

—Brekke... Brekke hubiera esperado... —y la muchacha no pudo continuar.

—Brekke es una persona razonable —dijo Manora vivamente, y dobló los dedos de Mirrim alrededor de una copa, empujando suavemente a la muchacha hacia un caballero—. Vamos, Mirrim. Esos hombres necesitan nuestra ayuda.

Mirrim pareció despertar de su letargo, hasta el punto de ayudar activamente al caballero bronce cuando éste pareció incapaz de sostener la copa entre sus dedos.

—Mi Dama —murmuró Manora—, necesitamos al caudillo del Weyr. Los Weyrs de Ista y de Telgar estarán luchando contra las Hebras en estos momentos, y creo...

—Aquí estoy —dijo F'lar desde la entrada del Weyr—. Y tomaré un trago de eso también. El frío del inter se me ha metido en los huesos.

—Tenemos más tontos de los que necesitamos ahora mismo —exclamó Lessa, pero su rostro se iluminó al ver a F'lar.

—Dónde esta T'bor?

Manora señaló hacia la habitación de Brekke.

—De acuerdo. ¿Dónde está Kylara, pues?

Y el frío del inter estaba en su voz.

Al atardecer se había restablecido un poco el orden en el desmoralizado Weyr de las Altas Extensiones. Todos los dragones bronce habían regresado, habían sido alimentados, y los caballeros bronce pernoctaban con sus animales, suficientemente drogados como para dormir.

Kylara había sido encontrada. Mejor dicho, devuelta por el caballero verde asignado al Fuerte de Nabol.

—Ni mi verde ni yo queremos volver a alojarnos allí —dijo el hombre, con una expresión ceñuda en su rostro.

—Tu informe, S'goral, por favor —dijo F'lar, dando a entender con un gesto que comprendía los sentimientos del caballero.

—Ella llegó al Fuerte esta mañana, contando una historia acerca del lago... Al parecer estaba sucio, y en el Weyr no había barriles para atender al suministro de agua. Recuerdo que pensé que Pridith tenía un aspecto demasiado reluciente para salir al exterior. Estaba muy próxima al celo, indudablemente. Pero se instaló tranquilamente en el saledizo con mi verde, de modo que decidí continuar con la tarea de enseñarles a esos habitantes de los Fuertes cómo debían manejar a sus lagartos de fuego. —Era evidente que S'goral no tenía una opinión demasiado favorable de sus alumnos—. Ella se marchó con el Señor de Nabol. Más tarde vi a sus lagartos tomando el sol en el saledizo del dormitorio del Señor. —Hizo una pausa, mirando a sus oyentes, y su expresión se hizo todavía más ceñuda—. Estábamos tomándonos un respiro cuando oí gritar a mi verde. Había dragones en el cielo, desde luego, volando a mucha altura. Supe que se trataba de un vuelo de apareamiento. No es posible confundirlo. Entonces, Pridith empezó a trompetear. Lo primero que vi a continuación fue que Pridith descendía sobre el rebaño de Nabol. Esperé un poco, convencido de que ella tenía que saber lo que estaba ocurriendo, pero al ver que no daba señales de vida, fui en su busca. Los guardias de Nabol estaban en la puerta. El Señor no quería ser molestado. Bueno, yo le molesté. Le interrumpí en lo que estaba haciendo. ¡Y eso es lo que estaba haciendo! Excitando a Pridith. Eso, y el hecho de que Pridith estuviera tan próxima al celo, y el contemplar un vuelo de apareamiento encima mismo de ella, por así decirlo. No se puede excitar a un dragón de esa manera —S'goral agitó la cabeza—. No había nada que mi verde y yo pudiéramos hacer allí. De modo que nos dirigimos al Weyr de Fort, en busca de sus reinas. Pero... —y extendió sus manos, manifestando su indefensión.

—Hiciste lo que debías, S'goral —le dijo F'lar.

—No podía hacer otra cosa —insistió el hombre, como si no pudiera librarse de un sentimiento de culpabilidad.

—Fue una verdadera suerte para nosotros que tú estuvieras allí —dijo Lessa—. De otro modo, es posible que nunca hubiésemos sabido dónde estaba Kylara.

—Lo que me gustaría saber es lo que va a ocurrirle a ella... ahora. —La expresión semiavergonzada, semiculpable, del rostro del caballero se trocó en otra dura y vengativa.

—¿No es suficiente la pérdida de un dragón? —preguntó T'bor, interviniendo por primera vez.

—Brekke también perdió su dragón —replicó S'goral furiosamente—, y ella estaba haciendo lo que debía...

—No se puede tomar una decisión bajo la influencia del acaloramiento o del odio, S'goral —dijo F'lar, poniéndose en pie—. No tenemos ningún precedente... —Se interrumpió, volviéndose hacia D'ram y G'narish—. No en nuestra época, al menos.

—No se puede tomar una decisión bajo la influencia del acaloramiento o del odio —repitió D'ram—, pero en nuestra época se produjeron incidentes semejantes. —Enrojeció inesperadamente—. Será mejor que asignemos algunos bronce aquí, F'lar. Es posible que los hombres y los animales de las Altas Extensiones no se encuentren mañana en perfectas condiciones. Y con las Hebras cayendo todos los días, ningún Weyr puede permitirse relajar su vigilancia. Bajo ningún concepto.

XIII

Noche en el Weyr de Fort: seis días más tarde

Robinton estaba cansado, con una fatiga del corazón y de la mente que inhibió la emoción que el Maestro Arpista solía experimentar a lomos de un dragón. De hecho, casi deseaba no haber venido al Weyr de Fort esta noche. Los últimos seis días, con todo el mundo reaccionando de modo muy diverso a la tragedia de las Altas Extensiones, habían sido muy difíciles. (¿Debían provocar siempre las Altas Extensiones los problemas más complicados de Pern?) Hasta cierto punto, Robinton hubiera preferido que esta observación de la Estrella Roja se hubiese aplazado hasta que las mentes y los ojos se hubieran aclarado y estuvieran preparados para este reto. Y, sin embargo, quizá la mejor solución era apresurar todo lo posible este proyecto de expedición a la Estrella Roja... como un antídoto a la depresión que había seguido a la muerte de las dos reinas. F'lar deseaba demostrar a los Señores de los Fuertes que los dragoneros tenían la firme voluntad de limpiar el aire de Hebras pero, por una vez, el Maestro Arpista se encontró sin una opinión personal. No sabía si F'lar era prudente al impulsar la empresa, particularmente ahora. Particularmente cuando el caudillo del Weyr de Benden no se había recuperado del todo de la puñalada de T'ron. Cuando nadie estaba seguro de cómo se estaba comportando T'kul en el Weyr Meridional, ni de si el hombre pensaba quedarse allí. Cuando todo Pern estaba trastornado por el combate y la muerte de las dos reinas. La gente tenía bastante en qué pensar, bastante que hacer con los caprichos de las Hebras complicando la mecánica estacional del arado y la siembra. El ataque a la Estrella Roja podía esperar.

Otros dragones estaban llegando al Weyr de Fort, y el pardo en el que iba montado Robinton ocupó su lugar en la pauta circular. Tomarían tierra en la Roca de la Estrella, donde Wansor, el óptico de Fandarel, había instalado el apa-rato para mirar a distancia.

—¿Has tenido ocasión de mirar a través de ese aparato? —le preguntó Robinton al caballero pardo.

—¿Yo? Ni pensarlo, Maestro Arpista. Todo el mundo de-sea hacerlo. Supongo que estará allí hasta que me llegue la vez.

—¿Lo ha montado Wansor permanentemente en el Weyr de Fort?

—Fue descubierto en el Weyr de Fort —respondió el ca-ballero, un poco a la defensiva—. Fort es el Weyr más anti-guo, como ya sabes. P’zar opina que debería quedarse en Fort. Y el Maestro Herrero está de acuerdo. Wansor dice que existen muy buenos motivos para ello. Algo acerca de la elevación, y los ángulos, y la altura de las montañas del Weyr de Fort. Yo no lo entiendo.

Y yo tampoco, pensó Robinton. Pero se proponía enten-derlo. Estaba de acuerdo con Fandarel y Terry acerca de la necesidad de un intercambio de conocimientos entre Artesa-nados. Indiscutiblemente, Pem había perdido la mayoría de las añoradas técnicas debido a los celos entre Artesanados. Si un Maestro Artesano moría prematuramente, antes de haber transmitido todos los secretos del Artesanado, se perdía para siempre una parte de información vital. Y no es que Robin¬ton, ni su predecesor, hubieran patrocinado nunca aquella absurda prerrogativa. Había cinco arpistas jóvenes que com¬partían todos los conocimientos de Robinton, y tres prome¬tedores oficiales que estudiaban con mucha diligencia la ma¬nera de mejorar el factor seguridad.

Una cosa era mantener en un círculo privado secretos peligrosos, y otra completamente distinta permitir la extin-ción de técnicas artesanas.

El dragón pardo tomó tierra en las alturas del Weyr de Fort, y Robinton se apeó y dio las gracias al animal. El pardo volvió a remontarse y luego pareció hundirse por el otro lado del acantilado, descendiendo hacia el Cuenco, dejando espació para que se posara otro dragón.

Habían sido instaladas linternas a lo largo del estrecho sendero que conducía a la Roca de la Estrella, con su negra mole silueteada en el cielo nocturno ligeramente más claro. Entre los reunidos allí, Robinton pudo distinguir la maciza figura de Fandarel, la piriforme de Wansor y la esbelta de Lessa.

Sobre la piedra más ancha y más plana de la Roca de la Estrella, Robinton vio el trípode sobre el cual había sido montado el largo tubo del aparato de mirar a distancia. A primera vista quedó decepcionado por su simplicidad: un cilindro grueso, redondo, con un tubo más pequeño adosado a su costado. Luego le divirtió. El Herrero debía estar atormentado por el deseo de desmontar el instrumento y examinar los principios de su sencilla eficacia.

—Robinton, ¿cómo estás esta noche? —preguntó Lessa, cercándose a él con una mano extendida.

Robinton la agarró, notando la suavidad de la piel femenina bajo los callos de sus propios dedos.

—Ponderando los elementos de la eficacia —respondió vagamente, en tono deliberadamente festivo. Pero no podía dejar de preguntar por Brekke, y sintió los dedos de Lessa temblar entre los suyos.

—Brekke está mejor de lo que cabía esperar. F'nor insistió en que la lleváramos a su weyr. El hombre está emocionalmente ligado a ella... algo más que gratitud por sus cuidados. Entre Manora, Mirrim y él, nunca está sola.

—Y... ¿Kylara?

Lessa arrancó su mano de la del Arpista.

—¡Está viva!

Robinton no dijo nada, y al cabo de unos instantes Lessa continuó:

—No nos gusta perder a Brekke como Dama del Weyr... —Hizo una breve pausa y añadió, con voz un poco más ronca—: Y dado que ahora es evidente que una persona puede Impresionar más de una vez, y a más de una especie dragonil, Brekke será presentada como candidata cuando eclosionen los Huevos de Benden. Lo cual será muy pronto.

—Tengo entendido —dijo Robinton, escogiendo cuidadosamente las palabras— que no todo el mundo ve con buenos ojos esta inobservancia de la tradición.

Aunque no podía ver el rostro de Lessa en la oscuridad, notó la fijeza de su mirada.

—Esta vez no son los Antiguos. Supongo que están tan convencidos de que Brekke no podrá reimpresionar, que se muestran indiferentes.

—¿Quién, entonces?

—F'nor y Manora se oponen violentamente.

—¿Y Brekke?

Lessa hizo un gesto de impaciencia.

—Brekke no dice nada. Ni siquiera abre los ojos. No puede estar durmiendo todo el tiempo. Los lagartos de fuego y los dragones nos dicen que está despierta. Verás —y la exasperación de Lessa se reveló a través de su rígido control, ya que estaba más preocupada por Brekke de lo que quería admitir—, Brekke puede oír a cualquier dragón. Lo mismo que yo. Es la única Dama del Weyr, aparte de mí misma, que puede hacerlo. Y todos los dragones la escuchan a ella —Lessa se movió, inquieta, y Robinton pudo ver cómo frotaba sus esbeltas manos contra sus muslos en inconsciente agitación.

—Si Brekke tiende al suicidio, eso es una ventaja, desde luego.

—Brekke no es... no es activamente suicida. Se crió en un Artesanado, ¿sabes? —dijo Lessa, con un leve tono de reproche en la voz.

—No, no lo sabía —murmuró Robinton estimulantemente, tras una breve pausa. Estaba pensando que a Lessa no se le ocurriría nunca la idea de suicidarse en una circunstancia similar, y se preguntó qué tendría que ver la procedencia de Brekke con la tendencia al suicidio.

—Ese es el problema de Brekke. No puede buscar activamente la muerte, de modo que se limita a permanecer tendida. A veces experimento el irresistible deseo de golpearla, o pellizcarla, o abofetearla —y Lessa crispó sus puños—, para arrancar de ella alguna respuesta. No es el fin del mundo, después de todo. Ella puede oír a otros dragones. No está del todo desconectada de la especie dragonil, como Lytol...

—Necesita tiempo para recobrarse de la impresión...

—Lo sé, lo sé —le interrumpió Lessa con cierta irritación—, pero no disponemos de tiempo. Es preciso que se dé cuenta de que es preferible hacer cosas...

—Lessa...

—No me vengas tú también con «Lessa», Robinton —a la escasa claridad de las lámparas, los ojos de la Dama del Weyr brillaron furiosamente—. F'nor se muestra tan poco práctico como un cadete enamorado, Manora sufre por los dos, y Mirrim se pasa la mayor parte del tiempo llorando, lo cual trastorna al trío de lagartos de su propiedad, y eso trastorna a su vez a todos los niños y cadetes. Y, por si fuera poco, F'lar...

—¿F'lar? —Robinton se había inclinado hacia Lessa, acercándose a ella de modo que nadie pudiera oír su respuesta.

—Tiene fiebre. No tendría que haber ido a las Altas Extensiones con esa herida abierta. ¡Ya conoces el efecto del frío del inter sobre las heridas!

—Yo esperaba verle aquí esta noche.

Lessa rió amargamente.

—Drogué su klah cuando no estaba mirando.

Robinton sonrió comprensivamente.

—Y apuesto a que le atiborraste de té musgoso.

—Y le apliqué un emplasto de té musgoso a la herida, también.

—F'lar es un hombre fuerte, Lessa. Se pondrá bien.

—Será mejor que lo haga. Si al menos F'lar... —y Lessa se interrumpió—. Parezco una plañidera, ¿no es cierto? —inquirió, suspirando y sonriendo a Robinton.

—Ni mucho menos, mi querida Lessa, te lo aseguro. Creo que Benden está excelentemente representado —y Robinton le dedicó una cortés reverencia que tuvo la virtud de arrancar una sonrisa de los labios de Lessa—. En realidad —continuó el Arpista—, me siento un poco aliviado por el hecho de que F'lar no esté aquí, despotricando contra cualquier cosa que le impida machacar a las Hebras que pueda ver en ese aparato.

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