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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (39 page)

—¿Canth?

El dragón estaba dormido. El hecho resultaba extrañamente consolador.

F'nor encontró una postura cómoda y cerró los ojos, decidido a descansar. Los suaves gorjeos de Grall cesaron, y F'nor notó el cuerpo del animalito reposando contra su cuello, en la curva de su hombro. Se preguntó cómo lo estaría pasando Brekke en las Altas Extensiones. Y si su pequeño bronce estaría tan desconcertado por la vida en el Weyr como Grall. Un recuerdo del rostro de Brekke cruzó por su mente. No como la había visto la última vez, ansiosa, preocupada, movilizando rápidamente sus energías mentales para hacer frente al precipitado traslado impuesto por la inesperada llegada de T'kul, sino como se había manifestado al hacer el amor, dulce, cariñosa. Pronto la tendría para él, y sólo para él, ya que F'lar se encargaría de impedir que Brekke se prodigara en exceso resolviendo los problemas de todo el mundo excepto los suyos. Ahora estaría durmiendo, pensó F'nor, ya que en las Altas Extensiones todavía era de noche...

Brekke no estaba dormida. Había despertado súbitamente, como acostumbraba a hacer por la mañana, salvo que la oscura inmovilidad que la rodeaba no era simplemente la de un Weyr interior, sino que estaba llena de la suave soledad de la noche. El lagarto de fuego, Berd, se había despertado también, y sus brillantes ojos era la única luz en la estancia. Berd canturreó aprensivamente. Brekke le acarició, tendiendo el oído hacia Wirenth, pero la reina estaba profundamente dormida en su lecho de piedra.

Brekke trató de relajarse y de reanudar el sueño interrumpido, pero no tardó en darse cuenta de que era una tentativa destinada al fracaso. En las Altas Extensiones podía ser noche cerrada, pero en el Weyr Meridional ya había amanecido, y ese era el ritmo al que su cuerpo estaba aún sintonizado. Se levantó con un suspiro, tranquilizando a Berd, que volaba de un lado para otro ansiosamente. Pero Berd se reunió con ella en el baño, chapoteando sin excesiva vehemencia en el agua caliente, aprovechando la espuma de la arena limpiadora de Brekke para bañarse por su cuenta. Se posó sobre el banco, agitando sus mojadas alas y canturreando de aquel modo suave y voluptuoso que tanto divertía a Brekke.

En cierto modo, resultaba beneficioso estar levantada y circular sin que nadie la interrumpiera, ya que había muchas cosas que arreglar en su nueva vivienda. Brekke tenía que resolver algunos de los problemas más obvios. Había pocos alimentos frescos. T'kul había dejado las reses más viejas y flacas, los peores accesorios, y se había llevado la mayor parte de las existencias de ropa, maderas curadas, cueros, todo el vino, y había logrado evitar que los meridionales se llevaran a su vez lo suficiente de sus almacenes como para equilibrar el déficit. Oh, si ella hubiese tenido siquiera dos horas de tiempo, o alguna advertencia...

Brekke suspiró. Evidentemente, Merika había sido una Dama del Weyr peor que Kylara, ya que las Altas Extensiones se encontraban en un estado lamentable. Y los Fuertes que abastecían con sus diezmos al Weyr de las Altas Extensiones no estarían ahora dispuestos a nivelar las diferencias. Tal vez una palabra discreta a F'nor remediara las peores deficiencias... No, eso sugeriría incompetencia. Primero, haría inventario de lo que tenían, descubriría las necesidades más apremiantes, vería lo que podían fabricar por sí mismos. Brekke interrumpió el curso de sus pensamientos. Tenía que adaptar sus ideas a un sistema de vida completamente nuevo, una vida dependiente de la generosidad de los Fuertes. En el Weyr Meridional se disponía prácticamente de todo. Y en el Artesanado de su padre siempre se hacía lo que se podía con las cosas a mano, pero siempre había materias primas... o se producían... o se pasaba sin ellas.

—Una cosa es segura: Kylara no soportará la escasez. —murmuró Brekke. Se había puesto el equipo de montar, que era más caliente y le permitiría moverse con más facilidad en las cuevas destinadas a almacenes.

No le gustaba el carilargo Meron, Señor del Fuerte de Nabol. Estar en deuda con él sería abominable. Tenía que haber una alternativa.

Un temblor nervioso sacudió a Wirenth cuando Brekke pasó por delante de ella, y su piel resplandeció en la oscuridad. Estaba tan profundamente dormida que Brekke ni siquiera acarició su hocico al pasar. Ayer, el dragón hembra había trabajado duramente. ¿Era realmente posible que hubiera sido ayer?

Berd gorjeó con tanta afectación al pasar por delante de la reina que Brekke sonrió. Era un adorable incordio, tan transparente como una balsa de agua... y Brekke recordó que tenía que comprobar si Rannelly estaba en lo cierto acerca del lago del Weyr. La noche anterior, la anciana se había quejado amargamente de que el agua estaba sucia; ensuciada deliberada y malignamente por T'kul.

En el exterior, el aire era helado y cortante como un cuchillo a aquella hora temprana. Brekke alzó la mirada hacia el caballero de guardia junto a la Piedra de la Estrella, y luego descendió apresuradamente el corto tramo de peldaños que conducía a las Cavernas Inferiores. Los fuegos habían sido amortiguados, pero la cacerola del agua se conservaba agradablemente tibia. Brekke preparó klah, encontró pan y fruta para ella y un poco de carne para Berd. El lagarto empezaba a comer con menos voracidad, y ya no se atracaba hasta sumirse en la somnolencia.

Tomando un par de lámparas, Brekke se, dirigió hacia las cuevas destinadas a almacenes para iniciar sus investigaciones. Berd la acompañó alegremente, posándose donde pudiera verla trabajar.

Cuando el Weyr empezó a ponerse en movimiento, cuatro horas más tarde, Brekke estaba enfurecida por el desgobierno que habían padecido los asuntos domésticos del Weyr, y considerablemente aliviada en lo que respecta a los recursos existentes. De hecho, sospechaba que los mejores cueros y telas, para no mencionar los vinos, no habían marchado al sur con los disidentes.

Pero el agua del lago estaba realmente sucia debido a la basura que habían vertido en él, y tendría que ser dragado. No sería utilizable durante unos cuatro días, como mínimo. Y no había nada para transportar agua en cantidad de los manantiales de las montañas cercanas. Parecía absurdo enviar a un dragón a por un par de cubos de agua, informó Brekke a T'bor y Kylara.

—Yo conseguiré barriles de Nabol —anunció Kylara, cuando se hubo recuperado de despotricar acerca de la mezquindad de T'kul.

Aunque para Brekke era obvio que aquella solución distaba mucho de complacer a T'bor, el caudillo del Weyr tenía demasiadas cosas en que ocupar su tiempo para protestar. Al menos, pensó Brekke, Kylara se estaba interesando por el Weyr y asumiendo alguna responsabilidad.

De modo que Kylara salió del Cuenco a lomos de una Pridith resplandeciente bajo el temprano sol matinal. Y T'bor se llevó a varios escuadrones para un vuelo de reconocimiento a baja altura, a fin de familiarizarse con el terreno y fijar emplazamientos adecuados para fuegos de señales y patrullas de control. Brekke y Vanira, con la ayuda de Pilgra, la única Dama del Weyr de las Altas Extensiones que se había quedado, establecieron quién supervisaría las tareas necesarias. Enviaron a unos cadetes a dragar el lago, y a otros en busca de agua potable para atender al abastecimiento más indispensable.

Profundamente ocupada contando sacos de harina, Brekke no oyó el primer grito de Wirenth. Fue Berd quien respondió con un sobresaltado graznido, volando alrededor de la cabeza de Brekke para llamar su atención.

Cuando Brekke sintonizó con la mente de Wirenth, quedó asombrada ante la incoherencia, ante las rudas y salvajes emociones que encontró en ella. Preguntándose qué podía haberle ocurrido a una reina a la que había dejado tan apaciblemente dormida, Brekke echó a correr a través de los pasillos, para encontrarse en la Caverna Inferior con Pilgra, terriblemente excitada.

—Wirenth está a punto de remontar el vuelo, Brekke. ¡Ya he avisado a los caballeros para que regresen! Wirenth se dirige hacia el Comedero. Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿no es cierto?

Brekke miró a la muchacha, desconcertada. Dejó que Pilgra la empujara hacia el Cuenco. Wirenth estaba berreando, mientras planeaba sobre el Comedero. Las aterradas reses huían en todas direcciones, aumentando con sus gritos la tensión del momento.

—Vamos, Brekke —exclamó Pilgra, empujándola—. No dejes que Wirenth coma demasiado. ¡No podría volar bien!

—¡Ayúdame! —suplicó Brekke.

Pilgra la abrazó, tranquilizándola con una extraña sonrisa.

—No te asustes. Es maravilloso.

—Yo... no puedo...

Pilgra sacudió a Brekke.

—Desde luego que puedes. Tienes que poder. Voy a llevarme a Segrith. Vanira se ha llevado ya a su reina.

—¿Se la ha llevado?

—Desde luego. No seas tonta. Ahora no puede haber otras reinas aquí. Demos gracias porque Kylara está en el Fuerte de Nabol con Pridith. La reina de Kylara se encuentra demasiado próxima al apareamiento también.

Y Pilgra, con un último empujón a Brekke, corrió hacia su propia reina.

Súbitamente, Rannelly apareció al lado de Brekke, tratando de ahuyentar al excitado lagarto de fuego que volaba por encima de sus cabezas.

—¡Fuera de aquí! ¡Fuera de aquí! ¡Y tú, muchacha, domina a tu reina si eres una verdadera Dama del Weyr! ¡No le permitas comer demasiado!

De pronto, el aire volvió a llenarse de alas de dragones: los bronce habían regresado. Y el apremio del apareamiento, la necesidad de proteger a Wirenth, hicieron reaccionar a Brekke. Echó a correr hacia el Comedero, consciente del creciente zumbido de los bronce, de la expectante sensualidad de los pardos y azules y verdes, posados ahora sobre sus saledizos para contemplar el acontecimiento. La gente del Weyr afluía hacia el Cuenco.

—¡F'nor! ¡F'nor! ¿Qué voy a hacer? —gimió Brekke.

Y entonces se dio cuenta de que Wirenth había descendido sobre una res, aullando su desafío: una Wirenth cambiada, desconocida, hambrienta de algo más que de carne.

—¡No debe comer demasiado! —le gritó alguien a Brekke. Alguien la agarró fuertemente por los brazos—. ¡No dejes que coma demasiado, Brekke!

Pero Brekke estaba con Wirenth ahora, sintiendo el insaciable deseo de carne cálida y cruda, del sabor de sangre en su boca, del calor en su estómago. Brekke no tenía conciencia de nada. De nada, salvo del hecho de que Wirenth iba a remontar el vuelo para aparearse y de que ella, Brekke, seria presa de aquellas emociones, víctima de la lascivia de su dragón, y de que esto era contrario a todo lo que a ella le habían enseñado a creer y respetar.

Wirenth había engullido ya la primera res, y Brekke luchó para evitar que devorase las humeantes entrañas. Luchó y venció, controlándose a sí misma y a su animal por el lazo de amor que la unía a la reina dorada. Cuando Wirenth se apartó de la descarnada osamenta, Brekke tuvo una momentánea consciencia de los cuerpos pesados, cálidos, rancios, atestados en torno a ella. Frenética, alzó la mirada hacia el círculo de caballeros bronce, con sus rostros absortos en la escena que se desarrollaba en el Comedero, absortos y sensuales, transformados en extrañas parodias de sí mismos por la intensidad de sus emociones.

—¡Brekke! ¡Contrólala! —gritó alguien roncamente a su oído, y alguien agarró su codo y lo retorció dolorosamente.

¡Esto era inicuo! ¡Absolutamente inicuo! Brekke gimió, llamando desesperadamente, con toda su alma, a F'nor. Él había dicho que vendría. Había prometido que sólo Canth cubriría a Wirenth... ¡Canth! ¡Canth!

Wirenth se lanzó hacia la garganta de la res, no para desangrarla, sino para rendirla y devorar su carne.

Dos disciplinas lucharon entre sí. Confundida, trastornada, desgarrada tan violentamente como la carne de la res muerta, Brekke obligó no obstante a Wirenth a obedecerla. Y, sin embargo, ¿qué fuerza acabaría imponiéndose? ¿Weyr o Artesanado? Brekke se aferró a la esperanza de que F'nor llegaría: la tercera alternativa.

Después de la cuarta res, Wirenth pareció arder con un brillo incandescente. Con un asombroso salto, remontó súbitamente el vuelo. Todo el aire se llenó de trompeteantes rugidos mientras los bronce saltaban detrás de ella, con el viento de sus alas proyectando polvo y arena contra los rostros de los espectadores.

Y, de nuevo, Brekke no tuvo consciencia de nada salvo de Wirenth. Ya que ella era súbitamente Wirenth, mofándose de los bronce que trataban de alcanzarla mientras ella volaba hacia arriba, hacia el este, muy alto por encima de las montañas, hasta que la tierra debajo fue un hueco negro, con el largo azul centelleando bajo el sol cegador. Por encima de las nubes, donde el aire era enrarecido pero aumentaba la velocidad.

Y entonces, surgiendo de una nube debajo de ella, otro dragón. Una reina, tan gloriosamente dorada como ella misma. ¿Una reina? ¿Para atraer a los dragones, apartándola de ella?

Gritando su protesta, Wirenth se lanzó contra la intrusa, con las garras extendidas y su cuerpo no exultante ya en vuelo sino tenso para el combate.

La intrusa viró sin esfuerzo aparente, girando con tanta rapidez para hundir sus garras en el expuesto flanco de Wirenth que la joven reina no pudo esquivar el ataque. Herida Wirenth cayó, recuperándose valientemente y refugiándose en una nube. Los bronce trompeteaban su malestar ante la inesperada escena. Deseaban aparearse. Querían intervenir. La otra reina —era Pridith—, creyendo derrotada a su rival llamó seductoramente a los bronce.

Al dolor de Wirenth se añadió la rabia de la humillación. Surgió bruscamente de entre las nubes, aullando su reto y su reclamo a los bronce.

¡Y su rival estaba allí! Debajo de Wirenth. La joven reina plegó sus alas y se lanzó en picado, con su dorado cuerpo cayendo a una velocidad aterradora. Y su ataque fue demasiado inesperado, demasiado rápido. Pridith no pudo evitar la colisión en pleno aire. Las garras de Wirenth se hundieron en su lomo y Pridith se retorció, sin lograr desprender sus alas de las garras que las atenazaban. Las dos reinas cayeron como Hebras, hacia las montañas, escoltadas por los defraudados y trompeteantes bronce.

Con la desesperación engendrada por el frenesí, Pridith se retorció hasta que consiguió liberarse, a costa de que las garras de Wirenth dejaran surcos hasta el hueso a lo largo de sus hombros. Pero al tiempo que aleteaba para ganar altura, dio un zarpazo a la cabeza sin proteger de Wirenth, alcanzando uno de sus brillantes ojos.

El alarido de dolor de Wirenth taladró los cielos en el preciso instante en que aparecían otras reinas en el aire alrededor de ellas; reinas que inmediatamente se dividieron en dos grupos, uno de los cuales voló hacia Pridith y otro hacia Wirenth.

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