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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (20 page)

Entusiasmado, entregó el tubo a Lessa, enseñándole cómo debía mirar.

—Si está borroso, haz girar esta ruedecilla hasta que lo veas claro.

Lessa obedeció. Miró a través del tubo... y retrocedió rápidamente, profiriendo un grito de asombro. Robinton pasó a ocupar su puesto, anticipándose a F'lar.

—Es fantástico —murmuró el Arpista, haciendo girar las ruedecillas y apartando varias veces el ojo del tubo para comparar lo que acababa de ver con el cabello real.

—¿Puedo mirar? —preguntó F'lar, en un tono que hizo que Robinton se disculpara rápidamente por su monopolio.

Ocupando su lugar, F'lar tuvo que comprobar a su vez que lo que estaba viendo a través del instrumento era lo que Fandarel había introducido en él. El cabello se había convertido en una recia cuerda, con motas de polvo centelleando a la luz a lo largo de ella y unas finas líneas haciendo visibles los puntos de segmentación.

Cuando alzó la cabeza, se giró hacia Fandarel, hablando en voz baja porque casi no se atrevía a expresar en voz alta su frágil esperanza.

—Si es posible aumentar hasta ese extremo el tamaño de cosas diminutas, ¿existe la posibilidad de acercar objetos lejanos lo suficiente como para observarlos a la perfección?

Oyó que Lessa contenía la respiración, supo que Robinton estaba conteniendo la suya, pero F'lar suplicó al Herrero con la mirada que le diera la respuesta que deseaba oír.

—Creo que es posible —dijo Fandarel, después de lo que parecieron horas de reflexión.

—¿F'lar?

El caudillo del Weyr miró a Lessa, que estaba muy pálida, con una expresión de espanto en sus ojos negros, y tenía las manos semialzadas en un gesto de protesta.

—¡Tú no puedes ir a la Estrella Roja! —susurró, con voz apenas audible.

F'lar tomó las manos de Lessa entre las suyas y, aunque la atrajo hacia él intentando tranquilizarla, cuando habló lo hizo dirigiéndose más a los otros que a la propia Lessa.

—Nuestro problema, caballeros, ha sido siempre el de eliminar a las Hebras. ¿Por qué no en su fuente? ¡Un dragón puede ir a cualquier parte si tiene una imagen del lugar al que se dirige!

Cuando Jaxom despertó, supo inmediatamente que no estaba en el Fuerte. Abrió los ojos valientemente, a pesar de lo asustado que estaba, esperando encontrar oscuridad. Pero, sorprendentemente, encima de él había un curvado techo de piedra del que pendían varias lámparas que lo iluminaban todo brillantemente. Jaxom suspiró, aliviado.

—¿Estás bien, muchacho? ¿Te duele el pecho? –Manora estaba inclinándose sobre él.

—¿Nos habéis encontrado? ¿Cómo está Felessan?

—Estupendamente, y devorando su cena. Dime, ¿te duele el pecho?

—¿El pecho? —El corazón de Jaxom pareció pararse cuando recordó cómo había recibido aquellas heridas. Pero Manora estaba observándole. Palpó cuidadosamente—. No, gracias por tu interés.

Su estómago le importunaba cada vez más con sus ruidosas protestas.

—Creo que también tú necesitas comer algo —dijo Manora.

—Entonces, ¿no está enfadado Lytol conmigo? ¿Ni el caudillo del Weyr? —se atrevió a preguntar.

Manora le dirigió una cariñosa sonrisa, alisando los revueltos cabellos del muchacho.

—No te preocupes, Señor Jaxom —dijo amablemente—. Una leve regañina, quizá. El gobernador Lytol estaba fuera de sí a causa de la preocupación que sentía.

Jaxom tuvo la increíble visión de dos Lytol, uno al lado del otro, con las mejillas latiendo al unísono.

—Sin embargo, yo no te aconsejaría más expediciones a ninguna parte sin permiso —rió Manora—. Eso es ahora un pasatiempo exclusivo para los adultos.

Jaxom estaba demasiado ocupado preguntándose si Manora sabía lo de la grieta, si sabía que los muchachos del Weyr habían estado espiando a través de ella. Si sabía que él había espiado. Soportó una pequeña muerte esperando oír de labios de Manora que Felessan había confesado su delito y luego cayó en la cuenta de que ella había dicho que la cosa se resolvería con una leve regañina. Uno podía confiar siempre en Manora. Y si ella lo sabía y no estaba furiosa... Pero si no lo sabía y él se lo preguntaba, podría enfurecerse...

—Tú descubriste aquellas habitaciones, Señor Jaxom. En tu lugar, ahora yo me apoyaría en ese mérito.

—¿Habitaciones?

Manora le sonrió y le tendió la mano.

—Creí que tenías hambre.

La mano de Manora era fresca y suave rodeando la de Jaxom mientras le conducía a la balconada que rodeaba el piso de reposo. Debía ser tarde, pensó Jaxom, mientras pasaban por delante de las echadas cortinas de los dormitorios. El hogar central estaba encendido. Unas cuantas mujeres estaban agrupadas junto a una de las mesas de trabajo cosiendo. Alzaron la mirada cuando pasaron Manora y Jaxom, y sonrieron.

—¿Has dicho «habitaciones»? —preguntó Jaxom, con cortés insistencia.

—Más allá de la habitación que tú abriste había otras dos y las ruinas de una escalera que conducía hacia arriba

Jaxom silbó.

—¿Qué había en las habitaciones?

Manora rió suavemente.

—Nunca había visto al Maestro Herrero tan excitado. Encontraron algunos instrumentos de formas muy raras y otros objetos que no sé para qué pueden servir, si es que sirven para algo.

—¿La habitación de un Antiguo? —Jaxom estaba asombrado ante el alcance de su descubrimiento. Y su perspectiva era la más limitada.

—¿Antiguos? —Manora frunció el ceño de un modo tan fugaz que Jaxom decidió que lo había imaginado. Manora no fruncía nunca el ceño—. Antiquísimos, diría yo.

Cuando entraron en la Caverna Principal, Jaxom se dio cuenta de que su paso interrumpía las animadas conversaciones de los dragoneros y mujeres sentados alrededor de las mesas. Acostumbrado como estaba a semejante escrutinio, Jaxom irguió los hombros y avanzó con paso mesurado. Volvía la cabeza lentamente, asintiendo con gravedad y sonriendo a los caballeros que conocía y a las mujeres que les acompañaban. Ignoró las risas apagadas, acostumbrado también a aquello, pero el Señor de un Fuerte debía comportarse con la dignidad adecuada a su rango, aunque él no hubiese cumplido aún las doce Revoluciones y estuviera en presencia de sus superiores.

Era noche cerrada, pero alrededor de la gran fachada interior del Cuenco Jaxom pudo ver los fulgentes círculos de ojos de dragón sobre los saledizos de los Weyrs. Y pudo oír el apagado rumor del aire mientras algunos de los dragones se removían y extendían sus enormes alas. Alzó la mirada hacia la Roca de la Estrella, una negra masa contra el cielo algo más claro, y vio la silueta gigantesca del dragón de guardia. Mucho más abajo, en el Cuenco, pudo oír incluso el inquieto pataleo de las reses en los pastos. En el lago del centro se reflejaban las estrellas.

Apresurando el paso, instó a Manora para que avanzara más aprisa. En la oscuridad podía prescindir de la dignidad, y estaba desesperadamente hambriento.

Mnementh rugió su bienvenida en el saledizo del weyr de la reina, y Jaxom, temerariamente, alzó su mirada hacia el ojo cercano, que cerró uno de sus párpados en una asombrosa imitación de un guiño humano.

¿Tenían los dragones sentido del humor?, se preguntó Jaxom. El wher guardián no lo tenía, desde luego, y era de la misma familia.

El parentesco es muy lejano.

—¿Perdón? —dijo Jaxom, sobresaltado, mirando a Manora.

—¿Por qué, joven Señor?

—¿No has dicho algo?

—No.

Jaxom miró de nuevo hacia la enorme mole del dragón, pero Mnementh había vuelto la cabeza. Luego percibió el olor a carne asada y apresuró el paso.

Cuando entraron en el Weyr, Jaxom vio el dorado cuerpo de la reina, acostada, y se sintió inundado por una oleada de temor. Pero Ramoth estaba profundamente dormida, sonriendo con una inocente serenidad que le confería un notable parecido con el bebé más reciente de su madre adoptiva. Apartó la mirada de ella por miedo a despertarla y vio los rostros de todos aquellos adultos sentados a la mesa. Fue casi demasiado para él. Había esperado encontrar a F'lar, a Lessa, a Lytol y a Felessan, pero allí estaban también el Maestro Herrero y el Maestro Arpista.

La disciplina que le habían inculcado le permitió contestar cortésmente a los saludos de las celebridades. Por fortuna, Manora y Lessa acudieron en su ayuda.

—Ni una palabra hasta que el muchacho haya comido, Lytol —dijo al Dama del Weyr en tono firme, conduciendo a Jaxom al asiento vacío al lado de Felessan. Este hizo una pausa entre dos cucharadas para alzar la mirada con una complicada serie de contorsiones faciales destinadas a transmitir un mensaje que escapó a Jaxom—. Jaxom se ha perdido el almuerzo en el Fuerte, y en consecuencia está varias horas más hambriento. ¿Se encuentra bien, Manora?

—No sufrió más daño que Felessan.

—Tenía los ojos como vidriados cuando cruzasteis el Weyr —Lessa se inclinó a mirar a Jaxom, el cual le devolvió cortésmente la mirada, masticando con repentina suficiencia—. ¿Cómo te sientes?

Jaxom vació su boca apresuradamente, intentando tragar unas verduras semimasticadas. Felessan le entregó una copa de agua, y Lessa le golpeó hábilmente entre los omóplatos cuando empezaba a atragantarse.

—Perfectamente —logró decir—. Perfectamente, gracias.

Esperó, incapaz de resistir la contemplación de su plato, y se sintió aliviado cuando el caudillo del Weyr le recordó a Lessa, en tono risueño, que ella había sido la que había dicho que el muchacho tenía que comer antes que cualquier otra cosa.

El Maestro Herrero repiqueteó con un dedo manchado y nudoso sobre la borrosa piel—Archivo que cubría toda la mesa, excepto delante del lugar donde estaban sentados los dos muchachos. Fandarel tenía un brazo envuelto posesivamente alrededor de un objeto que yacía en su regazo, pero Jaxom no podía ver lo que era.

—Si he interpretado esto correctamente, tienen que haber varias plantas de habitaciones en este sector, más allá y encima de la que descubrieron los muchachos.

Jaxom alargó el cuello hacia el mapa y captó la mirada de Felessan. Su amigo estaba excitado también, pero seguía comiendo. Jaxom volvió a llenarse la boca —la comida era muy sabrosa—, pero lamentó que la piel no estuviera vuelta hacia su lado.

—Hubiera jurado que no había ninguna entrada a los Weyrs superiores en ese lado del Cuenco —murmuró F'lar agitando la cabeza, visiblemente desconcertado.

—Había un acceso al Cuenco al nivel del suelo —declaró Fandarel, cubriendo con el dedo índice lo que debía estar mostrando—. Nosotros lo encontramos, tapiado. Posiblemente fue tapiado a causa de aquel desprendimiento de rocas.

Jaxom miró ansiosamente a Felessan, ahora completamente absorto en su plato. Cuando Felessan hacía aquellas muecas, ¿quería dar a entender que no les había dicho nada? ¿O, por el contrario, que lo había contado todo? Jaxom ardía en deseos de saberlo.

—Aquel tapiado era apenas perceptible —intervino el Maestro Arpista—. El material utilizado era mucho más eficaz que todas las argamasas que he visto a lo largo de mi vida: transparente, liso y fuerte.

—No hay manera de desconcharlo —gruñó el Maestro Herrero, agitando la cabeza.

—¿Por qué se les ocurriría tapiar una salida al Cuenco? —preguntó Lessa.

—Probablemente porque habían dejado de utilizar aquella parte del Weyr —sugirió F'lar—. Desde luego, nadie ha utilizado aquellos pasadizos desde sólo el Huevo sabe cuantas Revoluciones. Ni siquiera había huellas de pisadas en el polvo de la mayoría de los que recorrimos.

En espera de la cólera adulta que con toda seguridad caería ahora encima de él, Jaxom no apartaba los ojos de su plato. No podría soportar las recriminaciones de Lessa. Le aterraba pensar en la expresión de los ojos de Lytol cuando se enterara de la sacrílega conducta de su pupilo. No sería por falta de advertencias, precisamente. ¿Cómo podía haber sido tan sordo a todas las pacientes enseñanzas de Lytol?

—Nosotros hemos encontrado muchas cosas interesantes en los polvorientos y mohosos Archivos que habían sido ignorados como inútiles —continuó diciendo F'lar.

Jaxom aventuró una mirada y vio que el caudillo del Weyr acariciaba los cabellos de Felessan; observó cómo el hombre le sonreía realmente a él, Jaxom. La sensación de alivio fue tan intensa que casi mareó a Jaxom. Era evidente que ninguno de los adultos sabía lo que Felessan y él habían estado haciendo en la Sala de Eclosión.

—Esos muchachos nos han conducido hasta exquisitos tesoros, ¿eh, Fandarel?

—Confiemos en que no sean los únicos legados que quedan en habitaciones olvidadas —respondió el Maestro Herrero con su profunda voz semejante a un rugido. Y, con los ojos semicerrados, acarició el liso metal del aparato amplificador que sostenía en su regazo.

VI

Media mañana en el Weyr Meridional

Primera hora de la mañana en el Fuerte de Nabol: día siguiente

Acalorada, sucia de arena y pegajosa de sudor y de sal, nada de todo esto empañaba la sensación de triunfo de Kylara mientras contemplaba los huevos que acababa de desenterrar.

«Ellos pueden tener a sus siete —murmuró, mirando en la dirección general del nordeste y del Weyr—. Yo tengo un nido entero. Y otro dorado.

La exultación brotó de ella en una risa ronca. ¡La que se iba a armar cuando Meron de Nabol viera aquellos primores! Kylara no tenía la menor duda de que Meron odiaba a los dragoneros porque les envidiaba sus animales. A menudo despotricaba contra el monopolio que una cofradía exclusivista ejercía sobre las Impresiones. Bueno, estaba por ver si el vigoroso Meron podía Impresionar a un lagarto de fuego. Kylara no estaba segura de lo que le complacería más: si podía o si no podía. En cualquiera de los casos ella saldría beneficiada. Pero si Meron podía Impresionar a un lagarto de fuego, un bronce, digamos, y ella tenía a una reina en su muñeca, y los dos se apareaban... Es posible que no fuera tan espectacular como con los animales grandes pero, dadas las facultades naturales de Meron... Kylara sonrió con sensual anticipación.

—Será mejor que justifiquéis esto —les dijo a los huevos.

Metió los treinta y cuatro huevos endurecidos en varias bolsas de arpillera —una dentro de otra— que había traído a propósito. Envolvió aquel bulto en pieles de wher y luego en su gruesa capa de lana. Había sido Dama del Weyr el tiempo suficiente como para saber que nunca saldría un polluelo de un huevo enfriado súbitamente. Y aquellos estaban casi a punto de romper el cascarón.

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