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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (40 page)

Rodearon implacablemente a Wirenth, obligándola a retroceder, alejándola de Pridith, estrechando cada vez más el círculo, una red viviente alrededor de la reina cegada por la rabia y el dolor. Sintiendo únicamente que estaba siendo privada de vengarse de su enemiga, Wirenth vio la única ruta de escape y, plegando sus alas, se dejó caer en picado para salir del fondo del cepo y volvió a remontarse hacia el otro grupo de reinas.

La cola de Pridith sobresalía, y Wirenth la apretó entre sus dientes, arrastrando a su enemiga fuera del círculo protector. Conseguido esto, Wirenth montó a horcajadas sobre el lomo de la reina más vieja, clavando profundamente sus garras en los músculos de sus alas, hundiendo sus quijadas en el cuello sin protección.

Cayeron sin que Wirenth hiciera nada para interrumpir su peligroso descenso. No podía ver nada por su ojo herido. Y no prestó la menor atención a los gritos de los otras reinas ni al trompeteo de los bronce que volaban en círculo. Luego, algo agarró brutalmente su cuerpo desde arriba, dándole una enorme sacudida.

Incapaz de ver a su derecha, Wirenth se vio obligada a soltar su presa para hacer frente a esta nueva amenaza. Pero mientras se giraba, vio fugazmente un gran cuerpo dorado directamente debajo de Pridith. Y encima de ella... ¡Canth! ¿Canth? Siseando ante semejante traición, no se dio cuenta de que en realidad Canth estaba tratando de salvarla de una muerte segura sobre los picos de las montañas peligrosamente cercanos. También Ramoth estaba intentando detener su entremezclada caída, sosteniendo a Pridith con su cuerpo, tensas sus grandes alas por el esfuerzo.

De pronto, unos dientes se cerraron sobre el cuello de Wirenth, cerca de la arteria principal en la articulación de su hombro. Su grito de muerte se interrumpió mientras Wirenth luchaba por respirar. Herida por su enemiga, estorbada por sus amigos, Wirenth se transfirió desesperadamente al inter, llevándose a Pridith con ella, con las quijadas mortalmente entrelazadas sobre la sangre de su vida.

El lagarto de fuego bronce, Berd, encontró a F'nor preparándose para unirse a los escuadrones en los prados occidentales del Fuerte de Telgar. Al principio el caballero pardo quedó tan asombrado al ver al pequeño bronce en Benden tan lejos de su dueña, que no captó inmediatamente los frenéticos pensamientos del animal.

Pero Canth lo hizo por él.

¡Wirenth ha remontado el vuelo para aparearse!

Olvidadas todas las demás consideraciones, F'nor corrió con Canth hasta el saledizo. Grall se agarró a su percha sobre el hombro de F'nor, enroscando su cola con tanta fuerza alrededor del cuello del caballero pardo que éste tuvo que aflojarla por la fuerza. Luego, Berd se negó a encaramarse al otro hombro de F'nor, y se perdieron unos instantes valiosísimos mientras Canth lograba tranquilizar lo suficiente al pequeño bronce como para que aceptara instrucciones. Resuelto finalmente el problema de Berd, Canth emitió un trompeteo tan potente que Mnementh le hizo eco desde el saledizo y Ramoth rugió desde la Sala de Eclosión.

Sin pensar en el efecto de su precipitada marcha ni en la excepcional conducta de Canth, F'nor apremió a su dragón para que se remontara. La leve capacidad de razonar que no había quedado anulada por la emoción estaba tratando de calcular cuanto tiempo había tardado el pequeño bronce en llegar hasta él, cuanto tiempo pasaría Wirenth alimentándose antes de remontar el vuelo, qué bronces estarían en las Altas Extensiones. Se alegraba de que F'lar no hubiera tenido tiempo de declarar abiertos los vuelos de apareamiento. Había algunos animales contra los cuales Canth no tendría ninguna probabilidad.

Cuando surgieron de nuevo al aire sobre el Weyr de las Altas Extensiones, F'nor vio confirmados sus peores temores. El Comedero era una visión sangrienta, y ninguna reina se alimentaba allí. Y no había un solo bronce entre los dragones que rodeaban las alturas del Weyr.

Sin que mediara ninguna orden, Canth descendió bruscamente a una vertiginosa velocidad.

Berd sabe dónde está Wirenth. Me guiará hasta allí.

El pequeño bronce saltó al cuello de Canth, aferrándose fuertemente a él con sus menudas garras. F'nor se deslizó del hombro de Canth hasta el suelo, apartándose rápidamente para que el pardo pudiera volver a remontar el vuelo sin dilación.

¡Pridith también está en el aire!
El pensamiento y el chillido de temor del pardo fueron simultáneos. Desde las alturas, los otros dragones contestaron, extendiendo sus alas, alarmados.

—¡Remóntate, Ramoth! —gritó F'nor, mente y voz, con su cuerpo paralizado por la impresión—. ¡Remóntate, Ramoth! ¡Caballeros bronce! ¡Pridith también está en el aire!

La gente del Weyr salió precipitadamente de la Caverna inferior. Aparecieron caballeros en sus saledizos alrededor de la fachada del Weyr.

—¡Kylara! ¡T'bor! ¿Dónde está Pilgra? ¡Kylara! ¡Varena! —Gritando con un pánico que amenazaba con ahogarle, F'nor corrió hacia el Weyr de Brekke, empujando a un lado a la gente que se acercaba a él, pidiendo explicaciones.

¡Pridith en el aire! ¿Cómo podía haber sucedido aquello? Incluso la más estúpida Dama del Weyr sabía que no podía mantenerse a una reina cerca de su Weyr durante un vuelo de apareamiento... a menos de que estuviera empollando. ¿Cómo era posible que Kylara...?

—¡T'bor!

F'nor subió corriendo el corto tramo de peldaños y avanzó por el pasillo a largas zancadas que sacudieron brutalmente su brazo semicicatrizado. Pero el dolor disolvió el pánico de su cerebro en el preciso instante en que irrumpía en el Weyr de Brekke. Un grito de rabia de la muchacha le detuvo: los caballeros bronce agrupados alrededor de ella empezaban a mostrar los efectos del interrumpido vuelo de apareamiento.

—¿Qué está haciendo ella aquí? ¿Cómo se atreve? —estaba gritando Brekke, con una voz tan estridente de lascivia como de furor—. ¡Esos son mis dragones! ¿Cómo se atreve? ¡La mataré! —La letanía se rompió en un penetrante alarido de agonía mientras Brekke se doblaba sobre sí misma, irguiendo el hombro derecho como para proteger su cabeza.

—¡Mi ojo! ¡Mi ojo! ¡Mi ojo! —Brekke se estaba cubriendo el ojo derecho, retorciendo su cuerpo en una incontrolable e inconsciente parodia de la batalla aérea a la cual estaba sintonizada.

—¡Mátala! ¡Yo la mataré a ella! ¡No! ¡No! No puede escapar. ¡Adelante!

Súbitamente, el rostro de Brekke se iluminó con una expresión sensual, y todo su cuerpo se retorció lascivamente.

Los caballeros bronce estaban cambiando ahora, empezando a desconectarse de la extraña relación mental con sus animales. Sus rostros reflejaron miedo, duda, indecisión, desesperanza... Alguna parte de la conciencia humana estaba retornando, luchando con la capacidad de respuesta de los dragones y el interrumpido vuelo de apareamiento. Cuando T'bor se acercó a Brekke, en sus ojos se reflejaba un temor humano.

Pero Brekke estaba aun completamente conectada a Wirenth, y el increíble triunfo en su rostro registró el éxito de Wirenth al eludir la captura, al arrastrar a Pridith fuera del círculo de reinas.

—¡Pridith está en el aire, T'bor! ¡Las reinas están luchando! —gritó F'nor.

Un jinete empezó a gritar, y el sonido rompió la conexión de los otros dos que contemplaron, asombrados, el contorsionante cuerpo de Brekke.

—¡No la toquéis! —ordenó F'nor, adelantándose para cerrar el paso a T'bor y a otro hombre. Luego se acercó un poco más a Brekke, pero los desorbitados ojos de la muchacha no le veían a él ni a nadie en el Weyr.

Luego, Brekke pareció brincar, con un brillo de insana alegría en su ojo izquierdo, sus labios al descubierto mientras sus dientes se apretaban sobre un blanco imaginario, su cuerpo arqueándose con el terrible esfuerzo.

De pronto siseó, ladeando la cabeza sobre su hombro derecho, mientras su rostro reflejaba incredulidad, horror, odio. Gritó de nuevo, esta vez un alarido mortal de terror y angustia increíbles. Una mano ascendió hasta su garganta, la otra golpeó a un atacante invisible. Su cuerpo, erguido sobre los dedos de los pies, se tensó con agónica violencia. Con un jadeante estertor, giró sobre sí misma. En sus ojos estaba otra vez el alma de Brekke, atormentada, aterrorizada. Luego cerró los ojos, y su cuerpo se desmadejó en un colapso tan alarmante que F'nor estuvo a punto de no llegar a tiempo para sostenerla.

Las piedras del Weyr parecieron reverberar con el canto fúnebre de los dragones.

—T'bor, envía a alguien en busca de Manora —gritó F'nor con voz ronca, mientras transportaba a Brekke a su lecho. El cuerpo de la muchacha era muy ligero en sus brazos... como si lo hubieran vaciado de toda sustancia. La sujetó fuertemente contra su pecho con un brazo, hurgando para encontrar el pulso en el cuello con la mano libre. Latía débilmente.

¿Qué había ocurrido? ¿Cómo era posible que Kylara hubiera permitido que Pridith estuviera cerca de Wirenth?

—Las dos han desaparecido —estaba diciendo T'bor mientras entraba en el dormitorio, tambaleándose, y se dejaba caer sobre el baúl de la ropa, temblando violentamente.

—¿Dónde está Kylara? ¿Dónde está?

—No lo sé. Yo salí esta mañana con unas patrullas.—T'bor se frotó el rostro que había perdido su color a causa de la impresión—. El lago estaba sucio...

F'nor amontonó pieles alrededor del cuerpo inmóvil de Brekke. Apoyó una mano sobre el pecho de la muchacha, notando cómo subía y bajaba de un modo apenas perceptible.

¿F'nor?

Era Canth, y su llamada era tan débil, tan lastimosa, que el hombre cerró los ojos contra el dolor en el tono de su dragón.

Sintió que alguien agarraba su hombro. Abrió los ojos para ver la piedad y la comprensión en los de T'bor.

—No puedes hacer nada más por ella en este momento, F'nor.

—Ella quiere morir. ¡No se lo permitas! —dijo F'nor—. ¡No permitas que Brekke muera!

Canth estaba en el saledizo, con un brillo opaco en sus ojos. Su agotamiento era evidente. F'nor rodeó la inclinada cabeza con sus brazos, y hombre y animal se transmitieron su pena y su dolor.

Era demasiado tarde. Pridith había remontado el vuelo. Demasiado cerca de Wirenth. Ni siquiera las reinas pudieron evitarlo. Lo intenté, F'nor. Lo intenté. Ella... cayó muy aprisa. Y se revolvió contra mí. Luego se marchó al inter. No pude encontrarla en el inter.

Permanecieron juntos, inmóviles.

Lessa y Manora las vieron mientras Ramoth volaba en círculo sobre el Weyr de las Altas Extensiones. Al oír el aullido de Canth, Ramoth había salido de la Sala de Eclosión, llamando a gritos a su jinete, pidiendo una explicación a semejante comportamiento.

Pero F'lar, creyendo saber lo que Canth estaba haciendo, la había tranquilizado, hasta que Ramoth les había informado de que Wirenth estaba remontando el vuelo para aparearse. Y Ramoth supo instantáneamente cuándo Pridith remontó el vuelo también, y se había dirigido a Nabol por el Inter para evitar el combate a muerte, si podía.

Después de que Wirenth arrastrara a Pridith al inter, Ramoth había regresado al Weyr de Benden en busca de Lessa. Los dragones de Benden expresaron su pesar de tal modo que todo el Weyr se enteró en seguida del desastre Pero Lessa sólo esperó el tiempo necesario para que Manora reuniera sus medicamentos.

Y Lessa y Manora llegaron al saledizo del Weyr de Brekke y vieron a la pareja doliente, inmóvil. Lessa miró ansiosamente a Manora. Había algo peligroso en aquella inmovilidad.

—Ellos superarán esto juntos. Están juntos, más unidos que nunca —dijo Manora con una voz que fue poco más de un ronco susurro. Pasó por delante de ellos silenciosamente, con la cabeza inclinada y los hombros caídos, mientras avanzaba apresuradamente por el pasillo hacia Brekke.

—¿Ramoth? —preguntó Lessa mirando hacia abajo, al lugar en el que su reina se había instalado sobre la arena. No dudaba del buen juicio de Manora, pero al ver a F'nor tan... tan disminuido... la había trastornado. Era tan parecido a F'lar...

Ramoth canturreó suavemente y plegó sus alas. En los saledizos alrededor del Cuenco, los otros dragones empezaban a establecer una inquieta vigilancia.

Cuando Lessa entró en la Cueva del Weyr, apartó la mirada del vacío lecho del dragón v luego se detuvo en seco. La tragedia se había producido hacía solamente unos minutos, de modo que los nueve caballeros bronce se encontraban aún bajo los efectos del shock.

No podía ser de otra manera, pensó Lessa con profunda simpatía. ¡Experimentar en la propia carne sensaciones de incalculable intensidad y luego verse, no sólo decepcionados, sino desastrosamente privados de dos reinas al mismo tiempo! Ganara o no un bronce a la reina, existía una sutil y profunda simpatía entre una reina y los bronce de su Weyr...

Sin embargo, concluyó Lessa vivamente, alguien en este bendito Weyr debería tener el sentido común suficiente como para mostrarse constructivo. Lessa interrumpió bruscamente esta línea de pensamientos: Brekke había sido el miembro responsable.

Se giró, dispuesta a ir en busca de algún estimulante para los aturdidos caballeros, cuando oyó los pasos desiguales y la estertorosa respiración de alguien que parecía tener mucha prisa. Dos lagartos de fuego verdes penetraron en el Weyr, planeando, gorjeando excitadamente, mientras una muchachita entraba casi corriendo. Apenas podía sostener la pesada bandeja que transportaba, y estaba sollozando y sin aliento.

—¡Oh! —exclamó, al ver a Lessa. Reprimió sus sollozos, trató de hacer una reverencia, y frotó al mismo tiempo su nariz contra su hombro.

—Bueno, eres una niña valiente, no cabe duda —dijo Lessa, en tono serio pero no desprovisto de simpatía. Agarró un extremo de la bandeja y ayudó a la muchacha a depositarla sobre la mesa—. ¿Has traído bebidas fuertes? —preguntó, señalando los anónimos frascos de loza.

—Todo lo que he podido encontrar —y la respuesta terminó en un sollozo.

—Toma —y Lessa le tendió una copa semillena, señalando al caballero más próximo. Pero la niña permaneció inmóvil, mirando fijamente a la cortina, con el rostro contraído por la pena y unas lágrimas resbalando por sus mejillas. Se retorcía las manos con tanta violencia que la piel de los nudillos aparecía completamente blanca.

—¿Tú eres Mirrim?

La chiquilla asintió, sin apartar sus ojos de la cerrada entrada al dormitorio. Sobre ella, los verdes revoloteaban, haciendo eco a su angustia.

—Manora está con Brekke, Mirrim.

—Pero... pero ella morirá. Ella morirá. Dicen que el jinete muere también, cuando muere el dragón. Dicen...

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