Read La búsqueda del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
Tanto mejor.
Pridith se había mostrado tolerante con el capricho de su jinete por los huevos de lagarto de fuego. Había aterrizado obedientemente en un centenar de cuevas a lo largo de la costa occidental, esperando y no de mala gana al cálido sol, mientras Kylara revolvía las ardientes arenas, buscando algún rastro de nidos de lagartos de fuego. Pero Pridith rugió ansiosamente cuando Kylara le dio las coordenadas del Fuerte de Nabol y no las del Weyr Meridional.
En Nabol acababa de amanecer cuando la llegada de Kylara envió al wher guardián a su madriguera, gritando. El centinela conocía demasiado bien a la Dama del Weyr Meridional para cerrarle el paso, y se limitó a mandar aviso para que despertaran a su Señor. Kylara ignoró alegremente la ceñuda expresión de Meron cuando apareció en la escalera del Fuerte Interior.
—Tengo huevos de lagarto de fuego para ti, Señor Meron de Nabol —gritó, señalando el abultado paquete que transportaba un hombre—. Necesito tubos de arena caliente, o los perderemos.
—¿Tubos de arena caliente? —repitió Meron, sin disimular su malhumor.
De modo que tenía a otra muchacha en su cama, ¿eh?, pensó Kylara, casi decidida a tomar su tesoro y desaparecer.
—Sí, tonto. Tengo una nidada de huevos de lagarto de fuego a punto de abrirse. La oportunidad de tu vida. Tú –y Kylara se encaró con el ama de llaves de Meron, que había llegado arrastrando los pies, a medio vestir—, vierte agua hirviente en toda la arena limpiadora que tengas y tráela aquí ahora mismo.
Kylara, nacida de elevada alcurnia en un Fuerte, sabía exactamente el tono que había que adoptar con aquellos seres inferiores, de modo que ante su actitud imperativa, que no desmerecía de la del irascible Meron, la mujer se marchó precipitadamente a cumplir el encargo, sin esperar el consentimiento de su Señor.
—¿Huevos de lagarto de fuego? ¿Qué clase de historia es esa, mujer?
—Son Impresionables. Capta sus mentes cuando nacen, igual que con los dragones, dales de comer, y serán tuyos para toda la vida —Kylara estaba depositando cuidadosamente los huevos sobre las piedras calientes del gran hogar—. Y yo los he traído aquí en el momento preciso —dijo en tono de triunfo—. Reúne a tus hombres, aprisa. Tenemos que Impresionar el mayor número posible.
—Estoy intentando comprender exactamente cómo beneficiará esto a alguien —dijo Meron a través de unos dientes apretados, mientras contemplaba las maniobras de Kylara con cierto escepticismo y mucha malicia.
—Piensa un poco, hombre —replicó Kylara, olvidando cómo solía reaccionar el Señor del Fuerte cuando ella se mostraba tan dominante—. Los lagartos de fuego son los antepasados de los dragones, y poseen todas sus facultades.
Finalmente, Meron captó el significado. Y entonces, incluso mientras gritaba sus órdenes para que despertaran a sus hombres, se situó al lado de Kylara y la ayudó a depositar los huevos delante del fuego.
—¿Viajan por el inter? ¿Se comunican con sus dueños?
—Sí. Sí.
—Ese es un huevo dorado —exclamó Meron, alargando la mano hacia él, con sus ojillos brillantes de codicia.
Kylara apartó bruscamente la mano de Meron, con los ojos llameantes.
—El dorado es para mí. El bronce para ti. Estoy segura de que ése... no, aquél... es un bronce.
Trajeron la arena caliente y la esparcieron sobre las losas del hogar. Los hombres de Meron bajaron ruidosamente por la escalera del Fuerte Interior, equipados para una Caída de Hebras. Kylara les ordenó perentoriamente que se despojaran de aquellos arreos y empezó a instruirles sobre la manera de Impresionar a un lagarto de fuego.
—Nadie puede capturar a un lagarto de fuego —murmuró alguien desde las últimas filas.
—Yo lo he hecho, pero dudo de que tú lo hagas, quienquiera que seas —estalló Kylara.
Había algo de cierto, decidió, en lo que los Antiguos decían: la gente de los Fuertes se estaba haciendo demasiado arrogante y agresiva. En el Fuerte de su padre nadie se hubiera atrevido a hablar cuando él estaba dando instrucciones. En los Weyrs, nadie interrumpía a una Dama del Weyr.
—Tenéis que ser rápidos —dijo Kylara—. Los lagartos de fuego nacen con un—harllbre feroz, y se comen todo lo que está a su alcance. Si no lo evitáis, se convertirán en caníbales.
—Quiero sostener cl mío hasta que nazca —le dijo Meron a Kylara en voz baja. Había estado sobando los tres huevos que imaginaba que contenían bronces por el moteado de sus cascaras .
—Las manos no desprenden suficiente calor —replicó Kylara secamente—. Necesitaremos carne roja, en cantidad. Es preferible que sea recién sacrificada.
La bandeja que trajeron a continuación fue rechazada despectivamente como inadecuada. Fueron preparadas otras dos bandejas, todavía humeantes del calor corporal de los animales sacrificados. El olor de la sanguinolenta carne cruda vino a mezclarse con el del sudor de los hombres en la atestada sala, calentada en exceso, aumentando la tensión general.
—Tengo sed, Meron. Quiero pan, fruta y un poco de vino helado —dijo Kylara.
Cuando trajeron lo que había pedido comió pulcramente, observando con disimulada ironía la ordinariez con que lo hacía Meron. Alguien sirvió pan y vino rancio a los hombres, los cuales tuvieron que comer de pie en torno de la sala. El tiempo transcurrió lentamente.
—Dijiste que estaban a punto de nacer —exclamó Meron de pronto, en tono desabrido. Estaba tan impaciente como sus hombres, y empezaba a tener ideas raras acerca de aquel absurdo proyecto de Kylara.
Kylara le miró, con una sonrisa ligeramente desdeñosa en los labios.
—Lo dije y lo repito. En los Fuertes tenéis muy poca paciencia. Y para tratar con la especie dragonil hay que tener mucha. No se puede golpear a los dragones, ¿sabes?, ni a los lagartos de fuego, como se golpea a otros animales. Pero vale la pena.
—¿Estás segura? —los ojos de Meron brillaron, reflejando un enojo que no se molestaba en disimular.
—Piensa en el efecto sobre los dragoneros cuando llegues al Fuerte de Telgar dentro de unos días con un lagarto de fuego posado en tu hombro.
La leve sonrisa en el rostro de Meron le dijo a Kylara que su sugerencia había caído en terreno abonado. Sí Meron era capaz de tener paciencia si con ello conseguía alguna ventaja sobre los dragoneros.
—¿Atenderá a mis señas y llamadas? —preguntó Meron, acariciando ávidamente a su trío con la mirada.
Kylara no vaciló en tranquilizarle, aunque no estaba segura de que un lagarto de fuego fuera fiel o inteligente. De todos modos, Meron no exigía inteligencia, sino obediencia. Y si los lagartos de fuego no respondían a lo que Meron esperaba, Kylara siempre podría decir que el fallo estaba en él.
—Con semejantes mensajeros, la ventaja estará de mi parte —dijo Meron en voz tan baja que Kylara apenas captó las palabras.
—Algo más que simple ventaja, Señor Meron —dijo, convirtiendo su voz en un susurro insinuante—. Control.
—Sí, tener unas comunicaciones estables y dignas de confianza significaría eso: control. Podría decirle a ese descastado caudillo del Weyr de las Altas Extensiones, Tkul que...
Uno de los huevos osciló sobre su alargado eje, y Meron se puso en pie de un salto. Con voz ronca, ordenó a sus hombres que se acercaran más, jurando cuando se detuvieron a la distancia prescrita de él.
—Díselo otra vez, Dama del Weyr, diles lo que tienen que hacer exactamente para capturar a esos lagartos de fuego.
Nunca había preocupado a Kylara el hecho de que después de nueve Revoluciones en un Weyr y siete Revoluciones como Dama del Weyr no pudiera explicar por qué un candidato era aceptado por un dragón y otro candidato, dotado aparentemente de todas las cualidades apetecibles, era rechazado por toda una nidada. Ni por qué las reinas elegían invariablemente a una mujer criada fuera del Weyr. (Por ejemplo, cuando Brekke, con su aspecto de muchacho, había Impresionado a Wirenth, competían con ella otras tres muchachas que en opinión de Kylara tenían que haber resultado mucho más interesantes para un dragoncillo reina. Sin embargo, Wirenth se había encaminado directamente hacia la muchacha criada en un artesanado. Las tres candidatas rechazadas se habían quedado en el Weyr Meridional —cualquier muchacha en sus cabales lo haría—, y una de ellas, Varena, había sido presentada y aceptada en la Impresión siguiente. De modo que no existían criterios fiables.) En términos generales, los muchachos criados en un Weyr eran siempre aceptables en una u otra Eclosión, ya que un muchacho de un Weyr podía presentarse a las Impresiones hasta que cumplía las veintiuna Revoluciones. A ninguno se le exigía que abandonara su Weyr, pero los que no se convertían en caballeros solían marcharse, encontrando ocupación en alguno de los Artesanados.
Ahora, desde luego, con los Weyrs de Benden y Meridional produciendo más huevos de dragón que hijos las mujeres del Weyr, era necesario recorrer todo Pern en busca de candidatos suficientes para las Impresiones. Evidentemente, un plebeyo no llegaba a comprender que la elección la realizaban los dragones, habitualmente los pardos y bronce, y no sus jinetes.
No parecía existir ninguna norma en las preferencias de los dragones. Un plebeyo bien parecido podía verse desbancado por otro físicamente menos atractivo.
Kylara miró a su alrededor, observando la variedad de ansiosas expresiones en los toscos hombres reunidos en la sala. Cabía esperar que los lagartos de fuego no fueran tan discriminantes como los dragones, ya que en aquel abigarrado grupo no había mucho que ofrecerles. Luego Kylara recordó que aquella mocosa de hija adoptiva de Brekke había Impresionado a tres. En consecuencia, cualquiera de los que se sostenían sobre dos piernas en esta sala tenía una posibilidad. Era su gran oportunidad para demostrar que la dragonería no requería cualidades especiales para la Impresión, que los perneses vulgares de Fuertes y Artesanados sólo necesitaban ser expuestos a los dragones para tener las mismas posibilidades que la élite de lo Weyrs.
—No hay que capturarlos, Meron —rectificó Kylara, con una maliciosa sonrisa. Aquellos plebeyos tenían que comprender que el ser elegido por un dragón era cuestión de algo más que de prestancia física—. Hay que atraerlos con pensamientos de afecto. Un dragón no puede ser poseído.
—Aquí tenemos lagartos de fuego, no dragones.
—Para nuestro propósito son iguales —dijo Kylara en tono incisivo—. Ahora, escuchadme bien o los perderemos a todos. —Se preguntó por qué se había tomado tantas molestias afanándose y sudando para traerle a Meron un regalo, una oportunidad que él evidentemente era incapaz de apreciar. Y, no obstante, si ella obtenía una dorada Y Meron un bronce, cuando se apareasen tendrían que hacerle sentir que sus esfuerzos habían valido la pena—. Descartad cualquier pensamiento de temor o de beneficio —continuó Kylara, dirigiéndose al círculo de oyentes—. Lo primero provoca un sentimiento de rechazo en el dragón, lo segundo no lo comprende. En cuanto uno de ellos se acerque a vosotros, dadle de comer. No dejéis de darle de comer. Haced que se pose en vuestra mano, si es posible, llevadle a un rincón tranquilo, y continuad dándole de comer. Pensad en lo mucho que le amáis, en lo mucho que deseáis que se quede con vosotros, en lo felices que os hace su presencia. No penséis en nada más o el lagarto de fuego se marchará al inter. Sólo disponemos del breve espacio de tiempo entre su nacimiento y su primera comida abundante para llevar a cabo la Impresión. El que tengáis éxito o no depende de vosotros.
—Ya habéis oído lo que ha dicho. Cumplidlo a rajatabla. El hombre que fracase...—el tono amenazador de Meron hizo innecesario que terminara la frase.
Kylara se echó a reír, rompiendo el ominoso silencio que siguió. Rió ignorando la expresión ceñuda de Meron rió hasta que el Señor del Fuerte, incapaz de contenerse sacudió su brazo bruscamente, señalando los huevos que empezaban a oscilar debido a las maniobras de sus ocupantes intentando romper el cascarón.
—Deja de cacarear, Dama del Weyr. Asustarás a los polluelos.
—La risa es mejor que las amenazas, Señor Meron. Ni siquiera tú puedes legislar las preferencias de esos animales. Y, dime, Señor Meron, ¿te verás sometido al mismo terrible castigo si fracasas tú?
Meron agarró el brazo de Kylara y lo apretó salvajemente, con los ojos clavados en las grietas que estaban apareciendo en uno de los huevos que había escogido. Chasqueó sus dedos, pidiendo carne. Cuando se la entregaron, rezumando sangre, se arrodilló junto a los huevos, con el cuerpo inclinado y tenso en su esfuerzo por efectuar una Impresión.
Tratando de aparecer despreocupada, Kylara se levantó lánguidamente de su silla. Se dirigió hacia la mesa y tomó trocitos de carne hasta reunir un satisfactorio montón. Hizo una seña a los hombres de Meron para que se abastecieran, y avanzó sin apresurarse hasta el hogar.
Le resultaba difícil reprimir su excitación, y oyó que Pridith gorjeaba desde las alturas encima del Fuerte. Desde que Kylara había visto los polluelos que F'nor y Brekke habían Impresionado, había deseado ardientemente poseer uno de aquellos delicados animales. Nunca comprendería que su naturaleza dominante había luchado subconscientemente contra la simbiosis emocional de su dragón reina. Kylara había sabido instintivamente que sólo como Dama del Weyr, jinete de una reina, podía alcanzar el poder, los privilegios y la libertad sin trabas como mujer de Pern. Acostumbrada a ignorar lo que no deseaba admitir, Kylara no había querido darse cuenta de que Pridith era el único ser viviente que podía dominarla y cuya buena opinión le resultaba indispensable. En el lagarto de fuego, Kylara veía a un dragón en miniatura al cual ella podría controlar —con facilidad— y dominar físicamente como nunca podría dominar a Pridith.
Y al ofrecer aquellos huevos de lagarto de fuego al Señor de un Fuerte, particularmente al más despreciado de todos, Meron de Nabol, Kylara pensaba en todas las afrentas, más o menos imaginarias, que había recibido de dragoneros y perneses. El insulto más reciente —el que la hija adoptiva de Brekke, con su cara de torta, hubiera Impresionado a tres rechazando a Kylara— quedaría completamente vengado.
Bueno, Kylara no sería rechazada aquí. Sabía cómo evitarlo e, hicieran lo que hiciesen los demás, ella triunfaría.
El huevo dorado osciló violentamente, y se abrió una grieta en toda su longitud. Apareció un diminuto pico dorado.
—Dale de comer. No pierdas tiempo —le susurró Meron con voz enronquecida.