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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

Irania (8 page)

Tras la casi completa recuperación física, volví a acudir al
Inanna centre
en compañía de Marta.

Mientras esperábamos en el pasillo a que llegara el profesor, mi cuñada me puso al día de los cotilleos. Se comportaba conmigo como si nada hubiera sucedido. En momentos me molestaba, que ni siquiera me preguntara, ni mostrara curiosidad por lo que había vivido, pero en el fondo me alegraba porque me hacía olvidar.

—Se rumorea que Kahul es gay.

Miré de reojo al profesor de yoga que hablaba con la coordinadora del centro en recepción y contesté:

—Pues a mí no me lo parece.

— ¡Sandra! —exclamó de pronto Marta mirando hacia mi cabeza—. Entiendo que estés dolida y todo eso, pero dejarte ver las raíces no es
cool
, y tus uñas… —me dijo cogiéndome la mano y haciendo una mueca de asco con su boca— parece que has estado haciendo agujeros en el jardín como un perro. Ahora mismo te pido sesión intensiva con la
esteticienne
y la peluquería
.

Interpreté que esa debía ser su manera de animarme. Pero mi aspecto hacía tiempo que había dejado de preocuparme.

—No me apetece.

Marta adoptó un gesto más serio en su rostro y me dijo:

—Bueno, Sandra, ya sabes cómo funciona esto. La imagen es más importante de lo que crees y después de todos los chismes que corren sobre ti… no sé… deberías mostrar que estás bien, aunque sea para que dejen de hablar de ti. Maquíllate esas ojeras y ponte un poco de colorete, que al menos parezca que estás sana.

Me toqué el cabello en un gesto instintivo.

Solté un suspiro y me alegré de no tener ningún espejo cerca. Solía esquivarlos y cuando no tenía más remedio miraba a algún punto lejano que me ayudara a desenfocar la imagen.

Había observado de reojo a mi cuñada infinidad de veces, sentada desde mi banqueta en el vestuario, mientras esperaba a que terminara de arreglarse. Me fascinaba cuando ella misma lanzaba varios besos a su imagen en el espejo, tras aplicarse la barra de labios. No sé si alguna vez se había percatado de que la miraba. A mí me hacía sentir incómoda, ya que daba a entender lo maravillosa que era, y lo horribles que éramos las demás.

—No me importa —le dije con amargura—. He perdido muchas cosas, que hablen de mí ya no me afecta.

—¿Qué piensa tu madre de esto? No sé, esta actitud tuya es un poco egoísta ¿no crees? Somos muchas las personas que estamos a tu alrededor. Lo que a ti te afecta nos afecta a todos. Somos una familia. ¿O no?

Me encogí de hombros.

Marta me lanzó una mirada de reproche y caminó directa hasta su colchoneta.

Me quedé unos minutos apoyada en la pared del pasillo, mirando hacia el suelo. Dudaba si continuar las clases de yoga. Aunque mi cuerpo estaba casi recuperado, mi estado emocional pendía de un finísimo hilo.

Hice ademán de marcharme pero me encontré de frente con Kahul:

—¡Bienvenida de nuevo, Sandra! Me alegro de que ya esté recuperada del accidente.

Me pareció más atractivo y lejano que nunca.

—Gracias —le dije—, aunque no es seguro que pueda realizar todas las
ásanas
.

Tan solo me había visto una vez pero recordaba mi nombre, su gesto me pareció gentil.

—No se fuerce, escuche a su cuerpo, él le pondrá los límites.

Kahul me miró a los ojos durante unos segundos. Su mirada se me hizo molesta, parecía estar sondeando mi interior. Bajé la mirada. Me sentí desnuda y temerosa de que pudiera ver la fealdad que creía anidar en mi interior.

—Grandes cambios le esperan —me dijo.

Levanté la mirada y la fijé en la sonrisa de su boca.

—¿Por qué lo dice? —pregunté. Me sorprendió que me hubiera dicho las mismas palabras que había utilizado Lila antes del accidente.

Mi interés pareció retraerlo.

—Disculpe mi atrevimiento. No debí…

—No, por favor —insistí— me gustaría saberlo.

Se acercó más a mi oído. Le agradecí la discreción pero la proximidad de su rostro llamó la atención de las compañeras que ya resoplaban nerviosas, sentadas en las colchonetas.

—El cuerpo es una metáfora del alma, cuando algo se rompe en nuestro físico es señal de que hay algo roto en nuestro interior. Tendrá que meditarlo para hallar la respuesta.

Le miré fijamente a los ojos, sus palabras me dejaron perpleja.

—¿Vamos dentro? —me dijo mientras empujaba con suavidad mi brazo hacia la sala “Agua”.

Caminé hasta mi colchoneta y me senté ante las miradas de descaro de alguna de las mujeres.

—¿Qué rollo te traes con el profe?— me preguntó Marta con sonrisa pícara—¿No me lo irás a quitar?

—Me ha dado algunos consejos de medicina
ayurveda
— mentí—. Aparte, ¿no me has dicho que era gay?

—Bueno, pero si hay alguna pequeña posibilidad de que no lo sea, allí estaré yo para recordarle lo que se pierde.

Marta me guiñó un ojo.

Aquella tarde, durante la relajación que guiaba Kahul, volví a entrar en un profundo estado de paz y quietud mental. Y aunque la clase había terminado, yo no despertaba. Una parte de mi consciencia estaba alerta, percibía todo el entorno, pero la otra estaba en un lugar del cuál no podía o no quería salir.

Marta estaba a mi lado de rodillas.

—Me da miedo que se sobresalte —le dijo a Kahul.

Kahul se acuclilló a mi lado y comenzó a hablarme al oído.

—Irania —pronuncié durante el trance.

Kahul siguió hablándome al oído.

—Shuruppak —murmuré de nuevo.

Al cabo de un minuto abrí los ojos. Los rostros de preocupación de Marta y Kahul observándome me confundieron.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.

—¡Tía, qué susto me has dado! —exclamó—. Parecía que estabas de nuevo comatosa y… ¿Quién diantres es Irania?

Aquel nombre retumbó en mi pecho. Me incorporé de la colchoneta.

—No se preocupe —me tranquilizó Kahul—. Parece ser que tiene mucha facilidad para entrar en estados profundos de relajación. No se mueva muy deprisa ahora, podría marearse.

Marta salió de la sala, se excusó porque tenía que pedir cita para hacerse una terapia con sales del Mar Muerto. En verdad le aburría aquella conversación y poco le importaba mi estado de salud.

Kahul me acercó un vaso de agua y se sentó junto a mí.

—¿Quién es Irania? —me preguntó Kahul—. Es un nombre poco común, ¿lo había oído antes?

Le miré a los ojos, seguía sintiendo miedo de que lo que habláramos al final llegara a oídos de mis padres. No era la primera vez que amigas o mi propia hermana había terminado por contarles mis confidencias. Desde pequeña mis padres veían con desagrado mi gran potencial para imaginar cosas. Esto me había generado mucha inseguridad y desconfianza hacia mi entorno.

—Pues no sé —contesté.

—Es su nombre de alma —aseguró— el mío es Kahul. Mis padres no me llamaron así, ni siquiera saben pronunciarlo.

Se rió y su risa era contagiosa y consiguió arrancarme una también.

—Puedes tutearme —le pedí.

No dejaba de sonreírme y mirarme a los ojos. Había asombro en ellos, curiosidad.

—¿Cómo sabes que es mi nombre? —le dije al apreciar la seguridad con la que lo había afirmado.

—Te lo pregunté mientras estabas sumergida en este estado profundo de hipnosis que has podido alcanzar. Aquí la mente no participa solo el subconsciente y el supra consciente, por eso sé que alguna vez te llamaste así y que vienes de Shuruppak, aunque eso no sé dónde está— me dijo sonriéndome de nuevo.

No pude evitar dejarme llevar por la calidez y simpatía de mi maestro de yoga. Tenía una habilidad especial para que me sintiera cómoda a su lado. Aunque una parte de mí seguía diciéndome que no confiara en él.

—La verdad es que no me son extraños estos nombres, pero no sabría decirte dónde los oí por primera vez.

Marta irrumpió con su característico tono de voz desde la puerta:

— ¡Sandra, vamos! El desfile empieza en media hora.

Kahul me ayudó a levantarme de la colchoneta. Todavía sentía la ingravidez de mi cuerpo.

—Gracias por todo —le dije.

Kahul me respondió con un cálido abrazo. Un abrazo que me dejó desconcertada.

Antes de salir de la sala giré mi rostro y allí estaba todavía mirándome. En aquel momento no supe interpretar lo que me transmitían sus ojos.

Ni los focos, ni la música a todo volumen, ni el colorido y la calidad del desfile de un famoso diseñador catalán consiguieron que dejara de pensar en Kahul y en la conversación que habíamos mantenido. El abrazo que me había dado lo había sentido sincero, como los abrazos que me daba Lila. Mi maestro me había dejado completamente desconcertada con su comportamiento. Ya no sabía qué pensar.

Durante el pase conecté el móvil a internet y busqué información sobre mi nombre y el de la ciudad de dónde se suponía que era. Di gracias por el moderno buscador en la red ya que no había escrito bien el nombre de la ciudad pero aún así apareció. No había mucha información al respecto, aunque lo que encontré me alivió:

Irania, conjunto de lenguas habladas en la meseta iraní y en asía central

Shuruppak, ubicada entre los ríos Tigris y Éufrates, ciudad sumeria que prosperó sobre el año 3800 a. C.

¿Qué significaba todo aquello? Kahul me había dicho que era el nombre de mi alma, como si hubiera dos personas en mí. Él daba por hecho que fuésemos dos personalidades en un mismo cuerpo.

Empecé a sentir escalofríos. Sentía la confusión penetrar en mi mente como un gusano voraz, hambriento de cordura. Hacía años que había conseguido salir de un estado mental precario. Desde mi infancia se habían ido sucediendo períodos de desequilibrio mental. Entre otras cosas se me diagnosticó trastorno de personalidad múltiple. Tenía vagos recuerdos de aquella época. Casi lo había olvidado todo, como un mal sueño. Creí tener la enfermedad controlada hasta el día que me atropellaron.

Ahora renacían, como resistentes malas hierbas, que parecían conducirme hacia la pesadilla que viví. Sentí mucho miedo. Miedo de que Kahul fuera también un paranoico, alguien que quería volverme loca.
¿Si no por qué me había dicho que me llamaba Irania?
Me pregunté.
¿Por qué él también tiene un nombre que no es el suyo verdadero?

Por mi mente pasaban ideas como dejar el yoga, callar para siempre o lanzarme a la vía del metro. Todas dispares entre sí, pero sentía terror de estar perdiendo de nuevo el juicio.
¡No estoy loca!
Me repetía.

Sin yo buscarlo venían a mi mente imágenes de mi infancia. Jugaba con mi hermana Aurora, ella al principio seguía mis juegos, le parecían divertidos. Yo tenía la virtud de imaginar amigos invisibles, los veía sentados junto a mí y a mí alrededor. Les ponía nombres e inventaba quiénes eran y a qué se dedicaban. Mi hermana fue haciéndose mayor y perdió el interés en mis juegos. Entonces me quedé sola, pero no me importaba, seguía teniendo mi sala de juegos, llena de amigos invisibles con los que pasaba horas charlando. De hecho, prefería estar con mis amigos invisibles antes que con los niños de verdad. Mis padres me contaron que empezaron a preocuparse. Supusieron que algo no debía andar bien en mi cabeza porque hablaba sola. Entonces me apuntaron a un montón de actividades extraescolares: danza clásica, piano, inglés y toda clase de talleres para mantenerme el máximo tiempo posible rodeada de niños de mi edad.

Pero con eso consiguieron que hablara sola en público y que todas las madres y padres conocieran sobre la rareza de mi carácter. Yo solo era una niña con mucha imaginación algo normal en niños de mi edad, le dijeron los profesores a mis padres, pero ellos no lo aceptaban. Debía de haber algo mucho peor en mí. Y buscaron, y buscaron hasta que un reputado psiquiatra encontró una etiqueta que encajaba con mis síntomas: esquizofrenia paranoide.

Comencé a tomar antipsicóticos a los diez años. Mejoraba por un tiempo pero volvía a recaer. Tenía temporadas regulares y temporadas malas. Con el tiempo me fui acostumbrando y mientras crecía iba haciéndome más fuerte a las recaídas, hasta que los especialistas me dijeron que la tenía controlada del todo. Pero quedó latente, como las ascuas en un gran incendio, a la espera del soplido del viento. Traicioneras, al acecho de manifestarse. Porque tarde o temprano las fisuras resquebrajan las más duras corazas y terminan por estallar, derramándose por los pies y buscando el imparable curso natural de la vida. No se puede frenar la energía de la verdad, pues es poderosa, como mil caballos protegiendo su libertad, y hallar esa verdad era encontrarme a mí misma. Y me iba la vida en ello.

Capítulo 6

Recuérdame la magia si alguna vez

me pierdo entre las hojas.

El doctor Vall le aconsejó a mis padres que volviera a trabajar. Estar ocupada me mantendría cuerda y le di la razón. A regañadientes mi padre me ofreció un puesto de supervisora, uno de esos cargos que se crean de manera mágica, en el cual apenas tenía responsabilidad. A pesar de que había hecho la carrera de medicina y cirugía, me dedicaba a tareas administrativas que me aburrían soberanamente.

Los laboratorios Farma-Ros estaban en L´Hospitalet del Llobregat, muy cerca de donde vivía. El complejo contaba con un edificio de cristal para las oficinas administrativas; una nave adjunta donde estaba el equipo técnico de químicos, biólogos, médicos y demás especialistas, junto a producción de fábrica, y un almacén logístico desde donde se distribuían los medicamentos por todo el mundo.

La empresa de mi padre había obtenido varios premios internacionales y tenía valiosas patentes de descubrimientos, sobre todo en el campo de la neurología y la genética. Gracias también a un selecto equipo profesional.

Tras semanas de trabajo en las oficinas de los laboratorios, no conseguí congeniar con nadie de Administración. Había escuchado por casualidad, la conversación de dos administrativas en la sala de fotocopias, en la que decían que yo era un florero y que no hacía nada. Debería haberme dado igual lo que pensaran pero en aquel momento no era así.

Me sentía lejana a ellas y opté por mantener la distancia no almorzando a la misma hora que mi departamento.

Tampoco me sentía a gusto con el equipo directivo, ni ellos conmigo, solo hablaban de dinero, acciones y política. Así que decidí comer en el horario del equipo técnico, pero Joan me lo impidió argumentando que se sentía cohibido con mi presencia.

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